Por Giovanni Rodríguez
Con el desenfado que le caracteriza, Horacio Castellanos Moya responde a estas preguntas de mimalapalabra que ahora entregamos en su edición 37. Al leer sus respuestas llegamos a entender por qué a este escritor honduro-salvadoreño se le percibe en las fotografías como a un hombre duro, mordaz y casi pendenciero. Su narrativa se manifiesta de manera parecida: es provocadora, obliga a los lectores a comerse con los ojos la violencia, a embarrarse en todo lo que les provoca asco y a tragarse su mojigatería. A Castellanos Moya no se le ve por ningún lado la intención de caerle bien a nadie, pero tampoco el afán ridículo de convertirse en dios. Por eso responde así, como si nada importara, como si, al igual que Kafka, le aburriera todo lo que no es literatura, incluso las conversaciones sobre literatura.
mimalapalabra: Usted nació y trabajó un tiempo en Honduras, creció en El Salvador y ha vivido, entre otros países, en México, Alemania y Canadá. ¿Se considera un apátrida, un expatriado o dueño de más de una patria?
HCM: Decía Cioran en un aforismo: “Un hombre que se respeta a sí mismo no tiene patria. La patria es una cosa pegajosa”. A veces, me considero un apátrida; pero, en otras ocasiones, percibo con claridad cómo los lugares donde nací, me crié y me ha tocado vivir forman parte de lo que soy y en buena medida me definen.
Esto es algo que interesa muchísimo a ciertos escritores en nuestro país: ¿Se siente más hondureño o salvadoreño?
La preocupación de esos colegas es absurda: ninguna nacionalidad los hará mejores escritores. Y yo carezco de esa intensa sensación de nacionalidad que tiene la mayoría de la gente. Ciertamente el universo de mi obra es más salvadoreño y luego mexicano (país donde viví 13 años determinantes de mi vida), pero mi novela más traducida hasta ahora sucede en Guatemala, país en el que también he vivido largas temporadas.
Su nombre fue mencionado el año anterior entre los candidatos al Premio Nacional de Literatura de Honduras. ¿Qué opinión le merece esta nominación?
Me asombra y agradezco que haya personas con interés en mi obra, dada la circunstancia de que yo he vivido tan lejos de Honduras y seguramente no es fácil conseguir mis libros.
Independientemente de su nacionalidad, como bien señala Hernán Antonio Bermúdez, su literatura le abre las fronteras de modo decidido a la narrativa hondureña. ¿Qué importancia tiene el escenario de Honduras en su narrativa?
El territorio de mi narrativa es el territorio de mi memoria y de mi imaginación. Honduras ha aparecido muy poco como escenario en mi obra; mis recuerdos se remontan a mi tierna infancia y luego a la intensa relación con mis abuelos maternos, con su casa en El Hatillo y con el mundo que los rodeaba.
En nuestros países la gente se ofende si se critica a la patria, y por eso surgen tantos aduladores de nuestra supuesta identidad. Bajo esta premisa, a usted se le considera un hombre ofensivo. ¿Su naturaleza humana o su ADN literario responden a la intención de "ofender" o simplemente a su sentido crítico?
Seguramente a mi sentido crítico. Se dice que la verdad ofende, aunque sea puesta en ficción. Siempre me ha sorprendido cómo la susceptibilidad crece en la medida en que el hombre es más mentiroso, soberbio e ignorante. ¿Ha visto a esos criminales patólogicos, acusados de perpetrar matanzas, que de pronto se declaran convertidos a la palabra de Dios, a fin de reciclarse como políticos? Tienen la susceptibilidad de una señorita ofendida si alguien les recuerda sus crímenes.
¿Cree que nuestros países centroamericanos tienen una cultura provinciana?
El concepto de cultura es maleable, pero no me gusta hablar de cultura provinciana. Yo creo que la cultura de los países centroamericanos es expresión de una historia de opresión, ignorancia y saqueo; es la cultura de pueblos sistemáticamente apaleados y hambreados.
Roberto Bolaño dijo que el humor ácido de El asco amenaza la estabilidad hormonal de los imbéciles. ¿Se propuso algo parecido cuando escribió esta novela?
Cuando escribo me propongo sacar lo que tengo adentro, lo que me quema, lo que me corroe; cuando escribo no pienso en la reacción de nadie, pues me paralizaría. Es hasta después, hasta que la obra está terminada cuando empiezo a pensar en las posibles reacciones.
Nosotros dijimos alguna vez que el monólogo de Edgardo Vega podría estar dedicado también a estas honduras y sus hundidos. ¿Calculó alguna vez la trascendencia de su "ofensa" fuera de las fronteras salvadoreñas?
Me parece que usted le asigna al escritor unas virtudes de las que por lo general el escritor carece. Un escritor que está preocupado por calcular la trascendencia de su obra sólo hará el ridículo, porque la futurología no es una de sus virtudes, y por estar dedicado a hacer esos cálculos no le quedará tiempo ni energía para escribir una obra que valga la pena.
Si bien dice, en la nota del autor de la más reciente edición de El asco en Tusquets, que se divirtió mucho en el ejercicio de estilo que representó la escritura de esa novela, no se percibe en el resto de su narrativa que usted sea un escritor que se divierte escribiendo. ¿Es esto así?
Tiene usted razón. A veces escribir es duro, tortuoso; avanzo con dificultad, a ciegas, entre caídas. Lo que no puede ser es aburrido: si alguien se aburre escribiendo y sólo lo hace para ver si gana fama y cómo reaccionan los otros, más le vale que cambie de oficio.
En sus novelas se nota su preferencia por el monólogo interior antes que por un tipo de narración omnisciente. ¿Responde esto enteramente a esa voluntad de estilo a la que se refería Bolaño?
Es probable. O quizá se deba a mi oído o a esa idea de Canetti que dice que el escritor debe ser “un custodio de las metamorfosis”. Me gusta convertirme en los personajes que desarrollo y contar el mundo desde su punto de vista.
A través de sus diferentes libros reencontramos una serie de personajes y situaciones que, vistos en retrospectiva, podríamos juntar en un solo espacio para considerarlo su mundo literario propio. ¿En cada nueva obra que escribe, llega a sentir algo de nostalgia por un personaje o situación de una obra anterior que lo obliga a incorporarlo nuevamente?
A veces siento nostalgia por los personajes, pero ninguna obra me obliga a nada. Si un antiguo personaje irrumpe en una nueva obra es porque él o la trama lo pide. Sucede, pues. Casi siempre para mí es un descubrimiento estimulante y en algunas circunstancias hasta mágico.
¿Qué cree que sea lo que más llama la atención de su narrativa a sus lectores de otras lenguas: su cruda visión de la sociedad centroamericana, su "estética del cinismo", como la llama Beatriz Cortez, o su oralidad que favorece lo auditivo, como usted mismo ha asegurado?
Me gustaría creer que lo que más llama la atención de mis libros es que están escritos con la suficiente fuerza para meter al lector en un mundo del que no pueda salir hasta que termine la última página. Pero no le sabría decir con certeza. Hace un par de años, mientras hacía promoción de mi novela La diabla en el espejo (traducida como La mort d’Olga María) entre estudiantes de bachillerato de la región Provence-Alpes-Cote d’Azur, al sur de Francia, una chica en la ciudad de Carpentras me dijo que ella no solía leer libros, sino sólo ver televisión, pero que había leído con fascinación mi novela de una sola sentada. Pocas veces me he sentido tan gratificado.
¿Es usted de los desencantados o de los que aún tienen esperanza?
Depende en qué. Puedo ser desencantado al mediodía y esperanzado en la noche, o al revés. Me gustaría más bien que me contaran en la fila de los despiertos, pero no he hecho méritos suficientes.
¿Es para usted la literatura una manera de saldar cuentas?
Muchas veces es así. Pero si sólo se tratara de saldar cuentas cualquier pistolero podría ser escritor.
¿A quiénes lee de los escritores latinoamericanos actuales?
A muchos. Mencionaré a dos viejos, aún vivos, que me deslumbran: Rubem Fonseca y Andrés Rivera. Y mi muerto favorito sigue siendo Juan Carlos Onetti.
¿Y de los hondureños actuales?
En su momento leí con entusiasmo la poesía de Roberto Sosa, Rigoberto Paredes y José Luis Quesada; algunos cuentos de Bahr, Carías y Escoto, y por supuesto la obra de mi amigo Roberto Castillo. Hace poco, un escritor radicado en Chicago, León Leiva Gallardo, me hizo llegar una novela interesante, titulada Guadalajara de noche, publicada por Tusquets en México. Pero en general estoy desconectado de lo nuevo.
¿Cómo es la vida ahora en Pittsburgh después del éxito editorial y después de las amenazas de muerte recibidas en El Salvador por la publicación de El asco?
Vine a Pittsburgh luego de vivir dos años en Frankfurt, Alemania. Cambiar de paisaje, cultura y rutina es nutritivo para el escritor. Ambas ciudades están marcadas por los ríos que las cruzan: el Main en Frankfurt; el Allegheny, el Monongahela y el Ohio en Pittsburgh. He tenido la suerte de vivir cerca de los ríos. Pero acá hace más frío que allá. Ahora espero con alegría la inminente llegada de la primavera.
Obra literaria de Horacio Castellanos Moya
¿dónde podemos comprar algún libro de castellanos moya?
ResponderEliminarPues de todos los libros que tengo suyos, creo que ninguno ha sido comprado en Honduras, quizá porque nunca los he visto en nuestras librerías. Pero te dejo este link, para que le echés una ojeadita (aquí lo encontrarás todo, y está muy cerca de Honduras): www.sophosenlinea.com
ResponderEliminarCompré la diáspora en una de las librerías del centro, fue lo único que pude encontrar de él.
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