Para algunos lectores, Rutina será el relato con el cual comenzarán a conocer la
escritura de Alfredo Xalli. Sin duda será una experiencia de la que no saldrán
indiferentes, pues su calidad y el regocijo de su redacción los cautivarán de inmediato. Para los que ya hemos leído algunos de los textos narrativos de Xalli, la lectura de Rutina es una experiencia asombrosamente enriquecedora por dos razones. Primero, porque es inusual encontrar en las letras hondureñas el humor, la fresca inventiva y la ironía militante que hallamos en este texto. Segundo, porque hemos sido testigos privilegiados del desarrollo de Rutina, de las sucesivas capas de humor y desesperación, cada vez más profundas, con las que Alfredo Xalli ha ido cubriendo este relato como si se tratara de uno de esos cuadros que Rembrandt, según se dice, pintaba para raspar la tela e irla cubriendo de nuevos colores. Bajo el humor de Rutina, si excavamos lo suficiente, descubrimos, con asombro, un texto proteico por sus múltiples implicaciones. Leamos, pues, y disfrutemos un fragmento de las partes I, III y VI que en su número 45 publica mimalapalabra
I
Sábado. Se resiste a dejar la cama. Su madre no tardará en telefonear para recordarle que hoy no es un día cualquiera. Dentro de pocos minutos el teléfono sonará y al otro lado del auricular escuchará el feliz cumpleaños, hijo. Gracias, madre, responderá y, para no preocuparla, le asegurará que todo va de maravilla. Vendrán las preguntas protectoras, entonces él dirá que sí, que tiene dinero, que no es necesario que le envíe un giro, que su salario es suficiente y hasta le sobra para comprarse unos dos libros cada mes. Ella se despedirá con las recomendaciones de siempre desayuná, no te desvelés, no salgás de noche porque esa ciudad es muy peligrosa, cuidate de la rinitis, tené cuidado con las cuatro letras...
Entonces él seguirá su vida de lobo estepario, ajeno a los consejos maternales, confiado en los milagros de los panes y los peces, alimentando el deseo de encontrar una emoción fuerte que espante su vida monótona y depositando sus enfermizos demonios en los amores pasajeros. No le incomodan ya los calificativos de insensible, témpano de hielo, hombre que vive en su propio mundo, alma solitaria o habitante de Marte. Todas las personas con quienes ha convivido siempre inventan una frase que, aunque cambie los vocablos, conduce al mismo significado.
No le parece este un gran día, simplemente 24 horas con la obligación de vivir: levantarse, prepararse para el trabajo, comer, viajar, caminar, saludar, mirar, escribir, preguntar, cumplir, maldecir, callar, escuchar, fingir, salir, volver, comer, leer, escribir, pensar, dormir…
Su contrato de trabajo especifica que debe entrar a las ocho en punto al periódico, pero duerme hasta las nueve de la mañana. Los rayos del sol se estrellan con violencia en la ventana de su apartamento. Permanece con los ojos abiertos, sin pensar, como un ser a quien le han extirpado el cerebro, aunque conserva la habilidad de mirar, captar los colores, las formas y los sonidos; pero sin registrarlos. Sus dedos, con parsimonia, se prenden del petrificado cetro y evoca los labios de la prima Claudita, las tetas de Gissela la vecina, las piernas de la Puta Devota, el cuello de la tierna Shaddy Lee, la ágil boca y las nalgas de Janiuska, los ojos afiebrados y los tímidos gritos de Marcela, la caverna insaciable de la negra Sofía… todas unidas para transformarse en una súper mujer que, como un remolino erótico, se funde con Sharon Stone, María de Madeiros, Jennifer López, Marissa Miller, Monica Bellucci y otras mujeres sin rostro, pero útiles para la batalla y el exterminio momentáneo del hombre.
Es tiempo del baño, antes pulsa el play para escuchar la selección de melodías que tituló Rolas para el tedio matutino. La voz y la guitarra de Gilmour se apoderan del silencio, Strangers passing in the street… Agradece la compañía de Pink Floyd en esta época cuando la radio y la televisión, plagada de activistas políticos, le pudren el oído. Nunca ha ejercido el sufragio, ni piensa hacerlo. Su madre es nacionalista, pero sabe que ella no entiende las doctrinas conservadoras y que su color político lo adquirió del viejo Macedonio; el abuelo, a quien conoció pocos días antes de que la muerte lo visitara. Trata de imaginarlo, pero apenas aparece una sombra cadavérica que estira la mano y le pide, con la mirada, el octavo de aguardiente. La primera historia sobre la muerte él se la contó. Rodrigo cumplía once años y parte de la familia se había reunido en la casa de la tía Filomena, donde cuidaban al abuelo. Estaba tendido sobre una hamaca bajo la sombra de un mango, Rodrigo se acercó y le preguntó algo, pero el viejo, con un ademán de mano, lo calló. Esa puta me anda rondando, dijo con sonrisa burlona el rostro cadavérico. Esa puta piensa que porque anda desnuda me voy a ir tras ella. Guardó silencio por treinta segundos moviendo los ojos hasta dejarlos fijos en un punto. Rodriguito, cuando a vos se te aparezca esa hijeputa tenés que resistirte y no dejar que te lleve, sino marcharte cuando a vos te de la gana o cuando ya tu mierdera carne no aguante un día más en este mundo cabrón. Las palabras del abuelo lo impresionaron. Primero porque había sido educado bajo la vigilancia estricta de doña Olga, una católica a ultranza, y en su mente sonaba la advertencia enérgica: no dirás malas palabras. Segundo, no sabía que la muerte, cuando se quería llevar a alguien, apareciera desnuda. Sintió mucho miedo. Desde ese día decidió no jugar más de papá y mamá con la prima Rosita. Es el primer gran temor que recuerda. El resto de su infancia inocente resistió con valentía los ataques de la muerte. Al siguiente año aprendió con el chele Carranza y con J.R. cómo expulsar los demonios hirvientes de su cuerpo.
Pero ese día el abuelo también le entregó una bamba. Una extraña moneda que Rodriguito nunca había visto. El viejo la puso sobre la mano derecha del nieto y le explicó: el hombre que tiene una moneda de estas posee el poder de morirse cuando quiera. Es una moneda especial, está curada. Yo ya me voy a ir de este mundo y no me interesa cruzar el río. Para qué putas, si la muerte es la única vieja que no me cogí y dice el catecismo que los fornicarios no entran. Además le vendí a un tipo lo más sagrado. No tendo ni mierda. Le recomendó que nunca sacara la bamba de su bolsillo y que el día que decidiera morirse mandara que le pusieran la moneda envuelta en un pañuelo blanco. Pocos saben esto Rodriguito, pero cuando te morís llegás a un río donde hay un viejo con una lanchita, tenés que pasar al otro lado para que el diablo no te lleve. El viaje es largo y muchos se duermen, entonces el viejo les roba la moneda. Cuando despiertan no tienen con qué pagar y vienen los demonios y los arrastran hasta el infierno. A los tres días el hijo espurio de Terencio Sevilla, dueño de la hacienda Las Palmas, murió vomitando sangre.
Quizá ahora sea por costumbre, pero siempre, antes de bañarse, prepara su ropa y guarda la moneda en el bolsillo derecho del pantalón [...].
III
"Y se fue sin decir llamame un día...
Y la vida siguió como siguen las cosas
que no tienen mucho sentido….
Donde habita el olvido, Joaquín Sabina
Para entretenerse revisa la carpeta X-Files, y abre el archivo que nombró Guernica. Lee un diálogo con Janiuska, una ex alumna con quien mantenía conversaciones en el chat. Claro que las guardaba pues en el futuro, pensaba, podrían servirle para sus propósitos de escritor. Ella había vivido en Hamburgo, tenía 23 años y agitaba las terribles hormigas que anidaban en el cuerpo de Rodrigo.
-¿Recordás lo que te dije anoche?
-¿Qué?
-Me gustás.
-Ja, ja…
-¿No me crees?
-Por supuesto que no.
-Pero no ves cómo me brillan los ojitos cuando te veo…
-Es lo más cómico que he escuchado, tontito.
-Uno se vuelve tonto por mujeres como vos.
-¡Ay! mi gordo, eso le pasa únicamente a un chavo de 15 años.
-Siempre tenemos un niño dentro que ama la belleza.
-Ok. Suficiente paja.
-Nunca es suficiente porque las palabras jamás se agotan, tampoco la pasión y el amor. ¡Mejor entretenimiento podríamos tener!
-¿Como cuál?
-Un entretenimiento dolmanciano.
-Imaginé que algo así dirías.
-Estamos en contacto mental, sólo falta el contacto…
-Yeah!
-Ja! ¿Sabes hacer el amor en alemán?
-¿Cómo es?
-¡Alles kaput! Quedas descalabrado y con un terrible temblor en las piernas que parece que nunca más vas a poder….
-Ok.
-¿Ok?
-Ya, terminemos.
-Cómo, si ni siquiera hemos comenzado…
-¡Ya!
-Ya qué, te decidiste a quitar los candados o a que te los quiten…
-Sería bueno saber si alguien logra quitarlos.
-Lo que es imposible para la mujer es posible para el hombre.
-¡Oh!, me has dejado jeta.
-Y podría no sólo jeta, sino también…
-Terminá la frase.
-Vos tenés derecho a terminarla, podés intuir la insinuación…
-Sólo quería que vos la terminaras.
-Bueno, jeta es sinónimo de boca y la boca urge de besos y los besos te abren la puerta a ciertas habitaciones cálidas y propicias para la realización del ser humano…
-Sos bello.
-Y puedo ser mejor que las palabras que fácil se borran y no dejan huella…
-Ya no sé qué decirte.
-Cuando las palabras se terminan es momento de la acción…
-Ok.
-¿Ok?
-Chao, ya me voy.
-¿Te acompaño?
-Voy a descansar a mi casa.
-Mi casa es tu casa y puedo arrullarte para descansar.
-Gracias, en esta ocasión quiero ir a mi casa. Además, tengo hambre.
-Bueno, te cocinaré huevos en torta y te prepararé chocolate. También tenés derecho a mi camita, a mi música y a mi tele.
-Es muy rico estar contigo y en tu casa, pero hoy quiero estar en mi casita.
-Entonces te voy a secuestrar.
-Si es secuestro, sí. Pero ahora.
-Claro, no dejes el rapto que puedes hacer hoy para mañana…
-¡Ya!
-Pasaré por vos.
-Sí, te espero.
Esa noche se reunieron los mimalapalabra, como ahora los conocían, para inaugurar el apartamento. La Guernica, bautizada así por Waldo, fue la invitada de Rodrigo. Luego del rito sabatino con Redoxona, realizado bajo las notas de Wish you were here, y usando una nueva pipa que Murvino había comprado en Xelajú, se consumó el deseado momento. Primero el temperamental beso. Los labios recorren la boca, el cuello, la oreja. Ella, sin convicción repite ¡no!, ¡no!. Entonces le quita la blusa y el sostén y besa con suavidad los pechos que ya no se resisten al continuo movimiento de la lengua. Ella tiembla. Cruzan la sala y toman posesión del dormitorio. Con una especie de rabia se despojan de la ropa. De nuevo el cuello y los pechos y la cintura y el borde de la vulva y ella emite suaves grititos y el crujido de la cama crece y ella se aferraba con sus uñas a la espalda de Rodrigo. Luchan como dos guerreros, un duelo del cual ninguno debe salir con vida. El sudor recorre sus cuerpos, cielo y tierra en un mismo punto hasta la contracción final seguida por un quejido y el desplome sobre la cama. A partir de ese día, de lunes a viernes, hacían el amor. En un momento postcoito la Guernica insiste en conversar y preguntaba si él la quiere.
-¿Por qué te interesa saber si te quiero?
- Porque sé las personas que me quieren, pero de vos no sé…
- Vos no necesitas ser querida sino poseída.
-Estás loco, lo único que te interesa es el sexo. No ves en una mujer más que una gata que necesitás coger para sentirte con vida. Sólo te he preguntado si me querés.
-¿Por qué necesitas que te diga si te quiero?
-Me interesa porque nunca me lo has dicho.
-Se quiere al perro, al gato, al mueble, se quiere el carro o a la cama…
- Sos como todos, machista.
- Y vos, ¿sos feminista?
- Me tienen sin cuidado esas mierdas. Sólo te pregunto si me querés.
-¿Te importa tanto la respuesta?
-Lo que más me importa es que por primera vez me contestés sí o no. Y poné otro cd. No sé por qué te gusta tanto esa música de negros.
-Ahora te ponés racista.
-Me importa un pito si son amarillos, rojos o negros. Pero toda la noche repetís blues, blues y blues. Follar y blues, follar y blues. No podés montarte sin blues.
-No hay nada más relajante que un blues before sunrise, cariño…
De repente pensaba en La Cenicienta y se le cruzaba el viejo Jagger… Love is a bed full of blues… Ella no lo sabía, pero en las horas de melancolía, y aún cuando depositaba sus demonios dentro de la Guernica, esa melodía resonaba con una tristeza devastadora.
-Estás loco, pero más yo por seguir con vos. A pesar de que nunca me respondés si me querés.
-Los amorosos andan como locos porque están solos, solos, solos, entregándose, dándose a cada rato, llorando porque no salvan el amor…
-Dejá de meter a Sabines en lo que no le incumbe. Ya me cansé de esta rutina. Creo que no me amás, para vos no soy más que una vagina. Libros, libros y libros, estoy harta de tus malditos libros. Hoy será el último día, pequeño Sade, tu Eugenia, querido, se va. Creo que agotamos la filosofía del tocador. ¡Chao! ¡Adiós!
VI
En su casa nadie lo espera. La rutina de la mañana se repite. El tráfico hace lento el viaje. Al llegar escribe en su diario, antes de olvidarlo, un hecho curioso que le ocurrió mientras caminaba.
16 de abril de 2003
Hoy, mientras regresaba del trabajo miré a Slash. Su cabello de resortes desordenados y una estela de humo blanco no permitían equivocación. Caminaba a prisa, como un loco, sin percatarse de nadie a su alrededor. Era él: camisa negra, pantalón jean azul pegado al cuerpo, tennis All Star, y sobre su espalda una mochila de cuero azul con la imagen de una cruz gamada. Pero algo me extrañó: no cargaba su guitarra. Slash nunca deja la guitarra, pensé. Intenté alcanzarlo, pero parecía estar en un cannabis levitat. Desistí y lo seguí lo más cerca que pude. En pocos minutos elaboré algunas teorías sobre por qué mi amigo Slash caminaba un fin de semana sin su guitarra. Primero imaginé que Slash, "el rey de la guitarra", había renunciado a su carrera artística, que al fin comprendía que en este país tercermundista nunca triunfaría en una onda dominada por gringos, alemanes o irlandeses. Pero, ¿qué lo había llevado a esa terrible decisión? Recordé sus noches en Klein Bohemia, los aplausos de los parroquianos luego de escuchar las interpretaciones del Slash catracho. Sus visitas al nirvana mientras ensayaba nuevos acordes. ¿Sería posible que Slash no cargara hoy su guitarra por ese motivo? Para que la hipótesis fuera cierta algo brutal tendría que haber pasado en su vida. Lo seguía de lejos, por un instante pensé en gritarle, pero soy de las personas que les gusta pasar desarpercibidas y no llamar la atención. Si grito todas las miradas se clavarán en mí, pensé. Slash seguía alejándose. Hace más de un año no lo veía. Nadie sabía su paradero. Pasamos muchas noches entre Pink Floyd, Led Zeppelin, Aerosmith, Queen, Rory Gallager, Guns N' Roses y los fantasmas verdes que crecían a nuestro alrededor y nos cercaban con sus carcajadas. Pero ahora pienso que nunca fuimos amigos en todo el sentido que encierra el término. Creo que ninguno de los dos sentía la necesidad de hacer amistad al grado de seguir en contacto en todo momento, lugar o circunstancia. La amistad debía ser circunstancial, una amistad supeditada al presente. Era posible que Slash ya no fuera el rey de la guitarra. No me interesaba qué había pasado en su vida durante estos meses, lo que deseaba descubrir era la razón por la cual no portaba su guitarra. Slash sin guitarra, Poe sin cuervo, Bolaño sin su cigarro, imposible. Era Slash, ¿o su fantasma? Sin embargo, me respondí que eso sólo ocurre en los cuentos fantásticos. ¿Slash sin guitarra soñado por Slash? ¿Una broma de Borges? Pero quizá estaba siendo testigo del experimento de un Slash que sueña a Slash y lo obliga a caminar sin su guitarra por las calles de una ciudad de pordioseros; lo hace sufrir la desesperación de saberse sin el instrumento que le da sentido a su vida, entonces Slash camina a prisa, sin esperanza, y el Slash que sueña transforma a las personas que transitan por estas calles malolientas en monstruos-guitarras que se ríen del pobre Slash, le gritan, lo escupen, lo maldicen, pero Slash levita, sus tennis All Star no tocan el pavimento mojado, solo desea alejarse y creer que todo es un estúpido sueño. Lo seguí hasta el bar de Lipa, no lo vi entrar, pero no había otro sitio en esa zona de la ciudad donde nuestro Slash pudiera ingresar. Entre y lo busqué, no estaba. Pregunté, nadie había visto a un tipo con las descripciones que di.
Solo una persona podía resolver mis dudas. Así que llamé al colombiano Felipe Bello, el amigo con quien Slash tocaba blues y jazz. Luego del saludo y las preguntas típicas de dos personas que hace mucho no se hablan, le pregunté si sabía algo de Slash, pues me parecía haberlo visto. Me dijo que Slash hace cinco meses vagaba como loco. No ve para ningún lado de la calle porque cuando camina mira a la gente como guitarras deformadas que lo maldicen y amenazan con matarlo. No deja de caminar porque espera encontrar a la chapina, una novia que conoció durante un concierto en Antigua Guatemala al cual asistió la banda. Dicen que le prestó la guitarra, ¿te imaginas a Slash prestando su guitarra? Solo Slash enamorado sería capaz de eso.
A los seis meses de apasionado noviazgo la chapina no volvió a escribirle, apenas un breve correo electrónico para comunicarle que la aventura llegaba a su fin. Me dijo Felipe que la chapina se casó con un empresario francés y se mudó a Europa. Pero la musa se llevó el instrumento. Desde entonces el rey de la guitarra levita por esta puta ciudad en busca de su guitarra, y de la chapina...