Aleister Crowley en una irónica representación de Cristo. Fuente: http://user.cyberlink.ch/~koenig
Por Giovanni Rodríguez
La palabra “excéntrico” viene de “centro”, o más bien se va del “centro”, porque se refiere a todo lo que está fuera del centro o tiene un centro diferente. Como adjetivo, también se le llama excéntrico a lo raro, extravagante o fuera de lo normal. En la historia del arte siempre contaremos con artistas excéntricos, y me parece más verosímil la teoría de que los grandes excéntricos llegan a serlo no porque pretendan seguir los preceptos de determinada voluntad fuera del cauce normal de las cosas sino porque encuentran en eso que hacen la manera efectiva de no hacer lo otro, es decir, lo que les parece estúpido o definitivamente aburrido.
En este sentido, Aleister Crowley, Marcel Duchamp o Salvador Dalí no fueron tipos situados en una particular ideología sino simplemente hombres que se rebelaron contra lo establecido, contra lo que su mundo les ofrecía diariamente, y decidieron entonces representar un papel en la película de sus vidas: el de sí mismos en tanto seres independientes y disconformes con eso que suele llamarse “El Sistema”.
Este tipo de hombres excéntricos no actúa de acuerdo a un plan establecido; si acaso tienen un plan es el de no tenerlo nunca e ir siempre a la contra, riéndose, divirtiéndose, burlándose de lo que no les gusta, disfrutando los resultados de verse permanentemente en escena.
El nombre de Aleister Crowley, ese prolífico artista de la excentricidad fallecido en 1947 y que además de mago y satanista fue novelista, poeta y ensayista; alpinista, ciclista y piragüista; ajedrecista, cazador y viajero incansable; quizá pionero del movimiento hippie y autor de más de ochenta libros, vuelve a sonar ahora con la aparición de una nueva biografía suya. La primera vez que supe de él fue a través de la Historia abreviada de la literatura portátil, esa genial novela breve de Vila-Matas. Ahí el narrador nos informa que fue Crowley el traidor que hizo pública la existencia de la “Sociedad Secreta de los Portátiles”, una sociedad conformada por ilustres “shandys” de la talla de César Vallejo, Rita Malú, Berta Bocado, Jacques Rigaut, Georgia O'Keefe, Francis Scott Fitzgerald, Marcel Duchamp y Alberto Picabia, entre otros.
Si repasamos la biografía de Crowley o la de cualquier otro de estos simpáticos embaucadores (la lista de shandys es un buen comienzo), notaremos que en ellos siempre fueron importantes la libertad, el placer, la diversión, el engaño y el riesgo, y que de estos elementos se derivan sus acciones, que son las que, finalmente, constituyen su condición de artistas excéntricos.
Si la palabra “excéntrico” nos remite fuera de los márgenes del centro, la palabra “embaucador” nos sitúa en el centro mismo del engaño, algo que estos artistas practican casi con devoción. Pero en el arte la palabra “embaucador” no es un insulto sino un elogio, y todos estos hombres y mujeres que se juegan la vida en la construcción de su propio personaje, que pudieran incluso no tener obra pero si ser ellos mismos una obra de arte, que con cada acción le dan una bofetada al mundo al tiempo que se tiran un sonoro pedo y una gran carcajada, son unos grandes embaucadores, los únicos que resisten en todas las épocas con férrea voluntad y extrema pasión ante La Gran Costumbre.
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