domingo, 1 de julio de 2012

Algunos cuentistas y sus cuentos


Cortázar y Borges, dos grandes del cuento, vistos por Eulogia Merle.
Hace poco en El País, seis cuentistas hispanoamericanos hablaron sobre el género del cuento, un género que, por lo menos en H, ha dejado de publicarse como antes. Valen la pena entonces estas pistas, en las que se habla de cuentistas clásicos y contemporáneos:
“El cuento es una iluminación: o lo ves o no lo ves”, aseguraba José María Merino en una reciente entrevista con este periódico. Para arrojar luz que aclare el camino de los lectores en su elección entre los numerosos autores, títulos, estilos y épocas por los que discurre el género, el escritor y académico, junto a otros cinco grandes nombres del cuento en español, habla aquí de sus clásicos favoritos y sus más recientes descubrimientos.
Para Merino, que acaba de publicar la antología de cuentos La realidad quebradiza (Páginas de Espuma), La corista, del maestro ruso Anton Chéjov compone un ejemplo paradigmático del género. “Un cuento que parece muy claro, pero en el que, por muchas veces que lo leamos, siempre quedan aspectos no desvelados por el autor que despiertan nuestro desasosiego”. Entre los creadores contemporáneos en español, el escritor destaca la obra de Guillermo Busutil: “Acabo de leer su libro Vidas prometidas (Tropo editores). Se trata de un ciclo de cuentos con personajes contemporáneos, palpables, en un escenario que es a la vez realista y simbólico, con una atmósfera muy conseguida y con historias inquietantes por su aparente cotidianidad, donde la síntesis nunca excluye el detalle significativo”. De lo último que ha caído en sus manos, una antología ha capturado su atención: Los nuevos nombres del cuento español (Menoscuarto, 2010). “Yo creo que es muy ilustrativa de la situación estimable del cuento español actual, con nombres como los de Oscar Esquivias, Patricia Esteban Erlés, Manuel Moyano, Ángel Olgoso...y muchos más”.
La uruguaya Cristina Peri Rossi, autora de títulos como Habitaciones privadas (Menoscuarto), traza una línea divisoria con Edgar Allan Poe, quien, en su ensayo de 1846 La filosofía de la composición estableció un decálogo del buen cuentista, además de marcar una analogía entre la poesía y el cuento basada en la economía de la escritura. “Antes de Poe se creía que el cuento era una novela abreviada, y él habla de una unidad de efecto por la que el cuento ha de tender a la sorpresa. Él cambió la concepción del cuento”, asegura. De los EE UU natales de Poe, el nuevo cuento pasó a principios del siglo XX a Latinoamérica a través de los periódicos, que reservaban espacio para la publicación de relatos. “En Argentina destaca Roberto Artl”, señala. En España, explica la autora, el franquismo puso freno al género, dejando el país “anquilosado” hasta hace pocos años: “Ahora el microrrelato está de moda, pero en Argentina y Uruguay ya lo estuvo hace 40 años”. Entre los nombres reconocidos, subraya los del mexicano Juan José Arreola (“Su libro Confabulario es una combinación de Kafka con Papini, con puntos de contacto con Borges”) y del estadounidense William Saroyan (“Influyó mucho en Juan Carlos Onetti”). De la escena emergente, se queda con la obra de la también estadounidense Lydia Davis: “Es la mejor cuentista del mundo. Un portento de lucidez y crueldad psicológica”.
“Poe, Maupassant, Kafka, Borges, Cortázar... ¿Cómo elegir? Y, sobre todo, ¿por qué elegir, si puedo tenerlos todos?”, responde Ana María Shua a la pregunta sobre su clásico básico. Prolífica autora de cuentos y microrrelatos, con títulos como la colección Que tengas una vida interesante (Emecé), la escritora argentina acaba de cruzarse con la obra de tres autores que, en breve tiempo, han sido capaces de imprimir una huella en su memoria: “Edgar Keret, el israelí loco que inventó otra manera de contar; Alice Munro, una vieja canadiense que se cree que un cuento se puede contar como si fuera una novela, ¡y lo consigue!, y Eloy Tizón, el cuentista español que toma al lector de sorpresa y lo derriba en cada párrafo”. Entre los jóvenes talentos que despuntan en lengua castellana, señala dos nombres: “En España, Isabel González, sin duda, con su libro Casi tan salvaje, escrito a estocadas salvajes sin el casi. En Argentina (pero publicada también en España), Samanta Schweblin, una genio, no se la pierdan, nieta literaria de Dino Buzzati. Con menos de 35 años, las dos ya son más que promesas”.
A Cristina Fernández Cubas, cuya producción se centra fundamentalmente en el cuento y el relato, la cuestión de los descubrimientos recientes le pilla con la memoria fresca. “Hace solo dos días he acabado de leer Al este de occidente, del búlgaro Miroslav Penkov”, cuenta la autora de, entre otros títulos, Parientes pobres del diablo (Tusquets). “Y hacía tiempo que no me lo pasaba tan bien”. ¿Los imprescindibles de toda la vida?: Maupassant, Poe, y en español, Emilia Pardo Bazán.
Solo en el caso de verse en la tesitura de tener que elegir –que es el caso- Gonzalo Hidalgo Bayal se decantaría, entre los abundantes títulos en español, por Vidas sombrías de Pío Baroja y Los caballos azules de Ricardo Menéndez Salmón. “Los relatos de Vidas sombrías son a un tiempo tradicionales y de autor, barojianos (valga la redundancia), es decir, contienen por lo general un episodio que se justifica en sí mismo y merece por ello ser contado, por muy tenue que sea en algunos casos la trama, y, además, se ve tras ellos la mano o el sello de Baroja. Muestran, en suma, a un escritor joven (el libro es de 1900) intentando hacerse, a su primera manera, con una tradición narrativa. Los relatos de Los caballos azules, por su parte, tienen varios de los ingredientes que más me atraen en los libros de narrativa breve: tramas perfectas, hondura intelectual y exigencia estilística, algo, por lo demás, evidente en todas las invenciones de Ricardo Menéndez Salmón, sean breves o de extensión media”. En otros idiomas, y dejando de lado a los “obvios” –“Maupassant, Chéjov, Cheever, Carver, Munro, etc…”- un libro al que el autor de Conversación (Tusquets) regresa de cuando en cuando es Centuria, de Giorgio Manganelli. “También por alguna de las razones que apuntaba antes: la exploración ejemplar de los recursos, la eficacia estilística y cierta reflexión intelectual, para mi gusto, envidiable”.
Al cuentista, novelista y Premio Cervantes Juan Marsé, de entre los clásicos le atrae, sobre todo, John Cheever. ¿El cuento que le parece más reseñable? El sueño realizado, extraído de Cuentos Completos (Alfaguara), de Juan Carlos Onetti, un libro que comparte título con su más grato hallazgo en los últimos tiempos, una obra del estadounidense Bernard Malamud publicada por El Aleph.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Procure funcionar al menos ortográficamente al dejar aquí sus comentarios. Absténganse los cobardes. Se aplicará la censura a los imbéciles.