El escritor Enrique Vila-Matas, en Barcelona. / JOAN SÁNCHEZ
Marcos Ordóñez conversó recientemente con Enrique Vila-Matas sobre la última novela de éste, Aire de Dylan. Una de las razones por las que siempre leo a Vila-Matas es la de que en él uno no encuentra simplemente ficción, a la manera de la mayoría de los narradores actuales, sino que además, se le puede seguir como teórico de la literatura, aunque esto siempre, claro, a través de sus personajes. Algo de eso observamos en estas respuestas del novelista que dejo a continuación. La entrevista viene desde El País:
En Aire de Dylan, la nueva novela de Enrique Vila-Matas hay un escritor fracasado y sin nombre que conoce a un adolescente parecido a Dylan que quiere fracasar, y una muchacha misteriosa parecida a Scarlett Johansson, y un escritor muerto y todavía más misterioso llamado Lancastre que infiltra memoria en el cerebro de su hijo, y una madre terrible, y la historia de Hamlet puesta al día, y un viaje a Hollywood que acaba siendo un viaje cósmico, y muchas, muchas cosas más.
Marcos Ordóñez. Lo que no hay, diría yo, es una “sátira de la posmodernidad”, como afirma la contraportada.
Enrique Vila-Matas. Eso fue un malentendido. No me he propuesto satirizar nada. En la literatura (y en la vida) acepto todas las tendencias, salvo, claro está, las totalitarias. Intento mantener una apertura mental extrema. Lo que sucede es que Vilnius, el adolescente, se enfrenta a la visión literaria de Lancastre, su padre muerto, por imperativos de la edad. Y eso es lo que ha dado en bautizarse con el ambiguo término de “posmodernismo”.
M. O. Cito elementos de la panoplia de Lancastre: “heterónimos, cambios constantes de piel y de personalidad, juegos literarios, ficciones presentadas como hechos reales, mezcla de géneros, reinvención de citas de otros autores, humor juvenil…”. ¿Sigo?
E. V.-M. Hace poco me preguntaron si me identificaba con el narrador, el escritor que quiere dejar de escribir, y contesté que me identificaba con Lancastre, con el escritor muerto. En Lancastre no hay sátira de una corriente literaria sino algo que suelo practicar: ponerme en cuestión, reírme un poco de mí mismo. Me gustó cómo lo hizo Coetzee en Verano, donde se contemplaba, muy humorística y duramente, a través de los ojos de los distintos testimonios de una serie de narradores.
M. O. Nabokov parece muy presente en Aire de Dylan, sobre todo el Nabokov de La verdadera vida de Sebastian Knight: por el humor, por la inventiva, por las historias como muñecas rusas, y por ese continuo juego del ratón y el gato con “lo biográfico”.
E. V.-M. Hay una cita muy explícita de ese gran libro en las últimas páginas: es la idea de que no hay nada menos autobiográfico que una autobiografía. Las memorias apócrifas de Lancastre, que Vilnius y Deborah y el narrador intentan escribir, son más verdaderas que una autobiografía real.
M. O. Hará un par de semanas hablaba en estas páginas de “vanguardia feliz” refiriéndose a Pálido fuego: de nuevo Nabokov.
E. V.-M. Nabokov nunca pierde de vista el relato, la melodía. Deconstruir o experimentar abandonando al lector ha sido, por desgracia, una práctica demasiado frecuente. Yo creo que hay que jugar y experimentar sin olvidar el interés del lector, y mantener en alto la historia sin estar sometido a ella.
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