domingo, 25 de febrero de 2007

Viajes por el Scriptorium, de Paul Auster

Alegoría de la creación
Por JAVIER APARICIO MAYDEU
Paul Auster brinda a los lectores una de sus obras más austerianas. Una novela metaficcional en la que convoca a sus criaturas literarias con más vida propia que nunca. Un juego de espejos entre la creación literaria y la realidad. Un día un hombre se despierta en su casa con amnesia y ve que cada elemento de su habitación tiene una etiqueta que los identifica y que servirá para reconstruir el pasado ficcional y real.
Arranca el nuevo libro de Paul Auster con un tal Míster Blank ("el señor-en-blanco") sentado al borde de una cama, solo, encerrado y enajenado como esos hombres de yeso moldeados por George Segal, siendo filmado y grabado mientras se pregunta quién es, dónde demonios está y qué sucede, y mientras alberga intensos sentimientos de culpa y "se levanta por fin de la cama, se detiene brevemente para no perder el equilibrio y, arrastrando los pies, se dirige al otro extremo de la habitación", como reencarnación de Gregorio Samsa en La metamorfosis. Sí, Míster Blank se encuentra en circunstancias kafkianas que traen a la memoria la situación del Señor K. en El Proceso. Sucede, sin embargo, que el enigmático espacio que ocupa, absurdo y elíptico como un escenario imaginado por Beckett -en Experimentos con la verdad ya confesó Auster que Kafka y Beckett ejercen una poderosa influencia sobre su obra- parece ser el escritorio de un escritor (lámpara, bolígrafo, manuscritos), cuyos objetos son etiquetados y descritos uno a uno a modo de metáfora del propio proceso de escritura narrativa, por el que la realidad del escritor se transmuta en lenguaje. A juzgar por los personajes que lo visitan sucesivamente y lo liberan por un momento de su alienación, de su orfandad -"agentes" los llama el narrador, a los que Blank envía a "misiones" que el lector traduce por "tramas" de las distintas novelas de Auster protagonizadas por sus "agentes"-, Peter Stillman, Daniel Quinn o David Zimmer, todos ellos personajes de novelas anteriores de Auster (Míster Blank "está como ausente, perdido entre los fantasmas que pueblan su imaginación", fantasmas que no son sino los personajes de su mundo ficcional), el propio Míster Blank parece ser una proyección simbólica de Míster Auster, y se diría que el relato pretende ser un modo de revelarnos que un autor lo es en la medida en que existen sus personajes, o si acaso es un "señor-en-blanco" que comienza a ser, a dotarse de identidad, en la medida en que sus personajes se la insuflan, de modo que el proceso que aquí se desarrolla en realidad, en forma alegórica, es el de la creación. "Sin Míster Blank no somos nada, pero la paradoja es que nosotros, seres puramente imaginarios, sobreviviremos a la mente que nos creó": este experimento acerca de los estatutos del autor, de su condición ontológica y de la de sus criaturas, y asimismo de las abstrusas relaciones entre autor y personajes no anda muy lejos del que en 1914 pergeñó Miguel de Unamuno en Niebla, acosado por su personaje Augusto Pérez como acosado quiso estar Pirandello cuando concibió sus Seis personajes en busca de autor.
Auster convoca a sus criaturas a un aquelarre literario. Acuden Peter Stillman y Daniel Quinn, el obsesivo escritor filósofo y el legendario detective, respectivamente, de La ciudad de cristal (1985) de La trilogía de Nueva York; Fanshawe, el escritor y amigo de infancia del narrador de La habitación cerrada (1986), última novela de La trilogía de Nueva York cuyo título no guarda relación con el espacio que ocupa Míster Blank por mero azar, y James P. Flood, policía surgido de un sueño de Fanshawe; Samuel Farr y Anna Blume, escritor y heroína de El país de las últimas cosas (1987); Marco Stanley Fogg, émulo sui géneris de Phileas Fogg y quijotesco y lunático huérfano de El palacio de la luna (1989); Benjamin Sachs, escritor sobre el que escribe el escritor Peter Aaron, protagonista de Leviatán (1992); Walter Rawley, el huérfano de Mr. Vértigo (1994); David Zimmer, el escritor de El libro de las ilusiones (2002), y John Trause (anagrama de Auster), personaje de La noche del oráculo (2004). Enredando la madeja más aún, entre una y otra visita lee un original de Trause y un manuscrito titulado Viajes por el Scriptorium escrito por Fanshawe, el autor ficcional referido por el narrador de La habitación cerrada, cuyo texto coincide con el que el lector de Auster está leyendo, añagaza en mise en abyme que le permite a ese mismo lector aventurar mil y una conjeturas detectivescas como las que el autor de Brooklyn Follies, su última y espléndida novela, le depara d'habitude, junto a conflictos de identidad, orfandades obsesivas, lances del azar, la mítica soledad del escritor, la escritura ordenando el caos de la vida, la contaminación entre autor, narrador y personaje, laberintos de instancias narrativas y autorreferencias, escritores "bloqueados" o, como Míster Paul Blank Auster, cautivos de su imaginación, juegos metaficcionales y otros temas favoritos de Auster reunidos en esta maqueta cómplice de su obra.
Viajes por el Scriptorium es una nouvelle à clef o un brillante ejercicio de narcisismo, un homenaje a sus autores favoritos, un viaje a la mente del novelista, una fiesta para sus lectores más fieles y, por encima de todo, una enigmática y magnífica alegoría de la creación.

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