martes, 13 de marzo de 2007

La ciudad ausente

La imagen más perdurable de la novela La ciudad ausente de Ricardo Piglia: Macedonio Fernández, sí, el escritor argentino amigo de Borges, el de la obra dispersa, autor de Museo de la novela de la eterna, ese mismo, con la ayuda de un ingeniero, logra construir una máquina que reproduce los pensamientos de Elena, su fallecida mujer, con el objeto de eternizarla de alguna manera.

Es sin duda Macedonio Fernández la figura central de esta novela. Piglia se vale de lo que no sabemos de la biografía del escritor para recrear con los recursos de la ficción algunos de los pasajes de su vida, sobre todo aquellos que lo relacionan con sus tribulaciones por causa de la muerte de su esposa, situación que lo empujó a un estilo de vida errante que no permite en la actualidad conocer con certeza sus últimos días.
Junior, el periodista investigador de la novela, nos conduce por los pasajes de una Buenos Aires oscura y misteriosa, en donde tienen lugar diversos episodios que rozan lo fantástico. Motivado por las pistas que le ofrece Ana, emprende la búsqueda del Macedonio que menos conoce la historia de la literatura argentina, el que, según la novela, sostuvo un encuentro con un ingeniero húngaro que le ayudaría a construir una máquina para inmortalizar a su esposa perdida. Tanto el seguimiento de estas pistas como la lectura que el mismo Junior hace de los relatos que produce la máquina Elena en el museo resultan, para nosotros, una experiencia única. Y aquí es donde la novela muestra su lado detectivesco y a la vez fantástico. Porque además de su propia investigación, Junior tiene que llevar el hilo de los relatos de la máquina, relatos que proponen situaciones extraordinarias dentro del marco de una verosimilitud sorprendente.
La historia contada en esta novela puede antojársenos un tanto extraña, no sólo porque el protagonista se ve de repente dentro de una investigación insólita, sino también porque la ciudad de Buenos Aires se presenta aquí como un paisaje sombrío, misterioso, irreal, en donde los elementos inherentes a una ciudad normal -urbanismo, ritmo vertiginoso, ruido, excesiva presencia humana- parecen estar ausentes; la ciudad es entonces un espacio propicio para las conjuras o las desapariciones, un espacio en perfecta consonancia con la estructura de la novela.
Resuena en las páginas de La ciudad ausente, además de la voz de Macedonio, la de Joyce. Como en la propuesta narrativa del irlandés, en esta novela Piglia apuesta, a través de los distintos relatos de la máquina en el museo, por lo fragmentario, tanto en en el lenguaje como en la anécdota. Recuerda incluso el Finnegans wake, con un lenguaje que se modifica constantemente según las condiciones del momento, lo que imposibilita la existencia de un solo modo de expresarse, aunque en la isla de La ciudad ausente sus habitantes "conocen siempre una lengua por vez".
Publicada por primera vez a principios de los ochenta y reeditada ahora por Anagrama, esta novela -la segunda de Piglia, después de Respiración artificial y antes de Plata quemada- da fe de la opinión generalizada de la crítica acerca de que Piglia es, si no el mejor, al menos uno de los mejores escritores argentinos vivos. Leerlo es, definitivamente, un ejercicio de riesgo, como generalmente ocurre con los grandes.

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