lunes, 29 de septiembre de 2014

Nueva sección: "Los Premios Chucos"

Con la vuelta al ocio del editor plenipotenciario de este blog, mostramos ahora nuevos signos de vida. Aunque supongo que esto es algo que muy pocos habrán notado. Coincide esta vuelta con la de Los hermanos de la uva, más conocidos como Guaipe 1 y Guaipe 2, quienes me han dado, sin querer, la idea de una nueva sección para este blog mimalapalabrero: una nueva sección que se llame algo así como "Los Premios Chucos" o "Festín de Cuervos" o quizá tan sólo "Tormenta de Espadas" y que aluda al tema de los certámenes literarios en H, que siempre se han debatido entre la corrupción y el aldeísmo. Una nueva sección que funcione más o menos como la policía de los premios literarios en H. Y que ofrezca la posibilidad de llevar a juicio entre nuestros lectores a acusadores y acusados. (Este es el momento en el que los Señores Anónimos empiezan a echar saliva y a restregarse las manos...) Una sección cuya primera entrada está más que lista. ¿Por dónde empezamos? ¿Por quiénes empezamos?

martes, 16 de septiembre de 2014

Los informes de Bazlen

Bobi Bazlen.
Pudiera ser que exista un género literario que no conocíamos: el informe de lectura, o que ya lo conocíamos pero no considerábamos su importancia como género literario. O pudiera ser tan sólo que, sin estar pensando o no en la posibilidad de un nuevo género, nos interesemos por esos informes de lectura que escribió Bobi Bazlen, de quien nos habla Enrique Vila-Matas en esta ocasión en las páginas de El País:
Bobi Bazlen (Trieste, 1902-Milán, 1965) fue un legendario ágrafo que leía mucho y no ensalzaba a casi nadie, pero festejó como un loco la aparición de Gombrowicz: “Uno de los aliados más honestos que podemos tener en la verdadera revolución contra el amor, el arte, los principios inmortales y todas las tonterías de siempre”. Fue también un perfecto detector de la falta de talento de sus contemporáneos y de la recaída constante de muchos de estos en “las tonterías de siempre”.
Huyó tanto de la escritura que acabó apasionándose por la intervención directa en la vida de las personas. Una de sus amigas le recordó así: “Era maléfico. Se pasaba el tiempo ocupándose del vivir ajeno, de las relaciones de los otros, lo liaba todo: en suma, un fracasado que vivía la vida de los demás”. 
Como este “fracasado” opinaba que casi todos los libros de sus contemporáneos no eran más que notas a pie de página, apenas escribió nada, salvo un cuaderno de notas, una novela inacabada, y un montón de dictámenes literarios entregados a editoriales de Turín. Cuando hace dos años una selección de sus Informes de lectura (acompañados de unas cuantas cartas al poeta Montale) fueron publicados por la editorial argentina La bestia equilátera, algunos se enteraron entonces de que Bazlen no escribía, pero se le podía leer. En sus papeles hablaba de los mismos libros que publicaba entonces Carlos Barral en Barcelona: la prueba de que al menos en el terreno editorial no andábamos en nuestro país tan atrasados como en todo lo demás.
En esos informes califica a Blanchot de “acróbata inconsistente”, pero ensalza su ensayo La mirada de Orfeo. Confiesa no haber pasado de la página 30 de Los reconocimientos, de William Gaddis. Se ríe de un modo infinitamente serio de García Lorca, de Neruda, de Robbe-Grillet. Y, al ocuparse de El hombre sin atributos, de Musil, sentencia que es un libro importantísimo, pero nada comercial, pues la novela le parece “demasiado larga”, “demasiado fragmentaria”, “demasiado lenta, o aburrida, o difícil” y “demasiado austríaca”.
En una reciente reseña, Christopher Domínguez Michael observa cómo Bazlen nunca se olvidaba del factor comercial de un libro; parecía no perder jamás de vista que si sus dictámenes engañaban a la editorial y ésta se arruinaba, él iría directo al paro. Debería escribirse, propone Domínguez Michael, la historia del informe literario junto a la historia de su hermana-enemiga, la contraportada. Creo que sin duda daría para un exquisito relato: los informes de lectura eran siempre ferozmente sinceros; las contraportadas, en cambio, modosas y artísticamente hipócritas, aunque mucho más decorosas que el Blurb de nuestros días, esa “máxima para tarados”, lo llama Domínguez Michael, para quien si la contraportada pertenece al dominio de las virtudes públicas, el informe de lectura se origina en los vicios privados… ¿Mi conclusión? Pues que a medio camino entre el texto hipócrita y el excesivamente sincero, se encuentra el manuscrito ideal: aquel que alguien —tal vez un ágrafo trágico— escribirá algún día.

domingo, 7 de septiembre de 2014

El ruido y la furia de James Franco

Una de las primeras imágenes de El ruido y la furia, protagonizada y dirigida por James Franco.

Es difícil imaginar una adaptación cinematográfica de El ruido y la furia, aunque nos enteremos ahora de una hecha en 1959 por Martin Ritt, pero James Franco se ha atrevido y acaba de presentarla en la Mostra de Venecia, fuera de competición. Todos sabemos que Franco tiene una carrera exitosa como actor pero pocos sabemos que ha dirigido algunas películas, que estudió filología inglesa y escritura creativa en las Universidades de Yale y California, que publicó un libro de cuentos, que imparte clases en algunas universidades y que se interesa particularmente por las películas que tengan una relación más estrecha con la literatura. El asunto es que últimamente James Franco ha estado haciendo películas basadas en obras literarias o en escritores: una versión de Mientras agonizo, de Faulkner, otra sobre Bukowski, otra sobre Allen Ginsberg... Pero volvamos a El ruido y la furia, de la que hasta el momento no se ha dicho mucho:
"La novela escogida por el actor, hijo de una profesora de literatura y autora de libros infantiles, no era la más sencilla que podía adaptar. Franco, que se reserva el papel de Benjy en un auténtico festín de histrionismo interpretativo, ha apostado por una simplificación de la novela en esta adaptación. Para empezar, se ha desprendido del último capítulo, relatado por un narrador omnisciente, y ha apostado por centrarse en los pasajes que más le interesaban para comprimir las 350 páginas de la novela en 110 minutos de metraje" (El País).
"Hay algo esencialmente admirable en un tipo que se lanza a la dirección adaptando a Faulkner, McCarthy y otra vez a Faulkner. Y que lo hace buscando soluciones estéticas y narrativas (por muy discutibles que sean) que sirvan visualmente a los experimentos con el lenguaje y el punto de vista de los escritores que le gustan. Todos los que hayan leído «El ruido y la furia» saben que es tan imposible de adaptar como el «Ulises» de Joyce. Sin embargo, y fuertemente influido por el estilo asociativo de Malick, James Franco logra que los monólogos interiores de cuatro de los miembros de la familia Compton se traduzcan en imágenes mentales que se corresponden con el carácter y la sensibilidad de cada uno de ellos, y a pesar de los saltos en el tiempo, la historia llega con claridad al espectador". (La Razón).
“Mis películas como director nunca serán blockbusters, ni quiero que lo sean. El cine también puede ser arte puro y no solo entretenimiento para ganar dinero”, dice Franco, que además es profesor de literatura en Yale, integrante del grupo musical Daddy y autor de un libro de relatos, Palo Alto, inspirado en su adolescencia.

viernes, 5 de septiembre de 2014

Ehrenhaus, un argentino de "escritura personalísima"

Portada del libro de Andrés Ehrenhaus.
Aún no sabemos si el pleonasmo del título del primer libro de Ehrenhaus y el gerundio del último son deliberados (por lo que dice J. Ernesto Ayala-Dip en esta reseña parece que sí), pero no podemos negar que esos dos libros parecen interesantes. La nota viene de El País:
En 1993, el escritor y traductor argentino Andrés Ehrenhaus (que lleva casi cuarenta años viviendo en Barcelona) publicó su primer libro de cuentos, Subir arriba. La escritura en ese libro jugaba un papel preponderante en su propósito de plasmar el mundo cabeza abajo. Nada era lo que se decía que era. El rol de la connotación se enfrentaba al orden establecido de la gramática lineal. El absurdo y el léxico acrecentaban una sensación casi pantagruélica del humor y las malas pasadas a la sintaxis. El camino que recorría Ehrenhaus ya lo habían recorrido antes otros, pero ese libro suyo era como si dicha operación la acabara de inventar él mismo en ese mismo instante, un segundo antes de comenzar a leerlo. Cuatro años más tarde, publicó Monagatari. Esta vez su hechura me pareció reiterativa. Inventiva inspirada pero al final menoscabada por un exceso de cuadros humanos muy subordinados al chiste fácil.
Ahora tenemos un nuevo libro de Ehrenhaus. Se trata de 19 relatos cortos aglutinados bajo un título muy ehrenhausiano: Un obús cayendo despedaza. Antes que entrar en su evaluación, digamos algo respecto a las normas que el autor introduce en su personalísima escritura. Los lectores se encontrarán con varios términos de imposible comprensión si no son argentinos o no están familiarizados con el sistema. Es habitual en algunos barrios de Buenos Aires alterar el orden silábico de las palabras. Ehrenhaus lo hace, pero además incrementa el caudal de su uso. También introduce en su vocabulario palabras catalanas castellanizadas. Y expresiones extranjeras traducidas: por ejemplo, un narrador de unos de sus cuentos no se doblega ante un galicismo como à la page: dice muy orgulloso de su idioma “a la página”. Esto conviene comentarlo no porque el lector lo necesite, sino porque da informe preciso de un arte poético donde estos desajustes de la lengua ayudan a configurar el mundo narrativo tan singular de nuestro autor. Todo lo que se cuenta en Un obús cayendo despedaza remite a ver las cosas por su revés y su envés. Cada relato nos cuenta una historia corriente y, a la vez, nos cuenta la única manera de contarla si se hace desde el punto de vista (y de escritura) de Andrés Ehrenhaus. Veamos el cuento ‘Un cronocimiento’, por ejemplo: se nos relata un viaje a Bucarest para visitar el cementerio judío llamado Filantropía: en él hay enterrado un judío que se llamó Adolf Hittler (como el tirano pero con una t más): era sombrerero y murió en 1896 a los 60 años. Si el lector busca en Google este cementerio (como hice yo) se le informará de la penosa historia de esa tumba durante la ocupación nazi. Pero Ehrenhaus usa ese mojón histórico (que parecía inventado por él mismo) para colarnos una historia muy suya. Muy ehrenhausiana.
Andrés Ehrenhaus plantea un interesante problema a sus lectores. Sus historias representan a seres humanos a los que podemos reconfortar con nuestro afecto, odiarlos o reírnos de ellos. Pero son gente que nunca hemos visto, ni imaginado que existieran. El insolente mundo narrativo de Ehrenhaus es un mundo inesperado. Esta felicidad de leerlo.
Un obús cayendo despedaza. Andrés Ehrenhaus. Malpaso. Barcelona, 2014. 162 páginas. 18 euros

M. A. West, el novelista desconocido

 El escritor Alexis Ravelo, creador de M. A. West. / Quique Curbelo.
La historia mínima de M. A. West, escritor estadounidense, autor supuesto de una novela negra titulada El viento y la sangre, publicada en 1950 y rescatada del olvido en 1953 por una editorial española, es digna de atención. He aquí algunas pistas, encontradas en El País:
“La encontré tras un gran trabajo de investigación”, le dijo el escritor Alexis Ravelo a Pere Sureda, de Navona Ediciones. “Puede valer para la colección de novela negra”, sugirió. Sureda, reputado experto, la leyó y se la “tragó”, reconoce. Devolvió la llamada y Ravelo le dijo que se había inventado la biografía de West, sus referencias bibliográficas y los diez trabajos más que supuestamente tenía publicados el estadounidense; que la pieza no se había escrito en Estados Unidos, y que la traductora, la periodista Thalía Rodríguez, era cómplice de la trampa. La novela se escribió en Las Palmas de Gran Canaria en 2012 y su autoría era de quien le hablaba. Sureda dudó. Se enfadó unos instantes y admitió el mérito: “Juguemos a lo que quieras jugar, Ravelo”, le dijo.
“Después de ser cómplice del autor, se la pasé a grandes expertos y amigos que me devolvieron con un aplauso esta obra sin saber que su autor era canario, consternados por no conocer a M. A. West”, dice Sureda.
M. A. West, decía su falsa biografía, era un tipo en apuros económicos, con muchos hijos, que escribía para completar un sueldo que le permitiera sobrevivir.