Kurosawa junto a Francis Ford Coppola y George Lucas, dos de sus más
entusiastas jaleadores, en 1980. - AFP.
Me doy una vuelta por algunos diarios españoles para traer de cada uno algo de lo escrito sobre los 100 años del nacimiento de Akira Kurosawa, que se cumplen hoy. ¡Larga vida a Kurosawa!
De Público:
El origen del genio podría partir de un recuerdo que él mismo relató
en su autobiografía. En 1923, un pequeño Akira paseaba junto a su
hermano mayor que terminaría por suicidarse entre las ruinas que había
dejado en Tokio el terremoto de Kanto. Ante la visión dantesca, su
hermano le advirtió: "Si miras las cosas de frente, no hay de qué
asustarse". Aquello marcó la identidad del director: por un lado
su humanismo, nunca cristalino, siempre sombrío. Y su forma de convertir
a las fuerzas de la naturaleza en un personaje esencial. Ningún
director ha usado la lluvia y el viento como recursos narrativos a la
manera de Kurosawa. Él mismo reconoció el peso de aquella ronda entre
los muertos: "Allí aprendí no sólo los extraordinarios poderes de la
naturaleza, sino cosas extraordinarias que se esconden en los seres
humanos". Mucho le debe el cine a aquel paseo.
La historia del cine japonés no se entiende sin Akira Kurosawa
(1910-1998). Hoy se conmemora el centenario de su nacimiento y empiezan
las actividades programadas en 12 ciudades españolas (Barcelona, Madrid,
Bilbao, Valencia, Sitges, Las Palmas y Valladolid, entre otras), dentro
del Año Kurosawa.
El director debutó en 1943, por lo que pertenece a una especie de generación perdida posterior a los grandes clásicos (Mizoguchi, Ozu, Naruse) y anterior a la nueva ola liderada por Nagisa Oshima. Pero Kurosawa es el director de Rashomon, filme que triunfó en la Mostra de Venecia de 1950 y sirvió para dar a conocer el cine japonés en todo el mundo. Cada película de Kurosawa a partir de entonces fue un acontecimiento y Hollywood se sirvió varias veces de sus argumentos. Los siete samuráis, filme emblemático de 1954, generó un western, Los siete magníficos, y una película de ciencia-ficción, Los siete magníficos del espacio. Rashomon fue versionada en Cuatro verdades, con Paul Newman. George Lucas se basó en algunos personajes de La fortaleza escondida para la divertida pareja de androides de su saga galáctica. También Sergio Leone realizó Por un puñado de dólares a partir de su filme de samuráis Yojimbo.
Los cineastas norteamericanos más inquietos le devolvieron el favor: Lucas y Coppola ayudaron en la producción de Kagemusha, Steven Spielberg coprodujo Los sueños de Akira Kurosawa, Martin Scorsese intervino como actor en este filme y el ruso Andrei Konchalowski realizó en EEUU El tren del infierno, según un guión inédito del director.
La influencia de Kurosawa es considerable. No hay filme de samuráis posterior a 1954 que no le deba algo a este cineasta que combinó la épica con la tragedia de raíz shakesperiana, aunque trató también otros géneros. No es de extrañar que en Japón se le respete y que en el resto del mundo se le venere: logró el Oscar al mejor filme extranjero dos veces, por Rashomon y Dersu Uzala, y el Oscar a su carrera en 1990.
El director debutó en 1943, por lo que pertenece a una especie de generación perdida posterior a los grandes clásicos (Mizoguchi, Ozu, Naruse) y anterior a la nueva ola liderada por Nagisa Oshima. Pero Kurosawa es el director de Rashomon, filme que triunfó en la Mostra de Venecia de 1950 y sirvió para dar a conocer el cine japonés en todo el mundo. Cada película de Kurosawa a partir de entonces fue un acontecimiento y Hollywood se sirvió varias veces de sus argumentos. Los siete samuráis, filme emblemático de 1954, generó un western, Los siete magníficos, y una película de ciencia-ficción, Los siete magníficos del espacio. Rashomon fue versionada en Cuatro verdades, con Paul Newman. George Lucas se basó en algunos personajes de La fortaleza escondida para la divertida pareja de androides de su saga galáctica. También Sergio Leone realizó Por un puñado de dólares a partir de su filme de samuráis Yojimbo.
Los cineastas norteamericanos más inquietos le devolvieron el favor: Lucas y Coppola ayudaron en la producción de Kagemusha, Steven Spielberg coprodujo Los sueños de Akira Kurosawa, Martin Scorsese intervino como actor en este filme y el ruso Andrei Konchalowski realizó en EEUU El tren del infierno, según un guión inédito del director.
La influencia de Kurosawa es considerable. No hay filme de samuráis posterior a 1954 que no le deba algo a este cineasta que combinó la épica con la tragedia de raíz shakesperiana, aunque trató también otros géneros. No es de extrañar que en Japón se le respete y que en el resto del mundo se le venere: logró el Oscar al mejor filme extranjero dos veces, por Rashomon y Dersu Uzala, y el Oscar a su carrera en 1990.
De El País:
En 2010 también se cumplen 60 años desde el estreno de Rashomon,
que ganó el León de Oro en Venecia y descubrió al mundo entero el
inmenso talento de Akira Kurosawa. Basado en dos relatos del
célebre escritor Ryonosuke Akutagawa, Rashomon concentra buena
parte de los métodos que hicieron famoso al director, como el uso de la
multicámara, el empleo de la luz natural o su peculiar forma de trabajar
con los actores, a los que solía sumergir en el universo narrativo de
cada filme de una manera que rayaba en lo obsesivo. Hizo disparar
flechas de verdad sobre el actor Toshiro Mifune en la secuencia final de
Trono de sangre. De hecho, su fama de director perfeccionista,
caprichoso y autoritario le hizo ganarse el apodo de El Emperador.
Antes
de Rashomon, la historia de Kurosawa es la de un niño nacido en
el antepenúltimo año de la era Meiji (1868-1912), en el seno de una
acomodada familia tokiota de estirpe samurái. Entre las figuras que
marcaron su infancia está su despótico padre Isamu (al que siempre
recordaba enojado y puliendo su katana con polvos abrasivos, según narra
el maravilloso documental A. K. de Chris Marker), que le inculcó
su amor por las películas. Y sobre todo le influyó su hermano mayor,
Heigo, personaje brillante y oscuro que trabajó como benshi
(narrador de cine mudo en las salas) antes de suicidarse. Tuvo tiempo
para dejarle una perla imborrable: cuando ambos hermanos caminaban por
las desoladas calles de Tokio tras el terremoto de 1923 que acabó con la
vida de unas 100.000 personas, Heigo obligó a Akira, que tenía 13 años,
a mirar directamente a los cadáveres para "superar sus miedos".
El
inicio de su carrera como director estuvo marcada por la falta de
libertad creativa, pero las presiones se fueron rebajando a finales de
los cuarenta y en 1950 llegó Rashomon. A partir de aquí, y fruto
de su estrecha colaboración con los actores Takashi Shimizu y Toshiro
Mifune, se sucederían algunos de los títulos que más han influido a
directores de todo el planeta. Son la enternecedora Vivir (1952),
la épica Los siete samuráis (1954), Trono de sangre
(1957), calificada por Harold Bloom como la mejor adaptación de Macbeth,
La fortaleza escondida (1958) -que inspiró a George Lucas los
personajes de C3PO y R2D2- o Yojimbo (1961), maravillosamente
plagiada por otro grande, Sergio Leone, en Por un puñado de dólares.
Ya
entonces, Kurosawa se enfrentaba a los críticos japoneses que le
acusaban de ser demasiado occidental, empeñado en llevar a la pantalla
la literatura de Dostoievski, Shakespeare, Gorki o Simenon, en cuyas
novelas se inspiró para rodar El perro rabioso (1949). Las
acusaciones le pasaron factura dentro de la industria nipona, que a
finales de los sesenta lo consideró ya manido y lo empujó a una lucha
constante para lograr financiar sus trabajos.
Después del estreno
en 1970 de Dodeskaden, Kurosawa intentó suicidarse. Logró
reponerse y filmar la que fue su única película producida en el
extranjero, Dersu Uzala (1975), un alegato contra la
desnaturalización del hombre moderno. Ya casi ciego, y con el apoyo
financiero de George Lucas, Francis Ford Coppola o el francés Serge
Silberman, rodó en la siguiente década la monumental Kagemusha
(1980) y la poderosa fábula Ran (1985), su obra cumbre para
muchos y por la que fue candidato al Oscar. Perdió, aunque en 1989
obtuvo la estatuilla honorífica. Salió a recogerla pertrechado tras sus
famosas gafas ahumadas, que eran su homenaje a su admirado John Ford.
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