Roberto Castillo. Fuente: www.filmica.com/jacintaescudos
“Luego había vuelto a sonar el teléfono: Roberto Castillo proponía que nos viéramos a las diez en el bar del hotel”.
“Sentado ante un café en la barra del hotel Istmania, Roberto Castillo evoca su sueño de anoche: llovía en su biblioteca. Están reparando el tejado de su despacho en plena estación seca, y ha soñado que bajaba de las montañas una tormenta e inundaba su casa. Observa con recelo las nubes y los buitres que vuelan por encima de la antigua comisaría del general Álvarez”.
Más adelante, una breve descripción física:
“Fina barba negra de marino, pelo negro y rostro sonriente, severas gafas de cura, Roberto Castillo manipula con precisión y calma de letrado, filósofo en la universidad de Tegucigalpa y erudito narrador, un enorme Mitsubishi equipado con brújula y altímetro, y un indicador de inclinación del vehículo cuya aguja observamos por las serpenteantes callejuelas del barrio de El Bosque al norte de la ciudad”.
Recuerdo que pocos días después de leer por primera vez este libro, Pura vida, de Patrick Deville, publicamos en la ya desaparecida sección dominical de mimalapalabra en La Prensa unos fragmentos de La guerra mortal de los sentidos, la novela de Roberto Castillo. Luego publiqué también en este blog una reseñita que escribí de esa novela. Agradable había sido ya la sorpresa de encontrar a Roberto Castillo en las páginas de Pura vida, como el personaje anfitrión de Deville en Tegucigalpa, pero mucho mayores fueron la sorpresa y el agrado de recibir poco después un correo electrónico del propio Castillo, en el que me agradecía lo de nuestras recientes publicaciones sobre su obra. Más tarde me envió su último libro y una postal. Y luego vino lo que ya todos ustedes saben. Fue en enero, creo, en los primeros días del año pasado, que Roberto Castillo falleció. Sumo este sueño suyo de la lluvia sobre su biblioteca a mis recuerdos sobre él.
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