sábado, 27 de abril de 2013

El cuerpo y su memoria llegará en junio

Rafael Murillo Selva.
Juan Carlos Rivera, periodista de diario Tiempo, preparó esta nota en la que anunciamos la próxima aparición conmimalapalabra editores de El cuerpo y su memoria, un libro en el que Rafael Murillo Selva plantea, a través de pequeños viajes por la historia, las preguntas necesarias acerca de eso que todo el mundo llama "identidad":
Hacer tamales, comer montucas o cantar el Himno Nacional cuando juega la selección de fútbol no reflejan realmente la identidad de Honduras.
Ese es el concepto que el dramaturgo hondureño Rafael Murillo Selva aclara sobre la identidad hondureña en su libro El cuerpo y su memoria que saldrá publicado a mediados de año por la editora Mimalapalabra.
Giovanni Rodríguez, editor de El cuerpo y su memoria, en una entrevista con diario Tiempo, adelantó que Murillo Selva en esta obra expone una serie de textos en los cuales “aborda el tema de la identidad (tanto cultural como nacional), un concepto que ha sido bastante manoseado”. “Este es un libro interesante porque el autor presenta las preguntas para definir qué es la identidad. Todos son artículos que él ha publicado a lo largo de cincuenta años”, dijo el editor del libro del famoso dramaturgo.
Murillo Selva, autor de la obra teatral Loubavagu o El otro lado lejano presentada más de mil veces en diferentes partes del mundo, le ha encargado a Rodríguez de Mimalapalabra la edición de su primera obra de obras sueltas sobre uno de los temas que, a lo largo de su carrera intelectual, le ha puesto mayor empeño por la complejidad e importancia que tiene en una sociedad. “Hay quienes piensan que la identidad es comer montucas, comer tamales, comer frijoles. Eso forma parte mínima de la identidad. La identidad es algo que le permite al individuo reafirmarse como miembro perteneciente a una comunidad específica”, dijo Rodríguez.
En cerca de doscientas páginas que formarán El cuerpo y su memoria, este dramaturgo hondureño plantea la identidad a través de la historia, la política, el fútbol y las diferentes expresiones culturales. “Según Murillo Selva, Honduras tiene una identidad, pero los hondureños no saben dónde encontrarla y por donde comenzar a aprehenderla”, dijo Rodríguez. Considerando el planteamiento de Murillo Selva, según Rodríguez, “el hondureño necesita reafirmar su identidad para superar la crisis social, política y económica, pero hay que hacer más conciencia, hay que hablar más del asunto de manera rigurosa y no de manera ligera”.
El cuerpo y su memoria llegará a las librerías entre junio o julio.

martes, 16 de abril de 2013

Vila-Matas sobre el humor de Monterroso


Augusto Monterroso.
Augusto Monterroso, ese "señor de las moscas", es el objeto del último artículo de Enrique Vila-Matas en su columna Café Perec de El País, como uno homenaje al cumplirse 10 años del fallecimiento del escritor guatemalteco. El humorismo de Monterroso, dice Vila-Matas, es lo que hace falta en España, un "país sin humor", distinto a Honduras, un país con excelente sentido del humor pero casi siempre lejos éste de su literatura, y más lejos aún de sus "lectores".
Todas las moscas son distintas. Mi preferida está en este cuento mínimo de la gran Lydia Davis: “Al fondo del autobús, en el baño, esa mínima pasajera ilegal, camino de Boston”.
Muy diferentes son las moscas entre sí, pero se parecen. Augusto Monterroso, experto en ellas, solía decir: “La mosca que hoy se posó en tu nariz es descendiente directa de la que se paró en la de Cleopatra”. El mundo de las moscas sin ley siempre le atrajo y planeó una antología general sobre tan enmarañado universo. Finalmente abandonó el proyecto porque tendía a lo infinito y él era un escritor de brevedades. Pero conviene aclarar que no ignoraba que el escritor de brevedades nada anhela más en el mundo que escribir textos interminables. Esto pude descubrirlo el mismo día de verano en que en un bar de Barcelona conocí a Monterroso y, en medio de la animada conversación, me contó de golpe una historia que vi con toda claridad que desmentía su exclusiva afición por lo breve. Erase una vez, me dijo, una cucaracha llamada Gregorio Samsa que soñaba que era una cucaracha llamada Franz Kafka que soñaba que era un escritor que escribía acerca de un empleado llamado Gregorio Samsa que soñaba que era una cucaracha.
Quedé petrificado. Con el tiempo he confirmado que su obra solo en apariencia es breve. La prueba está en que a cada nueva reedición de sus historias la obra parece nueva. Es lo que me ha ocurrido con El Paraíso imperfecto. Antología tímida (edición de Carlos Robles Lucena, Debolsillo), donde por suerte no hay quien tropiece nunca con el célebre dinosaurio (a veces parece que solo hubiera escrito ese cuento), pero sí, en cambio, con una destilación inteligente de lo más divertido de su obra. El prólogo que escribiera Monterroso para su Antología personalde 1975 sirve aquí de cierre del volumen: “Como mis libros son ya antología de cuanto he escrito, reducirlos a esta me fue fácil; y si de esta se hace inteligentemente otra, y de esta otra, otra más, hasta convertir aquellos en dos líneas o en ninguna será siempre por dicha en beneficio de la literatura y del lector”.
Así pues, su tendencia a corregir y a hacerse cada vez más pequeño no falta en esta nueva antología, tampoco su gran energía irónica: “Escribió un drama: dijeron que se creía Shakespeare; escribió una novela: dijeron que se creía Proust; escribió un cuento: dijeron que se creía Chejov; escribió una carta: dijeron que se creía Lord Chesterfield; escribió un diario: dijeron que se creía Pavese; escribió una despedida: dijeron que se creía Cervantes; dejó de escribir: dijeron que se creía Rimbaud; escribió un epitafio: dijeron que se creía difunto”.
Su hondo humor cervantino es precisamente el que falta en este país sin humor, este país extraviado e irrecuperable, incapaz de escapar de la lógica trágica del lugar. El humorismo, decía Monterroso, es el realismo llevado a sus últimas consecuencias, y excepto mucha literatura humorística, todo lo que hacemos tiene un lado muy risible; en realidad, el hombre es el único animal experto en hacer el ridículo.
A los 10 años de su muerte, es muy bueno volver a reírse con Monterroso y recordar su método tímido como sistema literario. Fue uno de los grandes, aunque era pequeño, y desde luego nunca le dieron el Cervantes, por ser tan grande. Socio involuntario del club de los narradores latinoamericanos (Rulfo, Onetti, Pitol, Arreola, Denevi, Wilcock, Ribeyro) que el boom no incluyó entre los suyos y que con el tiempo se han revelado mejores que muchos de los figurones de entonces. Se dice de Monterroso que, al igual que los verdaderos escritores, no dejó nunca de escribir: cuando dejaba de hacerlo, decía que lo posponía, y en estas postergaciones se le pasó la vida.

viernes, 12 de abril de 2013

¿Dónde está la cultura en SPS?

"La gran ciudad", como dijo alguien por ahí.
El texto que sigue lo escribí para una columna de diario Tiempo, una columna que decidí abandonar casi antes de publicar el primero de los artículos, a pesar de que los editores del diario no la olvidaron, como acabo de comprobar al descubrir en su web éste en el que hablo un poco sobre la cultura en San Pedro Sula:

Tradicionalmente, Tegucigalpa ha sido la ciudad hondureña con más actividad cultural en Honduras. El hecho de ser la capital le permite concentrar, además de la burocracia, algunas instituciones que son, generalmente, las que propician los espacios y “albergan” la cultura. San Pedro Sula, punto de encuentro de inmigrantes en busca de empleo, se ha dedicado más a trabajar, según el viejo cliché en el que también caben la Tegucigalpa “pensante” y La Ceiba “pijinera”.
Ni la verdad es tan así ni todo es siempre igual, por supuesto. En cualquier punto geográfico el trabajo, el intelecto y la fiesta resultan ser aspectos que conforman, en mayor o menor grado, algo de la identidad individual o colectiva de sus habitantes, y cultura puede encontrarse tanto en los espacios urbanos como en los rurales. De cualquier manera, es válido asegurar lo que dije al principio: la actividad cultural capitalina ha sido y continúa siendo la más ferviente del país.
Sin embargo, al intentar pensar en la San Pedro Sula de antes del Golpe de Estado de 2009, la memoria me trae las imágenes del cine en la calle, de festivales de teatro, conciertos, conferencias, presentaciones de libros, lecturas de poesía y narrativa, exposiciones de pintura y muchas otras manifestaciones artísticas que no requieren, necesariamente, un local específico para realizarse. La ciudad se había convertido en esos años previos al Golpe de Estado en un sitio de confluencia de la cultura de todo el país.
Ahí estaban el Museo de Antropología e Historia, el Centro Cultural Sampedrano, la Alianza Francesa, la UNAH-VS o el Centro Cultural Infantil, entre otras instituciones, pero también las calles, las plazas, los parques y cualquier otro espacio improvisado, para mostrarle al pueblo que el desarrollo no había que esperarlo sólo en la economía o en la infraestructura sino también en la cultura y en la promoción de la cultura, y que la base de ese desarrollo no residía necesariamente en la voluntad o en la disposición de los gobernantes locales sino también en la voluntad y el espíritu de los artistas y los promotores culturales. Flotaba en el ambiente la sensación de que al menos en el ámbito cultural la ciudad estaba creciendo.
Más de tres años después y el panorama, en el plano cultural, es otro. La economía sigue igual o ha empeorado. La delincuencia en las calles sigue igual o ha empeorado. La política sigue igual, y esa ya no puede ser peor. Pero las actividades culturales han disminuido considerablemente en San Pedro Sula. ¿Significa esto que está desapareciendo la cultura de la ciudad? ¿Que los artistas han emigrado o se dedican ahora a otras cosas? No lo creo.
La cultura, pese a todo, no desaparece. Si acaso, se mantiene en silencio mientras cambia sus formas, esperando el momento propicio para su revelación. Los artistas, los verdaderos artistas, no siguen las pautas sociales, pero observan, atentos, el devenir del mundo. Hay que esperar, entonces, que estos artistas y sus obras “se revelen”, y eso sucederá cuando tenga que suceder, no por la fuerza de arrastre de alguna corriente que involucra a muchos sino tan sólo porque les ha llegado su hora, su momento específico en la historia. Cuando eso ocurra, cuando se produzca de nuevo la coincidencia de todos esos momentos específicos, quizá podamos empezar a hablar, otra vez, de una eclosión cultural en San Pedro Sula. 

martes, 9 de abril de 2013

El historiador del erotismo masculino


P. Roth. Fuente: numerocero.es
Ya días tenía pendiente subir este excelente artículo de Juan Gabriel Vásquez sobre Philip Roth. Como ya deben saber, Roth anunció hace algunos meses que dejaría de escribir. Lo que pocos sabíamos es que ya estaba en imprenta su última novela, Exit Ghost, que representará el adiós de su personaje Nathan Zuckerman, un personaje "que ha sacudido las conciencias de hombres y mujeres a través de su sexualidad", según se lee en nota, importada de la Revista Arcadia:
En pocos días terminará una de las relaciones más intensas de la literatura del siglo XX: la que los lectores de Philip Roth han tenido, a lo largo de treinta y tres años, con un hombre llamado Nathan Zuckerman. Me refiero, por supuesto, al narrador y a veces protagonista de ocho (pronto serán nueve) de los veintiocho (pronto serán veintinueve) libros de Roth. Es con la voz de Zuckerman que Roth narra su maravillosa trilogía: Pastoral americana, Me casé con un comunista y La mancha humana. Es con la voz de Zuckerman que narra otra pequeña saga, la serie de cuatro novelas que acabaron publicadas, en 1985, en un solo volumen: Zuckerman encadenado. Pero, sobre todo, es la voz de Zuckerman y su relación ambigua con las mujeres y con el sexo la que tienen en mente los críticos y lectores cuando hablan del álter ego de Philip Roth. Para muchos despistados, Zuckerman es Roth, y el novelista se ha visto obligado innumerables veces a aclarar que no, que no es así, que por favor. Es cierto que narrador y autor son judíos de Newark, es cierto que tienen la misma edad, es cierto que son novelistas, es cierto que publicaron un libro escandaloso en los años sesenta. Todo eso es cierto. Pero Zuckerman no es Roth, y Roth no es Zuckerman. Pues bien, en pocas semanas la confusión llegará a su fin, porque Roth continuará viviendo, y en cambio Zuckerman habrá desaparecido para siempre.
Así es. Según sabemos los fanáticos desde hace ya un tiempo, Exit Ghost, la novela que se publicará en octubre, cerrará para siempre el ciclo Zuckerman. No más problemas literarios mezclados con sexo, no más problemas políticos mezclados con sexo, no más problemas sexuales mezclados con política y literatura. Por medio de Zuckerman, Roth se ha convertido últimamente en el gran cronista de la realidad norteamericana, de sus infinitas ambigüedades, de sus idiosincrasias más inconfesables; pero quizás la seña de identidad que lo ha separado de otros grandes exploradores del alma de su país –Mailer, Pynchon, a veces Bellow– es la presencia, terca y ubicua, del sexo. “Yo sé –dice Coleman Silk, protagonista de La mancha humana– que todo error que pueda cometer un hombre suele tener un acelerador sexual”. En la novela, Silk se enreda con una mujer analfabeta y mucho más joven; al mismo tiempo, en el resto del país la gente se obsesiona con el affaire entre Bill Clinton y Monica Lewinsky, reviviendo lo que Zuckerman llama “la más antigua pasión comunal de los Estados Unidos, e históricamente el placer más peligroso y subversivo: el éxtasis de la mojigatería”. Es una buena descripción de la labor de Zuckerman a lo largo de estos años: hacer un inventario de esos errores y de esos aceleradores; enfrentarse al mencionado éxtasis, y siempre salir perdiendo. Pero ¿cómo comenzó el asunto?
El debut de Nathan Zuckerman sobre el escenario tiene lugar en 1974, cuando Roth publica una extraña novela que todavía no ha sido traducida al español: My Life as a Man. En ella conocemos a Peter Tarnopol, quintaesencia del hombre rothiano: un novelista que intenta resolver sus problemas con el sexo opuesto escribiendo sobre ellos. Para ser más precisos: intenta resolver sus problemas con la masculinidad, y la novela entera cuenta su esfuerzo por asumir su condición masculina, tanto la social como la erótica, de manera responsable. Así es que Tarnopol se embarca en un matrimonio destructivo con Maureen, una mujer paranoica y patológicamente mentirosa; en el terrible clímax de la relación, descubrimos que la mujer ha fingido un embarazo para mantener a su pareja a su lado. Pero no de cualquier manera: ha ido a comprarle una muestra de orina a una negra realmente embarazada que ha encontrado en la calle. En resumen: una verdadera joya.
Tarnopol, finalmente, descubre las mentiras y las manipulaciones, y se divorcia. Muchos libros después, los lectores de Roth nos enteraremos de que esos hechos ocurrieron realmente, de que esa relación caníbal estuvo a punto de destruir al Roth real, y de que My Life as a Man es el momento en que Roth echa mano de la literatura como exorcismo y tal vez como terapia: se inventa un narrador, Tarnopol, y le adjudica sus pesares. Lo cual es, exactamente, lo que hace Tarnopol, y lo que constituye la trama de My Life as a Man. Bajo el trauma de la relación, Tarnopol echa mano de la literatura como exorcismo y tal vez como terapia: se inventa un narrador y le adjudica sus pesares. Este narrador, álter ego de Peter Tarnopol que a su vez es álter ego de Philip Roth, no es otro que Nathan Zuckerman.
Tal como Roth, tal como Tarnopol, Zuckerman fracasa a la hora de asumir una masculinidad adulta y responsable. El divorcio lo deja en la quiebra; pero, lo cual es más grave, destruye su capacidad para la vida en pareja. Y durante las siguientes cinco de sus novelas –las cuatro deZuckerman encadenado más La contravida, una obra maestra de audacia narrativa que ha tardado veinte años en ser traducida al español–, Zuckerman lleva a cabo uno de los informes más completos que hay en la literatura sobre la sexualidad masculina en el fin de siglo. Cada una de estas novelas se pregunta: ¿qué significa ser hombre después de la revolución sexual? Y las respuestas siempre son imprevisibles. En The Ghostwriter, novela de 1979, Zuckerman, joven escritor que apenas ha publicado algunos cuentos, visita a su maestro, el gran novelista judío E.I Lonoff; lo que al principio parece ser un simple roman-à-clef sobre la educación sentimental del aprendiz (donde Zuckerman es Roth y Lonoff es Bernard Malamud o Saul Bellow o Henry Roth, o una mezcla de los tres grandes judíos), pronto se convierte en una atrevida fantasía. Zuckerman llega a convencerse de que una joven de nombre Amy Bellette es en realidad Ana Frank, que ha escapado de la Alemania nazi y se ha refugiado en Estados Unidos. Y como Roth es Roth, la reacción de Zuckerman es imaginarse a Amy insinuándose al viejo Lonoff, y luego masturbarse pensando en ella.
Esta, más que ninguna otra, es la clave del universo Roth: la transgresión. Cuando se publicóThe Ghostwriter, la escena de la masturbación hizo que los lectores retrocedieran hasta 1969, año de publicación de una de las novelas más famosamente transgresoras del siglo XX norteamericano: El lamento de Portnoy. Se trata de un monólogo de trescientas páginas en el cual Alexander Portnoy, un treintañero judío nacido en una familia dulce pero asfixiante al mejor estilo Woody Allen, se confiesa en el diván de su psicólogo (al mejor estilo Woody Allen), y trata de analizar las razones por las que no ha logrado encontrar placer alguno en su frenética actividad sexual. Nadie ha contado cuántas masturbaciones hay en la novela, pero déjenme decirles que la frecuencia es alta; de hecho, es célebre el comentario de Jacqueline Susann, una mediocre novelista que, tras el éxito sin precedentes de El lamento de Portnoy, dijo de Roth: “Sí, me gustaría conocerlo. Pero no me gustaría darle la mano”. ?
El lamento de Portnoy había sido una especie de himno a la década de los sesenta, una especie de oda a la liberación sexual. Pues bien, el éxito del libro (y sobre todo sus imprevisibles consecuencias) es la base de Zuckerman desencadenado, novela en la que también Zuckerman ha publicado un libro escandaloso: Carnovsky. Se sabe que Roth vivió en carne propia lo que vive Zuckerman en la novela: el malentendido de la fama, la confusión entre autor y personaje, la cantidad de incautos que se le acercaban para preguntarle: “¿De verdad se acostó con todas esas mujeres?”. La diferencia más importante entre la vida real de Roth y la vida inventada de Zuckerman es que en la novela el padre de Zuckerman muere. No solo eso: muere de alguna manera por culpa del libro de su hijo y del escándalo que el libro ha provocado, muere por la impresión que le ha causado verse y ver a su mujer caricaturizados en el libro de su hijo. Y muere con una palabra en la boca, un muy locuaz y nada paternal insulto anglosajón: Bastard.
De manera que a esto lo ha llevado su intento por llegar a buenos términos con su masculinidad: ha matado a su padre y se ha granjeado para siempre el desprecio de su hermano, los dos hombres más importantes de su vida. A nadie sorprenderá entonces que en la novela siguiente,La lección de anatomía, Zuckerman haya decidido dejar de ser escritor. Viaja a Chicago para estudiar Medicina. Pero la crisis de la masculinidad no da respiro al pobre: antes incluso de llegar a Chicago, mientras habla con un desconocido en el avión, Zuckerman ya ha comenzado a hacerse pasar por un pornógrafo. Es una de las escenas más cómicas de la literatura norteamericana. Pero la comedia, tan graciosa como cualquier cosa de los hermanos Marx, es además tan existencialista como el mejor Beckett, tan rotunda como cualquier Kafka.
Con el paso de los años, y a medida que Roth se ha hecho mayor, también se ha hecho mayor Zuckerman: en sus siguientes aventuras, desde La contravida hasta La mancha humana, se ha dedicado a explorar la vida de los otros más que la suya propia. Pero nunca ha olvidado que en el centro de todo está el sexo. Entre otras cosas, eso es lo que podemos esperar de Exit Ghost: un regreso de los tormentos sexuales, esta vez a la vida de un hombre maduro. Sabemos que Zuckerman ha quedado impotente después de una operación de próstata; sabemos que en Exit Ghost se encuentra de nuevo con Amy Bellette /Ana Frank, y sabemos que sufre por su impotencia. ¿Qué más podemos esperar de la nueva novela? Lo sugiere el título: Exit Ghost no solo se refiere al título de The Ghostwriter, sino que evoca uno de los más célebres momentos de la literatura: el fin de la escena de Hamlet donde el fantasma abandona el escenario. En cierto momento de La orgía de Praga, novela que sirve de epílogo a Zuckerman encadenado, leemos esta indicación irónica: “Entra Zuckerman, persona seria”. Desde ya comenzamos a leer: “Sale el fantasma”. Sale Zuckerman. Zuckerman se va. Y es una lástima.