La palabra Democracia, hoy por hoy,
ha sido despojada de su significado.
Los hipócritas, como sólo ellos saben hacerlo,
se llenan las fauces con su nombre.
Los reaccionarios,
envueltos y dilatados por la acústica de su enorme ostra,
hablan de ella.
Impenetrables
y sin emociones, alojados dentro de la cúpula
del poder absoluto,
los asesinos y los ladrones dibujan su nombre
sobre el punto más frío de la página en blanco.
Fuera de fábula, manejado a control remoto
el cerdo mayor de la piara gruñe su nombre
y ordena
a sus hombres de presa (de preferencia en la madrugada)
la cacería y el destace
de aquellos ciudadanos sensibles a la indignación.
Ese,
el más pálido de los mercaderes del Nuevo Templo y su relámpago
-dueño y señor del pánico total-
esconde el tamaño de sus actos
detrás de la palabra Democracia.
Acorralada por un club exclusivo, Miss Universo
abre su sonrisa
de delincuente fílmica y expulsa su nombre.
El poeta-astro, el de la vista gorda color verde botella,
sale del agujero de su aldea electrónica apresurado hasta el color gris
a roer un poemita, todoazul, a los pies de la santa
Democracia.
En el mismo estado de descrédito, por razones idénticas,
ha caído en el vacío otra palabra mayor: Dios.
Roberto Sosa, Secreto Militar (1985)
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