sábado, 28 de mayo de 2011

SRolla: "Difusión y estudio de la obra de Sosa deben ser prioritarios"


Sara Rolla y Roberto Sosa.
Probablemente no haya en Honduras nadie que conozca la obra del poeta Roberto Sosa, fallecido la madrugada del lunes en Tegucigalpa, mejor que Sara Rolla. En 2002 la ex catedrática de la Universidad de La Plata, Argentina, y de la carrera de Letras de la UNAH-VS, publicó un libro, con el título Itinerario poético de Roberto Sosa, que contiene nueve ensayos dedicados a distintos aspectos de la obra del poeta. En 2010, una nueva edición de ese libro de la crítica literaria argentina incluyó una selección de poemas del autor de Los pobres y fue presentada ese mismo año en el auditorio de la UNAH-VS, la última ocasión en que Sosa leyó ante un público sampedrano. Algunos días después de la partida del que muchos consideran es el mayor poeta de Honduras, Sara Rolla accedió a responder las siguientes preguntas:
¿Cuándo fue la primera vez que leyó la poesía de Roberto Sosa y cómo fue ese encuentro?
En 1979, cuando empecé a trabajar en el departamento de Letras del CURN (hoy UNAH-VS). En el programa de la asignatura Español estaba incluido el estudio de unos poemas del libro “Los pobres”. Al leerlos, me impactó fuertemente la calidad de fondo y forma de ese libro, que ganó muy merecidamente el Premio “Adonais” de España y recibió elogios de críticos tan destacados como Guillermo Díaz-Plaja.
¿Su primer encuentro personal con él se produjo más o menos en los mismos términos? ¿Hubo la misma empatía?
Conocí personalmente a Sosa en 1981, cuando vino a un acto en la UNAH organizado por la carrera de Letras. Yo había elaborado un breve ensayo sobre el poema “La casa de la justicia”, en el cual destacaba una afinidad esencial con la temática de Kafka (traspuesta, desde luego, de la narrativa a la lírica). Y le entregué, un poco tímidamente, una copia del trabajo en cuestión. Él se mostró muy complacido y me dijo que, en efecto, era un gran admirador de Kafka y, con seguridad, existía alguna conexión entre su texto y la obra de ese autor. Eso me animó a seguir explorando con afán analítico su obra y así se fue conformando la serie de estudios que luego compilé en un libro. En lo personal, me sentía un poco cohibida en su presencia, ya que, como analista, siempre me había limitado a estudiar autores que no conocía personalmente. Pero, con el tiempo, llegué a establecer con él una relación de mucho aprecio y respeto mutuo.
Usted que lo conoció tan de cerca, ¿puede decirnos cuál es el recuerdo más presente de su persona?
Hay un detalle de su biografía que siempre admiré y es el cariño extraordinario que él sintió por su padre, quien está enterrado aquí en San Pedro Sula, cerca de mi casa, en el Cementerio General. Por cierto, es el protagonista de uno de sus más vibrantes poemas. Y el último recuerdo es una conversación telefónica que tuvimos hace pocos días, cuando lo llamé para felicitarlo por el premio “Rafael Alberti” que le otorgaron en Cuba. Estaba muy contento y terminó la plática con una de sus clásicas bromas “conceptistas”, o sea, esos juegos de palabras a los que era tan afecto.
¿Por qué es tan importante la obra de Sosa o al menos por qué lo ha sido para usted?
En el panorama de la poesía hondureña contemporánea, Sosa es una figura ejemplar en muchos sentidos. En su obra se funden armoniosamente el impulso ético y estético. Era muy autoexigente (casi obsesivo) en lo formal. Estaba, además, muy consciente de las nuevas tendencias surgidas entre las generaciones que lo sucedieron, y se dedicó incluso a estudiarlas. Es, creo, uno de los pocos poetas hondureños contemporáneos que han practicado, con mucha calidad, el ensayismo y la crítica (un ejemplo es su libro “Prosa armada”).
Usted dijo en algún momento que “falta todavía un trabajo que apunte a desentrañar las constantes estilísticas y deslindar posibles etapas” en la obra de Sosa. ¿Se propone asumir ese reto?
Dejo ese reto para los jóvenes formados en las aulas de la querida carrera de Letras de la UNAH-VS (y, desde luego, para cualquier otro analista que asuma ese tipo de tareas “con mejor pluma” que esta servidora).
¿Qué le depara el futuro a la obra de Roberto Sosa?
Sosa ya tiene asegurado un lugar muy digno dentro y fuera de las letras de Honduras. Él aspiraba a trascender las fronteras patrias y ya lo ha hecho. En el marco de las políticas educativas y culturales de Honduras, la difusión y el estudio de su obra debe ser una prioridad insoslayable.

  • Perfil Sara Rolla
Nació en 1947 en la ciudad de Bolívar, provincia de Buenos Aires, Argentina. Es profesora en Letras en el grado de Licenciatura por la Universidad Nacional de la Plata, Argentina, 1971. Es miembro, desde 2001, de la Academia Hondureña de la Lengua. Ha desempeñado labores como docente en el área de Letras en la Universidad Nacional de La Plata, Argentina, de 1971 a 1978 y en 1986; en la Universidad Nacional Autónoma de Honduras, en San Pedro Sula, de 1979 a 1985 y de 1987 a 2007. Fue coordinadora de la Carrera de Letras en dicho centro durante tres períodos.

Entrevista también publicada en tiempo.hn.

miércoles, 25 de mayo de 2011

Roberto Sosa, el poeta universal


Foto: Gerardo Torres.
En un país en donde pocos leen, y mucho menos poesía, meritorio es saberse reconocido por muchos. Es el caso de Roberto Sosa, el poeta hondureño que cualquiera, aunque no leyera poesía, podía reconocer hasta hace poco caminando por las calles del centro de Tegucigalpa.
Con sus 81 años a cuestas tenía que ser el corazón el que le exigiera la retirada. Un paro cardíaco, dictaminaron los médicos. Pero durante tanto tiempo se mantuvo erguido, al filo de la palabra, siempre puntual, con su poesía, en la observación de temas tan distintos como la sociedad, el amor o la política.
Sosa es el poeta del pueblo por excelencia, el poeta difícil de olvidar porque un día se acordó de los pobres, el poeta que sufrió, hasta el último momento, por no tener la capacidad de multiplicar los panes y el que aconsejó no creer que la sonrisa de un payaso es su verdadera sonrisa.
Sosa es lectura obligada para todo aquel que quiera probar el sabor de la mejor poesía hecha en Honduras. Sosa es ese hombre de barba blanca que se ve en las fotografías que cuelgan en las paredes de las escuelas y los colegios o en la cabecera de la cama de algún poeta joven, sustituyendo al crucifijo.
Quizá ahora que su desaparición física es la noticia empiecen todos a recordar que en 1968 se convirtió en el primer latinoamericano en ganar el premio Adonáis, en España, y que tres años después, en 1971, ganó también el Casa de las Américas, en Cuba, uno de los más importantes de todo el continente.
Desde entonces sus poemas empezaron a ser traducidos al alemán, chino, francés, inglés, italiano, japonés y ruso. Y empezó él también a viajar, a exportar la poesía hondureña adonde quiera que lo invitaran.
Nació en Yoro en 1930 y es autor de unos 20 libros, la mayoría de poesía pero también de ensayo, de entrevistas y antologías, y tuvo una trayectoria que lo llevó a ser considerado uno de los mayores poetas de Centro América.
Realizó estudios de maestría en Artes en la universidad de Cincinnati. Dirigió revistas literarias y hasta galerías de arte y fue catedrático de español en la Universidad Nacional Autónoma de Honduras, UNAH. Llegó a ser profesor de literatura y escritor residente en el Upper Montclair College de Nueva Jersey.
Fue siempre un hombre celoso y cuidadoso en la publicación de sus poemas y aunque se sentía un hombre plenamente identificado con la sociedad hondureña, siempre aspiró a que su poesía trascendiera lo nacional y buscara lo universal.
De gestos discretos y voz suave, casi susurrante, también se caracterizó por ser un hábil conversador. No se le conocieron nunca episodios de ligereza verbal pero sí de fina ironía, rasgo que le granjeó complicidades y una que otra enemistad.
Su último reconocimiento en vida es muy reciente: el del Premio Rafael Alberti, en Cuba, por el conjunto de su obra. Dicen que hasta el domingo trabajaba entusiasmado con un nuevo proyecto editorial encomendado por la UNAH. Dicen que se fue o que aún se mantiene “como en espera de algo que no existe”.

QUIENES LO LEYERON OPINAN:
“La muerte de Roberto Sosa significa una pérdida insondable para la literatura hondureña. Sosa fue un poeta riguroso, disciplinado, que supo encarar la escritura como un oficio, en base al manejo inteligente de las palabras, al trabajo finísimo con el lenguaje poético aunado a un extraordinario vuelo imaginativo. La sensación que queda tras su partida es la de orfandad, la del desaparecimiento de nuestro poeta mayor que siempre permanecerá en la memoria”. Hernán Antonio Bermúdez, crítico literario.

“He sentido un dolor profundo. Perder un gran poeta es como perder parte del alma nacional. Roberto Sosa es un símbolo de la dignidad, del orgullo de ser hondureño y gran artífice de la poesía continental. Me parece que algunos de sus poemas quedarán para siempre”. Rafael Murillo Selva, teatrista.

“La expresión de sus ideas en público, tanto en la platica común como en charlas y conferencias dictadas dentro del país o en el exterior siempre fue el fiel reflejo de su ideología, una ideología que partía del idealismo con el que construía un mundo para todos dividido”. Eduardo Bähr, narrador.

“Es importante darle la dimensión de poeta que era, a la altura de Ernesto Cardenal, Álvaro Mutis, Octavio Paz o Joaquín Pasos, de toda la gente de vanguardia. Las dos grandes figuras que marcan la poesía iberoamericana son Neruda y Vallejo. Inmediatamente después aparecen los poetas de vanguardia y Roberto Sosa está entre ellos”. Marco Antonio Madrid, poeta.

OBRA PUBLICADA POR ROBERTO SOSA:
Caligramas, Muros (1966), Mar interior (1967), Breve estudio sobre la poesía y su creación (1967), Los pobres (1968), Un mundo para todos dividido (1971), Prosa armada (1981), Secreto militar (1985), Hasta el sol de hoy (1987), Obra completa y Antología personal (1990), Diálogo de sombras Máscara suelta (1994) y El llanto de las cosas (1995), Digo mujer (2004).


SUS PALABRAS:
“Yo me siento fundamentalmente un hondureño. No podría sentirme de otro país. He nacido aquí, he vivido aquí y espero morirme aquí. Estoy plenamente identificado con la sociedad hondureña. Sin embargo, en el trabajo poético que hago, pretendo —y es una pretensión— que no sea localizado dentro del mundo hondureño sino sobre un techo universal. Básicamente lo que me importa es la universalización del texto poético”.

viernes, 20 de mayo de 2011

Destruyen obra de fotógrafo Andrés Serrano


La fotografía de Andrés Serrano destruida en Francia.
Hace poco más de un mes, la obra "Piss Christ" de Andrés Serrano, fotógrafo de raíces hondureñas de quien ya hablamos en otra ocasión, fue destruida a martillazos en el Museo de Arte Contemporáneo de Aviñón, tras la celebración de una manifestación católica en esta región de Francia. La obra data de 1989 y ya había probado la furia de los fervientes católicos y de algunos grupos conservadores del Senado de los Estados Unidos, que denunciaban "su carácter herético e insultante". Es hermoso cómo el mundo, con esa careta de falsa moral, quiere desbaratarlo todo. Será que ahora sólo hay que pintar angelitos, escribir libros de motivación y fotografiar caritas de niños rechonchos y felices? 

En este enlace pueden leer la nota completa.

miércoles, 11 de mayo de 2011

Pitol autobiográfico


Ayer recordábamos aquí a Sergio Pitol y hoy nos encontramos con la noticia de un nuevo libro suyo: Una autobiografía soterrada (Anagrama). Esto es lo que dicen en la página de la editorial sobre la obra del maestro mexicano:
Oscilando entre el ensayo y el relato, este libro examina aquellos recuerdos, viajes y personas que conformaron el estilo de Sergio Pitol: su primer viaje en barco, la escala en La Habana que le deparó una noche alucinante; el influjo de la fiesta; su interés por ambientes e historias familiares; la escritura de sus novelas durante el extenso exilio europeo; su pasión por las zonas oscuras y los seres excéntricos. En los cinco relatos y la conversación con Carlos Monsiváis aquí reunidos, Pitol, Premio Juan Rulfo en México y Premio Cervantes en España, demuestra ser hijo de todo lo visto y lo soñado, pero también de la literatura misma. Una autobiografía soterrada revela los mecanismos internos de una obra plena de misterios en la cual no es extraño que el autor se transforme en el protagonista de sus propios relatos.
Y esto es lo que dice Javier Aranda Luna en una reseña del libro publicada en La Jornada:
Una autobiografía soterrada es el último libro de Sergio Pitol y el final de su obra como afirmó hace unos días el propio escritor. También es uno de sus textos más sorprendentes pues nos muestra con claridad esa fuga de géneros literarios donde cohabitan la autobiografía y la ficción y donde el ensayo y el cuerpo narrativo se han unificado en su obra. Su autobiografía también es una logradísima radiografía de su quehacer literario. Todo está en todo.

martes, 10 de mayo de 2011

El Pitol duplicado

Sergio Pitol.
Hacía mucho que no traíamos a Enrique Vila-Matas a este blog. Hoy, nos cuenta un curioso episodio con Sergio Pitol en Burdeos:
Si bien ya había dado mi versión del extraño suceso de Burdeos, la de Álvaro Enrigue en El Universal, versión que en nada difiere de la mía, viene a confirmar que lo ocurrido, efectivamente, nos dejó a todos atónitos. Hace dos años, hubo un homenaje a Sergio Pitol en la Universidad de Burdeos, y hacia esa ciudad viajamos algunos de los conferenciantes. Nada más llegar, consternados profesores y alumnos nos informaron de que Pitol ni estaba ni se le esperaba en las siguientes horas. Hacía ya dos días que tendría que haber llegado, pero había olvidado el pasaporte en su casa de Xalapa y en DF había tenido que dar vuelta atrás y, en fin, entre una cosa y otra, aún no había cruzado el Atlántico.
Álvaro Enrigue cuenta el extraño momento en el que recibimos una llamada en la recepción del hotel: era el secretario de Pitol desde Xalapa, diciendo que el avión del escritor acababa por fin de despegar del aeropuerto de Benito Juárez. Nada más colgar el teléfono, Pitol se asomó por las escaleras y nos pidió ayuda para abrir una maleta. "Nunca supimos", dice Enrigue, "si el Sergio Pitol real fue al que homenajeamos al día siguiente, o el que estaba subido a un avión".

El artículo completo en elpais.com.

lunes, 9 de mayo de 2011

Así se escribe un crimen


G. K. chesterton. El escritor inglés, creador del Padre Brown, durante un paseo por Brighton en 1935. AP

Un excelente artículo de Paula Corroto en publico.es que nos trae de vuelta a Chesterton, quien desvela en el inédito Cómo escribir relatos policiacos las claves del éxito del género más popular desde el siglo XIX:
"Tenía una cara redonda y embotada como un buñuelo de Norfolk; tenía unos ojos tan vacíos como el Mar del Norte, y llevaba varios paquetes de papel de estraza que no conseguía mantener juntos". Esta es la primera descripción que tenemos del Padre Brown, aparecida en el relato policiaco La cruz azul en 1910. El famoso detective con sotana creado por G.K Chesterton (Londres, 1874-1936) es, a primera vista, un hombrecito corriente, normal.
El escritor inglés quería dotar a los relatos de crímenes de una naturalidad alejada de los artificios, desviarla de enrevesados planteamientos con el fin de llegar a todos los lectores y elevarla así a los altares de la buena literatura. Porque como él mismo afirmó una vez, "[el creador de Sherlock Holmes] escribió una obra muy buena en forma popular y descubrió que, precisamente, por ser buena era también popular".

Conan Doyle y Poe
Chesterton, de quien se cumplirán 75 años de su muerte en junio, dejó escrita esta frase en uno de los artículos del manual Cómo escribir relatos policiacos que publicará Acantilado el próximo 13 de mayo. Es una especie de libro de instrucciones editado a partir de la bibliografía que hizo John Peterson tras descubrir el relato La máscara de Midas en 1991. En él, el escritor muestra con mucha ironía sus trucos para engañar al lector sin considerarlo un idiota -por ejemplo, no mostrarle pistas falsas que el propio lector sabe que lo son- y hacerle pasar un rato divertido. Pretendía reivindicar, además, un género que, ya en su época, para muchos críticos aún desprendía un tufillo a novela de cuarta, a pesar de contar con escritores como Agatha Christie.
Parte de dos autores fundamentales, Arthur Conan Doyle y Edgar Allan Poe, los grandes maestros de la gran literatura de misterio. Al primero, "por crear el único personaje desde las creaciones de Dickens que ha pasado a la vida y a la lengua populares para convertirse en un ser parecido a Papá Noel", y al segundo, por poner "la lógica de un filósofo y un poeta" al servicio de la literatura criminal en relatos como "el hasta ahora insuperable" Los crímenes de la calle Morgue.
Chesterton no llegó a conocer a Dashiell Hammett, Raymond Chandler y su detective Philip Marlowe, o James M. Cain, autor de El cartero siempre llama dos veces, todos ellos creadores del hardboiled americano en los años treinta (murió en 1936), un género más crudo, alejado de la novela de enigma que defiende el inglés. Lejos le quedan también Patricia Highsmith, P. D. James, Edward Bunker, Lawrence Block, James Ellroy y Henning Mankell. No obstante, en todos ellos se encuentran algunas de las directrices que analizó Chesterton.

Relato frente a novela
Lo primero que tiene que hacer el escritor antes de atacar el crimen es posicionarse del lado de los degolladores o de los envenenadores. Los primeros son los que pronto sacan el cuchillo. A las pocas páginas hay varios muertos, la investigación está en marcha y, con suerte, la resolución bastante cercana.
Con más de 35 relatos sobre Brown, Chesterton era uno de estos rebanadores de cabezas: "Sí, yo soy uno de esos groseros rufianes a sueldo armados sólo con una navaja", escribe.
Una vez más, vuelve a Conan Doyle y Poe para criticar a la novela frente al relato, por una razón muy simple: "En una novela larga, la verdad parece a menudo un anticlimax cuando habría sido ágil y brillante en un relato corto". Fuera complicaciones. La misión es siempre ir al grano del asunto.

El triunfo de la sencillez
A pesar de que Herbert Spencer dijera que el progreso es el avance de lo simple a lo complejo, para Chesterton es todo lo contrario. El éxito humano es un paso de lo complicado hacia lo más sencillo. Resolver problemas consiste en limpiarle todas sus complejidades. Y de eso tratan también los buenos relatos criminales.
Un asesinato es siempre algo "confuso y apasionado", como dice el escritor, y el detective se esfuerza en terminarlo con algo "tan obvio y desapasionado como es la ley". Lo que le interesa al lector, al fin y al cabo, no es conocer lo inexplicable, sino que le aclaren los hechos. Ahí está también una de las grandes bazas que este género siempre ofrece: no hay nada más agradecido que pasar del no saber al saber. De hecho, como escribe el ingles, "el relato de detectives se distingue de otro en que el lector solo está satisfecho si se siente un tonto (...) La brusca transición desde la ignorancia a la sabiduría puede ser buena para su humildad". Por eso, Chesterton se aleja de los escritores que juegan con el anticlímax: "El lector quiere que le lleves hasta el final y no le dejes tirado en una zanja".
En esta simplicidad entran los libros de Agatha Christie, una escritora admirada por su compatriota. Su estructura es bastante obvia: asesinato, dudas, investigación y, finalmente, resolución del caso. Y a la vez resultan bastante entretenidas. Eso no quiere decir, sin embargo, que su escritura sea fácil. Chesterton compara al género policiaco con el de aventuras para afirmar que es mucho más complicado dedicarse al primero: "Planificar una especie de carreras con emboscadas para que el protagonista esté en constante peligro es tan fácil de escribir como de leer. Pero concebir una trampa sin que los expertos reparen en una trampa es harina de otro costal".

El criminal ambiguo
Aunque un crimen sea siempre algo que se sale de la norma, para el autor de El candor del padre Brown, la clave de todo relato está en la apariencia doméstica de la historia. En esa cotidianidad están implicados los protagonistas.
Sus propios relatos son así: comienzan con afirmaciones que parecen normales, pero después el lector se va dando cuenta de que nada es lo que parece. Y el escenario puede ser el más banal: durante una cena, una partida de cartas, una reunión o un paseo por el parque. A modo de ejemplo, Chesterton analiza el relato de Conan Doyle Estrella plateada. En él, un supuesto ladrón ha robado un caballo y matado al entrenador que lo cuidaba. Aparecen varios sospechosos, pero, al final, la explicación del crimen es obvia: es el caballo el que mató al entrenador.
Como crítica social, en sus cuentos los banqueros siempre son asesinos. "El causante debe ser una figura familiar en una función poco familiar", escribe el inglés. Así, vale más que el asesino sea el mayordomo que una vasta organización criminal, porque "es alguien que ha decidido aceptar la marca de Cain y en cierto modo eso implica al alma humana". Eso sí, hay una marca muy característica en los relatos de Chesterton: los banqueros suelen formar parte de los malos. Esta pequeña burla equivale a una crítica social que luego acabó convirtiéndose en uno de los grandes pilares del género negro.
Percisamente, la afirmación de que el criminal debe ser siempre alguien con cierta ambigüedad se puede encontrar también en las novelas de Patricia Highsmith. Ella es la creadora del sibarita Tom Ripley y el descarnado Bruno Anthony, protagonista de Extraños en un tren. De nuevo, la sombra de Chesterton parece muy alargada.

Investigador común
El alma humana, con su capacidad para cometer el bien y el mal, también está presente en el personaje del policía, detective o investigador que resuelve el caso. El famoso padre Brown fue creado a partir de la figura del cura irlandés John O'Connor, de Bradford. Físicamente no era bajito ni enjuto como Brown, pero poseía un rasgo que entusiasmó a Chesterton: parecía que no se enteraba de nada, pero en realidad, debido a un pasado turbio, sabía más de criminales que de bondadosos.

Además de esta unión entre el bien y el mal -presente en libros tan contemporáneos como los de David Simon, creador de The Wire- , otro rasgo que aconseja el escritor para el investigador es que sea un tipo inteligente, pero que no malgaste su inteligencia en los grandes asuntos sino en lo más trivial, ya que para él eso constituye "una especie de descabellada poesía de lo vulgar", punto de partida para que los relatos de Conan Doyle sean considerados buena literatura.

Una novela moral
Chesterton nunca fue un moralista, pero para el escritor "una novela de género negro siempre es moral, ya que, como decían los griegos, toda obra moral es aquella que estaba repleta de locura y muerte". Además, son historias que eluden el cinismo de las que, bajo una apariencia moderada chocan profundamente con la moral de la época. Por eso, el inglés, a pesar de profesar el cristianismo, es ampliamente leído por agnósticos y ateos.
También para este éxito entre sus lectores tenía su propia teoría: "La novela de crímenes son la parte más moral de la ficción moderna. Cualquier tipo de literatura que represente la vida de un modo tan peligroso es más verdadera que cualquier otro que la represente de forma lánguida. La vida es una lucha y no una conversación".

Las Barcelonas de Juan Gabriel Vásquez


JGVásquez en la entrada de la iglesia de Santa María del Mar.
Un recorrido por las distintas Barcelonas que configuran 12 años en la vida del narrador colombiano Juan Gabriel Vásquez. Por: Andrés Ramírez Mejía para elespectador.com:
Es viernes. Son las 3 de la tarde y aunque hace un poco de frío, el sol primaveral empieza a calentar el ambiente de las calles. En la plaza del Macba (Museo de Arte Contemporáneo de Cataluña) hay gente de todo el mundo. Turistas y residentes que cumplen con el sagrado mandamiento de perderse por las calles de Barcelona.

Juan Gabriel Vásquez es uno de ellos, aunque lo deje para más tarde. Por ahora sólo quiere internarse en el interior de la librería Central del barrio El Raval, contigua al museo. En el recinto no es el flamante escritor que ganó el Premio Alfaguara de Novela. No es el autor que ha sido entrevistado por un sinnúmero de periodistas. En la librería es el lector voraz que compra una vez más El gran Gatsby de F. Scott Fitzgerald. “Es uno de mis libros fetiche. Tengo más de cinco ediciones del texto”, confiesa.

La librería es uno de sus lugares preferidos, un sitio por el que se siente hipnotizado y perderse por las calles de Barcelona es uno de sus rituales. Ya son 12 años de vivir en la ciudad condal. Lugar en el que escribió todos sus libros. Hogar de su esposa y sus dos hijas, así que es un hecho, Vásquez transpira la ciudad por sus poros. La Barcelona del escritor bogotano son varias Barcelonas dilatadas en el tiempo. Una especie de matrioska que contiene la Barcelona de la Barcelona de la Barcelona. En el trayecto que separa al Raval de la Rambla, unos cinco minutos caminando, el autor recuerda las razones por los cuales decidió asentarse en la capital de Cataluña. “Elegí la ciudad por dos motivos. Tiene una industria editorial fuerte y al llegar mi principal objetivo era ganarme la vida por medio de los libros”. Así lo hizo, el bogotano trabajó como traductor para diferentes editoriales, como crítico literario para publicaciones culturales y de profesor. La otra razón es de orden romántico. “Siento que la ciudad acoge a los escritores latinoamericanos. García Márquez, Vargas Llosa y José Donoso, entre otros, estuvieron aquí”.

La Rambla es un hervidero: estatuas humanas, paquistaníes vendiendo chucherías, ladrones y turistas, más turistas. Vásquez va del presente al pasado como en un juego literario. La Rambla es sólo un espacio por el que camina. Sin embargo, con sus palabras evoca una Barcelona que dejó de existir, o mejor, que sólo existe en sus recuerdos. “En mi primer año en la ciudad casi no salía. Hubiera podido estar en cualquier parte del mundo. En esta etapa escribí Los amantes de todos los santos, un libro de cuentos que sin ser autobiográfico rememora mi estancia en París y en las Ardenas belgas.

“Los relatos cuentan historias de amores tristes y se desarrollan en ambientes grises e invernales. Recuerdo que una de mis rutinas al escribir era escuchar una y otra vez Eleanor Rigby, una de las canciones más tristes que se han escrito y que asocio con mi estado mental de la época”. Trabajar en la revista literaria Lateral le hizo tener otra percepción de Barcelona. “Dos años después la ciudad cobró sentido. Empecé a entenderla y a relacionarme con ella de una manera directa. La ciudad se me abrió. En la revista conocí a escritores como Mathias Enard y Jorge Carrión, que con el paso del tiempo se han convertido en cómplices literarios. Fueron años que recuerdo con mucho cariño porque estaba escribiendo Los Informantes, novela que sentía, iba a ser importante para mi carrera como escritor”.

Vásquez camina sin prisa y observa el entorno. Se interna por un callejón que va directo a otro de los corazones de Barcelona, el Barrio Gótico. Este es uno de los sectores más antiguos de la ciudad. Una especie de laberinto compuesto por plazas, callejones y joyas arquitectónicas como la iglesia de Santa María del Mar. En este punto del trayecto el escritor rememora otra de sus Barcelonas, la de la etapa de escritura de Historia secreta de Costaguana. “El proceso creativo de la novela está asociado con el nacimiento de mis hijas, de hecho, el libro está dedicado a ellas. Costaguana tiene que ver con un cambio absoluto de prioridades y maneras de organizar mi vida. En esta instancia ya tenía una relación estrecha con la ciudad”.

Su Barcelona de aquella época tiene que ver con su consolidación como narrador, con sentirse conectado con la ciudad de una manera profunda. “La ciudad tiene una cosa muy particular. Con el tiempo uno se termina convirtiendo en un escritor de Barcelona a pesar de la nacionalidad. Es decir que en los círculos culturales te terminan identificando como un escritor de Barcelona, así no escribas de la ciudad. En ese sentido la capital de Cataluña es incluyente. Tradicionalmente Barcelona ha estado abierta a los intercambios culturales. Tal vez por su tradición de izquierda, porque se habla otra lengua y porque en el época de Franco fue la antítesis de una Madrid más cerrada. La vida cultural de Barcelona impulsó cambios muy profundos en la democracia española a partir de la muerte de Franco y en parte la gauche divine fue la responsable”. El recorrido continúa. La parada final es la casa donde, dicen, no se sabe si por una estrategia turística o porque ocurrió en la realidad, vivió Miguel de Cervantes. Lo cierto es que el edificio está ubicado en el número 2 del Passeig Colom. Al llegar al lugar, Juan Gabriel Vásquez se queda observando la placa incrustada en la fachada del edificio donde se lee que el escritor de Don Quijote pasó allí una temporada. La Barcelona actual de Vásquez es una ciudad amable, a la que le debe mucho, según dice. “Barcelona es una ciudad que respeta la intimidad, que no se le mete a uno en la vida, que permite con mucha facilidad que uno proteja el tiempo de escritura y si uno quiere puede vivir absolutamente al margen de todo”. Tal vez esa es la nueva cara de Barcelona con la que el narrador bogotano se va a encontrar. El rostro que le permita escribir su siguiente novela para seguir consolidándose como uno de los escritores más importantes de la nueva generación de narradores colombianos. Vásquez se despide con la amabilidad de la que ha hecho gala mientras caminamos por las calles de Barcelona. No va a hacer otra entrevista, ni a preparar una de sus conferencias. Sus gemelas lo reclaman como padre.

lunes, 2 de mayo de 2011

Después del fin


Borges y Sabato.
Ricardo me envió un mensaje el sábado con la noticia de que Sabato había muerto y sólo me puse a recordar aquellos primeros años de la universidad en los que nos pasábamos, emocionados, cada libro nuevo que íbamos descubriendo de él. Han transcurrido muchos años desde entonces y transcurrieron también muchos años desde que Sabato, quizá presintiendo su muerte, escribió Antes del fin en 1999. "Voy a llorar cuando ese viejito se muera", le dije a Ricardo un día... Nos gustaba ver aquella foto en la que se le veía con Borges en un café de Buenos Aires. Y hay una frase suya que siempre citamos: "El mundo nada puede contra un hombre que canta en la miseria".