Por Gustavo Larach
Regreso a Honduras
Las primeras décadas del siglo XX habían sido en Honduras un tiempo de agitación política y guerra civil, con liberales y conservadores luchando entre sí y, para ello, creando milicias con ciudadanos provenientes tanto de la esfera urbana como de la rural. Pablo Zelaya Sierra regresó a Honduras en octubre de 1932. En noviembre de ese año, un mes después de su regreso a Honduras, un nuevo conflicto estalló. Tiburcio Carías Andino, un conservador que gobernaría Honduras hasta 1949, había sido electo presidente y una facción del Partido Liberal se levantó en armas en contra de su propio presidente, Vicente Mejía Colindres, para que éste no transfiriera el poder a Carías. Zelaya entró en contacto con la brutal realidad de su país, y los hechos que en aquel momento discurrían sobre el paisaje nacional se vieron reflejados en la única pintura que Zelaya realizó tras su regreso a Honduras. Hermanos contra hermanos, imagen de siniestra masacre, contrasta diametralmente con la serenidad de las pinturas exhibidas en Madrid tan sólo unos meses antes. En un texto de 1996, Helen Umaña describió la pintura con estas palabras:
Hermanos contra hermanos es una quemante obra casi imposible de soportar: cuerpos despedazados, huesos al aire; músculos sangrantes, cabezas degolladas, pisoteadas y sostenidas en las manos como infame trofeo; familias huyendo; ranchos devorados por las llamas, aviones en labor de destrucción; el ojo vaciado por el sadismo del hierro impávido; la mancha indeleble de Baco embruteciendo al hombre. La apoteosis de la irracionalidad y el odio (Umaña, 1996, págs. 12-13).
Al venir a Honduras, Pablo Zelaya Sierra traía consigo muchas de sus pinturas, y traía también muchos sueños. Había bosquejado, en Apuntes a lápiz, una agenda artística para su país. Expresó claramente la necesidad de un museo de arte precolombino, y dispuso que, solamente después de haber creado dicho museo, sería razonable el establecimiento de un museo de arte clásico. Estos dos museos eran necesarios para la implementación de una escuela nacional de bellas artes, argumentaba Zelaya, pues sólo así se podría entrenar los ojos de los artistas hondureños. Zelaya quería que los hondureños practicaran el arte, quería que adultos y niños manifestaran sus propias visiones (Zelaya Sierra, 1990, pág. 12).
El 6 de Marzo de 1933, tan sólo cinco meses después de haber regresado a Honduras, Pablo Zelaya Sierra murió en un hospital de caridad, en absoluta pobreza. Nunca sabremos qué dirección habría tomado su trabajo si las actividades artísticas de un Zelaya Sierra residente en Honduras se hubieran prolongado por lo menos durante algunos años. A pesar de esta ausencia radical, su obra es un referente central del arte moderno hondureño y continúa siendo discutida y estudiada hoy.
Traducción: Adalberto Toledo y Gustavo Larach
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