martes, 4 de noviembre de 2008

Dante: un paseo por el infierno

El Infierno, según Gustave Doré.

Revisando viejos archivos, me topé con esto que escribí, creo, hace unos cinco años para una clase de la universidad. Si algún día a mi computadora le da por no recordar, queda al menos aquí la evidencia de que yo también estuve en el infierno.

Ernesto Sabato comenta que los florentinos, al ver caminar a Dante por las calles, decían, no sin cierta verdad en su observación: “Ahí va el que anduvo en el infierno”. Esta aseveración irónica o ironía verídica explicaría muchas cosas acerca de la minuciosidad con que Dante narra en su Comedia lo que “vio” en el infierno.
A los amantes de lo fantástico no les desagrada concebir a este gran poeta como un auténtico visitante de las “profundidades tenebrosas”; tampoco a la literatura -si obviamos, claro, a los críticos-, le interesa conocer el verdadero origen de sus visiones, en tanto que su obra permanezca, como en efecto sucede. Lo cierto es que, lógicamente por razones literarias, el propio Dante intenta siempre, y termina lográndolo, que sus lectores crean fielmente en este viaje suyo al hogar de Lucifer. De ahí que se haya colocado a sí mismo como personaje y narrador en la obra.
La manera tan detallada con la que Dante presenta su visión del infierno refuerza esta desenfadada teoría. Por lo demás, sabemos que Dante vivió prácticamente un infierno desde que fue acusado en su natal Florencia de malversación de fondos e inmediatamente condenado a multa, exilio y por último a muerte si regresaba a su tierra. Es probable que Dante hubiera descubierto el infierno en el espacio en que habitaba diariamente. La ciudad de Dite nos trae reminiscencias de esa Florencia medieval que lo echó de sus puertas, por eso quizá llevó a su Infierno a tantos florentinos.
El narrador en primera persona
Con la decisión de participar personalmente en las acciones de su Comedia, el poeta solucionó algunos inconvenientes relacionados con la verosimilitud de la misma. ¿De qué otra manera, si no fuera a través del relato de un testigo en primera persona –y Dante lo es- podríamos sentirnos nosotros, incrédulos y prevenidos lectores, más cerca de esos paisajes oscuros que nos pintan sus ojos? (Éste es otro ejemplo de que la autoficción no se inventó hace poco).
Como testigo, el poeta se siente en la obligación de contarnos lo que vio y lo que sintió en ese lugar. Al erigirse como personaje y testigo de su narración al poeta no le queda otra que referirnos la verdad, y esta verdad que se origina de su propia observación, de los testimonios de los otros personajes o incluso de las iluminadas palabras de Virgilio, no es más que su propia verdad.
Las acusaciones de arbitrariedad a la hora de escoger a los personajes que habitarían su Infierno se ven diluidas entonces en la imposibilidad -ahora material- de que él, un simple personaje más, pudiera intervenir en esta escogencia. Al poeta no le es permitido trastocar el orden establecido, tan sólo ser partícipe de ese orden.
Borges encuentra otras implicaciones en el problema de la decisión técnica de Dante al incluirse al mismo tiempo como personaje y narrador en su propio poema:
"Una de sus tareas, no la más fácil, es ocultar o disimular esa omnipresencia. El problema era singularmente raro en el caso de Dante, obligado por el carácter de su poema a adjudicar la gloria o la perdición, sin que pudieran advertir los lectores que la Justicia que emitía los fallos era, en último término, él mismo. Para conseguir ese fin se incluyó como personaje de la Comedia, e hizo que sus reacciones no coincidieran, o sólo coincidieran alguna vez –en el caso de Filippo Argenti, o en el de Judas- con las decisiones divinas"[1].
Lógicamente no hubiera sido lo mismo que el propio Dante emitiera los juicios sobre los personajes del Infierno. Al ceder esta tarea a otros él se desvincula y se nos presenta como un simple testigo, alguien cuya única responsabilidad es la de referirnos los acontecimientos de los que él mismo es parte fundamental.
La verdad y los juicios
Dante desliza algunas de sus verdades a través de sus personajes y llega incluso a otorgarles crédito. En el caso de Virgilio, el personaje Dante no duda nunca de sus palabras: "Maestro, tus palabras son para mí tan verdaderas, y tal crédito me merecen, que tengo las de los demás por sonidos vanos"[2]. En otras ocasiones el poeta reivindica su propia verdad: "Creo que no debí descontentar a mi Guía, pues estuvo escuchando con alegre rostro las verdades contenidas en mis palabras"[3].
De una u otra manera, Dante es conciente de su intención constante de querer transmitirnos una verdad que él considera la única. En ciertos pasajes de la obra, incluso, Dante –el personaje- manifiesta la intención de querer escribir la obra de lo que ahí, en el Infierno, está viviendo: "…y si anhelas celebridad, grato te puede ser que incluya tu nombre entre mis demás memorias"[4]. Esto sugiere, y efectivamente lo es, una regresión del Dante autor al Dante personaje, una muestra más del grado de penetración del creador en su obra y de los límites a los que llega por el afán ya mencionado de hacernos creer que realmente él estuvo ahí y formó parte de los acontecimientos sobre los cuales escribe.
Un recuento de los pecados
En el Infierno Dante pasa revista a las grandes figuras de la antigüedad clásica y a sus contemporáneos, que han sido precipitados ahí por los pecados de su existencia. Sus razones probablemente sean, aparte de la de honrar a su amada Beatriz, las de justificar la ley divina del cristianismo -religión de la cual él era adepto-, ofrecer simbólicamente un panorama de la Florencia de esa época, y además, aprovechar la ocasión para vengarse sutilmente de aquellos que de alguna manera lograron hacerle vivir en la tierra un verdadero infierno.
Con un lenguaje vívido y de gran riqueza expresiva, el poeta mezcla los elementos simbólicos con referencias a estos personajes históricos y mitológicos, y logra construir una equilibrada y grandiosa síntesis del conocimiento humano desde los días de Homero hasta la Edad Media.
Es así como podemos encontrar en el canto cuarto, en el primer círculo del Infierno, las almas de Héctor y Eneas, Sócrates y Platón, Diógenes, Anaxágoras, Thales, Empédocles, Heráclito y Zenón, hombres que a pesar de "haber vivido racional y virtuosamente, por no haber sido regenerados en el bautismo, se ven excluidos del Paraíso"[5]; y en el canto trigésimo segundo, del noveno círculo, a las de los traidores como Beccaria, un parmesano enviado a Florencia por el Papa con la misión de alterar el orden político, por lo cual fue degollado en una plaza pública; o Juan del Soldanieri, quien traicionó a sus propios hermanos gibelinos habiéndose unido al pueblo para derrocarlos del poder en el gobierno.
Las épocas y sus distintos protagonistas vienen a ser una sola en el Infierno en función de la intención primigenia de Dante, que es la de otorgar a cada uno, según las leyes divinas, el castigo que le corresponde por sus respectivos pecados en vida. Por eso no es extraño encontrarse en el mismo punto a Judas Iscariote, el traidor de Jesucristo, junto con Bruto y Casio, los matadores de César, ya que los tres atentaron contra el poder divino, uno por entregar al Hijo de Dios y los otros por asesinar al representante de Dios en la tierra.
Presencia de Virgilio
La relación Dante-Virgilio es otro aspecto digno de mencionar en cualquier análisis de La divina comedia. Dante se muestra siempre si no sumiso, al menos excesivamente respetuoso con el poeta latino, al grado que al inicio de su recorrido por el infierno casi renuncia a acompañarlo por no considerarse digno de su compañía: "Mas yo, ¿por qué he de ir también? ¿quién me otorga esta gracia? No soy ni Eneas ni Pablo; no me creo, ni nadie me creerá, digno de ella; y si me abandono a esta confianza, temo que mi viaje sea una insensatez"[6]. En otra ocasión llega a abstenerse de preguntarle algo: "Bajando entonces los ojos, avergonzado, y temiendo que mis preguntas le fuesen enojosas, me abstuve de hablar hasta que llegamos al río"[7].
Durante todo el recorrido de Dante por el infierno, sus alusiones a Virgilio son variadas: “buen maestro”, “sabio director”, “mi guía”, “gentil vate”, “raudal de toda ciencia”, “mi señor”, “tierno padre”, “excelsa virtud”, “antiguo poeta”. Todos estos apelativos ilustran esta relación entre el poeta florentino y Virgilio, a quien consideraba como el más grande de todos los poetas de la historia. Sin embargo Dante no se siente tan por debajo de Virgilio, como podría suponerse. Él está conciente también de la grandeza de su obra y por eso en el canto cuarto no duda en colocarse al lado de Homero, Horacio, Ovidio y Lucano, además, por supuesto, de Virgilio: "Y mayor honra me hicieron todavía, pues me asociaron a ellos, de suerte que fui el sexto entre los cinco sabios"[8].
De esta conciencia de Dante sobre la grandeza de su propia obra tampoco escapa el argumento del Infierno. Hay momentos en los que el poeta coloca en boca de sus personajes elogios a las palabras que él mismo, como personaje, ha pronunciado durante su paso por el infierno: "-Dasme, ciertamente, gusto en todas tus preguntas, respondió"[9].
Hay, por supuesto, múltiples formas de abordar a Dante en su paso por el infierno. Las expuestas anteriormente son sólo algunas, y nos queda siempre la insatisfacción de no haber acompañado al poeta, como hubiésemos querido, por este viaje obligado en esa selva oscura.
E quindi uscimmo a riveder le stelle.

Citas
[1] Borges, Jorge Luis. Nueve ensayos dantescos. Alianza Editorial. Madrid. 1999. Pág. 15.

[2] Alighieri, Dante. La divina comedia. UTEHA. México. 1966. Pág. 131.

[3] Op. Cit. Alighieri, Dante. Pág. 124.

[4] Íbidem. Pág. 214.

[5] Íbidem. Pag. 19.

[6] Íbidem. Pág. 8.

[7] Íbidem. Pág. 16.

[8] Íbidem. Pág. 23.

[9] Íbidem. Pág. 91.

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