"Esto sí es lo mío", mimalapalabras en marzo de 2005. Dibujo de Gustavo Campos.
Pensé en comenzar escribiendo sobre Leopoldo María Panero y sus libros que han pasado por mis manos y que mis ojos cual hostales han recibido gratamente con horror. Lo haré. Hace muchos meses pensé, también, en escribir sobre Mishima y su obsesión sobre la destrucción de la belleza y de los ideales, su vacío compartido, sobre la destrucción de lo que se ama, sobre la construcción de lo que no se ama (me invento las manchas negras y rojas en los manteles blancos que guardan en sus cofres los estudiosos de la literatura del patio). Pensé escribir entonces sobre la imaginación, pero esta tampoco tenía superficie. Después pensé en Cioran. En Costafreda. En Ferrater. Y volví a imaginar los manteles blancos de algodón o seda manchadas por espaguetis y sofritos y cervezas, alimentación de los mimalapalabra en tiempos de miseria. Lo pensé. Tomé en mis manos Una habitación propia, y pensé, nuevamente -es el colmo de la utilización de este término, lo sé- subir al blog algunas recomendaciones sobre literatura y libertad para crear, sobre “incandescencias mentales” contra “mentes perturbadas”, consejos a feministas –y creadores- con una legión de odios que no les permiten crear obras dignas y verdaderas obras literarias. Pensé escribir o citar escritores genuinos sin prejuicios artísticos y juicios éticos y morales. Asimismo, pensé hace muchos meses publicar un artículo sobre Bukowski e incluir un cuento suyo, y en la siguiente oportunidad publicar sus poemas, pero un amigo me desmotivó al decirme que buscara un cuento de él que fuera decente. Y pensé en “Hijo de Satanás”, pero lo había devuelto con meses de anterioridad –era prestado- y en Internet no estaba. No lo culpo, publicábamos en un periodejo local y su jefe censuraba todo. Se me ocurrió –esta vez no pensé- subir poemas del mítico “libro perdido” de Edilberto Cardona Bulnes (único aporte concretado). Después le comenté a Giovanni que bien podríamos publicar una antología de poesía y narrativa hondureña, pero la que nuestro grupo considera como nuestra ascendencia literaria nacional. Aparecerían cuentos de Arturo Martínez Galindo. Y le propuse, posteriormente, publicar en el blog los poemas de Horacio Castellanos Moya que antologa Hernán Antonio Bermúdez en un libro sobre poesía irreverente -una verdadera joya- que junto a Mario encontramos en la biblioteca de su tío Mundo. Él mismo nos prestó una edición –desconozco si la primera o segunda- de Color de exilio, de Nelson Merren, que escaneamos.
Giovanni nos pide siempre colaboración para el blog, y lo continuará haciendo. Él sí es un devoto de la literatura, tiene la virtud de la paciencia, y en esta última semana lo imagino, con seguridad, con una gran sonrisa en su rostro –los amigos sabemos que su sonrisa es tatuada, inamovible- al ver por fin la colaboración de los extraviados y desperdigados mimalapalabras cual detectives salvajes. Y pienso, ahora en presente, en lo que haré y no haré por aburrimiento, modorra y desmotivación.
Pero de hoy en adelante, tarde lluviosa y no fría de un 15 de octubre (día en que la selección nacional de fútbol de Honduras debe dar el último paso, al igual que yo, para pasar a la siguiente ronda de las eliminatorias mundialistas -en mi caso a la siguiente ronda de participación activa en publicaciones periódicas, no tan esporádicas-), estación que me trae reminiscencias de hace algunos años cuando íbamos a los cafés a reírnos (yo no tanto, y cómo, si era adolescente trágico, y “poeta” joven, que es aún peor) y a admirar –faunear, para algunos- las insinuantes figuras de las chicas, a actualizarnos de nuestras últimas lecturas y descubrimientos literarios –Bolaño, Vila-Matas, Aira, Piglia, Panero, etc.-, y que después nos aventurábamos adonde Meche a beber y marcar “la lista de mimalapalabra” en la rockola (de vez en cuando se colaban clásicos de Chente, de Los Bukis, y bachatas cuando delegábamos la función de marcador oficial a Wilmerio), noche báquica que culminaba en el apartamento (sede) que compartían Giovanni y Carlos, que sirvió de hostal, comedero y chupadero, y que contaba con un lindo vecindario (dos habitaciones vecinas con muchachas cristianas en uno y fiesteras en el otro), apartamento que como único adorno importante contaba con un tálamo (terreno acolchonado y fértil para fines de cosechas venusinas, en una de sus múltiples funciones, en otras, de abrigo edredón para Carlos, quien se enrollaba cual miel en el panqueque o taco flauta, en una imagen visual más acorde a nuestras vivencias: tipo redoxón –sinónimo de Mary Jane-, donado por un amigo, (a quien mantendremos en el anonimato por respeto a su mujer), no prometo, aunque “los perros no ladren y la gente no interrumpa”, ser constante pero sí comenzar mi “Libro negro” con esta nadería.
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