lunes, 21 de enero de 2008

Crónica familiar

Hernán Antonio Bermúdez es quizá uno de los primeros lectores de Horacio Castellanos Moya en Honduras, algo que bien valdría para calificarlo como el “descubridor” de este excepcional narrador honduro-salvadoreño que se pasea con solvencia en las Grandes Ligas de la literatura mundial. En esta entrega 29 de mimalapalabra, Bermúdez nos reseña, con amplio conocimiento y afinado sentido crítico, la última novela del narrador, Desmoronamiento, publicada por Tusquets el 2006, que tiene como escenario principal Tegucigalpa, como fondo el conflicto bélico entre Honduras y El Salvador y como personajes a los miembros de una familia acomodada que asume con la diáspora su ocaso en una casona de El Hatillo.
Hernán Antonio Bermúdez
Desmoronamiento. Horacio Castellanos Moya. Tusquets Editores. Barcelona. 216 Págs.
“Uno debe tener siempre las botas puestas, y estar listo para partir”. Michel de Montaigne
Desmoronamiento es el título de la novela de Horacio Castellanos Moya publicada por Tusquets Editores en el 2006. Por primera vez en su corpus narrativo, la acción novelesca se desarrolla, al menos en las dos terceras partes del libro, en Tegucigalpa, ciudad natal del autor, y donde vivió la familia Moya Posas, su rama materna. Este linaje ha dado destacados hombres de letras como David Moya Posas y la propia abuela del novelista, Emma de Moya Posas, tuvo, en su momento, veleidades literarias.
En ninguna parte se oculta más un escritor que en su propio ámbito familiar y, sobra decirlo, el parentesco es una de las tiranías más primitivas. No en vano Gerald Durrell (hermano de Lawrence) escribió dos libros con los títulos Mi familia y otros animales y Pájaros, bestias & parientes. Castellanos Moya emprende en Desmoronamiento una búsqueda –un reconocimiento, más bien- de sus raíces hondureñas y revalida que, como el caracol, uno carga con su casa a cuestas y no puede desprenderse fácilmente de sus ancestros.
Tras la lectura de esta novela, queda la impresión de que el autor sintió la necesidad expresiva de recoger –y lidiar con- parte de su pasado, de hacer un ajuste de cuentas, de escribir y reescribir fragmentos del historial familiar. En esta recuperación de la memoria utiliza, por supuesto, material autobiográfico abierto y encubierto.
Pero la memoria, se sabe, es selectiva: hace añadidos para restaurar algún vacío, omite lo incongruente, lleva a cabo reacomodos, cambia los énfasis y dondequiera que la experiencia pareciera carecer de sentido intenta sugerirlo o inventarlo.
Éste es el libro más personal de Castellanos Moya y si bien contiene seguramente datos de su vida real no es en sí mismo autobiográfico. Sólo ciertos hechos o incidentes son verdaderos. Me explico: puede que algunas situaciones psicológicas o contextos emocionales de la novela correspondan a una vivencia genuina pero los detalles de la misma a menudo son del todo ficticios.
Vale decir, por más de que el autor recree episodios que le pertenecieron, que formaron parte de su saga familiar, los personajes, atmósferas y contextos han sido alterados o han sido objeto de un reordenamiento imaginativo. Con todo, su inmediatez resulta enteramente convincente.
Lo difícil de comenzar un relato es con frecuencia encontrar un punto de vista y un tono a partir del cual narrar la historia. En Desmoronamiento esto se consigue de tres maneras diversas en las tres partes en que se divide la novela. Veamos.
En la primera, la acción se ubica en la casa solariega –la heredad familiar, entre pinares- en El Hatillo, esa “montaña mágica” que rodea a Tegucigalpa por el Norte, encumbrada sobre la llanura prosaica donde se extiende la ciudad, a finales de 1963, una vez perpetrado el golpe de estado contra el gobierno liberal de Ramón Villeda Morales. Allí se asiste a los parlamentos diríase teatrales (fluctuantes entre la histeria y el melodrama) que intercambian Doña Lena, acomodada matrona, intolerante y enérgica (quien sabe ejercer la química del odio y cuyo fanatismo anti-comunista sería de mal gusto incluso en una cena rotaria), y su marido Erasmo Mira Brossa, connotado dirigente del Partido Nacional de la época y hombre de confianza del ex-dictador Tiburcio Carías. Ambos personajes remiten irremisiblemente (lo que no significa que sean idénticos) a los abuelos maternos del autor (la ya mencionada Emma de Moya Posas y Horacio Moya Posas).
También aparecen Teti, la hija de ambos, y su compañero salvadoreño Clemente, de inclinaciones izquierdistas. Esta pareja está a punto de partir a San Salvador con su hijo Eri (quien vendría a ser el propio autor del libro), para consternación y dolor de Doña Lena, posesiva, prendada de su nieto. Es este apego enfermizo al niño, y su rechazo visceral a Clemente, lo que hace que la abuela impida que Don Erasmo asista a la boda de Teti y su novio, que buscan así formalizar su relación antes de viajar a la capital salvadoreña. Para evitar que haga acto de presencia en dicha boda Doña Lena no vacila en encerrar bajo llave a Don Erasmo en el baño de la casa de El Hatillo. Sin embargo se trata de una batalla perdida, pero da lugar para que ella vocifere sus frustraciones y resentimientos contra su consorte.
En la segunda parte se lee el intercambio de cartas entre Teti y Don Erasmo, ella desde San Salvador y él desde Tegucigalpa, en 1969, justo cuando se desata el conflicto armado entre El Salvador y Honduras, y luego se deriva hacia las circunstancias ominosas en que se produce el asesinato de Clemente, que no acaban nunca de esclarecerse y tiene que ver, según se colige, con los vínculos indirectos que le ponen en la mira de ciertos círculos militares (ya se prefigura la violencia salvaje que azotará a ese país en las dos décadas siguientes).
No deja de resultar llamativo que Castellanos Moya acuda aquí al género epistolar para iluminar las circunstancias históricas de la guerra de 1969, al igual que lo supo hacer de modo brillante Eduardo Bahr en El cuento de la guerra (1971), sobre la misma temática. Otra novela reciente donde se emplea este género (pese a que algunos críticos lo consideran anacrónico) como eficaz estrategia narrativa es Cartas cruzadas (1997), del poeta y novelista colombiano Darío Jaramillo Agudelo, del todo recomendable.
En la tercera parte de Desmoronamiento se da un salto cronológico hasta finales de 1991 y principios de 1992, a través del relato de Mateo, el jardinero (y mayordomo) de Don Erasmo (ya muerto para entonces) y de Doña Lena, quien sobrelleva su viudez y, víctima de un derrame cerebral, es hospitalizada antes de fallecer. Aquí Mateo es testigo y narrador del cierre de un período en la vida familiar de los Mira Brossa, y acompaña en las diligencias domésticas a Eri (quien, ante la inminencia de la muerte de su abuela, ha regresado a Honduras desde México, donde reside) y a su hermano menor Alfredito. No deja de ser notable la manera en que Castellanos Moya es capaz de visualizarse a sí mismo en el personaje de Eri como un hombre joven, con todas sus características y rasgos individuales: se trata de un logro literario de difícil ejecución.
Esta última parte tiene un sabor agridulce: el narrador describe las pérdidas, las interacciones de la familia que se diluye y desmorona. Se asiste al ocaso y colapso de la vida en la casona de El Hatillo (cerca de “el Peñón de las Águilas”, tan entrañable en la mitología privada del clan) que, ya sin moradores, será vendida para dar paso a la diáspora definitiva en el exterior*.
Raras veces el arte se explica por la locación de las fuentes en la vida real. Desmoronamiento es uno de esos casos. Aquí Horacio Castellanos Moya, con ese certero instinto del escritor que sabe ver las cosas en términos verbales, expía fantasmas de su fuero íntimo. Y lo hace, como cabe esperar, mediante toques maestros y efectos de virtuoso.
El lector familiarizado con su obra creativa –la adicción a una dicción- sólo echará de menos el humor negro, el cinismo y las epifanías eróticas. En esta ocasión están de más. Suficiente con la indestructible ironía que juega alrededor de la vida y la muerte, de la disolución y el exilio.
Quito, 8 de noviembre del 2007
*Nota al pie: Ello conduce, a propósito, a rechazar una vez más esa crítica chauvinista que considera a Castellanos Moya como un expatriado que mejor se hubiera quedado en casa, y según la cual el hecho de que las obras anteriores del autor se escenifiquen fuera de Honduras le descalifica para formar parte de la literatura hondureña. Ahora con Desmoronamiento supongo que será mas difícil persistir en ese tipo de anatemas y "penalizaciones". Y es que la literatura es un sistema transnacional con bordes flexibles, porosos (sobre todo en Centroamérica). Ese empeño transfronterizo de las letras tiene que ver más con el territorio de la lengua y del lenguaje que con los límites establecidos de un solo país. Desmoronamiento, como tantos libros previos de Horacio Castellanos Moya, enriquece y le abre las fronteras de modo decidido a la narrativa hondureña, aunque ello no sea del agrado de los profesores/académicos con mentalidad de agentes aduaneros.
  • Datos del autor Hernán Antonio Bermúdez (1949), escritor y crítico literario, perteneció a los grupos de vanguardia cultural "Vidanueva" (a finales de la década del 60) y "Tauanka" (a principios de la década del 70). Ha formado parte de consejos editoriales de varias revistas literarias del país ("Coloquio", "Senales", "Alcaraván", "Astrolabio" y "Galatea"). Fue uno de los fundadores de la Editorial Guaymuras en 1980, y se desempeñó como Director Ejecutivo de la misma hasta 1982. Ha publicado los libros Retahila (1980), Cinco poetas hondureños (1981) y Afinidades (2007). Tras su ingreso al Servicio Exterior en 1973, ha vivido en Bogotá, Buenos Aires, Nueva York, Washington DC, Montevideo, Madrid, Londres y Quito, como diplomático de carrera.

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