JCOnetti.
Muy pocas veces ocurre que, después de leer uno o dos libros de un escritor que nos ha maravillado, nos queda la sensación de que cualquier otro libro suyo será igualmente bueno. A mí me ha ocurrido con J.M. Coetzee, por ejemplo. Siempre que aparece un nuevo libro suyo lo busco con la certeza de que me gustará como me gustaron los anteriores, o quizá más. Y me ocurre también con Onetti. Por eso, ahora que encuentro este artículo de Ignacio Echevarría en elcultural.es no dudo en subirlo al blog, porque sé que muchos pensarán lo mismo: a Onetti hay que leerlo completo.
Si se piensa en los intereses y apetencias de un lector común, son pocos los escritores de los que cabe recomendar la travesía de sus obras completas. Onetti es uno de ellos.
No es una simple cuestión de calidad, o no solamente. Hay escritores muy valiosos de los que la sola idea de tener que leerlos enteramente resulta abrumadora. No es el caso de Onetti, cuya obra, lenta y relativamente escasa, cabe toda, muy holgadamente, en tres volúmenes, ni siquiera demasiado gruesos. El recorrido íntegro de esos tres volúmenes alcanza enseguida una altura sorprendente, y apenas ofrece altibajos. La obra de Onetti es como un altiplano: una vez acostumbrado a esa altura, hecha su respiración a su atmósfera, el lector transita por ella sin esfuerzo. Lo que tiene por delante no es tanto una ruta como un paisaje, y éste se le hace pronto familiar, como pronto lo serán, asimismo, sus habitantes.
Se ha destacado abundantemente la sorprendente madurez con que Onetti irrumpe en su propio mundo, en su propio estilo. En este sentido, cabe referirse a él como un escritor sin prehistoria. Apenas se puede hablar en su obra de una etapa de formación. Después de El pozo (1939), las novelas Tierra de nadie (1941) y Para esta noche (1943) acusan una episódica vacilación del rumbo a seguir, consecuencia de unos años por otro lado repletos de todo tipo de llamamientos para un escritor políticamente concienciado, por mucho que su compromiso con la escritura fuera impostergable. Ya la siguiente novela, sin embargo, La vida breve (1950), funda el territorio que el resto de la obra no hará más que explorar y que poblar.
Y con los cuentos ocurre otro tanto. Baste señalar que una pieza magistral como “Un sueño realizado” (1941) es el quinto cuento que Onetti publica con su firma. Entre sus cuentos y novelas, por otro lado, se despliega un espacio incierto en el que resulta difícil, en muchas ocasiones, decidir a qué modalidad conviene adscribir una pieza u otra.
Labilidad genérica; recurrencia de escenarios, de personajes, de motivos temáticos; continuo estilístico: el territorio narrativo de Onetti no ofrece apenas promontorios desde los cuales jerarquizarlo. Las obras completas de este escritor configuran, así, una perspectiva circular; admiten ser abordadas desde cualquier punto, sin que el itinerario escogido, por aleatorio que sea, desfigure el efecto del conjunto. Con muy buenas razones cabría dudar entre emplear aquí la etiqueta de obras completas o, más ceñidamente, la de obra completa.
En sus aledaños queda, en cualquier caso, la obra periodística, que apenas ocupa una sexta parte de la extensión total de la escritura de Onetti. Una proporción muy pequeña, si se considera que, desde muy temprano, el periodismo fue el medio con el que Onetti se ganó la vida, y es en su marco donde se fraguó su vocación de escribir. Pocos escritores contemporáneos, sin embargo, aparecen menos contaminados por su práctica.
Por mucho que Onetti se sirviera del articulismo como herramienta de intervención y de agitación en el campo cultural, jamás fue tentado por el periodismo entendido como práctica literaria. De hecho su poética como narrador -su escepticismo, su profundidad, su lentitud, su ensoñamiento- se sitúa en el extremo opuesto de toda pretensión de confundir las fronteras entre periodismo y literatura. Aquél nunca actúa, en su caso, como levadura de ésta. Tanto más aleccionador resulta, en consecuencia, el contraste entre estas dos vertientes de su obra. Un contraste que prueba, más concluyentemente que ningún otro argumento, el concepto insobornable que Onetti tiene de la escritura, y su indiferencia hacia todo cuanto implica su instrumentalización.
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