jueves, 21 de junio de 2007

Trapos sucios

Pocas novelas pueden leerse, como se dice, de un tirón. Para eso es necesaria la combinación de tres circunstancias: que se disponga de suficiente tiempo para la lectura, que la novela no sea muy extensa y que esta lectura resulte apasionante desde el principio. En los últimos días, por fortuna, he tenido la oportunidad de disfrutar de la primera de estas circunstancias, y hoy, de las tres al mismo tiempo; es decir que me he leído otra novela de un tirón.
Antes me había ocurrido con algunas novelas célebres, auténticos clásicos de la literatura como El extranjero, La muerte en Venecia o El lobo estepario, y con otras no tan célebres pero sí definitivamente con esa capacidad de atraparlo a uno desde el principio: Damas chinas, de Mario Bellatin, Las curas milagrosas del doctor Aira, de César Aira, o La ciudad ausente, de Ricardo Piglia, pero hace mucho tiempo que no había vuelto a sucederme.
La novela de la que hablaré ahora brevemente es Trapos sucios, de David Lodge (Londres, 1935), que, según una nota previa del autor, se basa en su obra de teatro homónima estrenada en 1998. Lodge dice haber "revisado parte del diálogo, recuperado líneas que fueron eliminadas de la obra por diversas razones y en diversos estadios de su composición, cambiado algunos detalles y añadido elementos. Pero la historia es esencialmente la misma".
Adrian Ludlow es un novelista destacado que ya se ha retirado del oficio de escribir ficciones y se dedica tan sólo a la preparación de antologías de literatura inglesa. Vive casi aislado con su mujer en una casa de campo porque a estas alturas de su vida su intimidad es un asunto que aprecia demasiado. Hasta ahí llega una mañana de domingo Sam Sharp, amigo suyo de la universidad que se ha convertido en un autor exitoso, para expresarles a él y a su mujer la indignación que siente por causa de la entrevista que le hizo Fanny Tarrant, reportera agresiva de un periódico londinense, en la que se le retrata como a un tipo con excesivos defectos y manías. Sam le propone a Adrian vengarse de la reportera y éste, aún con la reticencia inicial y la oposición de su mujer, termina aceptando la idea. ¿La manera? Pues aprovechando que Fanny también quiere entrevistar a Adrian. Adrian tendría entonces que sacarle toda la "información secreta" que pueda a Fanny el día en que ella venga a entrevistarlo a su casa, y con ese material redactar una contraentrevista que sería publicada en otro diario londinense.
El plan parece al inicio un tanto difícil de ser ejecutado, pero pronto vemos a un Adrian igual de agresivo que su entrevistadora y consigue sacarle detalles de su vida que representarán un exquisito manjar para los lectores de su contraentrevista el día de su publicación. Pero es entonces cuando empiezan a producirse los acontecimientos que le dan continuamente giros a la historia, de modo que nada resulta para nadie según lo presupuestado.
Resulta muy interesante el examen que Lodge hace del mundo de la fama en contraposición con la figura del escritor y su actividad solitaria, de cómo conviven estas dos cosas al parecer tan distintas y del momento en que surgen los primeros conflictos.
David Lodge logra con esta novela exquisita y divertida de tan sólo 145 páginas presentarnos una muestra del panorama actual de los medios de comunicación como entes controladores o manipuladores de la verdad, en un mundo dominado por los efectos mediáticos en donde la noticia siempre es lo más importante, aunque las personas o las circunstancias de las personas no lo sean tanto.
Una excelente novelita como para irse con ella de día de campo, de vacaciones, a la clase aburrida del colegio o la universidad, o incluso al retrete. Por ella valdría la pena perderse una buena cena.

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