Roberto Sosa, durante su última visita a SPS el año pasado. Foto: Gerardo Torres.
El escritor Eduardo Bähr, uno de los amigos más cercanos del poeta Roberto Sosa, fallecido hace algunas semanas en Tegucigalpa, aceptó responder unas cuantas preguntas de mimalapalabra respecto a esta sentida partida para los hondureños. Desde los primeros años de esa amistad hasta hasta las razones por las que cree que Sosa hizo grande su nombre en H, por ahí van sus respuestas:
Conocí por primera vez a Sosa hacia 1965, en compañía del español Andrés Morris, quien era nuestro maestro de Literatura en la vieja Escuela Superior del Profesorado de Tegucigalpa, donde RS hacía intentos por permanecer constantemente. Allí comenzó una amistad sin altibajos.
¿Lo tomó por sorpresa la noticia de su fallecimiento?
Absolutamente… Desde hacía unos tres años habíamos regularizado unas tres o cuatro pláticas por semana –a veces telefónicas- y nos veíamos a menudo. Su contextura cercana a la condición leptosomática, delgado y fuerte, pese a sus ochenta y un años no hacía sospechar mal alguno. La familia me llamó cuando lo llevaban para el hospital… llegué a las tres de la madrugada, quince minutos después de su fallecimiento.
¿Cuáles eran los rasgos que mejor lo definían?
De su seriedad al discurrir en una plática se desprendía siempre un deje huraño. Yo sabía desde hacía tiempo que esa desconfianza era parte de su personalidad, puesto que él entendía a la perfección los vaivenes de la condición humana, su propensión al individualismo y a la traición… En alguna ocasión me contó que cuando llegó desde Yoro hasta Tegucigalpa y mostró por primera vez sus poemas a los consagrados de alguna manera éstos se burlaron… Lo enviaban "a traer cigarrillos a la esquina" mientras le decían que iban a leer sus poemas. Morris fue la primera persona que descubrió al "ángel" oculto en las sombras de sus versos. Fue antológica su manera de manejar la ironía y el sarcasmo risueño entre plática y plática. Podía, perfectamente, descubrir la mediocridad con sólo verla, no digamos leerla… Por eso fue odiado constantemente, sobre todo por los hacedores de versos.
¿Es cierto que era muy bueno para poner apodos?
Al principio creímos que éste era un mecanismo de defensa… Luego supimos que era una arista de la alegría y de su optimismo.
Según su opinión, ¿cuáles son los poemas más memorables del poeta Sosa?
Algunos poemas memorables lo son por el gusto personal que los identifica. En realidad, lo memorable de todos ellos está en la manera sutil de enmarcar la “otredad” metafórica y hacer que esto pareciera normal en la construcción formal. Personalmente me gustaron, entre muchos, Canción para un gato negro, Malignos bailarines sin cabeza, La Casa de la Justicia, Las sales enigmáticas y La hierba cortada por los campesinos…
¿Se sabe en los círculos cercanos del poeta de algún libro que pudiera ser publicado de manera póstuma?
La familia tiene en sus manos varios proyectos que él estaba terminando.
¿Cuáles cree que son los mayores aportes de Roberto Sosa a la literatura hondureña?
Fundamentalmente, el haber logrado con méritos propios y sostenidos el reconocimiento poético universal, sin los expedientes contenidos en el malabarismo criollo: el auto elogio, la utilización de la ignorancia circundante para introducir nombres y autores, el chantaje y la envidia. El haber escogido temas de difícil concreción poética y haberlo logrado: ¿A quién le interesan los pobres como elemento literaturizable? ¿Cómo introducir en el formato de la poesía en verso asuntos políticos e ideológicos sin retratarse con la pancarta? ¿Cómo pasar reclamos populares y multitudinarios hasta el reducido cartel de los intereses individualistas de la sociedad?... Finalmente: el haber logrado una absoluta congruencia entre lo escrito, lo hablado y lo vivido…
¿Por qué un poeta de gran importancia como él nunca vio publicado un libro suyo en la colección Visor de poesía, que reúne a los mejores poetas latinoamericanos?
Estructuralmente Centroamérica encierra en su pequeñez el olvido histórico del continente. Así ha sido también en el ámbito literario. Recuérdese que, después de Darío, Asturias, Dalton y otros pocos a los demás se les construye una escalera empinada para llegar a otras dimensiones; el caso de Sergio Ramírez, por ejemplo. No es por la calidad del autor o autora, es por la cualidad mezquina de los intereses prioritarios: política y economía clasistas.
¿Se organizarán en la Biblioteca Nacional algunas actividades relacionadas con su obra?
Pese a que nuestra magra biblioteca no tiene presupuesto y a que hay que pedir permiso para toda actividad vamos a hacer un homenaje pensado sin prisa y con humildad, para que no se parezca a lo que Julio Escoto reclama en un artículo reciente: “Una vez en el ataúd todo es homenaje y panegírico, exaltación y dolor social: ha partido un grande al que no pudimos ayudar en vida a vivir -y crear- mejor”… Por lo pronto pediremos a las autoridades de la Dirección General del Libro y el Documento que la nuestra sala mayor (exposiciones, presentaciones, cátedras, cine, etc.) lleve su nombre.
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