domingo, 9 de septiembre de 2007

Mise en scéne

La víctima espera atada en su lecho mientras el ejecutor realiza la inspección previa. Éste, como un verdadero héroe en estos tiempos de prisas y viagras salvadoras, antes de su acometida final se dio tiempo para sus abluciones. Pero no se alarmen, aunque la intuición los lleve a imaginar estocadas, gemidos y muertes inminentes. Es el cuadro que nos pinta Eduardo Bähr en este cuento que mimalapalabra-La Prensa, en su decimoquinta entrega, les trae como una vuelta a la narrativa de este escritor hondureño.

Mise en scéne
(Preparativos para una ejecución)
Eduardo Bähr
(A MS)
Cortesana que se contenta con canciones acaba descalza.
Pietro de Aretino
(La víspera)
Profana amada:
Ni te hagás la mínima ilusión. De vos no va a quedar migaja alguna y lo menos que puedo prometerte es que, en pleno día, voy a separar uno a uno los tendones de tu hermoso cuerpo, hilar en bordadas filas tu sistema de venas y vasos sanguíneos, beber llanamente y sin recato tu sangre, alzar a los cielos el estandarte enardecido de tu corazón aún palpitante y hartármelo sin sal y sin pimienta.
Voy a donar tu despojo al hospital de beneficencia para que los estudiantes aprendan anatomía en el milagro de tus huesos (lo único que, tal vez, va a quedar en pie). Después, en plena noche, entraré a hurtadillas en el necrocomio para recuperarte; te llevaré hacia mi cama y pondré en su sitio cada uno de los pedacitos; me cortaré las venas para dar mi sangre por la tuya en una larga transfusión de cuerpo sobre cuerpo.
Abriré mi pecho para darte mis corazones y besaré tus párpados para que resucités. Y cuando abrás los ojos y me mirés de cerca aún asombrada e incrédula, te besaré la boca en sus comisuras, sus dientes, su lengua, su paladar, su campanilla, sus labios y pasaré los míos hasta tu lóbulo y quedo, suavecito, te diré cuánto te amo…
(El ritual)
Víctima propiciatoria:
Hoy, muy temprano, tu viejo verdugo se preparó para la mise en scène más importante de su vida. Se bañó y limpió meticulosamente. Afanó con masaje mañanero sus adiposidades y limpió con un menjurje aromático de romero y tomillo todas las junturas de la piel que se esconden en los sitios pudendos. Recortó las uñas de los pies y guardó con un gesto de cariño las inermes garras bajo la alfombra; depiló su pecho con una plasta cerúlea que le quemó el esternón y se untó shampooing conservateur de tons pour cheveux décolorés con parsimonia para que secado convenientemente y lavado después con agua tibia produjere elegantes y brillantes canas grises.
Sacó dos o tres pelos gruesos del tipo resorte de sus cejas y aprovechó para hurgarse frente al espejo; más en las fosas nasales, enormes y desafiantes, pero nada que las tenacillas no sacaran de uno o varios tirones. Sin emoción aparente vio su cara: resquicios, ranuras, casi fisuras, piel caída, párpados en bolsas de plástico, papada. En el fondo de las pupilas, sus ojos de pescado tenían el brillo permanente de las ganas de llorar; sin embargo forzó una sonrisa y cerró la portezuela del gabinete con violencia contenida. Untó un par de gotas de Sandalwood Arden for Men en sus axilas, detrás de sus orejas, en las arrugas de su cuello y en las orillas cercanas a los testículos…
Sopesó con la mano ahuecada, como en los mejores tiempos de su hombría, las calidades de cada uno de sus (tres) productores gonadales; examinó con gran minucia las cualidades de su armamento y comprobó que todavía estaba, más más que menos, con el brío y exultación adecuados.
Se maquilló y emperifolló. Se puso una camiseta negra de lino para ocultar un abdomen prominente que señalaba con vergüenza cierta calidad de banquero; un bóxer de algodón, más o menos sexy, gris oscuro, por si hubiese de servir de fondo para alguna falla o debacle garrafal; y se colocó encima una bata samurai con bordados de takanas, sangres y batallas. Desayunó huevos de gansa, crudos, con limón y salsa Perrins, de la Worcester shire, inglesa genuina; una gota de picante tabasco concentrado, una pizquita de sal y otra de pimienta negra del sur de La India…
Buscó música que resultara más sagrada que los cantos gregorianos, más excelsa que Carmina e hizo edición hasta que estuvo satisfecho con una mise en cadre especial para esta ocasión. Luego de pensar en silencio una oración en un antiguo idioma drávido comenzó a recorrer en su mente los detalles de la presencia de su amada.
(La inspección)
La observó con desenfado ensayado desde la bella cabeza hasta las uñas de los pies y vio que estaba incólume. Pensó que había salido indemne de sus amores anteriores y comprobó que estaba convenientemente atada al altar de los sacrificios -una kingsize Missouri con sábanas armoni delicadamente olorosas a jabón rosé y almohadas de plumas tornasol, de la cola de un dinosaurio antepasado de las pavas reales-.
Captó el levísimo movimiento del viento en sus cabellos, en los que imaginó un recorrido olfativo que se enrolló súbitamente en su cerebro. Vio el sudor apenas perlado en el resplandor de su frente y en el reflejo de sus ojos el brillo de los suyos propios y sintió un leve ardor en las pupilas. Pasó, con temor, sobre la nariz y sus aletas palpitantes, para quedarse un instante arrobado en el acompasado movimiento de una respiración que impulsaba aliento perfumado, por la boca entreabierta. Al descubrir el secreto de marfil en el relámpago de los dientes aceleró su propia exhalación, con espasmos que quiso desesperadamente no hiciesen ruido alguno. (Casi se duerme, sin embargo, con el ritmo de los pálpitos en el huequito del cuello y por poco enreda un cansancio repentino en los brillantes vellitos de los brazos, del bozo, de las mejillas, de los contornos en las orejas)… Se recuperó rápidamente con suficiencia para contemplar en su totalidad la esplendorosa belleza de aquella desnudez…
Se le sacudió el alma frente a los preciosos pechos almibarados, ante su ombligo candado de sekretiks y unos muslos temblorosos en las playas y mareas cercanas al vértigo. Y éste -su fragante y misterioso sexo, abierto y expectante-, apareció listo para toda la avidez de los besos ice cream, inventados en el habanero kiosco Copelia…
(Regresó, consternado, a los ojos brillantes, para comprobar la timidez de sus lágrimas y la ansiedad en la mirada; y supo por su color que ya habían pasado a miel virgen y en ese preciso momento recuperó su autoestima).
Con gesto de altivez volvió la cabeza hacia el piso y echó una mirada de lástima sobre los jirones de un espectacular vestido de terciopelo verde –Magritte- que yacía fenecido a sus pies. Sobre un brassiere translúcido, acabado a mordida limpia; sobre un despedazado calzoncito de algodón que tenía una aleteante mariposa monarca, todavía viva, estampada en ocre y oro viejo al lado del mínimo vértice inferior –también rosado-; y de unas sandalias rusas cubiertas de arena…
(El final)
Una vez terminada la inspección juntó las manos y se las llevó en actitud beatífica a los labios, cerró los ojos y lloró en silencio…
Puso la mano derecha sobre el pecho y empezó a contar los latidos de su corazón. Había comenzado la cuenta regresiva y recordó, por un pacto consigo mismo, que al llegar a la mínima iba a morir. A deflagrarse con su amada dentro de un mismísimo segundo…
Pensó que esa muerte no iba a ser en vano porque en el momento preciso, sin transición alguna, se produciría una descomunal explosión desde dentro de la nada y el nacimiento de un nuevo universo se pondría en marcha de manera sublime e inexorable. (Suspiró profundamente. Apresuró el momento de avanzar hacia la más sangrienta de las inmolaciones).
Publicaciones y premios del autor
Fotografía del peñasco, l969; El cuento de la guerra, 1971; Mazapán, 1981; El Diablillo Achís, 1991; Malamuerte, l997; La Flora Maga, 1999.
Entre sus galardones están: 1. Premio Nacional de Literatura Ramón Rosa, del Estado de Honduras, 1990. 2. Premio Nacional de Narrativa Martínez Galindo, de la Escuela Superior del Profesorado, 1970. 3. Premio Nacional de Literatura José Trinidad Reyes, de la Universidad Nacional Autónoma de Honduras, 2000. 4. Premio Nacional de Literatura Itzamná, de la Escuela Nacional de Bellas Artes, 1988. 5. Corona de Oro, José Miguel Gomes, de la Fundación para el Museo del Hombre Hondureño, 2006.

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