martes, 15 de diciembre de 2009

Me dicen que eras

Daumier
Me dicen que eras…
Al general Pilar M. Martínez,
muerto en Namasigüe, cerca de la frontera,
ante un ejército invasor
Me dicen que eras fuerte;
Señor, me dicen que eras como los robles.
Sano, recio y erguido
y hecho de tal manera
que de no haber sido hombre,
sino roble o encina,
aún estarías en pie
para vivir mil años.
Me dicen que vivías alegremente.
Que tu risa era enfática:
Vio tu sonrisa el Éxito
y la vio la Alegría y el Dolor y el Fracaso.
Para el débil las lágrimas.
¡Sólo los fuertes ríen!
Me dicen que eras bueno y acogedor y tierno.
Amplio el pródigo pecho y el corazón inmenso
y abierto como el mar…
aún tienes ese pecho cuando te evoco y cuando
en mis minutos sórdidos
como sol de alborada se alza tu corazón.
Me dicen que eras bravo como las tempestades.
Tu bravura fue un vértigo
que se acalló en un rayo magnifico: ¡tu muerte!
Campo abierto. Cañones. Clarines y metralla.
Tal vez un mediodía.
Por no ver la derrota apretaste los párpados.
Y a la tierra sedienta diste a beber sangre.
Señor, yo te imagino en tu postrero gesto:
Sordo, ciego y espléndido,
besando los terrones bermejos,
ya para siempre rígido, triunfador para siempre,
¡Sin miedo y sin reproche!
Ni por fuerte o por bueno,
ni por jocundo o bravo
yo te saludo ahora.
Yo no te he conocido, Señor, por lo que dicen
ni puede mi memoria captar algo de ti,
y aún en tu vieja casa –nuestra vieja casona-
eres no más un cuadro colgado en la pared…
Pero, Señor, sus lágrimas…
¡Hace un cuarto de siglo que la he visto llorar!
Valen más esas lágrimas que mármoles y lauros:
Yo que no sé tu risa y tampoco su lloro, me cuadro ante tu
sombra:
¡Firme, General!
Noviembre de 1932
Arturo Martínez Galindo