Me entero, vía Moleskine Literario, de un extraordinaio proyecto cultural llamado "Orsai". Su creador, argentino, de nombre Hernán Casciari, nos lo explica en este video de 18 minutos que también resulta ser una magnífica historia. Parece que esto demuestra que con imaginación y voluntad la cosa puede marchar. Compruébenlo.
Hartos de las pobres y malas palabras, pero sin perder el hábito de la carcajada. La palabra mimada o la mala palabra, ustedes deciden.
jueves, 22 de diciembre de 2011
martes, 20 de diciembre de 2011
Qué es y qué no es una novela
Portada de la novela de GGMárquez aludida en el artículo.
Con ocasión de una reciente noticia relacionada con García Márquez, el novelista colombiano Juan Gabriel Vásquez nos entrega en este artículo, publicado en El Espectador, una leccioncita que tendrían que aprender muchos de nuestros "lectores" catrachos, acostumbrados a confundir, con ignorancia y altanería a la vez, algunas cosas elementales:
Hace 17 años, un tal Miguel Reyes Palencia demandó a García Márquez por haber convertido su vida en literatura.
Sostuvo Reyes que el personaje de Bayardo San Román era él, o que él era Bayardo San Román. Ustedes lo recuerdan: aquel hombre misterioso y adinerado que en Crónica de una muerte anunciada se casa con Ángela Vicario, descubre que la novia no es virgen, la devuelve a su familia y pone en marcha la tragedia que acabará con la muerte de Santiago Nasar. Sostuvo Reyes que García Márquez le debía la mitad de las regalías que hubiera obtenido por la novela y que además su nombre, el de Reyes, debía figurar en la portada como coautor. Hace unos días, un tribunal superior de Barranquilla falló a favor de García Márquez y en contra de las curiosas pretensiones del modelo real del personaje ficticio. Y al hacerlo ha recordado algunas verdades sobre la creación literaria que al parecer no son, o no son siempre, del dominio público.
El asunto tiene un lado humano, demasiado humano: el oportunismo. Y no es la primera vez que alguien trata de sacarle tajada al éxito económico de García Márquez con estas estrategias: ustedes recuerdan que ya el marinero cuya experiencia informa el Relato de un náufrago había probado suerte de la misma forma. Con una diferencia: el hecho de que ese relato fuera un reportaje —y no una ficción— podía provocar cierta confusión en gente bienintencionada. Pero alegar que uno es coautor de una novela por el hecho de que su vida ha inspirado la creación de un personaje no sólo es cómico: es delirante. En la (justamente) célebre entrevista con Hemingway, el entrevistador de la Paris Review le dice: “¿Podría usted decir algo acerca del proceso de convertir a un personaje de la vida real en un personaje ficticio?”. La respuesta de Hemingway es: “Si explicara cómo se hace a veces, sería como hacer un manual para abogados expertos en difamación”. Y para oportunistas, añado yo.
Una novela no es nunca las cosas que cuenta, sino cómo se cuentan esas cosas. Tomen ustedes la siguiente historia: una mujer frívola se casa mal, se aburre de su matrimonio, se enreda con uno o dos amantes y la vida se le enreda tanto que acaba en la desgracia. Con semejante material pueden ocurrir dos cosas: una mala telenovela venezolana o Madame Bovary. Un joven confundido comete un asesinato, es perseguido por la policía y acosado por la culpa hasta que decide confesar su crimen, va a parar a la cárcel y allí encuentra la redención gracias al amor de una mujer. Con eso se hace una pésima película de Hollywood o Crimen y castigo. La diferencia, por supuesto, está en las palabras que se escogen, el orden en que se ponen, las escenas o los párrafos que construyen: ese complejo aparato que es una novela es la consecuencia de muchas decisiones, y ninguna de ellas pertenece a la persona real que el novelista usó.
Crónica de una muerte anunciada, ese librito que en mi edición tiene apenas 120 páginas, es uno de los aparatos narrativos más sofisticados de nuestra lengua. Su construcción y su prosa son una maravilla; su falsa estrategia periodística, una lograda osadía. Bayardo San Román es una criatura hecha de lenguaje, y ese lenguaje no es el de Miguel Reyes Palencia, sino el de Gabriel García Márquez. Y eso, me parece, es todo lo que hay que saber.
miércoles, 14 de diciembre de 2011
Narrar la vida de la madre puta
El escritor mexicano Julián Herbert. Foto de MÓNICA ÁLVAREZ HERRASTI.
"No reivindico ni la pobreza ni el sufrimiento. Con cualquier vida se puede construir un universo literario", dice el mexicano Julián Herbert (Acapulco, 1971), reciente ganador del premio Jaén de Novela con la obra Canción de tumba (Mondadori). En esta nota de El País, nos dicen que Herbert, narrador, poeta y vocalista de la banda de rock Madrastras, cayó en 2006 como una piedra en el estanque editorial español con Cocaína. Manual de usuario (Almuzara), un texto escrito con el mismo cuchillo con el que ahora relata la vida de su madre, prostituta.
La enfermedad terminal de una mujer cuyo primer recuerdo era una paliza fue el detonante de la historia que su hijo empezó a redactar para sobrellevar las noches de hospital. "Tuve que vencer una vergüenza personal y otra literaria", dice el escritor por teléfono desde Saltillo. "Lo autobiográfico tiene esquinas difíciles". "Madre solo hay una. Y me tocó", reza la cita que abre Canción de tumba. Lo que le sigue es un torrente de nomadismo prostibulario, casas malconstruidas por sus propios inquilinos, desahucios y violencia. "Lo malo de ser el hijo de una puta es que, cuando eres niño, muchos adultos actúan como si la puta fueras tú. Mi hermano mayor tuvo que salvarme de ser violado al menos en tres ocasiones antes de que me graduara de primaria", escribe Herbert, que insiste en que su mayor preocupación no fue qué contar sino cómo hacerlo: "No quería hacer una autobiografía sino algo que funcionase literariamente".
Si quieren seguir leyendo, váyanse por aquí.
domingo, 11 de diciembre de 2011
MGallardo: "No soy ningún autor canónico para dar consejos"
Y para finalizar esta serie, tomada de esta publicación de La Prensa, les dejo las respuestas de Mario Gallardo (incluido en Puertos abiertos. Antología de cuento centroamericano) a Carlos Rodríguez:
¿A qué otro autor nacional le hubiera gustado ver en la antología “Puertos abiertos”?
Desconozco detalles acerca de los parámetros utilizados para la selección por Sergio Ramírez, por lo que sería insensato proponer inclusiones basadas en premisas personales, pero me atrevo a decir que Roberto Castillo no debiera faltar en ninguna antología de narrativa centroamericana.
¿Cree que “Puertos abiertos” ofrece una visión saludable del cuento centroamericano?
No soy muy afecto a las metáforas medicinales, pero es indudable que ofrece un panorama amplio y representativo de la narrativa de corto aliento que se está escribiendo en la región, además de tender un puente entre propuestas que marcaron el paso durante el siglo XX y las que se encuentran en proceso de definirse en el XXI.
Para un autor hondureño, ¿qué importancia tiene aparecer en una antología hecha por Sergio Ramírez para el Fondo de Cultura Económica?
La misma que para el resto de los autores centroamericanos: el honor de haber sido seleccionado por un hombre de letras con una carrera tan unánimemente celebrada como la de Sergio Ramírez y las ventajas de aparecer publicado en una editorial que puede presumir de una trayectoria impecable a nivel continental.
¿Cuál es su cuento favorito de los autores incluidos y que no aparece en la antología?
“Lejano”, de Eduardo Halfon, y “La niña que no tuve”, de Rodrigo Rey Rosa.
Algunas personas han opinado que reveló demasiado de la vida real en Las virtudes de Onán, ¿qué piensa?
Sobre “Las virtudes de Onán” han escrito Helen Umaña, Hernán Antonio Bermúdez, Giovanni Rodríguez, Rodolfo Pastor y Gustavo Campos, y en ninguno de sus trabajos he visto expresada esa sentencia, así que no podría decir mucho en torno a tales “revelaciones” ya que desconozco absolutamente su contexto.
¿Qué consejo le daría a los escritores jóvenes?
No soy ningún autor canónico para dar consejos, pero in extremis optaría por el más trillado, pero el que menos adeptos tiene: leer y, sobre todo, releer.
¿La literatura debería estar comprometida con alguna causa?
No creo en más compromisos que el de preservar la autenticidad de tu propuesta y esforzarte al máximo por escribirla bien.
GCampos y la muerte de Sosa (según CR)
En la misma publicación de La Prensa citada en la entrada anterior de este blog aparece también esta corta entrevista a Gustavo Campos (antologado en Puertas abiertas. Antología de poesía centroamericana). Carlos Rodríguez, el entrevistador, suelta un dardo desde la primera pregunta, pero habría que preguntarle a él si les haría la misma pregunta a todos los poetas hondureños incluidos en esta antología... Porque según Carlos, si Roberto Sosa no hubiera muerto, los únicos poemas hondureños que aparecerían en esta antología serían los de Sosa. Vaya pendejada! Dejando aparte ese asomo egocéntrico en algunas de las respuestas de Gustavo Campos, hay que reconocer que su poesía publicada hasta ahora es una de las más auténticas de los últimos años y que no necesita de la muerte de nadie (ni del autobombo) para sobresalir y ocupar un lugar en una antología tan importante como ésta preparada por Sergio Ramírez para el Fondo de Cultura Económica.
¿Su inclusión en la antología “Puertas abiertas” está marcada por la muerte del poeta Roberto Sosa, ¿es cierto? ¿Qué opina?
Mi obra estaba preseleccionada, según me dijo uno de los integrantes del consejo editorial, y creo más que mi inclusión se debe a un reconocimiento de mi labor creativa que supone, y se entrevé al ver la selección de mis poemas, un nuevo camino que transitar en la poesía hondureña. La muerte de Roberto Sosa nos conmovió y tenemos claro que de seguir vivo él estaría incluido como uno de los poetas más reconocidos que ha dado nuestro país.
¿“Puertas abiertas” es una especie de recompensa a su trabajo poético?
En cierta medida sí. Es gratificante saberse antologado en una de las más prestigiosas editoriales de habla hispana, pero no lo veo como “recompensa” o “incentivo”, de no haber salido seguiría escribiendo y escribiendo, pues la verdadera “recompensa” a la que aspiro es lograr una obra maestra.
¿Con la poesía de qué autor incluido en este libro se identifica tu “yo poético”?
Mi “yo poético” no cree identificarse con otros autores incluidos, pero como lector admiro mucho a poetas como Rigoberto Paredes y óscar Acosta. Lo que me entristece es la exclusión de tres poetas que a mi ver debieron aparecer, como ser: José Luis Quesada, Livio Ramírez y José Antonio Funes. Con los poetas que más me identifico ya están muertos, Edilberto Cardona Bulnes y Nelson Merren.
¿Gustavo Campos cree en el destino?
Creo más en la predestinación. Y cuando llego a creer en el destino me provoca cierto temor a nivel personal, pero grandes expectativas a nivel profesional.
¿Para un escritor hondureño, ¿qué representa aparecer en una antología hecha por Sergio Ramírez para el Fondo de Cultura Económica?
Una satisfacción y una alegría innegable de que haya sido un gran escritor como lo es Sergio Ramírez quien te incluya en una antología que a su vez es publicada por una editorial de gran prestigio.
¿Cuál es su mayor defecto en el oficio de escribir?
Soy muy autocrítico, diría casi autodestructivo conmigo mismo y con mi obra. Soy capaz de distanciarme de mis trabajos y ejercer juicios críticos en su contra, los mismos que aplicaría a otras obras. No me enamoro de mi escritura y a veces suelo reírme de escritos míos.
viernes, 9 de diciembre de 2011
Por qué a Escoto no le gustan las antologías
Portada del libro Puertos abiertos. Antología de cuento centroamericano.
¿Esta antología ofrece una visión saludable del cuento en CA?, le preguntó el periodista Carlos Rodríguez a Julio Escoto en una corta entrevista publicada recientemente en La Prensa con motivo de la antología del cuento centroamericano Puertos abiertos, preparada por Sergio Ramírez. Y tras leer la respuesta de Escoto es difícil dejar de imaginarse en su rostro una mueca de disgusto, de incomodidad y hasta de dolor:
No estoy muy seguro de ello. En el caso de Honduras ocurrió una sustitución de autores que yo, como responsable de la selección por país, no autoricé nunca. He solicitado explicación sobre eso a Sergio Ramírez y a esta hora no la he recibido. El director de la antología realiza la selección final pero no introduce a otro autor sin consultar, o por lo menos informar al responsable por país. Si eso ocurrió con Honduras pudo haber pasado con otros países, o con el tomo de poesía. Situaciones que desde luego deforman e incluso vician la idoneidad de una antología. En segundo lugar, la escogencia de solo autores vivos es una muestra parcial del desarrollo de una narrativa, corte transversal de un momento, no de un extenso período o la totalidad. Pero en este caso ese fue el criterio y me parece bien, excepto que no se puede hablar de “saludable” cuando solo conocemos a una parte del cuerpo global.
Obviamente el periodista no supo (o no quiso) ejercer su profesión de la manera en que podría esperarse y por eso hasta el sol de hoy desconocemos cuáles autores aparecen en esa antología en lugar de otros, según el fino criterio de Escoto. Desconocemos también cómo fue que se le otorgó a Escoto (si es que se le otorgó verdaderamente) la potestad de "seleccionar" los cuentos hondureños que aparecerían en ese libro. Desconocemos finalmente por qué Sergio Ramírez, responsable de la edición, incluyó a ciertos autores en la antología "sin consultar" a Escoto.
Cosas curiosas que ocurren en países de ciegos...
domingo, 13 de noviembre de 2011
DFWallace, visto por un forense
David Foster Wallace.
Es un escritor de 46 años, ganador de una beca McArthur, conocido por los forenses como David Wallace y por el resto del mundo como David Foster Wallace. Está acostado en una camilla dentro de una ambulancia sin sirena; luce shorts grises, camiseta azul, medias amarillas, zapatos deportivos blancos algo curtidos por el uso. Su hígado marca 33.16 grados; tiene una marca en la parte frontal del cuello. En vida fue autor de las 1.079 páginas de la novela La broma infinita, celebrada por Time, Harper’s, The New York Times, Salon, The New Yorker, Newsweek, premiada con 150.000 dólares por la Fundación Lannan, traducida al alemán, al italiano, al español; biografía ficticia de la familia Incandenza, satírica, histérica, tal vez excesiva como toda su narrativa. En la morge descubren que Foster Wallace pesaba escasos 73 kilogramos para los 183 centímetros de altura que a las 21:28 estaban suspendidos en el jardín trasero de su casa en la 4201 Oak Hollow Road, Claremont, California, el hogar que compartía con sus perros, Warner y Bella, y desde 2004 con su esposa Karen Green, la mujer que había salido a hacer compras y a las 21:32 levantaba el teléfono: 9, 1, 1.
El expediente 06413 de Los Angeles County Coroner asegura que ese hombre caucásico, sin embalsamar y refrigerado nació el 21 de febrero de 1962 en Ithaca, Nueva York, que fue declarado muerto a las 21:43 del 12 de septiembre de 2008, que antes de ese día ya llevaba dos intentos de suicidio –porque incluso en la literatura a la tercera puede ir la vencida–, que durante los últimos meses se había sometido a doce terapias electroconvulsivas; que Nardol, Klonopin y Restoril fueron parte de una larga lista de antidepresivos incapaces de evitar este momento, que la marca en la garganta tiene un centímetro de profundidad, que se subió a una silla con 41 centímetros de altura, que se ató las manos con cinta de embalaje, que pateó levemente la silla, esa silla, y se regaló una muerte neuronal isquémica. David Foster Wallace nunca fue amigo de los finales y era de esperar que su propia vida no terminara con un párrafo exhaustivo, ni siquiera con una nota a pie de página.
Para seguir leyendo el artículo de Marcel Ventura, visiten El Malpensante...
De cuando Matt Groening conoció a Pynchon
Thomas Pynchon en un episodio de Los Simpson estrenado en 2004.
“Llegó el día y pude conocerlo en persona, en el estudio de grabación. Un hombre very gracious (cortés, elegante, gracioso). Por supuesto, fui con mi amigo pynchoniano de los tiempos de la universidad, Richard Gehr. ¡Y le llevamos una pila de libros para firmar! Estuvo muy contento de ver mi edición de Mason & Dixon. Le pregunté en qué estaba trabajando y me contó que estaba embarcado en un libro bien gordo y que su mayor preocupación era que su dead line era ese año. Eso me sorprendió mucho, me impresionó que hasta Thomas Pynchon tuviera dead lines . Hasta me corrigió la forma de pronunciar su apellido, pynchón. No sé si conocer a mi ídolo tuvo que ver, pero lo cierto es que leerlo ahora me resulta más fácil. También lo encuentro más gracioso. Por supuesto, le pregunté por las cartas de Wanda Tinasky, por todos los rumores y especulaciones al respecto. Me dijo que no era él. Ahora que lo pienso, me arrepiento de haber llevado para que me firme una copia tan hecha mierda de El arco iris de gravedad .”
Matt Groening, creador de Los Simpson, cuando conoció a Thomas Pynchon.
La nota completa en el blog Moleskine Literario.
miércoles, 19 de octubre de 2011
Poff o la muerte de Bukowski
“Considerado y elegante hasta en el último momento, mi abuelo puso el colchón de su cama en el suelo para que su sangre no hiciera tanto reguero”. Así suena Poff, la primera novela de Darío Cálix, de la que dejo una reseña a continuación:
¿Podría resumir el contenido de Poff? Debía intentarlo y lo hice para el texto de la contraportada del libro, en el que se lee: “Darío Cálix ha decidido imaginar a otro joven llamado Santiago García, quien realiza un inventario minucioso de sus pesadillas con el objeto quizá de identificar la materia de la que está hecho. Y en este proceso de auto identificación, el personaje Santiago pasa gradualmente de preguntarse por sí mismo como individuo a preguntarse por sí mismo como creador de ficciones, en un ejercicio de escritura paródica que apunta a Bukowski (para matarlo) y a una nueva generación de lectores”.
¿Es justo y efectivo este resumen? Sí y no. Sí, porque satisface la curiosidad de esos lectores que para comprar un libro se dejan llevar por lo que dice la contraportada. Y no, porque no es posible resumir una obra que no se construye sobre la base de un argumento sino sobre la base de una voluntad de estilo, aunque esta voluntad de estilo no sea del todo premeditada sino tan sólo la inocente y torrencial escritura de su autor.
¿Es justo y efectivo este resumen? Sí y no. Sí, porque satisface la curiosidad de esos lectores que para comprar un libro se dejan llevar por lo que dice la contraportada. Y no, porque no es posible resumir una obra que no se construye sobre la base de un argumento sino sobre la base de una voluntad de estilo, aunque esta voluntad de estilo no sea del todo premeditada sino tan sólo la inocente y torrencial escritura de su autor.
Y la que evidencia esta opera prima de Darío Cálix, aún siendo una obra que podríamos considerar púber, es una voluntad transgresora que podría estar emparentada con la de la obra de uno de los primeros ídolos literarios de Cálix (y además personaje en este libro): Charles Bukowski, pero prefiero citar a otros autores si de relacionarla estilísticamente se trata, aunque para efectos de esta reseña sólo cite a uno de ellos. Porque Poff no es sólo el “sonido” que puede percibirse del desprendimiento de una parte de Bukowski en estas páginas sino también el sonido que produce la caída hacia atrás del autor cuando se da cuenta de que en su obra no debía imitar disciplinadamente a su ídolo sino más bien parársele enfrente para retarlo. Es de esta manera como logra escribir una parodia de sí mismo como autor: asegurándose de que lo suyo hacia Bukowski ya no sea devoción sino feliz y carcajeante sepultura.
Aunque nacido en 1987, lo cual supondría pertenecer a la generación iPod, escuchar reguetón y ser fan de Crepúsculo, Santiago es un espíritu más bien instalado en una época anterior, una época que sin embargo reedita constantemente en compañía de sus amigos, cuando se reúnen a escuchar a Lou Reed, a John Cale y a Leonard Cohen o a ver documentales sobre Bob Dylan.
En Dublinesca, la novela de Enrique Vila-Matas, el narrador dice en determinado momento: “Después de todo, la vida es un grave y ameno recorrido por los más diversos funerales”. La cita, aplicada a este libro de Darío Cálix, resumiría muy bien su poética, porque después de todo, ¿qué es Poff sino un recorrido, a veces grave y a veces ameno, por el funeral que su protagonista le dedica a su ídolo Bukowski? Y puede aplicarse la cita también a un tipo de narrativa que, con ironía y en clave de parodia, responde a la narrativa de corte realista, que a estas alturas se nos antoja inútilmente seria y en algunos casos forzada y hasta pedante.
Poff es una alegre autopsia de una juventud rebelde y sin embargo culta, ubicada en la cola del Sistema pero también librepensadora, regida por los principios del hedonismo e igualmente afectada por las pequeñas calamidades cotidianas. No será difícil que se convierta en una obra de culto entre estos jóvenes, pero, considerando su frescura, su desparpajo y su ambición estilística, también dará de qué hablar entre aquellos lectores todavía acostumbrados a las propuestas de las anteriores generaciones de la narrativa hondureña.
domingo, 16 de octubre de 2011
Houellebecq por sí mismo
Michel Houellebecq. El mapa y el territorio. Traducción de Jaime Zulaika, Barcelona, Anagrama, 2011, 384 pp.
Jorge Carrión, uno de los críticos literarios fetiche de este blog, publica en Letras Libres esta reseña de la última novela de Michel Houellebecq, El mapa y el territorio, con la que ganó el Goncourt. La autoficción, de la que se vale el autor francés esta vez, vuelve con fuerza.
El origen de la autoficción es tan antiguo e imposible de datar como el de la primerísima modernidad (Dante, Petrarca, Cervantes, Montaigne). Pero su giro posmoderno tiene, según parece, lugar y fecha: París, 1977. Se publicó entonces la novela Fils, de Serge Doubrovsky, una respuesta directa a la teoría enunciada poco antes por Philippe Lejeune en El pacto autobiográfico.
La autoficción nace, pues, de modo autoconsciente y con una gran carga de ironía: identificando al narrador con el autor y distanciando al mismo tiempo ambas instancias, reflexionando sobre el nombre propio como ancla arbitraria y sobre la identidad como mascarada, confundiendo al lector con un espíritu lúdico heredado de Pirandello, Borges y Nabokov. Pero, sobre todo, la autoficción nace en 1977 como “autoficción”. Es decir, como etiqueta o marca.
Nueve años más tarde Philip Roth publicó La contravida, donde leemos: “Incluso Nathan, que nunca antes había escrito sobre sí mismo como él mismo, aparecía con el nombre de Nathan, de ‘Zuckerman’, aunque todo lo que contaba en el libro era pura mentira o ridículo disfraz de los hechos.” Zuckerman, alter ego de Roth, experimenta en la ficción, entre otras experiencias, una exploración rectal practicada por un policía israelí. Una de las vías autoficcionales más remarcables de las últimas décadas es precisamente esa: la humillación o autodestrucción. Podemos rastrearla en la obra de, entre otros, Peter Handke, W. G. Sebald y J. M. Coetzee. En literatura española, tenemos los ejemplos del cadáver de “J. G.” con que comienza El sitio de los sitios (1995), de Juan Goytisolo, o la muerte de la familia del narrador en La velocidad de la luz (2005). Vueltas de tuerca de una tendencia o estrategia paradigmática de la literatura internacional de nuestro cambio de siglo.
En el despiadado y burlesco retrato de sí mismo que Michel Houellebecq lleva a cabo en El mapa y el territorio encontramos a un misántropo alcohólico, a un turista sexual en Tailandia (“donde al menos te la chupan sin condón”), adicto a los somníferos, que “parecía una vieja tortuga enferma”, y está aquejado de “micosis, infecciones bacterianas, un eccema atópico generalizado, es una verdadera infección, estoy pudriéndome aquí y a todo el mundo se la suda”. La soledad y el abandono van a encontrar dos vías, si no de reinserción, al menos de escape: por un lado, la mudanza al paisaje de su infancia después de una temporada de exilio voluntario en Irlanda; por el otro, la relación personal con Jed, el artista que protagoniza la novela, que contacta a Michel con el objeto de pedirle un texto para el catálogo de una exposición, y a quien posteriormente retrata. Parodiando el lenguaje de textos como este mismo, Houellebecq se refiere una y otra vez a sí mismo como “el autor de Las partículas elementales” y de otros libros, para no repetir su nombre. Ese alejamiento de la propia identidad, aunque se produzca mediante un mecanismo humorístico, es fundamental para llevar a cabo [atención: spoiler] el acto brutal que convierte la novela en una nueva vuelta de tuerca de la historia de la autobiografía ficcionalizada como práctica de la autodestrucción: “Michel Houellebecq” es asesinado y descuartizado. Tal vez el escritor no sea consciente de la genealogía de esa veta autoficcional que he esbozado, pero lo que sí tiene claro es que todo artista está sometido a “la exigencia de novedad en estado puro”. Su decapitación responde a esa necesidad de lo nuevo.
Aunque constantemente “Michel Houellebecq” hable en el interior de la ficción de su propio trabajo –e incluso afirme que el tema central de toda su obra son los procesos industriales–, el rasgo principal del libro es la intersección constante entre la poética de Jed y la del autor. La compartida “voluntad de describir por medio de la pintura los diversos engranajes que contribuyen al funcionamiento de la sociedad”. Es decir, la vocación sociológica de la narrativa de Houellebecq, cuya exploración constante de las costumbres contemporáneas y del mercado se traduce tanto en la descripción de las revistas, programas de televisión y sitios web que a cada momento dictan los modos de sentir y de vivir de la gente, como en la introducción –como iconos o como personajes secundarios– de los auténticos gurús del siglo XXI (Steve Jobs, Bill Gates, Roman Abramóvich, Carlos Slim: aquellos que con sus diseños y sus compras inventan los patrones de valor de los objetos y las representaciones que nos rodean). Porque todas sus novelas se saben históricas y por eso asumen los gestos, las marcas, el lenguaje del presente en que se infieren. Como telón de fondo común, la reflexión sobre la circulación de las ideas (el pensamiento y su consumo, cuando todos los grandes filósofos franceses han desaparecido ya), de la pornografía (el sexo, los cuerpos, la ostentación física y económica de la belleza, encarnada en el personaje Olga, una ejecutiva rusa que se convierte en amante de Jed) y el turismo (el significado profundo de la industria Michelin, en este caso).
La historia de Jed, aunque tenga puntos en común con personajes anteriores de Houellebecq, es fascinante precisamente porque vehicula una indagación sobre el significado del arte. Personaje desapegado, inválido emocional, dedica sin aspavientos ni armadura teórica toda su vida a la creación. Las tres fases de su obra (que se narran desde un futuro en que se ha convertido en un artista canónico, profusamente estudiado) se corresponden con tres herramientas o lenguajes: la fotografía, la pintura y el videoarte. Lo que vincula sendas etapas es la mirada individual como fenómeno inserto en el tiempo colectivo. Aunque las fotografías de mapas Michelin y el registro en video de imágenes expuestas a la erosión natural también son descritos con detalle, insistiendo en las características técnicas de su realización, el proyecto que más páginas ocupa en la novela es el de retratos de profesionales de índole diversa. “Lo que define ante todo al hombre occidental es el puesto que ocupa en el proceso de producción”, leemos. El oficio, la profesión: cuál es el lugar del artista en los sectores productivos y cómo trabaja y manipula los materiales que le son propios. Cómo se relaciona con el dinero y con la artesanía. En el caso del escritor: las biografías ajenas, el momento histórico que le es propio, las palabras leídas, escuchadas, recreadas o extraídas de Wikipedia. Porque a diferencia de tantos otros escritores empecinados en ensalzar la Tradición y en alejarse inútilmente del presente, Michel Houellebecq es consciente –como Baudelaire– de que solo mediante el tenso y exigente diálogo con tu tiempo, en toda su complejidad técnica y semiótica, tu obra tiene alguna posibilidad de sobrevivir a tu cadáver y su inexorable destrucción.
martes, 11 de octubre de 2011
Otra de "La Gran Novela Americana"
El tema de "La Gran Novela Americana" empezó en este blog con esta nota: (clic), continuó con esta otra: (nuevo clic) y, como no tiene pinta de parar, les va una más: (último clic), extraída del blog del Hay Festival Xalapa 2011 y escrita por el novelista peruano Iván Thays. Interesantes apuntes que animarán aún más el temita, como éste:
"Eduardo Lago se despachó sobre las tendencias generales de la literatura norteamericana: la conservadora y la experimental. La primera tiene a Jonathan Franzen como su principal exponente. La segunda, que tiene a Gaddis como precursor, tiene a Thomas Pynchon como exponente central y a David Foster Wallace como el último apóstol. La apuesta por Lago es por la experimentación. La literatura conservadora, las novelas escritas linealmente, dice, están condenadas a perecer".
Un autor de ficción poco fiable
Y para continuar con la entrada anterior de este blog, que reproduce un artículo de Eduardo Lago publicado en El País, vamos con esto que encuentro en el blog de Babelia, Papeles Perdidos, en donde se habla de Jonathan Franzen y de David Foster Wallace, precisamente. Franzen, se lee en la nota, que acaba de publicar Libertad (Salamandra) en España, habló con el director de The New Yorker, David Remnick, sobre la fiabilidad del narrador. Y, para sorpresa de muchos, la conclusión fue que el fallecido Foster Wallace no era precisamente de los fiables, más bien todo lo contrario.
A ver quién de los nuestros salta, indignado, por el hecho de que un autor de ficción se permita también hacer ficción en un libro supuestamente basado en hechos reales...
La nota completa en blogs.elpais.com/papeles-perdidos.
lunes, 10 de octubre de 2011
La gran novela americana
Portada de la edición en inglés de la novela aludida por Eduardo Lago.
Un buen artículo éste de Eduardo Lago para asomarse a la narrativa norteamericana contemporánea, en la que "nadie pone en duda la superioridad del cuarteto integrado por Philip Roth, Cormac McCarthy, Don DeLillo y Thomas Pynchon" y en la que David Foster Wallace, con su novela póstuma Pálido Rey, parece reclamar el mérito de haber escrito hasta ahora la única "gran novela americana":
John William DeForest fue un escritor realista, autor de numerosos artículos, medio centenar de relatos y una novela sobre la guerra civil estadounidense. Hoy nadie recuerda su nombre ni sus escritos, ni siquiera que fue él el autor de un ensayo publicado en 1898 cuyo título (La gran novela americana) y la tesis en él defendida (que la obligación de todo novelista nacido en su país es dar cuenta de la realidad social estadounidense en toda su complejidad) estaban destinados a convertirse en una maldición de la que ningún compañero de oficio nacido después ha podido librarse. Hay dos grandes novelas anteriores a la formulación de DeForest: La letra escarlata (1850), de Nathaniel Hawthorne, y Moby-Dick (1851), de Herman Melville. Estas dos obras junto con Las aventuras de Huckleberry Finn (1884) son las grandes novelas americanas del siglo XIX.
En la primera mitad del siglo XX, el canon de la gran novela americana incluye a Scott Fitzgerald, con su radiografía de la era del jazz, y el legado mítico e inmenso de William Faulkner, a los que cabe agregar el conmovedor retrato de la inmigración que es Llámalo sueño (1935), de Henry Roth, la trilogía USA (1938), de John Dos Passos, y Las uvas de la ira (1939), de John Steinbeck. Por lo que se refiere la segunda mitad de la centuria, y centrándonos en quienes ya han fallecido, cabe destacar las figuras formidables de Saul Bellow, John Updike y William Gaddis. La inclusión de este último, maestro confeso de Jonathan Franzen y autor de Los reconocimientos (1955), supone la inclusión en el volátil canon que venimos describiendo, un canon de decidida vocación democrática, a un autor innegablemente difícil (con una mezcla de admiración y miedo, Franzen bautizó a Gaddis como "Mister Difficult"). Entre los novelistas norteamericanos vivos nadie pone en duda la superioridad del cuarteto integrado por Philip Roth, Cormac McCarthy, Don DeLillo y Thomas Pynchon. Extraordinariamente difícil y misterioso en grado sumo, suscribo la opinión de Harold Bloom de que Pynchon es posiblemente el mejor de todos ellos.
El debate entre la voluntad de arriesgar y la apuesta por el fácil asidero de las convenciones realistas es una constante en la historia de la novela, no sólo estadounidense. Entre los autores más recientes de aquel país, los dos nombres más representativos de esta lucha son David Foster Wallace, autor de La broma infinita (1996), ambiciosa narración de más de mil páginas que revolucionó el arte de la novela y se ha convertido en uno de los textos más influyentes de la literatura universal de las últimas décadas, y Jonathan Franzen, declarado por la revista Time (entendida aquí como un reflejo de la anónima voz del público lector) como el primer gran novelista americano del siglo XXI. Las dos últimas obras de Franzen, Las correcciones (2001) y Libertad (2010) cumplen a la perfección con el cometido de dar cuenta de la realidad social norteamericana en la década inaugural del tercer milenio. Que Libertad es una novela excelente no lo niega nadie, aunque no sea una obra maestra a la altura de las que integran el elusivo canon de la gran novela americana. Ni siquiera es la mejor novela publicada en Estados Unidos en 2010 y, de hecho, no logró alzarse con ninguno de los grandes premios, todos ellos de una limpieza indiscutible. El Nacional se lo llevó Jaimy Gordon; el Pulitzer, Paul Harding, y el de la Crítica, Jennifer Egan (ganadora a su vez del Pulitzer en 2011 con la misma obra). Todo esto dicho con ánimo de poner un poco de cordura en el delirio hagiográfico generado por la novela de Franzen.
En todo caso, el pulso mayor no lo sostuvo Franzen con quienes le arrebataron los grandes premios literarios por los que compitió, sino con su amigo David Foster Wallace, quien se suicidó sin llegar a concluir una novela en la que llevaba trabajando más de una década. Franzen y Wallace iniciaron su andadura novelística casi a la vez y al principio sus posturas eran semejantes. Los dos eran conscientes de que la verdadera obligación de todo artista es adentrarse en el vacío, tratando de dar con formas que dieran nueva vida a la novela. Wallace jamás dejó de hacerlo, mientras que Franzen, ansioso por no perder de vista al gran público, optó por fórmulas sumamente conservadoras. El proyecto de Franzen es escribir como se hacía en el siglo XIX, aclimatando a nuestros días la lección de Tolstói. El resultado es magnífico, pero carece de visión de futuro y no durará. Por el contrario, Wallace mantuvo la mirada fija en zonas más lejanas y demoniacas, y como ocurre siempre con los genios, el lector necesita tiempo para llegar a captar el resultado de su esfuerzo, pero en arte sólo perdura quien arriesga de verdad. Con ser una obra truncada, fragmentaria y de una considerable dificultad, la inacabada Pálido Rey, la obra póstuma de David Foster Wallace, es, por ahora, la única gran novela americana del siglo XXI.
jueves, 6 de octubre de 2011
El Nobel del 2011 es para Tomas Tranströmer
Tomas Tranströmer toca a Mompou en su piso de Estocolmo, ante su esposa. Foto: Àlex Garcia.
A los poetas les alegrará mucho la noticia del Nobel de Literatura 2011 anunciado recientemente para el poeta sueco Tomas Tranströmer, sobre todo a Yorch, quien encontrará en él la complicidad de un trabajo común: la rehabilitación de delincuentes juveniles. ¡Qué joder con retrasarle ese premio a Philip Roth!
La nota completa en lavanguardia.com.
viernes, 30 de septiembre de 2011
Los escritores que matan
Hemingway, al menos, mataba elefantes, o se mataba a sí mismo, que ya es algo...
De los aludidos por Héctor Abad Faciolince en el siguiente artículo, en Honduras hay unos cuantos, sobre todo "poetas", que más que poetas parecen saltamontes, de país en país, de festival en festival, engrosando curiosamente el currículum y el ego, como si eso fuera literatura...
Hace dos o tres meses, en un editorial muy polémico con el que nadie polemizó, la revista Arcadia criticaba —por sosos y aburguesados— a los escritores de hoy en día, que se pasan la vida viajando, de feria en feria, de fiesta en fiesta y de coctel en coctel.
Citando a Daniel Kalder, un escritor escocés, Arcadia se preguntaba qué se hicieron “los escritores que se han atrevido a matar”. Y a continuación hacía su propia lista de escritores que “asesinaron” (el verbo era inexacto, pues lo que hicieron fue matar en combate, como soldados, pero en fin): Cervantes en Lepanto, Lope en el mar, Tolstoi en Crimea, Churchill en Sudán… No había que ir tan lejos; podrían haber mencionado a William Burroughs, que mató de un disparo a su mujer, Joan Vollmer, o a un par de filósofos franceses: Louis Althusser, que estranguló a su esposa, Hélène, o a Jean Paul Sartre, que no mató con sus propias manos, pero que sí llegó a aconsejar (a los pueblos oprimidos del Tercer Mundo) el asesinato, aunque sólo de hombres blancos. Y un escritor mediocre, pero muy aventurero, le cogió la caña, y mató sin hígados: el Che Guevara.
La conclusión de Arcadia era muy melancólica: los aburridos escritores de hoy en día no tienen “experiencias oscuras” ni “vocación de abismo”, viven alejados “de la dura suciedad de la vida real” y están tan apoltronados que no se sublevan “ante las falsas libertades del capitalismo”. Para ilustrar, en cambio, al escritor aventurero, en la foto salía Hemingway, apuntando con una escopeta. Él, al menos, mataba elefantes, o se mataba a sí mismo, que ya es algo. Yo debo reconocer que me sentí tristemente aludido por ese editorial. Viajo más de lo que quiero; asisto a las presentaciones de mis libros; contesto siempre lo mismo en las idénticas entrevistas que me hacen, y sobre todo (y más grave aun) no he matado a nadie.
Desde ese día no hago más que preguntarme a quién podría matar yo para ser considerado un escritor serio, apasionado, apasionante, metido en el sucio mundo de la vida real. ¿A mi mujer? Me da pesar, tiene dos hijos chiquitos. ¿A algún expresidente de la República? ¿Quién no habrá tenido ganas de matar a un expresidente? Pero para decir la verdad, es un mal pensamiento pasajero, con el que no me embeleso. ¿Al vecino de la música electrónica constante? Hombre, no es para tanto. ¿A un jefe guerrillero o paramilitar, en directo ante las cámaras, durante una entrevista? Si digo que sí, nunca me van a dar una entrevista… ¿Al presidente del Banco Mundial, o a Obama, por aquello de “las falsas libertades del capitalismo”? No, francamente, por indignado que esté, no me siento capaz. Más bien me resigno a ser el aburrido que soy, y sigo practicando el quinto mandamiento. ¿Al menos un conejo en una cacería? Ni siquiera. ¿Una mosca, pues? Eso sí; me voy a comprar un matamoscas.
Qué voy a matar yo, si ni siquiera robo. El otro día otra revista virtual hizo una gran encuesta sobre libros. La pregunta número 29 era: “Uno que se haya robado”. Pensé y pensé y nada. ¡Qué pelota, qué güevón! No solo no he matado sino que ni siquiera he robado libros. En cambio todos (o casi todos) mis colegas, impertérritos, dieron su título de libro robado. Entonces pensé: pues bueno, los escritores de hoy en día son tan jartos que no han matado a nadie, pero al menos ladrones sí son. Como roban “cultura”, supongo que se sienten disculpados. Me sentí pésimo, cada vez más hundido en la mediocridad, cada vez más aburrido. Pero me hice un propósito: jurarle a la directora de Arcadia, Marianne Ponsford, que la primera vez que me invite a una fiesta en su casa (parece que hace muchas), no la voy a matar, eso no, pero al menos un libro sí me le voy a robar. Y ya sé cuál: la primera edición de Poeta en Nueva York.
Asturias y el indio
Miguel Angel Asturias.
Definitivamente, tiene razón Juan Gabriel Vásquez, da pereza leer a Asturias:
Hace unos meses, estando yo de paso por Guatemala, tuve dos golpes de mala suerte: uno, que me preguntaron mi opinión sobre Miguel Ángel Asturias; dos, que no pude responder con una mentira. (Nunca he sido capaz de elogiar un libro sin sinceridad, cosa que entre los escritores se hace todo el tiempo, ni he sido capaz tampoco de despotricar contra un libro cuando está de moda hacerlo, cosa que entre los escritores se hace aun con más frecuencia).
De repente me vi a mí mismo balbuciendo que sí, que bueno, que El señor Presidente tiene su importancia, claro, pero que nunca he sido capaz de entrar en Hombres de maíz, y que de todas formas Asturias era un escritor provinciano y acomplejado y hasta racista que hubiera mantenido la literatura latinoamericana en la cerrazón y el atraso si no hubiéramos contado, en su generación, con otros nombres realmente grandes. “¿Cómo quién?”, me preguntó alguien con tonito indignado. “Bueno, como Borges”, le dije. Y ahí se acabó el asunto: un silencio incómodo, unas miradas de reproche, pero nada más. Los guatemaltecos son gente cordial y hospitalaria y a un extranjero le perdonan casi cualquier cosa.
Pobre Asturias: 1899, el año de su nacimiento, es también el año en que nació Borges, que lo superó en influencia, en importancia, en humor y en talento; 1967, el año de su premio Nobel, es también el año de publicación de Cien años de soledad, la novela que hizo de verdad lo que El señor Presidente apenas había rozado: reinventar la relación que la realidad latinoamericana tiene con el mundo de lo sobrenatural, lo supersticioso y lo mítico. Las dos coincidencias en el tiempo incomodaron tanto a Asturias que le hicieron pelar el cobre: a García Márquez lo acusó de plagio, como se sabe, y a Borges le lanzó pullas en las cuales el peor librado no era Borges, sino Asturias. El ejemplo perfecto es aquella declaración que le dio a Rita Guibert, una periodista que lo entrevistó en los años setenta. Yo la suelo utilizar en mis clases para ilustrar el provincianismo y los complejos de que hablaba antes. Asturias está criticando a esos escritores que no escriben literatura comprometida, que se aíslan, que se interesan por “temas psicológicos”. Y luego sentencia: “Creer que nosotros los latinoamericanos vamos a enseñarles a los europeos a filosofar, a escribir novelas egocéntricas o psicológicas, creer que nuestra sociedad es lo bastante madura como para producir un Proust o un Goethe, sería soñar despiertos y engañarnos a nosotros mismos”.
El premio Nobel le fue negado a Borges por razones políticas o de corrección política, por alguna ambigüedad que dijo o alguna invitación que aceptó; y aunque no voy a ser yo quien proteste por enésima vez, me gusta preguntarme qué habría sucedido si el correctísimo jurado sueco hubiera leído El material humano, la bella novela de Rodrigo Rey Rosa que acabo de leer y en la cual he encontrado esta cita que el futuro Nobel guatemalteco perpetró en los años veinte: “En rigor de la verdad, el indio psíquicamente reúne signos indudables de degeneración; es fanático, toxicómano y cruel”, dice Asturias. Y concluye, o más bien recomienda: “Hágase con el indio lo que con otras especies animales, como el ganado vacuno, cuando presentan síntomas de degeneración”.
No creo que haga falta explicar nada.
jueves, 29 de septiembre de 2011
Suerte la de Borges por no tener que sufrir a su mujercita
"Espero tener la lucidez suficiente como para, llegado el momento, saber que no tengo nada más que decir y saber parar a tiempo". Lo dijo Saramago, todavía joven, en un momento en el que pensaba en cómo serían sus días de anciano. Y es que Saramago sabía que la vejez no es siempre sinónimo de sabiduría, como suele creerse. María Kodama, la viuda de Borges, por ejemplo, entre más vieja se muestra más pendeja. Su última ocurrencia fue seguir el consejo de su abogado, un abogado que no se sabe si es más imbécil o más oportunista, y obligar a la editorial Alfaguara a retirar el libro El hacedor (de Borges). Remake, de Agustín Fernández Mallo, por considerar la publicación de ese libro "una falta de respeto", por supuesto a ella, no a Borges. Que nadie intente explicarle a la Kodama que lo de Fernández Mallo no se trata de un plagio al libro de Borges ni mucho menos, porque será inútil. "Es triste llegar a viejo", dicen algunos. En caso como éste tienen toda la razón.
Para leer la nota completa, en ElCultural.es.
viernes, 16 de septiembre de 2011
¿Dónde está Houllebecq?
Michel Houellebecq.
Todo el mundo busca a Houellebecq últimamente. Resulta que debía cumplir con algunos compromisos editoriales en Holanda y no se ha presentado. No responde e-mails, el teléfono ni a la puerta de su casa. En La Vanguardia explican todo eso:
El escritor francés Michel Houellebecq (Reunión, 1956 o 1958), último premio Goncourt por su novela El mapa y el territorio se ha hecho célebre, sobre todo, por su obra literaria, que refleja como pocas el vacío vital del hombre contemporáneo y aborda temas como el turismo sexual, el sadomasoquismo o la clonación, pero también –un poco– por su personalidad extravagante. Esta semana, tenía que emprender un tour por varias ciudades de Holanda y Bélgica para hablar de sus libros y no se ha presentado ni dado ninguna explicación a los organizadores, que tampoco consiguen localizarlo. No responde sus emails desde junio, ha suprimido su perfil en Facebook y cambiado de número de teléfono. Internet hierve con las especulaciones más disparatadas sobre su paradero. ¿Dónde está Houllebecq?, se pregunta la comunidad literaria internacional.
"No sabemos qué sucede –ha dicho Barbara Simons, portavoz de los organizadores del tour literario–, es extraño, no tenemos noticias y él no ha llegado". Se le esperaba el martes en Amsterdam, para que leyera fragmentos de su última novela y concediera diversas entrevistas. Entre el 12 y el 15 de septiembre, tenía programados actos en Amsterdam, La Haya y Bruselas.
Ni Flammarion (hasta última hora de ayer) ni su agente literario, ni su traductor al holandés ni sus editores españoles tenían noticia del paradero del escritor y llevaban más de dos meses intentando contactar con él en vano. El diario Le Parisien apunta que el escritor estaría sufriendo "serios problemas de salud", que habrían conducido a su reclusión aunque ya se estaría recuperando. La última vez que fue visto fue, según el testimonio del periodista David Caviglioli en Le Nouvel Observateur, el pasado 1 de septiembre, deambulando por una calle de París: "Vi a lo lejos un vagabundo que trotaba cuya silueta me resultaba familiar. Un cráneo macizo, vagamente desguarnecido, un cuello doblado bajo un peso invisible, una gran parka negra descolorida, a pesar del sol. Reconocí a Houellebecq. Su presencia en Chinatown no me sorprendió". Nervioso, "intenté formularle una pregunta sobre su reciente viaje a la Patagonia. No pareció escucharla, sus pies reemprendían su ruta, me dirigió una sonrisa discreta y una mirada ausente. 'Contento de haberle encontrado', dijo".
Se da la circunstancia de que en El mapa y el territorio aparece un personaje escritor que se llama Houellebecq y que gusta de aislarse del mundo, desapareciendo en una casa de la costa irlandesa, donde no recibe a nadie ni contesta mensajes. El protagonista de la novela, el artista Jed Martin, se pasa una buena época intentando localizarlo y no lo consigue. El Houellebecq real tiene una casa en la costa andaluza, donde le sitúan algunas especulaciones. Otros dicen que está en el canal de Beagle, en la Patagonia. Otras fuentes editoriales francesas aseguran que "está en su casa y se encuentra bien de salud", pero reina una gran confusión.
De hecho, Piet Joostens, de la organización de su tour, declaró ayer: "Yo no me alarmaría todavía, no tenemos ninguna evidencia que apunte a que se trata de una persona desaparecida. Por supuesto que estamos preocupados. Había sucedido antes que no contestara llamadas ni correos, pero es la primera vez que da plantón a su público". En la web circulan todo tipo de rumores, desde una maniobra de márketing a un secuestro a manos de Al Qaeda, ya que había sufrido amenazas de integristas islámicos.
Houellebecq sufrió una depresión psicótica en los años 80, cuando pasó a engrosar las filas de los desempleados franceses. Unos años después (1994) publicaría Ampliación del campo de batalla, su primera y exitosa novela. Conocido por sus respuestas provocadoras –en ocasiones, en estado de ebriedad–, a veces sus ruedas de prensa han sido una sucesión de monosílabos –"sí", "no", "no sé"–. Quien esto firma, le entrevistó una vez en León. Se presentó con retraso en una de las majestuosas salas del parador... en pijama, y sobre la ropa de dormir una parka negra muy parecida a la que describe Caviglioli.
jueves, 8 de septiembre de 2011
Nueva edición de Afinidades
Afinidades, el libro de ensayos sobre literatura hondureña que Hernán Antonio Bermúdez publicó hace varios años con la editorial de la SCAD, vuelve ahora, aumentado y mejorado, con el aporte de Bayron Benitez, diseñador de la carátula, y de Otoniel Natarén, quien se encargó de la diagramación. Nuevos ensayos y nueva apariencia hacen de esta edición de Afinidades con Mimalapalabra Editores (segundo título de la colección Convergencias) una de las noticias literarias más agradables de los últimos meses en Honduras. Estén atentos, que pronto llegará a las librerías.
miércoles, 31 de agosto de 2011
Vida en vilo
El poeta Roberto Sosa, sentado en un pupitre de la UNAH-VS, en diciembre de 2010. Fotografía de Gerardo Torres.
A tres meses de su fallecimiento, Roberto Sosa, el poeta que todos consideraban la voz de la conciencia social en Honduras, sigue reclamando la atención de los estudiosos de su obra. El jueves pasado sus familiares y amigos le rindieron un homenaje póstumo en la biblioteca de la UNAH-VS y hoy, Hernán Antonio Bermúdez, uno de los críticos literarios más importantes del país, le dedica un texto en el que rescata su voluntad férrea de escribir aún con todo en contra.
No hay un autor que haya dejado un rastro más hondo en la literatura hondureña contemporánea que Roberto Sosa. Ante su ausencia definitiva, ese convencimiento no hace sino afianzarse. Como se sabe, su brillante carrera literaria se vio jalonada por premios y reconocimientos internacionales así como por la traducción de su obra a varios idiomas. Sin embargo, dentro del país no se le ha valorado en la dimensión que merece.
Si bien a un autor se le juzga precisamente por la obra que ha dejado, es necesario decir que Sosa asumió la profesión de escritor no como una actividad secundaria sino como un quehacer vital, es decir, convirtió la literatura en una forma de existencia.
En tal empeño supo combinar su implacable virtuosismo con el sarcasmo y la ironía que constituyen, según Robert Musil, una suerte de profilaxis contra la estupidez de la sociedad.
Se puede afirmar de Sosa lo que dijera Nicolás Guillén del cartagenero Luis Carlos López: “sus versos son los de un gran poeta, amargo, profundo, en quien el sarcasmo es arma ofensiva de superior eficacia”.
Por su parte, Milan Kundera nos recuerda que “la ironía irrita. No porque se burle o ataque, sino porque nos priva de certezas revelando el mundo como ambigüedad”.
No extraña, entonces, que la “sal dulce” (valga ese título oxímoron) de la poesía de Sosa nunca fuera del todo digerida ni su figura integrara el lánguido olimpo de las glorias locales. Es más, Sosa supo disponer los asuntos de tal manera que ni siquiera en ausencia pudieran tocarlo los helados reconocimientos del poder. En esto fue fiel hasta el final a su temple contestatario, ese riesgo que consiguió alejarlo del eterno sainete de la cultura oficial.
Por el contrario, el poeta degustó el habla popular. De allí sus poemas menos literarios y más coloquiales, y aun cuando emplee expresiones callejeras, la fuerza y economía de las formas enriquecen el ritmo de su poesía.
Según Marx, el escritor debe tener la posibilidad de ganarse la vida para poder existir y escribir, pero en modo alguno debe existir y escribir para ganarse la vida. Roberto Sosa tuvo que escribir para ganarse el sustento, e hizo la “travesía del desierto” a fuerza de azarosos menesteres literarios, de labores de editor de revistas, antologías y compilaciones, a menudo desde la “infinita discreción de la humildad”.
Conoció, en consecuencia, sinsabores, dificultades y mezquindades como pocos, y sintió el cerco de la barbarie. Tal es el desfiladero por el que transitan las escrituras de gran calado, que suelen desembocar en el aislamiento y la indiferencia de un ambiente hostil. Y es que, en definitiva, como lo ha demostrado Canetti, es en las palabras donde se encuentra la verdadera rebelión contra el orden establecido.
Que la obra de Roberto Sosa, tras su muerte, se hunda en el olvido o pierda su valor, resulta dudoso, incluso improbable. O, mejor aún, improbable, incluso imposible.
23 de agosto del 2011
jueves, 25 de agosto de 2011
Llegó La danta que hizo dugú!
Ya está en las librerías Liser y Caminante, de San Pedro Sula, Mundo Literario, de Tegucigalpa, y en Amazon.com (en formato kindle) el libro La danta que hizo dugú, de Mario Gallardo, el sexto título de mimalapalabra editores y el primero de su colección "Convergencias". En este libro se reúnen los relatos orales recopilados por el autor en la comunidad garífuna de Masca, al norte de Honduras, precedidos por un amplio estudio introductorio. Nuevamente Bayron Benítez, nuestro diagramador y diseñador, ha vuelto a sorprendernos con un libro físicamente exquisito, como nunca se había visto en la producción literaria de Honduras. A continuación, el relato "El burro y el zope", como entrada a este maravilloso mundo de la tradición oral garífuna de nuestro país:
Había un burro que estaba echado, listo ya para morirse. Pues vino el zope y daba vueltas caminando alrededor para ver si estaba vivo o estaba muerto el burro. Y también vino un gavilán y andaba detrás del zope, y los dos daban vuelta y vuelta alrededor del burro. Y entonces, como cuando uno ya se va a morir abre el culo (risas), pues los dos se fijaron que el burro ya tenía abierto ya su butute (ano). Y cuando el zope vió eso dijo: “Ese ya está muerto”. Entonces el gavilán le respondió: “Vivo”. “Muerto”, volvió a decir el zope. “Vivo, vivo”, dijo el gavilán.
Entonces el zope, que ya tiene ganas de comerse al burro, lo “jurgó” (picoteó). Y el burro no hizo nada de moverse, se quedó quietecito. Entonces el zope le fue metiendo la cabeza adentro del culo, porque allí la carne era más suavecita, y fue metiendo la cabeza y fue metiendo la cabeza… Y cuando ya estaba bien adentro, cuando el zope ya estaba jalando la tripa del burro, pues éste apretó el culo, se levantó y salió corriendo. Y detrás iba el gavilán diciendo “vivo, vivo”… (risas). Y el zope ya no pudo decir “muerto”, porque tenía toda la cabeza metida adentro del culo del burro. Bueno, y en eso el burro le da por tirarse “un gran pedo” y allá fue a caer el zope, bien bolo, todo lleno de mierda. Y el gavilán que se reía y se reía diciendo: “Jurgue, jurgue, el primero el ojo, el segundo el culo”. Por eso es que el zope si halla a un muerto lo primero que le puya son los ojos y hasta después se anima a hurgarle atrás, porque ya llevó una gran jodida.
El Consorcio
Mimalapalabra editores, Editorial Nagg y Nell, La Hermandad de la Uva, Grado Cero Cartonera y Ñ Editores se unieron para formar algo que han decidido llamar "Consorcio Editorial". Esto es algo que nunca se ha hecho en Honduras, país en donde todo está por escribirse siempre, así que resultará interesante ver las cosas que puedan hacer juntos estos sellos editoriales. Cada uno irá publicando algunos libros en varios géneros en el transcurso del año, así que prepárense, porque esto será la revolución editorial en Honduras.
viernes, 19 de agosto de 2011
Fallece Raúl Ruiz, director de Utopía
Raúl Ruiz flanqueado por Catherine Deneuve (izq.) y Emmanuelle Béart en Cannes, en 1999- ASSOCIATED PRESS.
Acabo de leer en El País la noticia de la muerte de Raúl Ruiz, el director de la hermosa película hondureña Utopía, en la que actúan, entre otros, Eduardo Bähr y Armando García.
martes, 9 de agosto de 2011
El partido de la muerte
Los jugadores del Start -con camiseta oscura- y los del Flakelf posan juntos después del segundo partido que los enfrentó, el 9 de agosto de 1942.
Recuerdo una historia parecida a ésta en una película en la que aparecían, entre otros, Silvester Stallone, Pelé y Michael Caine. ¿Estará hablándonos Juan Villoro en este texto acerca de los hechos que la inspiraron? La nota es de El País:
En 1942, durante la ocupación nazi de Kiev, los antiguos miembros del equipo Dínamo trabajaban en la Panadería 3.
En verano ocurrió uno de esos milagros que el sol trae en los países fríos: se volvió a jugar fútbol. Los panaderos comunistas formaron el equipo Start. Golearon a un par de escuadras ucranias y a un equipo húngaro.
El 28 de julio Stalin promulgó la Orden 227, que se resumía en cuatro palabras: "Ni un paso atrás". La tensión aumentaba en Kiev cuando el Start enfrentó a un equipo alemán, el Flakelf.
Los ucranios cumplieron en el campo la Orden 227: ganaron 5-1. El deporte era un eje decisivo de la ideología nazi. En 1936, cuando Noruega derrotó a Alemania en la Olimpiadas de Berlín, Goebbels escribió en su diario: "100.000 personas abandonaron el estadio deprimidas. Ganar un partido puede ser más importante que conquistar algún pueblo en el este". El Flakelf exigió la revancha.
El segundo juego se celebró el 9 de agosto. El árbitro era miembro de las SS y el equipo alemán recibió refuerzos (no se trataba de cracks, pero sí de aviadores mejor alimentados).
Antes del partido, el árbitro visitó a los ucranianos y pidió que al salir a la cancha hicieran el saludo nazi. Sobrevino una polémica que llevó a la típica conclusión de izquierdas: la discrepancia. Sin embargo, cuando el Flakelf gritó "Heil Hitler!", en forma espontánea, los panaderos exclamaron: "FizcultHura!" ("¡Viva el deporte!", lema de los equipos soviéticos).
El Start jugaba con camiseta roja porque no tenía otra. El accidente cromático contribuyó a la rivalidad. El árbitro toleró el juego rudo de los alemanes como si sus patadas fuerzan permitidas por el Convenio de Ginebra. Aun así, el primer tiempo terminó 3-1 a favor del Start.
En el medio tiempo, un oficial les advirtió de las consecuencias de ganar. Esta vez la unanimidad en el vestuario fue instantánea: el partido terminó 5-3 para los ucranios.
Durante décadas se ignoró lo que pasó después. Una leyenda aseguraba que los futbolistas habían sido fusilados. La tragedia tuvo otro signo: un jugador fue torturado hasta la muerte y los demás fueron llevados al campo de concentración de Siretz.
En cautiverio, los panaderos de Kiev recibieron una ración de 150 gramos de hogaza al día. El 24 de febrero, el comandante del campo enfrentó la nieve y la hambruna con una aritmética de delirio: uno de cada tres presidiarios fue liquidado. Tres miembros del Start cayeron ese día.
Cuando el Ejército Rojo recuperó Kiev en noviembre, la población había descendido de 400.000 habitantes a 80.000. El alivio fue relativo para los jugadores. En un ambiente paranoico fueron vistos como colaboracionistas. El primer reportaje sobre el tema se publicó en 1959.
La gran jugada del "partido de la muerte" no fue un gol. Alexei Klimenko sorteó a la defensa del Flakelf y llegó a la línea de cal. En vez de empujar el balón a las redes, lo pateó al centro del campo.
Los nazis no soportaron ese gol fallado adrede. Acaso por ello, el más joven del equipo fue uno de los tres que murió en Siretz, con un tiro tras la oreja.
Klimenko hizo la jugada más valiente en la historia del fútbol. Solo ante la portería, demostró a sus verdugos que no era como ellos: les perdonó.
miércoles, 3 de agosto de 2011
O’Henry en tierras catrachas
Para quienes creían ya olvidada nuestra sección "El discreto encanto de la H", en la que recogemos todas las citas sobre nuestra Honduras que vamos encontrando en los libros y en internet, aquí les va la última. Se trata de un libro que publicará en septiembre el escritor José Ovejero con la editorial Alfaguara. El libro se titula Escritores delincuentes y en él Ovejero comentará el caso de varios escritores que fueron encarcelados. Pero vamos a lo que nos compete: el caso de O’Henry en tierras catrachas, adelantado por Nuria Azancot para El Cultural (y encontrado en el blog Moleskine Literario):
A veces los escritores-delincuentes tienen mucho cuento, y se convierten, como en el caso de O’Henry, en maestros del género tras su paso por la prisión. Su verdadero nombre era William Sydney Porter (1862-1910) y simultaneaba su trabajo en el First National Bank con el alcohol, sus escritos en un semanario humorístico llamado The Rolling Stone, y una desdichada vida familiar. Acusado en 1895 de desfalco, no ayudó mucho a sus defensores al huir en julio de 1896 rumbo a Honduras. La noticia de que su mujer estaba agonizando le hizo regresar a Estados Unidos, donde fue juzgado y condenado a cinco años de cárcel, aunque sólo cumplió tres por buena conducta: mientras, escribía los relatos a los que debe su fama.
lunes, 1 de agosto de 2011
Así murió un chino
Escena de la película El complot mongol.
El texto que sigue es el inicio de la novela policiaca La melancolía del karateca, obra de un autor de la costa norte hondureña que, por ahora, prefiere ocultar su identidad bajo el seudónimo Gualberto Posadas. El personaje, Antúnez, es un detective sampedrano que decidió serlo luego de ver la película mexicana El complot mongol en el cine Lux del barrio Medina, lugar en el que vive y por el que se mueve buscando pistas en la década de los 80. Un día recibe una visita que se traduce en oferta de trabajo: la búsqueda de un chino muerto, y desde entonces empieza su aventura.
El detective privado Francisco Antúnez estaba seguro de que todo le ocurría intempestivamente. Se sentía viejo, sabio y lento y le habían pasado mil cabronadas y por eso no tenía duda de que era lo bastante jugado para decidir que todas las cosas le sucedían cuando menos las esperaba.
Siempre que pensaba en eso recordaba el día de 1979 en que decidió convertirse en detective después de ver la película mexicana El complot mongol, con Pedro Armendáriz y Blanca Guerra, en una tanda nocturna del cine Lux. La decisión fue tan intempestiva y lo tomó tan de sorpresa como todo en su vida. Ese día, Antúnez había terminado de mercar incienso y jabones Don Simón con sus prospectos reglamentarios y folletones ilustrados con oraciones infalibles contra las malas influencias y para conseguir el éxito en el amor y los negocios en un puesto de santeros del mercado Rápido y al salir de su trabajo se encontró en la sexta calle, bajo el sol purpúreo, con dinero suficiente para hacer una de tres cosas: visitar a una de sus tres putas predilectas en los cumajones, comer pollo, tajadas de guineo verde fritas y rodajas de chile jalapeño en el puesto de doña Meche o ir al cine a imaginarse que era Jimmy Wang Yu en La guillotina voladora o Charles Bronson en Los caballos de Valdez. Había una cuarta posibilidad que era, en realidad, una especie de combinación de las primeras tres: cambiar sus novelitas Bruguera de vaqueros, espías y monstruos en la librería de don Quintín, comprar pollo para llevar y comer en su cuarto, mientras leía a Clark Carrados o Keith Luger, y levantarse de vez en cuando para estar pendiente del momento en que su vecina saldría del único baño de la cuartería con una toalla apretada contra las tetas. No tenía hambre y, aunque en esa época aún podía considerarse joven, sentía que por algún motivo todavía indeterminado se le habían quitado las ganas de hacer el amor. Sólo le quedaba el cine. Se entretuvo caminando por las anchas calles del barrio Medina, donde había nacido treinta y dos años antes, se dio el lujo de comprar mango verde con chile, sal y pimienta y un paquete de Royales y se fumó cuatro puchos sentado sobre una pila de ladrillos frente a un taller mecánico. A las seis y media se fue al cine, pagó su boleto, contó el dinero que le quedaba, calculó si era suficiente para comprar una coca-cola y churros, decidió que ya había gastado más que suficiente, se emocionó mirando los carteles de películas mexicanas y chinas y entró a tiempo para ver las extras. Se acomodó en el asiento de madera, vio a su alrededor en busca de algún conocido y no encontró a nadie. Mejor. No le gustaba que uno de los vagos del mercado lo interrumpiera cuando se divertía. Apoyó las suelas de los tenis en el asiento de enfrente y miró las aspas de los enormes ventiladores y el techo desde cuyos agujeros algún murciélago ensayaba un vuelo siniestro y fantaseó, como tantas otras veces, que uno de los ventiladores se desprendía y les partía el cráneo a los espectadores. Exhibían dos películas. Primero pasaban El complot mongol y después La furia del dragón, con Bruce Lee. Cuando el Mico le había contado que exhibían ese doblete en el Lux, Antúnez creyó que se trataba de dos cintas chinas y se alegró porque le gustaba el gran arte. Pero el comienzo de El complot mongol lo inquietó. La película mostró que era una mexicanada desde que aparecieron los títulos con los nombres de los actores. Se sintió mejor al recordar que de hecho le encantaban las mexicanadas, aunque en el fondo de su mente, mientras miraba a Pedro Armendáriz hijo enfrentándose a matones asiáticos y a Blanca Guerra con un maquillaje de china que no ocupaba porque sin él ya parecía más nativa de Hong Kong que el mismo Wang Yu, siguió sintiéndose ligeramente estafado. Cuando pusieron el rótulo FIN, Antúnez estaba tan extasiado que tomó la decisión de hacerse detective. Esa determinación fue tan intempestiva como la que lo había alejado de la casa de sus padres en el litoral o como la que lo llevaba de un trabajo a otro, cada uno peor pagado que el anterior, algunos increíblemente peligrosos y otros, decididamente anestésicos.
Siempre que pensaba en eso recordaba el día de 1979 en que decidió convertirse en detective después de ver la película mexicana El complot mongol, con Pedro Armendáriz y Blanca Guerra, en una tanda nocturna del cine Lux. La decisión fue tan intempestiva y lo tomó tan de sorpresa como todo en su vida. Ese día, Antúnez había terminado de mercar incienso y jabones Don Simón con sus prospectos reglamentarios y folletones ilustrados con oraciones infalibles contra las malas influencias y para conseguir el éxito en el amor y los negocios en un puesto de santeros del mercado Rápido y al salir de su trabajo se encontró en la sexta calle, bajo el sol purpúreo, con dinero suficiente para hacer una de tres cosas: visitar a una de sus tres putas predilectas en los cumajones, comer pollo, tajadas de guineo verde fritas y rodajas de chile jalapeño en el puesto de doña Meche o ir al cine a imaginarse que era Jimmy Wang Yu en La guillotina voladora o Charles Bronson en Los caballos de Valdez. Había una cuarta posibilidad que era, en realidad, una especie de combinación de las primeras tres: cambiar sus novelitas Bruguera de vaqueros, espías y monstruos en la librería de don Quintín, comprar pollo para llevar y comer en su cuarto, mientras leía a Clark Carrados o Keith Luger, y levantarse de vez en cuando para estar pendiente del momento en que su vecina saldría del único baño de la cuartería con una toalla apretada contra las tetas. No tenía hambre y, aunque en esa época aún podía considerarse joven, sentía que por algún motivo todavía indeterminado se le habían quitado las ganas de hacer el amor. Sólo le quedaba el cine. Se entretuvo caminando por las anchas calles del barrio Medina, donde había nacido treinta y dos años antes, se dio el lujo de comprar mango verde con chile, sal y pimienta y un paquete de Royales y se fumó cuatro puchos sentado sobre una pila de ladrillos frente a un taller mecánico. A las seis y media se fue al cine, pagó su boleto, contó el dinero que le quedaba, calculó si era suficiente para comprar una coca-cola y churros, decidió que ya había gastado más que suficiente, se emocionó mirando los carteles de películas mexicanas y chinas y entró a tiempo para ver las extras. Se acomodó en el asiento de madera, vio a su alrededor en busca de algún conocido y no encontró a nadie. Mejor. No le gustaba que uno de los vagos del mercado lo interrumpiera cuando se divertía. Apoyó las suelas de los tenis en el asiento de enfrente y miró las aspas de los enormes ventiladores y el techo desde cuyos agujeros algún murciélago ensayaba un vuelo siniestro y fantaseó, como tantas otras veces, que uno de los ventiladores se desprendía y les partía el cráneo a los espectadores. Exhibían dos películas. Primero pasaban El complot mongol y después La furia del dragón, con Bruce Lee. Cuando el Mico le había contado que exhibían ese doblete en el Lux, Antúnez creyó que se trataba de dos cintas chinas y se alegró porque le gustaba el gran arte. Pero el comienzo de El complot mongol lo inquietó. La película mostró que era una mexicanada desde que aparecieron los títulos con los nombres de los actores. Se sintió mejor al recordar que de hecho le encantaban las mexicanadas, aunque en el fondo de su mente, mientras miraba a Pedro Armendáriz hijo enfrentándose a matones asiáticos y a Blanca Guerra con un maquillaje de china que no ocupaba porque sin él ya parecía más nativa de Hong Kong que el mismo Wang Yu, siguió sintiéndose ligeramente estafado. Cuando pusieron el rótulo FIN, Antúnez estaba tan extasiado que tomó la decisión de hacerse detective. Esa determinación fue tan intempestiva como la que lo había alejado de la casa de sus padres en el litoral o como la que lo llevaba de un trabajo a otro, cada uno peor pagado que el anterior, algunos increíblemente peligrosos y otros, decididamente anestésicos.
De esa manera comenzó todo.
sábado, 30 de julio de 2011
La danta que hizo dugú en Amazon.com
La segunda edición del libro La danta que hizo dugú, de Mario Gallardo, con una nueva portada y diagramación a cargo de Bayron Benítez, está a punto de salir de imprenta como primer título de la colección Convergencias de mimalapalabra editores, pero antes quisimos adelantarnos colgándolo en Amazon.com. Así que aquí lo tienen (clic clic clic), en formato kindle, para que puedan adquirirlo desde cualquier parte del mundo.
lunes, 25 de julio de 2011
JJ Bueso: “En tus inicios tenés derecho a ser irreverente”
JJ Bueso.
Cualquiera que viva en una de nuestras ciudades ha oído hablar alguna vez del “negocio de los masajes” pero pocas veces se conocen los detalles de éste, como los que ofrece el siguiente fragmento de la novela Fastidium, de J.J. Bueso, de próxima aparición en el mercado literario nacional. La nueva narrativa hondureña tiene en este texto una muestra de esa urbanidad y de esa desenvoltura que la caracterizan:
Me abre una rubia de estatura media de entre 18 y 20 años, ojos pequeños y bonitos, cabello recién planchado. Platicamos, nos ponemos de acuerdo, nos entendemos sin objeciones. El látex resbala adentro y afuera con convicción, ella tensa las piernas y gime con el mismo ánimo de mi ritmo. Sus pezones son apetitosos, como de chocolates Hershey´s, sus caderas al arquearse revelan un par de libras extra, su piel es color miel, su entusiasmo en las posiciones me revela simpatía. -Nicol, así me llamo. -20 años, ¿y usted? -Hace poco estoy en esto. -Sí tengo, está en los Estados Unidos. -No, no sabe nada al respecto. -Estudio, me estoy graduando, seré enfermera. -¿Por qué no quiso que le hiciera el masaje? -¿Cómo le parecí?, ¿le gustó? -¿Va a regresar? -¿No?, ¿por qué? -Entonces no le agradó cómo se lo hice. -Ok, está bien, al menos yo sí lo estaré esperando. -Tal vez nos veamos otra vez, ¿no cree? -Bueno, que le vaya bien.
Hay una colilla de cigarrillo todavía encendida sobre las gradas que ahora bajo, el negocio va en alza. Veo de reojo al recepcionista y comienzo a pensar que no me irá muy bien en esta nueva ciudad, a lo mejor el desencanto no se vaya jamás. Los escaparates del mercado son esqueletos con intestinos a veces vegetarianos, compro una manzana y sigo caminando con un par de reflexiones. Estaré bien, lo peor ya ha pasado, todo se resume en un par de pastillas anticonvulsivas, de lo demás me encargo yo sin ayuda de nadie.
La entrevista:
San Pedro Sula se ha convertido en un escenario recurrente entre los últimos narradores de la costa norte. ¿Será que empieza a construirse la mitología literaria de la ciudad?
La imagen de esta ciudad está impregnando nuestra literatura y creo que en San Pedro Sula vemos a la ciudad tercermundista que es, no es una imagen que busque repetir esa tontería de “La Gran Ciudad” sino todo lo contrario, aunque en mi caso, la veo desde la óptica de un inmigrante, porque no nací aquí, y observo el día a día de los sampedranos de manera diferente.
Muchos cuestionan el ánimo desafiante de tu generación. ¿Qué podés decir ante eso?
En tus inicios tenés derecho a ser irreverente, a plantear las cuestiones de manera irreverente, que busquen desafiar a las generaciones anteriores. Así como nosotros desafiamos a la generación inmediatamente anterior a la nuestra, otros vendrán a desafiarnos a nosotros, y eso es saludable para la literatura.
¿Estás de acuerdo con tu colega Darío Cálix en cuanto a que los narradores hondureños son demasiado tímidos a la hora de escribir sobre erotismo?
No es cuestión tanto del autor. Un escritor puede llegar a escribir muy bien sobre el erotismo, la cuestión está en que hay cierto temor a la hora de publicar un texto sobre ese tema porque muchos piensan en las críticas que vendrán y se autocensuran. Creo que piensan demasiado en el lector, y eso es algo que quizá esté cambiando en mi generación.
¿Cuál es tu argumento para decir “aquí estoy, soy un nuevo narrador hondureño, párenme bola”?
El mejor argumento siempre será el texto impreso y publicado porque eso no va a engañar nunca a nadie. Podrás hablar mucho, dar opiniones interesantes, ser irreverente, pero a la hora de la hora lo que importa es la obra.