Como casi siempre ocurre, el texto que sigue (escrito por Enrique Prochazka y publicado originalmente en Etiqueta Negra) afectará emocionalmente a más de uno, como ocurrió con un texto gemelo de éste, titulado "Contra los poetas"; pero tampoco serán muchos los afectados (por lo menos en H, pues en H novelistas hay muy pocos). En cualquier caso, leamos:
Pese a todo lo que se habla acerca de los
placeres de la lectura, yo no puedo leer novelas por placer. Así, no he
leído novela alguna de Fuguet, Kureishi, Pérez Reverte, Bolaño,
Cervantes, Allende, Hemingway, Roncagliolo. Quizá porque se ocupan de
cosas que no me seducen, como la vida y lo cotidiano. Para orientar mis
no-lecturas mis mejores guías son la publicidad y las recomendaciones.
Si algo o alguien me recomiendan algo, pierdo las ganas por completo.
Leyendo reseñas y escuchando sugerencias descubro que en estas novelas
la gente hace cosas que yo nunca hago, mientras que yo practico muchas
conductas en las que los personajes de novelas rara vez incurren. Cuando
ocasionalmente leo una novela lo hago porque me obligo a hacerlo,
siempre a partir de una sorpresa que atañe a la inusual valentía o
talento del personaje, virtudes que me dicen que, si insisto en la
lectura, quizá aprenda algo.
No es que juzgue que las novelas de estos
autores sean malas (aunque, según la certera Ley de Sturgeon, el noventa
por ciento de todo es basura). ¿Cómo saber que una novela es mala, si
ella constituye su propio antídoto? Se extingue en la mesa de noche.
Simplemente, sucede que son novelas. Se dirá que yo mismo las escribo,
pero al hacerlo me rehúso a degradar la estupefacción en anécdota, la
grisura del día a día en un argumento que te envuelva, en unos
personajes que aspiren a parecer reales. Naturalmente: si no puedo leer
sobre ellos mucho menos puedo escribirlos. Lo cotidiano, tu día a día,
me importan un pito.
Las mejores cosas que se han dicho contra
los escritores las han dicho ellos mismos. De cierta novela, Dorothy
Parker señaló que «no era como para dejarla de lado así no más: había
que arrojarla lejos, con mucha fuerza». Insuperable es Groucho, quien
con una esquela condenó al anonimato a un autor en el más imbatible y
citado de sus garrotazos. «Estimado Sr. Tal: desde el momento en que
tomé su libro entre mis manos no he podido dejar de reírme. Espero
leerlo algún día». Diera la impresión de que escribir novelas es lo más
fácil del mundo, con tanto incontinente que lo hace; allí está la
conocida queja de Cioran: «Escribir una novela sin argumento está muy
bien, pero ¿para qué escribir diez o veinte?».
Pero no abruma sólo la inflación de
novelas, sino además la pobreza de los recursos con las que se las
redacta. Es penoso que casi siempre se escriba desde las simas de la
ignorancia. Demasiadas novelas parecen nacer de esta pulsión extraña que
aquejó a Gibbon (denso contador de historias, si bien no novelista)
quien confesó que una mañana «desprovisto de una educación original,
deshabituado a los hábitos del pensamiento e incapaz en las artes de la
composición, resolví escribir un libro». Por eso renuncio a escribir de
lo que no sé, y así investigar es para mí la causa formal –más que la
eficiente– de todo lo que escribo. Y uno escribe porque está disconforme
con lo que esta leyendo.
Al oficio de novelista se dedican, las más
de las veces, personas que buscan la figuración por razones endocrinas.
Se agitan como locos bajo la presión de las editoriales, que por las
necesidades del márketing hacen del novelista un personaje mediático si
no ha logrado hacerlo ya él o ella primero para parchar sus
deficiencias, si no enzimáticas, sin duda afectivas. Los flashes simulan
mal el cariño, pero a veces esta prostitución es lo único que se tiene.
Se la maneja mejor soportada, si acaso, por el desprecio. No en vano
Jules Renard anotó que escribir es la ocupación en la que uno
continuamente trata de demostrar talento ante quienes no tienen ninguno.
Así la vida del novelista exitoso se
convierte en la vida de una vedette. Algunos apuran pasos y antes de ser
buenos, o siquiera famosos, ya son exitosamente malditos: diríase que
por superstición, como quien toca madera o se persigna. A veces, muy
raras veces, los novelistas tienen poder.
Lo más probable es que los lectores de esta
nota no hayan leído mis libros. A eso me dedico. Un novelista ha dicho
que yo sólo escribo para mí mismo; pero es mejor escribir para uno mismo
y no tener público, que viceversa.
Y sin embargo sí leo novelas. Son siempre las mismas ocho o diez. Hace
un par de décadas eran quince o veinte. Con un lápiz, en las márgenes de
las que quedan, voy subrayando quién soy. Quizá, al final, lo averigüe.
No sé, este tipo de cosas me afectan muchísimo. Me afectan en el sentido más tonto de la palabra, porque me hacen pensar en el qué dirán, que por lo general me afecta muy poco. ¿Es posible que alguien se tome tanto tiempo en desvalorizar a los demás? ¿Por qué alguien ha de encerrarse en cuatro paredes,e n vez de conquistar el mundo?
ResponderEliminarYo digo que a escribir se aprende escribiendo, pero también leyendo. Y si no tomamos lo mejor de cada cuál ¿para qué te molestas en continuar escribiendo (o más bien redactando) si sabes que no mejorarás? Hay que saber de todo un poco, y el argumento que éste elemento utiliza es incomprensible y me genera preguntas. ¿Será que acaso malinterpreté su tesis o de verdad este señor está diciendo que no lee novelas en los que los personajes incurren en acciones que él nunca realizó? Pero también habla de un grisáceo día a día que no le gusta, entonces, ¿qué quieres? ¿petróleo? (El que lea este comentario debe disculparme por la inclusión de una frase típicamente venezolana, pero me pareció bastante adecuada... Así le decimos en nuestro país a los inconformes).
Despliega una ignorancia muy ilustrada y cita ejemplos paradigmáticos el comentarista de marras, imagino que los novelistas a quienes dice no leer tiemblan de reverente temor ante la sola mención de la Parker y Groucho (!!??). Dime a quién lees y te diré quién eres.
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