Raymond Carver, en 1987, en una visita a París, dos años antes de su muerte. Foto: SOPHIE BASSOULS / SIGMA CORBIS
Por fin podremos saber cuánta mano le metió su editor a los libros de Raymond Carver. El próximo mes aparecerá la traducción al castellano de la versión original de ¿De qué hablamos cuando hablamos del amor? El primer Carver, por fin, está entre nosotros, según esta nota de El Periódico:
Un artículo del crítico norteamericano D. T. Max, aparecido en el New York Times en 1998, 10 años después de la prematura muerte del cuentista norteamericano Raymond Carver, confirmaba algo que no había trascendido hasta el momento más allá de los rumores en los círculos literarios estadounidenses: que el estilo austero, liofilizado y evanescente del autor, lo que se ha venido a llamar minimalismo (de hecho, una puesta al día de las fórmulas que en su día acuñara Hemingway) era, en realidad, producto de las abundantes correcciones de su editor, Gordon Lish. Ahora la edición original de ¿De qué hablamos cuando hablamos del amor?, el libro que colocó a Carver en el Olimpo, se publica (el 6 de mayo) con el título de Principiantes (Anagrama), sin cortes –Lish eliminó un 50% del total y en algunos cuentos hasta una tercera parte– y sin aditivos.
Lish, gran impulsor de la nueva narrativa minimalista en Alfred A. Knopf, vendió su archivo privado a la Universidad de Indiana y allí Max encontró la prueba del delito: los originales del libro profusamente tachados, párrafos e incluso páginas enteras con extensos añadidos que transformaban a veces el sentido de los relatos. Las atribuciones de Lish fueron más allá del mero editing. ¿Cómo permitió Carver que sucediera eso? Fue algo parecido a un pacto faustico. El editor y el autor se conocieron en 1969, cuando Carver además de escribir dedicaba gran parte de sus esfuerzos a destruirse a base de alcohol. A Lish, editor agresivo y excelente publicista, le sobraba la seguridad de la que Carver carecía. Limó la sentimentalidad del escritor, impuso silencios significativos, cambió títulos y nombres –un poco arbitrariamente– e hizo correcciones brillantes, primero en ¿Quieres hacer el favor de callarte por favor? y luego en ¿De qué hablamos...
La correspondencia entre Carver y Lish muestra cómo al principio el cuentista se sentía agradecido por el trabajo de Lish, aceptando sus cambios sin apenas comentarios pero a medida que se cimentaban su prestigio y su vida personal –dejó de beber y conoció a la que sería su segunda esposa, la poeta Tess Gallagher–, las misivas empezaron a reflejar que la dependencia le molestaba. En una carta de 1980, poco antes de la publicación de ¿De qué hablamos... Carver admite a Lish que sus «versiones son mejores», pero teme que demasiadas personas hayan leído los cuentos originales como para permitir la publicación del libro. Lish hizo caso omiso a sus objeciones, el volumen salió según su gusto y la crítica, admirada, destacó sobre todo el despojado estilo de su autor, ¿de Carver? Ese fue el principio del fin de la relación entre el escritor y el editor.
La bonanza personal de Carver, que cercenaría abruptamente un cáncer de pulmón con apenas 50 años, le hizo aprender de los malos tiempos y, aunque no le gustase reconocerlo, también de las enseñanzas de Lish en cuanto a esencialidad en la escritura. En 1983 aparecía Catedral, su obra cumbre unánimemente alabada y mientras, en la intimidad, el autor se ufanaba de que ya no necesitaba a su exeditor. Cuando el artículo de Max desveló la cuantía de la intervención de Lish, Gallagher, la viuda, se negó a hacer declaraciones. Años más tarde, reveló, oportunamente, que Carver le había hecho prometer que en el futuro publicaría Principiantes. La obra apareció en Inglaterra el año pasado en tapa dura, pero en Estados Unidos ha quedado un tanto oculta dentro del volumen Carver: Collected Stories, porque la editorial Knopf se ha negado a editarlas de forma independiente.
Ahora ambas versiones están servidas. Solo falta saber cuál de los dos Carver nos gusta más.
Yo creo que nos va a gustar los dos.
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