El de arriba, obviamente, Duchamp. El de abajo, obviamente, c`est moi.
Por Giovanni Rodríguez
Le pregunté al camarero cuál era la mesa en la que Duchamp aparecía sentado, jugando ajedrez, en la fotografía exhibida en la parte más alta de la pared. “Perdone pero no lo sé”, contestó. Entonces intervino el propietario del local, un hombre de unos treinta y cinco años, probablemente el hijo o el nieto del anterior propietario, quien sí debió haber observado ahí muchas veces a dos genios como Marcel Duchamp y Salvador Dalí gastando un rato de ocio mientras se tomaban un café y conversaban animadamente.
“Precisamente esa mesa en la que está usted”, me dijo el hombre. Le di las gracias y de paso le pegunté si podría tomarme una fotografía en la misma posición en la que le tomaron la suya a Duchamp esa tarde de 1964. “Claro”, me dijo y a continuación ensayamos algunos encuadres en los que yo, un Duchamp hondureño del año 2009, posaba desvergonzadamente, hasta lograr la foto deseada.
Luego él y el camarero me dejaron solo en la mesa y alcancé a escuchar que el segundo le preguntaba al primero quién había sido ese tal Duchamp, y después que la duda le fuera despejada, que si él, el propietario, tenía alguna pintura del artista, a lo que el otro le respondió: “¡Hombre!, si tuviera alguna pintura de Duchamp yo no estaría aquí sirviendo café”. Yo, en mi mesa duchampiana, disfrutaba el café que me había servido ese hombre mientras veía a la gente pasar afuera, en la calzada junto a la playa, y más allá el mar de Cadaqués, la pequeña ciudad en donde, además del pintor francés, vivió Dalí sus últimos días.
Lo que sí posee el actual propietario del bar Melitón, además de la fotografía ya citada de Duchamp jugando ajedrez y otras en las que aparece también Dalí, es una de las últimas notas que escribió el pintor francés; se trata de una cita a sus amigos para verse en el Melitón escrita en su idioma en una servilleta: “Je suis chez Meliton. Pouvrez (¿?) venir prendre un verre”, se lee (los signos interrogantes son míos pues no se me ocurre otra manera de transcribir la palabra previa, y ésta, aunque parece una variante del verbo “poder”, al parecer no tiene significado alguno. En todo caso, ni la letra de Duchamp era muy estilizada ni mi francés es tan bueno).
He leído por ahí que Duchamp fue un gran jugador de ajedrez; llegó a ganar incluso un curioso torneo: la Primera Olimpiada Internacional de Ajedrez por Correspondencia, que duró cuatro años. En sus últimos días de vida, en ese bar Melitón de Cadaqués en el que yo ahora me encontraba, el pintor se sumergía en largas partidas con los jugadores del pueblo. Quién sabe qué pasaba por su mente en esas ocasiones, quién sabe si sólo se concentraba en cada movimiento de las piezas sobre el tablero o si, aun en esos momentos, se le ocurrían pequeñas travesuras como la de pintarle bigotes a la Mona Lisa.
Salí del Melitón con la sensación de haber jugado una partida importante, contra la vida, contra Duchamp, contra mí mismo, pero pronto me dije que esa era una sensación absurda y me burlé de ella. Se me ocurrieron muchas otras cosas en ese momento reflexivo, pero decidí olvidarlas de inmediato y para siempre. El viento soplaba fuerte. Sobre la línea del mar se veían unas cuantas embarcaciones, probablemente de pescadores. Unas gaviotas sobrevolaban un pequeño muelle a lo lejos. El paisaje era como para pintarlo.
“Precisamente esa mesa en la que está usted”. Que acertado el Duchamp hondureño al escoger la misma mesa. ¿Ó será la astucia del propietario del café a quien nada le costaba hecharle una mentirita a un cliente?...
ResponderEliminarH.H.