miércoles, 4 de julio de 2007

La conjura de los necios

Cuando uno lee La conjura de los necios no puede sino reír de principio a fin, y si no fuera porque es un texto de unas 350 páginas (en su edición de Anagrama, Panorama de narrativas) cualquiera podría leerla de un tirón. Su protagonista, Ignatius J. Reilly, es un personaje con todas las características cómicas posibles, la mayoría de ellas traducibles en defectos: cobarde, repugnante, caprichoso, reprimido, mentiroso, egoísta hasta el extremo, infantiloide y paranoico. Es un tipo de treinta años, obeso y bigotudo, holgazán que se la pasa encerrado en su habitación desordenada, sucia y pestilente, comiendo y bebiendo, y a veces emborronando las hojas de sus cuadernos “Gran Jefe” con sus locas ideas político-religiosas. Y si a esta descripción le agregamos que tiene una imaginación a veces lúcida pero generalmente disparatada, que odia los autobuses, que prefiere las películas y los programas de televisión mediocres sólo para ejercitar su sentido crítico, que desprecia por igual a los comunistas y a los fascistas, que siempre amenaza con recurrir a unos inexistentes abogados y que su organismo tiene una “válvula” hipersensible que se cierra o se abre según las circunstancias, ya podemos jactarnos de conocer a uno de los personajes más memorables en la literatura de todos los tiempos.
Todo motiva a risa en esta novela, Ignatius y su particularísima visión de la vida, su relación epistolar con la hippie Mirna Mynkoff, sus constantes y absurdas iniciativas para formar partidos políticos o grupos de defensa de los obreros negros; y qué decir de los otros personajes: el ineficiente patrullero Mancusso, la pornógrafa Lana Lee, el siempre lúcido y locuaz negro Burma Jones, la infatigable Darlene y su pajarito, el traficante George, la senil y nunca jubilada señorita Trixie, y los siempre antagónicos señor y señora Levy. Todo motiva a risa en esta novela, decía, y sin embargo uno no puede olvidar que fue escrita por un hombre que acabó suicidándose por la frustración que le produjo no haber podido publicarla. Sí, John Kennedy Toole (Nueva Orleans, 1937-1969) escribió esta novela desopilante a principios de la década de los sesenta, y por más intentos que hizo en distintas editoriales, todas la rechazaron argumentando que era una novela que “no trataba sobre nada en particular”.
No fue sino hasta 1980, mucho después de la muerte del autor y después de que su infatigable madre Thelma Toole se la entregara al profesor y novelista Walter Percy, que La conjura de los necios fue publicada por una editorial norteamericana. Después vinieron los elogios unánimes de la crítica, el premio Pulitzer en 1981 y el premio en Francia a la mejor novela extranjera publicada ese año.
La conjura de los necios es una divertidísima caricatura de la sociedad norteamericana de los años sesenta. Los inmigrantes, los negros, los burgueses, los trabajadores, los delincuentes, todos tienen cabida en esta obra mordaz. Nada ni nadie sale ileso. El ojo crítico de Ignatius está aquí, implacable, para derrumbarlo todo.
Ignatius J. Reilly, el treintañero holgazán que describí anteriormente, se ve forzado a salir de su casa y buscar trabajo para pagar una deuda de su madre. Encuentra primeramente un puesto como archivador en industrias Levy Pants, en donde antes que a archivar se dedica a organizar a los negros trabajadores en una “Cruzada por la Dignidad Mora”, cuyos desastrosos resultados acarrearían su despido de la empresa.
Más tarde es contratado en Vendedores Paraíso Incorporated, una mini empresa dedicada a la venta ambulante de salchichas. El jefe obliga a Ignatius a usar un atuendo que inicialmente tiene pinta de toga académica pero al que al final Ignatius mezcla con otro atuendo aún más insólito: el de pirata, con espada, arete y todo.
Al igual que estas ropas de trabajo, todo acaba mezclándose en esta novela. El patrullero Mancusso que al principio de la historia quiere arrestar a Ignatius por considerarlo “sospechoso”, termina de amigo de su madre, a la vez que le sigue la pista a George, un muchacho que trafica con pornografía proveniente del bar "Noche de Alegría", propiedad de Lana Lee y donde trabajan Jones y Darlene. Mientras tanto, el señor Levy busca desesperadamente a Ignatius para que éste lo salve, con su confesión, de una demanda interpuesta por una empresa rival. Y todos estos personajes confluyen, tras una serie de eventos fortuitos, en el "Noche de Alegría" cuando Ignatius decide ir ahí en busca de una supuesta alma gemela.
Mucho tiempo anduve buscando esta novela por las escasas bibliotecas de San Pedro Sula, en sus librerías de bolsillo o en los estantes de los pocos amigos que leen, y nunca había podido dar con ella. Ahora que por fin he degustado sus páginas, la necesidad de escribir estas líneas fue imperiosa. 27 años después de su aparición digo con Johnathan Swift, en el epígrafe que da nombre a la obra, que John Kennedy Toole era un genio y que todos esos editores necios desempeñaron bien su papel conjurando contra él.

2 comentarios:

  1. Recuerdo haber leído La conjura a mis diecinueve o veinte años, es decir, hace un resto de tiempo. En esos últimos días de la década de los 80 era posible hallar ese volumen en los anaqueles aún vírgenes del CCS, en la edición de Anagrama, con una tapa amarilla donde figuraba un dibujo de Ignatius Reilly, furtivo y gordísimo. Leer ese libro fue para mí el descubrimiento de que un hombre muerto muchos años antes -en este caso, el suuicida John K. Toole- podía hacerme reír a carcajadas. Fue un gozo inesperado, equivalente sólo a mi descubrimiento, años más tarde, del legendario Los papeles del club Pickwick, de las alegres crónicas de ricachones escritas por P G Wodehouse o de la serie Map y Lucía, del inigualable E F Benson. Gracias, por hacerme recordar esos libros y esos días.


    --Dennis A.

    ResponderEliminar
  2. Yo fui mas fresa, solo lo busque en amazon, a Confederacy of Dunces, lo compre y lo lei en ingles. Muy buen libro, rico en vocabulario, con muchos contrastes, un gordo con maestria en literatura que solo puede conseguir chambas de vender hot dogs. Sus criticas son una reflexion de si mismo...

    ResponderEliminar

Procure funcionar al menos ortográficamente al dejar aquí sus comentarios. Absténganse los cobardes. Se aplicará la censura a los imbéciles.