(...) un día en un bar de Blanes en que Bolaño quiso saber de qué trataba El viaje vertical, la novela que estaba por entonces escribiendo y que yo no estaba muy seguro que debiera continuar. Era un día que no he olvidado, de un invierno muy frío y húmedo. Estábamos en un bar muy abrigados, junto al mar, tomando cafés con leche y croissants. Le conté el argumento de mi novela, le hablé de los avatares de la vida de un viejo a medio camino entre Barcelona y el continente desaparecido de la Atlántida, y me di cuenta, contándolo, que en mi libro “no sucedía nada”. Así se lo dije, apesadumbrado. Un breve silencio. Me había escuchado más atentamente de lo que creía.“¿Pero cómo puedes decir que no sucede nada si pasan ahí ‘muchas’ cosas?”, dijo de pronto. ¿Pasaban muchas cosas? Probablemente exageraba, pero hizo que me creyera que, en efecto, había ahí muchas cosas que yo no había visto. Y hablando de cosas no vistas: de pronto Bolaño se levantó y, dejando por unos momentos el bar, fue a su cercana casa y regresó con un extraño plano de la Atlántida, un plano que yo nunca había visto y que demostraba que la geometría callejera del continente hundido era idéntica a la del centro de Barcelona. No olvidaré nunca que aquellas palabras y gestos de Bolaño me llevaron a continuar mi novela, a continuarla con un nada disimulado entusiasmo exagerado.
Lección de humildad y abismo, Enrique Vila-Matas, Turia nº 75
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