Bioy Casares dijo una vez que "para sobrellevar la historia contemporánea, lo mejor es escribirla". Lo que sucede es que a los historiadores tradicionales les parece que no debería escribirse la Historia con otros datos que no sean datos exactos, comprobables. Y sin embargo sabemos que a algunos de ellos les gusta, secretamente, hacer pasar por ciertos algunos pasajes de la Historia que quizá no lo son. Entonces aparece alguien como este Simon Michael Schama, del que nos habla Juan Gabriel Vásquez en este artículo de elespectador.com:
Presentación rápida: Schama es uno de los grandes historiadores vivos, aunque para buena parte de la crítica sea poco más que un peligro público; Schama es presentador de un exitoso programa de televisión sobre historia de Gran Bretaña, pero buena parte de los historiadores borraría de mi frase la palabra “exitoso” y la cambiaría (arrugando un poco las narices) por “popular”; Schama es también crítico de arte, y también en ese campo ha sido atacado, a veces por conservador, a veces por sensacionalista. A veces la misma persona lo ha atacado por conservador y por sensacionalista. Todo un logro, me parece.
¿La razón de los ataques? Schama ha montado toda su carrera como historiógrafo y crítico de arte sobre un principio básico: hay que contar historias. La Historia como disciplina, esa curiosa actividad humana que consiste en estudiar el pasado, se encuentra, según Schama, enferma de gravedad. Atrapada entre la corrección política y la pretensión de objetividad, la Historia ha dejado de interesar a todos los que no son especialistas. Transformada en remedio para compensar a los oprimidos o vengarse de los opresores, disfrazada de catálogo de enseñanzas morales o embalsamada como estudio analítico, frío, desapasionado, la pobre Historia se ha vuelto una actividad endogámica y cerrada. La Historia escrita por historiadores para que la lean los historiadores que escriben Historia y los estudiantes de Historia que quieren escribir Historia para refutar a los historiadores que han leído. En cualquier momento empezaremos a ver colas de cerdo.
Pues bien, Schama camina por otro lado. Schama se ha alejado de la objetividad y de la corrección política como de la peste. Así va su tesis: sólo si la Historia recupera su carácter narrativo, sólo si asume sin tapujos todo el drama y el desorden —en resumen: la humanidad del pasado—, será capaz nuevamente de capturar la imaginación del público. Y claro, a Schama le han caído encima los historiadores que consideran, como dice él mismo en una entrevista, que si un historiador escribe bien es porque tiene algo que ocultar; que si un historiador es vívido, si su relato nos captura, es porque está descendiendo a los mundos del periodismo.
En un maravilloso artículo que publicó El Malpensante hace cuatro años, Schama cita a GM Trevelyan, uno de los historiadores por los que siente nostalgia: “La poesía de la historia”, dice Trevelyan, “reside en el hecho casi milagroso de que alguna vez, sobre este planeta, sobre este pedazo de tierra que nos es familiar, caminaron otros hombres y mujeres tan reales como nosotros, que pensaron sus propios pensamientos, que fueron dominados por sus propias pasiones, y que ya no están; se desvanecieron uno tras otro, se fueron de la misma manera definitiva en que desapareceremos nosotros como fantasmas al amanecer”.
Recordamos el pasado para luchar contra esa condición fantasmagórica. Leemos sobre el pasado porque creemos que, al mantener viva la memoria de los que han muerto, sobrevivimos de alguna manera en la memoria de los que vendrán. Confiamos a nuestros historiadores la tarea de que la memoria siga viva, no en las facultades de Historia, sino allá fuera, en el mundo. Supongo que no es mucho pedir.
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