La trilogía de Stieg Larsson.
Primero lo leí de Vargas Llosa, después lo esuché de Mario y ahora lo leo de Héctor Abad Faciolince. Los tres coinciden en que hay que leer la trilogía de Stieg Larsson:
"Mis ojos acerador de viking, oteantes, no han visto el mar", decía, muy joven, el gran poeta montañero León De Greiff, descendiente de suecos, pero cautivo en las montañas de Antioquia.
Lo que yo no he visto es Suecia, pero en estos días, por distintos motivos, he estado en el país nórdico a través de la pantalla y de las letras. Lo primero fue que encontré entre los libros infantiles de mis hijos —ya universitarios— el que más nos hizo reír y gozar cuando ellos eran niños: Pippi Calzelunghe, de la gran escritora sueca Astrid Lindgren. Pongo el título en italiano y no en español (Pippi Mediaslargas) porque las ediciones que conozco en castellano no le hacen honor al libro, y en realidad lo destruyen, por lo mal traducido. Mis recuerdos de cuando yo les leía a mis hijos en voz alta, son recuerdos, sobre todo, de carcajadas. Carcajadas por Pippi, carcajadas por Pinocho, y las últimas (fue lo último que se dejaron leer, antes de emprender su vuelo solitario) carcajadas por el gran Cortázar, sobre todo en aquel cuento hilarante que es “Conducta en los velorios” en las Historias de Cronopios y de Famas.
La segunda experiencia sueca reciente es un hermoso documental al final de la vida de Ingmar Bergman. Se trata de una larga entrevista que le hiciera Marie Nyreröd, cuando el gran director, cerca ya de los noventa años, se había retirado a una isla casi desierta, Fårö, donde sólo hay niebla, mar y silencio. El documental es sencillo, agridulce y poético; las reflexiones de un hombre al final de su vida. Si quieren verlo, está en la red, y es fácil de encontrar en Youtube. El reportaje me llevó a hojear, nuevamente, una de las autobiografías noveladas más hermosas que yo haya leído nunca, su Linterna mágica. Cuando hace poco vi a una de las actrices preferidas de Bergman, Liv Ullmann, entrevistando a Vargas Llosa en Estocolmo por el Nobel de Literatura, me alegré al darme cuenta de que estaba viva. La escena en que ella se suicida, en la película Cara a cara, es tan perfecta, que yo la creía ya tan muerta como Bergman.
Y con Vargas Llosa en Suecia llego al fin a lo que explica el título de esta nota: Lisbeth Salander. En estas Navidades estaba yo en mi hamaca de La Inés, como todos los diciembres. Y alguna incauta dejó allí tirado su ejemplar de Los hombres que no amaban a las mujeres (una mala traducción del título —que no es una litote: negar lo contrario— sino el más directo Hombres que odian a las mujeres). Y digo incauta a la persona que dejó el libro ahí, pues ya nadie me lo pudo arrancar de las manos. Dirán que llego muy tarde a las delicias, y es verdad. Por un incurable esnobismo de escritor y lector, no me gusta leer el libro que todo el mundo está leyendo, y eso ocurría con Stieg Larsson hace dos o tres años. Pero a finales de 2009 ya alguien con prestigio de lector —el mismo Vargas Llosa— había dicho que la trilogía Millenium estaba a la altura de Dumas, Dickens y Victor Hugo. Y lo está, o tal vez lo esté, no sé; para saberlo habría que esperar un siglo. El caso es que aunque creo que los 100 millones de terrícolas que han comprado a Coelho están equivocados, creo que los 50 millones que han leído a Larsson no lo están.
Lisbeth Salander y Mikael Blomkvist (la hacker y el periodista), son dos personajes entrañables, explícitamente relacionados con dos figuras inventadas por la maravillosa Astrid Lindgren. Tal vez por eso mi lectura de este año en la hamaca tuvo esa misma pasión, hilarante, concentrada, indignada, que tienen las lecturas juveniles. Esa felicidad de eliminar el juicio literario, las reticencias estilísticas, y sumergirse por completo en un universo alternativo, horrible y desafiante como este mundo real, sí, pero donde al fin se imponen la dignidad, la verdad y la justicia. Así no sucede en la vida real, como lo demuestra la misma suerte de Stieg Larsson, paradójica hasta la tragedia y la ironía, pero qué bueno que al menos ocurra en el mundo de la imaginación.