miércoles, 30 de marzo de 2011

Una vida en zozobra permanente


Horacio Castellanos Moya y su novela La sirvienta y el luchador.
¿Alguna vez podrá escribir sobre un país en paz?
"Creo que yo no veré esa paz. El gran problema es que una sociedad vive aterrorizada por la violencia política y cuando se logra una cierta normalidad, vive aterrorizada por la violencia criminal. Cuando todo esto alcanza a dos o tres generaciones es difícil desmontar los mecanismos del terror. Centroamérica vive el cansancio de una vida en zozobra permanente".
Horacio Castellanos Moya (Tegucigalpa, 1957) en esta nota de El País, que habla sobre su novela más reciente, La sirvienta y el luchador (Tusquets, 2011). 

martes, 22 de marzo de 2011

No los salvó ni Houston


Todos sabemos lo de Tamaulipas, así que sólo les dejo a Juan Villoro, que cuenta sobre uno de los 72:
La justicia suele ser ilegal. Durante veinte años, Víctor Manuel Escobar Pineda trabajó en Estados Unidos. Era contratista para una empresa de Houston y daba empleo a sus paisanos de Honduras. Su madre, su mujer y sus cinco hijos vivían con él. El más pequeño tenía 2, el mayor 15. Vivían bien. Todo era justo, y era ilegal. A veces, Víctor Manuel soñaba con San Pedro Sula, la ciudad plana en la que nació, donde se alza una iglesia de pastelería. Eran sueños calurosos, mitigados por la cercanía del mar. Volvía a ser un cipote, un niño que probaba la langosta que le daba un negro. La sensación de volver era buena, pero al despertar recordaba un cuchillo en una calle de tierra, el trabajo en las maquiladoras, las niñas que corrían descalzas sin tener a dónde ir. Houston eran un sitio seguro. Ahí los peligros quedaban lejos. El Apolo XIII había hablado desde fuera del mundo para decir: “Houston, tenemos un problema”. Las calamidades estaban en el espacio exterior. En mayo de 2010 Víctor Manuel tuvo un lío de papeles. Vivía bien, pero nació en Honduras. Lo justo era ilegal. Fue deportado. De inmediato planeó su regreso. En San Pedro Sula había buena sopa de mondongo, pero en Houston la sopa de mondongo era la sopa que le hacía su madre. Se puso en marcha en agosto. Su tío Cantalicio Barahona Vargas viajó con él. Atravesaron México sin ver otra cosa que el miedo en las miradas de sus acompañantes. Cerca de la frontera fueron detenidos por narcos. Les ofrecieron otro trabajo ilegal. El quería trabajo sin muertes. Un trabajo justo para alguien sin papeles. No aspiraba al lujo de que la justicia también fuera legal. El 23 de agosto, 72 migrantes fueron asesinados. Lo contó el que siempre sobrevive para contarlo. En sus Cuentos de cipotes, Salarrué narra historias de campesinos con voces de niños hondureños. En una de ellas dice: “José Pashaca era un cuerpo tirado en un cuero; el cuero era un cuero tirado en un rancho; el rancho era un rancho tirado en una ladera”. Víctor Manuel Escobar Pineda cerró los ojos tirado en Tamaulipas. Tenía 36 años. Fue sepultado en San Pedro Sula. Sus hijos viajaron al entierro. También su tío murió en la matanza. En la misa de Cantalicio el sacerdote recordó lo que dijo San Pablo: “Somos ciudadanos del cielo”. En Houston, la estación espacial de la NASA protege a los ciudadanos del cielo. Los que construyen las casas no tienen papeles.

Tomado de Radar, Página12

Cómo se crece acostumbrado al miedo


Juan Gabrierl Vásquez, fotografiado el lunes en Barcelona. Foto: GIANLUCA BATTISTA

Aunque los premios literarios siempre huelan mal, me da gusto saber que esta vez el Premio Alfaguara de Novela recae en un huésped habitual de este blog: Juan Gabriel Vásquez. La novela ganadora se titula El ruido de las cosas al caer, y, al parecer, parte del episodio real de "la caza del hipopótamo que huyó del zoológico que intentó montarse el capo de la droga Pablo Escobar" en Colombia.

"Es uno de los momentos en los que nació en mí la novela: estando en Barcelona me enteré del episodio y me percaté de que con él cerraba una etapa de mi vida, dejaba de preocuparme por si alguien se retrasaba 10 minutos en una cita, un periodo de convivir con el miedo y la angustia, de saber dónde estaban todas las cabinas de teléfonos para, por si estallaba una bomba, llamar en seguida a casa para decir que estaba vivo. Mi generación es contemporánea al estallido del tráfico de drogas. Hemos compartido generación con este negocio: ¿qué implica eso, cómo se crece acostumbrado al miedo, con esa sensación del falso control sobre tu vida..? Eso se plantea el protagonista, cuando mira a su mujer y a su hija...", ha dicho el novelista colombiano en una entrevista de El País.

Más adelante habla de su visión sobre la novela: "Sí, sigo viendo la novela como la mejor herramienta para entender el mundo, para iluminar zonas oscuras de la vida aunque sé que eso no está hoy en el centro de la literatura ni del mundo.

Y habla, también, sobre sus vínculos literarios: "Sí tengo vínculos más claros con los escritores de la década anterior, los de los sesenta... Sí, más cerca de Javier Cercas o Alan Pauls que de otros; de los míos, quizá con Mathias Enard. Su Zona es ya una de las grandes novelas de mi generación... Soy un anacronismo; me quedo con Conrad, como puente entre Flaubert y Joyce; aún creo en el lenguaje despegado de la dictadura de la imagen demasiado viva hoy. Y tengo fe en los personajes, seres con muchas aristas, sin ese descreimiento moderno de hoy. Creo a ciegas que el destino individual de alguien que no existe puede decirnos mucho sobre nosotros.

La novela aparecerá en mayo, según se ha informado. A Honduras llegará posiblemente seis meses después.