jueves, 23 de julio de 2015

Cambio de domicilio

Amigos: Desde hoy le decimos oficialmente adiós y muchas gracias a Blogger y saludamos a Wordpress. Resulta que hemos cambiado de domicilio, por aquello de que uno a veces se aburre en el mismo sitio. Si les da algo de curiosidad, así estará la cosa de ahora en adelante:

mimalapalabra revista, con artículos, ensayos, reseñas, entrevistas, textos narrativos y poemas: en este enlace: mimalapalabra.
mimalapalabra editores, con todas las noticias relacionadas con nuestra editorial, que ahora vuelve con más fuerza que antes, en este otro enlace: editorial.
Y lo menos interesante de todos, un blog personal del tal Giovanni Rodríguez, en este último enlace: rodriguezhn.

jueves, 2 de abril de 2015

Contra los jams de escritura

En Honduras últimamente se han puesto de moda algunas prácticas seudoliterarias como las lecturas solidarias por Ayotzinapa, "las lecturas de post y de tuits", los performances poéticos con máscara antigás, las lecturas travestis, etc., de manera que no viene mal leer este texto de Daniel Espartaco Sánchez, de su blog en Letras Libres, sobre los famosos "jams de escritura": 
Era una agradable media tarde de primavera, yo estaba en el sofá leyendo Valis de Philip K. Dick. Un tordo cantaba en las ramas del árbol frente a mi ventana, el gato estaba a mi lado dormido en el cojín que mi madre me regaló la Navidad pasada. Todo parecía estar bien hasta que sonó el teléfono.
—Disculpe, ¿se encuentra el maestro Espartaco?
Era la voz de una mujer joven, de unos  veintitantos años, acento del norte. No importa cuántas veces haya tenido que tratar con funcionarios, nunca me he acostumbrado ni me acostumbraré a que me llamen “maestro” (y este tema tal vez merezca una entrada de este blog algún día).          
—Él habla.
—Buenos días, maestro, hablamos del Instituto de Cultura de San Juan de los Palotes.
—Ajá.
—El motivo de mi llamada es porque queremos invitarlo a la Feria Interplanetaria del Libro de San Juan de los Palotes…
—Ya —le dije—, mire, el problema es que no me gustan las ferias del libro…
—¿No?
La funcionaria que me llamó guardó silencio durante unos segundos, mismos que a mí me parecieron minutos y en los que pude ver cómo la luz de la ventana se desplazaba a través del mueble donde tengo el televisor, rumbo al fin del día. El paso del tiempo es un tema que me abruma. Con frecuencia la luz de la media tarde me produce toda clase de pensamientos lúgubres: la muerte, la aniquilación de todas las cosas, la locura, mi casero (un buen hombre), mi editor, mi agente, la hipernovela, el auge de la música banda y el reguetón, etcétera. Lo que menos necesitaba yo en ese momento era hablar con una funcionaria acerca de una feria interplanetaria del libro. Y aunque mi libido a esa hora del día es apenas un pálido reflejo de lo fue (maldita fluoxetina), no pude evitar preguntarme: ¿estará guapa?
—Mire, maestro, pero esta feria es diferente —dijo por fin ella, más resuelta—, lo estamos invitando a un jam de escritura.
—Un jam de escritura. ¿Qué es eso?
—Es la moda, maestro, el año pasado vino Juanito Popochas.
Me evité cualquier comentario sobre Popochas, todo mundo sabe que es el número uno en mi lista de enemigos. Cualquier cosa en la que ande Popochas no debe de ser buena.
—¿Y en qué consiste? —pregunté, intentando ser objetivo.
La palabra inglesa “jam” me sugería muchas cosas, pero la verdad es que un concepto llamado “jam de escritura” me daba muy mala espina. Una alarma apenas audible comenzó a sonar en lo más profundo de la memoria filogenética de mi especie: mujeres sabías y obesas, llenas de estrías, hechiceras, sacerdotisas, filósofos, enojados profetas del Antiguo Testamento, con ojos de fuego, me advirtieron desde un pasado remoto acerca de los peligros del jam de escritura.
—Bueno, se trata de improvisar en público. Tenemos un escenario con una computadora y un cañón proyector.
—¿Y qué voy a improvisar?
—Pues su escritura, maestro.
—Ah, ¿pero cómo?
—Alguien del público le dice una palabra, y usted tiene que escribir un cuento ahí mismo, mientras todos lo ven. Se trata de que el público pueda ver cómo escribe usted. Es algo así como acercar a los jóvenes a su proceso creativo.
—¿Mi proceso creativo? Changos, pero... ¿cómo?, ¿qué tipo de palabra?
—Cualquiera, maestro, por ejemplo… alguien del público dice la palabra “cordero” y usted escribe un cuento con ella.   
—¿Pero cómo voy a escribir un cuento con la palabra cordero?
—Es un ejemplo, maestro.
—Aaaaaaaaaaaaaah.
Y quise decirle, pero no lo hice: un cuento no se improvisa; un cuento se escribe poco a poco, día a día; es una construcción hecha de imágenes, anécdotas, personajes. Un cuento se escribe hasta cuando no lo escribes, mientras caminas por el parque de tu colonia y piensas en él, cuando estás en la cola de las tortillas o a punto de sufrir una endodoncia. 
La funcionaria me dijo que también iba a haber música a cargo de un tal Chispita DJ, muy famoso en San Juan de los Palotes, y que me iban a pagar no sé cuánto.Durante cuarenta minutos estaría escribiendo en vivo para solaz de los curiosos y los amantes de las bellas letras.
—Está bien —le dije—, déjeme pensarlo.
Y colgué. Al día siguiente volvió a sonar el teléfono a la misma hora pero decidí no contestar. ¿Por qué? Me resultaba difícil explicarle a la funcionaria que ese concepto del jam de escritura me parecía una aberración. Si el acto de pretender escribir y publicar un libro ya es exageradamente narcisista y ególatra, escribir a la vista del público raya en la megalomanía. Pero lo que me parece aún más difícil es aquello de improvisar a partir de una palabra escogida por alguien del público (pensemos en “cordero”). Se supone que uno debe de escribir desde las propias obsesiones: la escritura es un acto íntimo; no me interesan los corderos salvo los domingos por la mañana cuando voy a comer barbacoa a Los Tres Reyes. ¿A qué grado hemos llegado de la sociedad del espectáculo que ahora hasta los escritores deben de mostrarle al público la manera como escriben? Porque la verdad es que uno escribe con lagañas en los ojos, con una bata de baño sucia y pantuflas de Barney, el dinosaurio. Uno comienza   cada mañana tembloroso y sobrecogido con una taza de té o de café; cuando del primer sorbo intentamos sacar algo de valor o de confort, acosados por las grandes preguntas: ¿para qué hago esto?, ¿valdrá la pena?, si no me lee ni mi abuelita (tiene cosas más importantes que hacer). El escritor no es un rockstar, es un tipo ordinario al que las mujeres siempre dejan y los despachos de cobranza acosan. Para él una cita es invitar a una mujer a cenar pasta en casa porque es lo más barato, compra el mandado en Waldo´s y siempre anda detrás de las ofertas, de los tres por dos. El escritor es un paria y la verdad es que nadie sensato quiere verlo garrapatear ni la lista del mandado. ¿Y dónde está el misterio? Si ese hombrecillo es capaz de lograr una imagen bella, esta se esfuma cuando lo vemos mal afeitado y vestido con ropa comprada en García. ¿Por qué nos dio ahora por andar de rockstars? Componer ficción o poesía no es solo sumar, escribir palabras, sino darle vueltas y vueltas a una misma frase, una idea, recortar, reescribir. Si el objetivo es que los espectadores puedan ver el proceso creativo de un autor, entonces un jam de escritura auténtico sería muy aburrido, duraría horas y hay cosas más interesantes que ver.
A lo mejor estos espectáculos no son sino un reflejo de cómo se hace la literatura hoy en día en México: somos esclavos de lo inmediato, cuando un autor no necesita estar en contacto con el público. La literatura es soledad. No imagino a Raymond Carver en una de estas cosas. Pero nuestra necesidad de reconocimiento no nos deja estar encerrados uno o dos años trabajando en una novela: tenemos que estar diciendo todo el tiempo, y especialmente en las redes, “mírenme aquí estoy, tengo un nuevo peinado, voy a todas las marchas y le tomo fotos a mi comida”. Yo la verdad es que no tengo ganas de que cuarenta o cincuenta personas me vean escribir. Qué ociosidad. Tampoco quiero ver a nadie hacerlo: prefiero El precio de la historia o ver a las Kardashian ir de compras.

P.S.
Me entero gracias a un amigo de que estos espectáculos también se organizan en bares y cafeterías. Si es así, alguien debería de inventar una app para teléfono que nos mantenga al tanto de dónde van a realizarse estas cosas, para que no nos tomen por sorpresa. Pensemos en el peor escenario: uno está en una cantina tomándose una cerveza como si nada, pensando en algo bello, una mujer de un pasado remoto, un verso, cuando de pronto se apagan las luces y unos tipos con lentes de pasta detrás de una mesa con un proyector y una computadora te piden que les digas una palabra: sorpresa, estás en un jam de escritura. Sugiero que la aplicación también funcione para presentaciones de libros y lecturas de poesía en cantinas. Cada vez es más difícil mantenerse seguro en la ciudad.

Catálogo de disuasiones para la literatura


Participar como jurado en un concurso literario le dio pie a Daniel Ferreira, escritor colombiano, para redactar, en su blog de Letras Libres, este manual en el que invita a proscribir algunas cosas de la literatura:
Un taller de escritura creativa, o cualquiera que desee promover y cultivar la literatura como expresión o como vocación en grupos de iniciados, debería descartar de su pensum, método, festival, evento o tribuna, cuando no erradicar, o proscribir en sus estudiantes o aspirantes:
El crimen en la primera escena.
La literatura sobre sí misma, o las historias de gente que escribe, que quiere ser escritora, que asiste a un taller de escritura o que pasea.
Las memorias familiares.
La exposición de la subjetividad o la biografía en menores de 30 años.
La minificción, o el minicuento de dos líneas, intercalado dentro de narraciones más extensas.
Las enumeraciones de conquistas sentimentales o el catálogo de amantes del autor (generalmente platonismo de gente que está sola, para sernos sinceros).
La descripción del acto sexual, sobre todo si se narra como una suma de primeros planos, sin profundidad de campo, sin planos generales, es decir: como en el cine.
Los detectives.
Las heroínas despampanantes.
Los niños que hablan como filósofos.
Los patriarcas y dictadores.
Las novelas inspiradas en series de televisión.
Las novelas narradas con frases cortas separadas por puntos donde cada punto separa una sola acción dentro de una secuencia de acciones encadenadas.
Proscríbase los libros de 500 páginas.
Proscríbase los personajes alegóricos en la literatura infantil (Los perros que hablan, por ejemplo, los curas pederastas).
Proscríbase las novelas sobre monarquías, sobre piratas, sobre el extremo pasado o el extremo futuro (Internet y ladeep web dejó en la cuna a la ciencia ficción y a las depravaciones más degeneradas).
Proscríbase los hechos históricos verificables.
Proscríbase el español tomado como lengua neutra, porque es una lengua franca (Conformada por formas múltiples y múltiples usos).
Proscríbase los libros de cuentos con unidad temática.
Proscríbase los autores que escriben un libro al año.
Destiérrese la idea de la evolución de los formatos (Borges creía que Flaubert era inferior a Conrad y Faulkner inferior a Stevenson).
Proscríbase los festivales de escritores que conversan en público y la publicidad tramposa con que se atrapan incautos y se engaña a la audiencia, por ejemplo: “Los secretos mejor guardados de la literatura X”.
Prohíbase parafrasear a Borges. Solo admite el plagio flagrante.
Prohíbase las narraciones sobre la muerte del padre, del hijo, del conyugue, el gato o el perro y así hasta el 4 grado de consanguinidad.
Proscríbase los libros épicos y fantásticos donde un mundo de luz se vea amenazado por la oscuridad, o sus sucedáneos: un planeta por otro planeta, una galaxia por otra galaxia, un pequeño país por una potencia militar.
Proscríbase los libros sobre viejas naciones o culturas desaparecidas (Porque es un truco fácil).
Proscríbase las novelas inferiores a cien páginas.
Proscríbase los tiempos lineales de la narración.
Proscríbase el narrador único, o único testigo.
Proscríbase los melodramas cuyo conflicto esencial sea una herencia, o una fortuna, perdida.
Proscríbase el amor monógamo (porque atenta contra la realidad).
Proscríbase los profesores de universidad como protagonistas, incluso como personajes secundarios. Salvo si son violadores, sicóticos, o tienen una fantasía perversa por la virginidad o un miedo atroz por el plagio o el Alzheimer, o si resultan víctimas de un ataque brutal o ninguneo por parte de un colega antagonista.
Proscríbase la guerra civil española.
Proscríbase la guerra de las Malvinas y en general el contexto de las dictaduras del cono sur.
Proscríbase la persecución de los judíos.
Proscríbase el siglo XX.
Proscríbase toda crisis social de carácter económico, salvo en libros que lo aborden desde la comedia.
Proscríbase los talleres de escritura creativa cuya duración sea inferior a diez años.
Proscríbase los talleres de escritura dictados por escritores (Deben ser dictados por lectores calificados).
Proscríbase los festivales de novela negra donde los ponentes no sean ex convictos.
Proscríbase toda novela escrita por políticos, por cantantes o por actores de televisión.
Proscríbase ver las adaptaciones cinematográficas de cuentos de: Carver, Cortázar, Chejov.
Proscríbase la prosa libre de tropos.
Proscríbase el pretérito perfecto. Al menos por un año.
Proscríbase toda forma de celebridad y todo estrado dispuesto para que los escritores vayan a explicar libros y no a leerlos.
Proscríbase los derechos de autor superiores a 100.000 dólares por libros aun no escritos (esto para salvaguardar la salud mental del autor y blindar su creatividad).
Prohíbase los premios literarios inferiores a 10.000 dólares (dividir las bolsas mayores a 10.000 dólares en accésits iguales).
Proscríbase los libros de poemas de autores menores de edad.
Proscríbase las novelas góticas.
Proscríbase las novelas epidemiológicas.
Proscríbase las novelas que ocurren en París.
Proscríbase la ciencia ficción que se base en catacresis.
Proscríbase los festivales de escritores sufragados por editoriales.
Proscríbase el canon dictado por trasnacionales de la edición.
Prohíbase el copyright pasados diez años de la muerte del autor.
Proscríbase en todas sus formas la novela romántica (por salud pública y mental).
Prohíbase las sagas.
Proscríbase los escritores prolíficos que alteraron las fronteras de las formas y proponen ensayos que son obras de teatro que son cuentos que resultan al final ser novelas.
Proscríbase el adjetivo kafkiano (de la crítica literaria, ese subgénero).
Evítese la violencia ilegal en la literatura colombiana (Nota: foméntese la exploración de la desatendida violencia legal).
Proscríbase el desequilibrio mental confundido con desequilibrio sintáctico.
Proscríbase el exilio nostálgico con sociedades en diáspora como la cubana o la chilena.
Proscríbase la descripción de sueños.
Proscríbase a Carlos Fuentes, a García Márquez, a Borges, a Vargas Llosa, a Bolaño, a Fernando Vallejo, de las lecturas básicas, al menos durante el transcurso del taller (porque hacen repetir fórmulas, porque son invasivos, porque resultan caminos cerrados).
Pero para compensar, invita también a promover otras cosas:
En cambio, un buen taller literario o caldo de cultivo para las sanas letras, debe promover algunos de estas retóricas y eventos:
El apocalipsis.
La literatura de las naciones más recientes.
La distopía.
La escritura dialectal y las parodias de jergas especializadas.
La ruptura de arquetipos (niños perversos, heroínas feas, sacerdotes depravados o mercaderes de la moral, asesinos con arrebatos de bondad).
Lo extraño y lo anormal.
La divagación.
El crimen injustificado (porque no hay tal).
La familia ajena, la orfandad o la paternidad errática.
Los secretos culposos, en las familias, en las vidas privadas, en la historia de los países.
La metonimia.
La pesadilla.
Lo irracional.
La neurosis colectiva o las patologías sociales.
Los pequeños dioses domésticos.
Lo antisocial.
La barbarie legal.
La lucha por la vida.
El sexo desapasionado de los viejos amantes.
La mirada insólita del forastero.
Los cargos de conciencia.
Lo anormal, en el sexo.
Las obras infantiles sin fantasía y sin moraleja y sobre niños crueles.
Los mítines y las lecturas públicas.
La poesía culinaria.
Las críticas inferiores a 5000 palabras.
Los personajes bajo encierro o aislamiento forzoso.
El desarraigo indiferente (porque es crítico y distante, insobornable).
La infidencia.
La amnesia social.
La biografía ajena.
El efecto del paisaje o el escenario geográfico en el observador.
La extrema ancianidad.
La transgresión verbal y técnica.
La tergiversación del hecho histórico.
La lectura de diccionarios antiguos.
Las retóricas de los oficios.
Los arcaísmos y neologismos.
La arquitectura fractal o la rizomática.
El uso de creativo de hipermedia o de las herramientas digitales para las narraciones escritas.
El fluir de la conciencia (porque es inagotable).
La mujer como voz narrativa.
La asociación anárquica en los ensayos literarios.
Conspiraciones de todo tipo (solo imaginen que todas las conspiraciones fueran verdad).
La promiscuidad y la infidelidad y su efecto sobre la víctima (perseguir a un adúltero es tan inquietante como perseguir un asesino o una epidemia).
Los antivalores (son la escala de los valores actuales).
Escribir sobre lo no conocido por el aspirante a escritor.
Advertir que el que va a El Gobi o a Sonora, va a Marte (ver R. Bolaño). Que el Realismo mágico fue relevado por un realismo brutal (el actual). Que el pasado se narra con las palabras del presente (ver Laiseca). Que un universo literario es un universo léxico (ver Cendrars). Que un hecho es inferior a su relato (Gómez Dávila). Que la academia y el márketing son los actuales cementerios de los escritores (Forn).
Mostrar que un pequeño incidente o pelea callejera puede tener la potencia narrativa y la importancia de un magnicidio.
Demostrar que los demás no sienten como nosotros sentimos.
Huir del género, de las corrientes literarias (léase lo más vendido) y eludir todo intento de formar o ser encasillado en una generación.
El sabotaje de todas las formas de sacralización extraliteraria: eventos, premios editoriales, festivales de escritores, causas sociales abstractas o declaraciones públicas en favor de causas lejanas.
Observar las cosas más cotidianas y su mecanismo como si fueran grandes acontecimientos.
Cambiar ciudades imposibles por ciudades posibles en los escenarios dramáticos.
Retomar la elipsis faulkneriana cuyo espíritu perdura en Rulfo.
Reescribir los mitos.
Iniciar y cerrar las clases o talleres religiosamente con poesía.
Leer a Sergio de la Pava de Estados Unidos. Leer a Nellie Campobello de México. Leer a Clarise Lispector y a Dalton Trevisan de Brasil. Leer a Vila Matas, a Copi, a Lemebel, a Felix Romeo, a Agota Kristof, a Emmanuele Carrere, a Pavic. Leer a Leila Guerriero y a Caparrós. Volver a Monterroso. Leer el diario Borges de Bioy Casares. Leer a Tomas Eloy Martínez, a Sergio Pitol, a Álvaro Cunqueiro, a Raúl Gómez Jattin, a Jaime Jaramillo Escobar, a Mario Bellatin, a Guillermo Cabrera Infante. Las obras de estos autores son algunos de los caminos abiertos que le quedan a la literatura actual.

Manifiesto underdog

El escritor mexicano Daniel Espartaco Sánchez se ha despachado recientemente unas buenas entradas en su blog de Letras Libres. De la primera de ellas, que constituye un "manifiesto", y lo pongo entre comillas porque el autor, escritor underdog al fin y al cabo, no cree en manifiestos, dejo algunos puntos que me parecieron más interesantes y divertidos. Atención, coleguitas catrachos, tomad nota:
2. Para un escritor underdog escribir ficción no es mejor que el sexo. Porque el sexo es la vida, y como dijo el doctor Anton Chéjov, “antes que la literatura está la vida”.
3. Para un escritor underdog, como para un guerrero shaolin, cualquier objeto es un arma mortal (y un destapador de cervezas).
5. Un underdog no escribe palabras abstractas, lo que quiere decir lo demuestra (o no) por medio de la acción. No le interesa citar a Schopenhauer.       
6. No existe la inspiración, todo es una cuestión de química cerebral y de estar bien hidratado. Las musas no existen (y es una lástima). Y si creyéramos en las musas una de estas tendría que ser Olivia Newton-John en patines (aunque no a todos complacen florestas y humildes tamarindos).
8. Un underdog no sabe nada, por eso siempre está junto a un diccionario. Desconfía de todas las palabras, especialmente de las más comunes. Si tu cuento tiene tres mil palabras o tu novela sesenta mil, debes saber con exactitud qué significa cada una de ellas. Si esto te parece mucho trabajo, mejor pon un puesto de tamales o pídele  una beca a la Fundación para las Letras Mexicanas. O múdate a Canadá.
9. Corrige un manuscrito todas las veces que sean necesarias (cinco, diez), pero no creas en la perfección. En la imperfección está la belleza, es decir lo humano. La prueba de eso son las novelas de John Cheever.
10. Un underdog sabe cómo cambiar una llanta, no desprecia el trabajo manual, tiene nociones de plomería, albañilería y electrónica. El underdog tampoco le teme al trabajo doméstico y es diestro en la cocina (o eso dicen).
11. Cree en la economía del lenguaje ante todo. Una idea puede expresarse mejor con una oración que con dos o tres. Un underdog le teme a la paja como a la muerte o a una visita de su madre.
14. Un escritor underdog puede aceptar premios y becas, pero sabe que estos no significan nada, salvo la posibilidad de tener tiempo para escribir. Un underdog no se vanagloria. Es uno con el Tao.
15. Un escritor underdog no le hace la corte a nadie, camina entre iguales. No es un publirrelacionista. Mientras otros van a fiestas o frecuentan funcionarios para ver qué sacan, él se queda en casa a leer y a escribir y a jugar videojuegos.
16. Un escritor underdog no escribe de los temas de moda, el narco, vampiros, zombies, elfos y maguitos. Escribe sobre la lucha del hombre común, sus fracasos y fantasías. Como dijo Oblómov: “¡Dadme al hombre! ¡Amadlo!”
17. Por lo tanto sabe que tiene (y tendrá) pocos lectores, pero finalmente son los que importan.
22. Un escritor underdog no cree en los manifiestos.

miércoles, 25 de febrero de 2015

RLópez: "Nuestra narrativa parece haberse quedado atrás con respecto al resto de C.A."

Raúl López Lemus, durante la presentación del libro Entre el parnaso y la maison, hace algunos años.
Con motivo de su reciente obtención del Premio Centroamericano de Novela "Mario Monteforte Toledo", Raúl López Lemus respondió a unas preguntas del periódico Presencia Universitaria de la UNAH. Dejo unos fragmentos de esa entrevista a continuación:
(PU): En Honduras el género literario de la novela está rezagado, ¿a qué se debe?
(RLL): Sin estar seguro de lo que les pasa a la mayoría de los autores, considero que se escribe poco  en nuestro país debido a la indisciplina e informalidad que campea entre los que saben hacerlo. Digo falta de disciplina porque no creo que se trate de falta de imaginación. Se percibe mucha pereza en nuestro ambiente, siempre estamos dejando para mañana lo que podemos escribir hoy. También, tal vez se deba a que los escritores nacionales no somos lo suficientemente arriesgados, o porque algo falta en nuestra formación. Pasa en la mayoría de los casos que nos proponemos escribir sin haber leído lo suficiente, y en medio del proceso creativo nos damos cuenta de que no estábamos preparados para ello. Menuda sorpresa, descubrir a medio camino que teníamos muchas falencias y debilidades y que eso no se cura con nada que no sea la lectura. 
(PU): Originario del área del Valle de Sula y viviendo en San Pedro Sula, ¿cómo es ese contexto para llevar a cabo una vida como escritor?
(RLL): Estamos claros que el ambiente de la ciudad y, por extensión, el de toda la zona norte, no ayuda mucho que digamos en los procesos creativos. Las razones son harto conocidas. San Pedro Sula no ha tenido nunca una tradición literaria, no se han abierto los espacios necesarios para que afloren las manifestaciones del espíritu. Es una ciudad laboriosa con gente trabajadora, como suelen decir los medios, pero no se encuentra por ningún lado el ambiente propicio para la creación artística. Tiene muy pocas bibliotecas y librerías para la cantidad de habitantes, no hay lugares adecuados para la discusión o las tertulias, además de la apatía que muestran sus autoridades para promover la cultura. En un ámbito así, hay que hacer milagros para producir un poco. Sin embargo, en la actualidad, estamos siendo testigos de un posible resurgimiento intelectual; nos encontramos ante una efervescencia creativa que ilusiona. Una nueva generación de escritores comprometidos con la literatura está intentando cambiar ese pasado.
(PU):Usted es docente de la Carrera de Letras en UNAH-VS, ¿qué balance hace de los jóvenes estudiantes, cuáles son sus tendencias, motivaciones y particularidades de los hondureños que estudian esa carrera?
(RLL): En la respuesta anterior señalé que se percibe, por lo menos, una pequeña agitación en el ámbito literario de la ciudad de San Pedro Sula y, precisamente, es la Carrera de Letras de la UNAH-VS, la responsable de ello, porque ha abierto los espacios de discusión y el análisis necesario para que los estudiantes pueden depositar allí, como se dice, sus inquietudes. La carrera ha aumentado su aforo estudiantil y posee una notable cantidad de muchachos que se deciden por la buena literatura. Muchos de ellos bien actualizados, excelentes lectores y con una formación humanística loable. Creo que ya se cambió esa idea abstrusa de que se estudiaba letras para dar clases en los colegios o en la misma universidad, por una diferente en la que los estudiantes están conscientes de su papel de creadores. Para muestra, en el año 2011 se publicó una antología de la nueva narrativa hondureña y la mayoría de los autores eran exalumnos o catedráticos de la Carrera de Letras.
(PU):¿Qué retos identifica que debe enfrentar la narrativa hondureña, para mejorar su calidad?
(RLL): Reinventarse, o en su defecto, reinventar lo que se estaba haciendo, o como se estaba haciendo. No debería ser yo quien lo diga, porque apenas he ganado un premio y publicado un librito de cuentos, pero la narrativa nuestra parece haberse quedado atrás con respecto al resto de Centro América. Considero que debemos salir del letargo en que hace tiempo hemos caído y en el que parece que nos encontramos a gusto. La fórmula para lograrlo proviene de los mismos libros, de las obras que decidamos leer. La tecnología ha venido a acercar las distancias, ahora podemos saber lo que se produce en Europa o Estados Unidos en el mismo momento en que se produce, por qué no aprovechar esas ventajas y cambiar lo que leemos o cómo lo leemos. Es una decisión que cada uno puede tomar por su cuenta.

martes, 17 de febrero de 2015

Tres cuentos de Raúl López Lemus

Portada de Entonces, el fuego, de Raúl López Lemus.
Les dejo tres cuentos del libro Entonces, el fuego (mimalapalabra, 2012), obra de Raúl López Lemus, reciente ganador del Premio Centroamericano de Novela Mario Monteforte Toledo.

REPRIMENDA
San Pedro Sula, pobre ciudad de trenes fallidos. Se fueron tempranamente, diluidos en el fracasado trajín de las compañías bananeras, convertidos en trozos, anécdotas y recuerdos gratos. Mitad del siglo XX, principio de la adolescencia. Pero sobrevivió uno, para los madrugadores, para los que como mi padre tenían fe en las glándulas que los hacían mayores. Lo traía la madrugada: rengo y fantasmal, una vez por semana. Había que despertar bien de mañana, dejar los sueños inconclusos. Reñir con el frío de la calle.
Mi padre me explica ahora. Después de la máquina tartajosa, la pesada hilera de vagones; dentro: compartimientos con racimos; haciendo juego con los racimos: aquella chiquilla, como una aparición. Intimidada, montaraz, divertida. Balanceando su cara asustadiza. Hecha ya mujer, sonrojada, con hoyuelos que atraían. Una cinta de colores separaba su rostro del de las demás mujeres alborotadas por la cercanía de la estación. Llegué a adorarla, de eso estoy seguro; quise de ella lo que no me prometía, su timidez, el misterio, el candor. Hasta estuve tentado a arrojarme a las duras ruedas de metal para acallar aquel ardor. Hacerlo reventar. Expulsarlo. Pero no lo hice.
Ella, que no sabía nada, me premiaba sonriendo, mostrando sus dientecillos recién lavados. Una boca que podía gemir, mostrar ternuras, avivar la infancia desde la carrera penosa del tren. Sus demostraciones me ponían contento. Temblor de labios, dudosas frases, un puñado de esperanza.
Cada semana salía a mirarla pasar. No es que fuera muy dado a madrugar, es que el dolor me exasperaba. Dolor por lo que huye, por lo irreal del acontecimiento. Una chiquilina que se repite, que aparece y se borra con la misma celeridad, que devora el recuerdo recién estrenado. Después de la sonrisa, del adiós apurado, llenar la semana de amargas desavenencias.
Me sigue explicando. Lo que se lleva por dentro no se justifica, es irracional traerlo a colación. Tus abuelos tenían la última palabra; familia gregaria, loca. Tantos meses de puras abstracciones. ¿Quién iba a acallar al cuerpo núbil que ya optaba por nuevas impresiones? Inventaron la escuela, una ocupación verdadera. Obligaciones para el zagal enamorado. Había que bañarse, juntar los enseres en una bolsa de plástico y caminar temprano para no perderse la algazara de los recreos, aquellas innecesarias primeras lecciones. Me convencieron. Aunque no estoy tan seguro. Ya no habría tiempo para perseguir el tren, corretear la sonrisa pudorosa; para las tontas representaciones: la chiquilla, los racimos, el traqueteo de los vagones, ¡a la mierda!
¿Qué hubieras hecho en mi lugar, hijo? No había alternativa. Me fui. Me quedé con el entusiasmo de los libros y el anuncio prometedor de los maestros. Una semana ya no me presenté al lugar de la cita precipitada. Y otra, y otra… Di la espalda al sentimiento que me había enseñado a vivir de verdad. Otros sucesos fueron tragándose progresivamente aquel primer intento del corazón.

Ya no volví a despedirme, ni a prometerle que algún día… tal vez. Como se hacía en la televisión. Después ya no supe nada de ella hasta que los periódicos publicaron su historia. Yo digo que fue una prueba. La demostración más sublime de la reciprocidad del afecto forjado en la distancia. Si no, ¿cómo se explica? Optó por arrojarse a las ruedas duras de metal, una clara mañana en que aún había frío.

BAJO EL ÁRBOL 
Me arrimaba a él por las historias antiguas. Viejo, borracho, endeble; podía parecer hermético, parco o reservado, pero no lo era. Las tenía a flor de labio, para cualquier circunstancia. El día pleno, sol como diluvio; la fábrica de puros con el alarido del timbre para el almuerzo.
“Es un tesoro muy valioso, lo trajo un antillano que andaba huyendo, dicen que era de un pirata famoso. Lo mataron antes de revelar el escondite. Está en un lugar de la quebrada esa… -señalaba la hondonada- lo lava, por eso el sabor metálico del agua, el color amarillo…”
Se quitaba la camisa: puros huesos, cartílagos que no logran estirarse. Futuro y pasado mezclados en el cuerpo anciano. No se sabía cuándo hablaba de lo uno o de lo otro. Voz gangosa, rostro arrugado, escupitajos cuajados de tabaco, ojos intemporales. Parte de las raíces añosas, del tronco en que se recostaba a esperar, ya aparición blanquecina en la sombra redonda del mediodía. La carretera a la orilla del árbol, las cigarras ruidosas.
“Don Chema… ese tenía pacto con el diablo, vivió y murió rico. ¡Pero hay que ver qué muerte la suya! tuvieron que echarle agua bendita, aun así, los ojos se le quedaron abiertos, dolorosos, ¡cómo maldecía con ellos! Lo hizo para casarse con la Bertilita, ¡Que Dios la tenga en su santa gloria!…”
Me despegaba para ir por la fiambrera. Una moneda bastaba para estar feliz. Descalzo y contento, entretenido en las filas que volvían al trabajo. El viejo se había ido en el interludio; el niño regocijado tenía que esperar otro día.
“Este árbol también tiene su historia, sus ramas están malditas… en alguna oportunidad”, me decía.
Cuando se detenía para escupir, franqueaba los tiempos, ni pasado ni presente, era algo por suceder. Saltaba de historia en historia, dejando todo inconcluso. No era recurso, más bien que en su cerebro la amalgama se había realizado.
El miedo, la devoción, el misterio; el viejo atraía por eso. Los otros chicuelos tontos…
“Mi papá… Me da rabia recordarlo. ¡Qué días aquellos!, liberales y conservadores se mataban por cualquier bobería. Bastaba un viva desusado, un traspié infortunado y te apaleaban…”
De repente, dejó de aparecerse, había empezado el invierno. Los mediodías eran grises, turbios. Me figuré su muerte como algo natural. Aunque seguí esperando, alguna noticia, algo, durante cinco meses, ¿Acaso no es eso la infancia?: franca, despreocupada espera. Hasta que sin querer me topé con él, en un horario inusual, sábado por la noche. Presagio, misterio, oscuridad como avalancha. Llovía en el monte que teníamos enfrente.
“Mi papá… éste árbol de guanacaste, a mí también. Borracho había gritado la consigna maldita, por Rodas Alvarado o yo no sé quién”.
La lluvia empujaba la oscuridad, grandes vértebras de luz en el horizonte. Un terror del más acá del corazón ofuscaba la naturaleza.
“Estuve encerrado entre la caca. No sirvió de nada suplicar, implorar piedad, me sacaron a medianoche, había luna y pude ver sus ojos sin bondad, las ligaduras. Antes de amarrarme, me golpearon hasta quebrar los huesos, destripar por dentro, ni porque me arrodillé y les pedí…”
No era el viejo el que hablaba ahora, palabras cavernosas que iban transformando todo. La lluvia alborotada llegó hasta nosotros, por encanto; los faroles de la fábrica de puros se apagaron y la misma realidad inmediata pareció retroceder a un tiempo de cavernas y hogueras. Todo el pánico del mundo en la garganta, esto no es bueno, pensé. Le grité al anciano que nos fuéramos, pero ya no estaba conmigo. Volé o simplemente traspuse un instante intermedio. Debí tropezar y caer. Cuando me repuse, entre la lluvia y el lodo -comprendí-, el encanto se había operado en el relato. ¡Pobre viejo! Se hamacaba, el lazo en su garganta brillaba al compás de los relámpagos.

DESENCUENTROS
Gran juego o lo que sea. Comienza con un beso: el suave encontronazo de un par de labios aprehensibles. Stella, su voluntad, se abre a los enredos, como un abanico. Muchas figuras que han esperado en la sombra vienen a servirse de su cuerpo. En Osmán, bueno, a la inversa, proceso extenuante y más lento. Necesita el sostén físico de Stella para adentrarse en la memoria. Revivir esas concubinas irrefrenables que le hacen daño con sus ejercicios masoquistas, requiere de paciencia.
Pronto el juego se troca en devaneo. El beso repetitivo para reiniciar, sin los dientes de Stella que hacen daño; unas caricias aquí y allá. Listo. Un punto en que las conciencias de ambos se emparejan, empiezan a admitirse. Ya no importa el nudo de cartílagos viejos, los apretones rancios, el olor amoniacal. Es la fantasía la que se impone por encima del decoro inicial.
Pronto Stella se queja en los brazos de Raúl, lo conoció en el autobús, camino del trabajo. Su susurro no cabe en el tiempo de Osmán, que se aferra al cuerpo de la telefonista de la empresa. Tres vueltas adelante, porque ruedan, Stella cambia de brazos: Daniel que la cansa, el mecánico de la línea. Mofletudo y disparatado, pero con la suficiente voluptuosidad para hacerla feliz. Osmán comprende, no debe dejarla adelantarse. Busca, sigue buscando, revuelve. Su lance es peligroso, escoge a la vecina de enfrente, todas las mañanas la espía mientras riega las flores: apenas una batita y chancletas.
Stella huye, presiente una intromisión enfermiza. Daniel le ha defraudado, pero toma a Carlos. Para colmo es el hermano menor de Osmán. Quiere entregarse sin ambages, lo que pasa es que la cercanía emocional de Osmán no la deja. La vecina de enfrente es muy alocada, inquieta y los músculos de éste deben recomponer el desequilibro. En su huida, Stella atrapa a César: motorista, conserje, señor de los mandados, le atiende bien y hasta le compra el almuerzo.
Parecen satisfechos, han logrado la aceptación espiritual por encima del desdén físico.
Por si acaso, vuelven a besarse. Osmán evade los dientes y emprende una bajada rápida por el cuello. Se encuentra a Yolanda, la de contabilidad, que pasea todas las mañanas sus senos fluctuantes por la oficina. Hunde el hocico, inhala. Lo que pasa es que Yolanda es propensa a la vulgaridad, a la jactancia; el estruendo de su risa lo hace abandonarla ¿Quién?, ¿quién?, ¿quién? ¡Dios mío!... ¿Quién podrá ser?, mientras Stella se abrocha a Fernando: Ingeniero de planta y todo.
Siguen rodando. En el ínterin, Stella cambia a campeón de fútbol mundial. Músculos recios, gigante, lo ha visto sin querer en el periódico; se aprieta a aquel cuerpo que la llena toda. Osmán entiende, Stella se ha empleado a fondo, debe ir tras ella, si no quiere que… De entre las figuras que le quedan, las que todavía lo asombran, toma la más sobresaliente: heroína de Hollywood. Mujer lasciva, impecable, cuerpo moldeado a tajos de bisturí y ejercicios. Ahora sí, están completos, se enfrascan, hundiéndose.
De aquella unidad nace el ritual que los lleva más allá de los cuerpos agotados, por encima de la irresponsabilidad del hogar hecho añicos, del divorcio inminente. (Dejémoslos cansarse, permitamos el acto puro). Cuando terminen (¿No afloran ya los primeros síntomas del cansancio?), cuando consigan detener la agitación, Stella va a empezar a gritarle, a inventar reproches, a echarle en cara su invalidez (tal vez eso ocurra más pronto de lo que suponemos). Osmán no tendrá más remedio que levantarse avergonzado, asentir e irse a dormir al duro sofá de la sala. Ese sitio de tristeza que hace años ocupa.

viernes, 13 de febrero de 2015

Raúl López gana el Monteforte Toledo 2014

Raúl López Lemus. Fotografía de Jesús Rivera.

Volvemos después de tanto tiempo para informarles que hoy Raúl López Lemus, autor de mimalapalabra, recibió la noticia de haber sido elegido como ganador del XIV Premio Centroamericano de Novela Mario Monteforte Toledo que cada año se entrega en Guatemala. 
Raúl López, que labora como profesor de la Carrera de Letras de la UNAH-VS desde hace ocho años y publicó en 2013 el libro de cuentos Entonces, el fuego, había ya obtenido numerosos premios en Honduras pero no es sino hasta ahora que da el salto internacional.
El Premio Mario Monteforte Toledo lo han obtenido, entre otros escritores, los guatemaltecos Adolfo Méndez Vides y Maurice Echeverría y la salvadoreña Jacinta Escudos. El más reciente hasta ahora era el costarricense Carlos Cortés, con la novela El corazón de la noche. Raúl López se convierte en el primer hondureño en la lista de ganadores del premio en sus dieciséis años de existencia. ¡Enhorabuena, Raúl!

martes, 9 de diciembre de 2014

Imitadores y originales

Hace mucho que no dejábamos por aquí un artículo de Vila-Matas, un escritor que siempre indaga en esos aspectos de la ficción que la mayoría de las veces pasan inadvertidos y que resultan, sin embargo, indispensables para entender, o para empezar a entender, cómo funciona el asunto. Esta vez, recordando a Diderot y a Sterne, nos habla de la imitación y la originalidad, que pueden llegar a confundirse.
No oímos alguna vez que “todo está escrito”? A mí, desde tiempo inmemorial, han tratado de convencerme de esto. “La imposibilidad de ser original”, repetía el primero que intentó desengañarme; me acuerdo muy bien de él: un tipejo que carecía de talento literario y ajustaba cuentas con todo el mundo que escribía en lugar de ajustarlas consigo mismo, lo que tanto le habría convenido. Cansaba tanto que un día hallé un fragmento de Macedonio Fernández y se lo leí y pude ver que le causaba los mismos problemas que una estaca a un vampiro: “Todo se ha escrito, todo se ha dicho, todo se ha hecho, oyó Dios que le decían y aún no había creado el mundo, todavía no había nada. También eso ya me lo habían dicho, repuso. Y comenzó”.
Salió por piernas, y su fuga fue liberadora, porque me permitió adentrarme en el estudio de la originalidad. Quizá por eso me atraen las reflexiones de Adam Thirlwell en su ensayo La novela múltiple(traducción de Aleix Montoto, Anagrama). Me gusta cómo organiza sus comentarios sobre la originalidad a partir de un Kundera impresionado por el hecho de que un libro como Tristram Shandy,de Laurence Sterne, siga siendo excepcional en la historia de la novela: “Nadie lo siguió. Nadie salvo Diderot”.
Basada en la extraña relación entre Sterne y Diderot, Kundera desarrolló su teoría de la originalidad: Diderot fue receptivo enJacques el fatalista a la invitación sterneiana a recorrer nuevos caminos, y, por mucho que pueda parecer lo contrario, fue un escritor inmensamente original. Al hilo de esta certeza, el joven Thirlwell observa que la historia del arte de la novela está basada en una paradoja: una obra nueva sólo tiene sentido si forma parte de una tradición, pero sólo tiene valor en esa tradición si —como ocurre con Diderot con respecto a Sterne— ofrece algo nuevo. Esto vendría a decirnos que toda forma artística supone una confrontación directa con esta cuestión: ¿qué diferencia hay entre repetición y variación? ¿A partir de qué momento una imitación es original?
Dentro de la línea sin duda más feliz de la literatura universal, Sterne aportó algo nuevo al mundo de Cervantes y Diderot a su vez lo aportó al de Sterne, al que imitó, pero uno diría que para parodiarle; empleó para ello la ambigüedad del propio Sterne y lo hizo, claro está, de forma ambigua, lo que precisamente imposibilita saber si le imitaba o se reía. Y es que un ambiguo homenaje a la ambigüedad recorre esa también excepcional novela que es Jacques el fatalista.
Frente a las acusaciones de copia o de imitación insulsa, Diderot debió de experimentar un orgullo secreto, porque, en un mundo como el literario tan lleno de imitadores, él se sabía original. Porque no hay duda de que, inscrito en la franja más feliz de la historia de la novela, contribuyó a extender el lado más genial de ésta; un lado para el que Sterne y Diderot abrieron caminos de grandes posibilidades, que asombra ver que tan pocos han seguido. Pero las posibilidades están ahí. Y luego aún hay quien dice que el género está agotado.
Tomado de El País.

sábado, 6 de diciembre de 2014

Narrativa hondureña actual: una voluntad posmoderna



Publiqué este artículo en el último número del boletín literario "Página al Viento" de la Editorial Universitaria y al parecer, ya empezaron a salir ronchas por todas partes. Es el "riesgo" que se corre al decir la verdad, supongo. Qué cosas, ¿no?
Por Giovanni Rodríguez

¿Cuándo fue la última vez que se publicó un libro de narrativa en Honduras? ¿Fue, acaso en 2013, El equilibrista, una novela que Roberto Quesada ya había publicado, con otro título, hace muchos años? ¿O acaso en 2012, Entonces, el fuego, de Raúl López Lemus, una colección de cuentos de un tiraje cortísimo que pocos alcanzamos a leer? Es curioso que a pesar de ser pocos los libros de narrativa hondureña que llegan a nuestras exiguas librerías, resulte difícil recordarlos. ¿Cuántos habrán leído Final de invierno y Música del desierto, los dos libros de cuentos de Dennis Arita aparecidos en 2008 y 2011, respectivamente? ¿O Las virtudes de Onán (2007), la obra de Mario Gallardo que probablemente represente para una generación próxima lo que para la nuestra significó El arca, de Óscar Acosta?
Escasos son los lectores como escasa es nuestra narrativa, y más allá, escasa la calidad de esta narrativa, del mismo modo que pobre es nuestra vida cultural y deficiente nuestra formación académica. Una cosa no deriva necesariamente de la otra pero es obvio que alguna relación guardan entre sí. Un escritor de ficciones de nuestro llamado “tercer mundo” estará menos preocupado por escribir que por conservar el trabajo que le permita llenar la nevera. Con ese panorama, al que se le podría sumar la casi nula existencia de medios que permitan la difusión de la literatura, la incipiente industria editorial y el oneroso costo de la autoedición, distribución y promoción de los libros, poco se puede hablar de una narrativa contemporánea hondureña sólidamente establecida, pues, más que escritores, quienes de vez en cuando publicamos algún libro en estas Honduras somos profesores, periodistas, correctores de textos, y cuando hay menos suerte, nos dedicamos a labores que nada tienen que ver con la literatura.
Pero digamos, siendo optimistas, más allá de todas esas circunstancias adversas, que algún movimiento existe en Honduras con sus narradores, que ahí en sus viviendas, en sus respectivos escritorios, con el empuje inicial que ha supuesto la publicación de alguno de sus libros, se fraguan ahora los cuentos y las novelas que constituirán en el futuro las referencias de la narrativa de la generación actual. Y así, optimistas y expectantes, quedémonos por un momento.

De los siete autores hondureños incluidos en el libro Puertos abiertos, antología de cuento centroamericano, de Sergio Ramírez, sólo cuatro, Jorge Medina García, Julio Escoto, Mario Gallardo y Juan de Dios Pineda, publicaron al menos un libro de narrativa en los últimos 10 años; Gallardo y Pineda cuentan solamente con uno y dos libros de narrativa publicados, respectivamente, aunque “Las virtudes de Onán”, del primero, y “Sensemayá-Chatelet”, del segundo, son dos de los mejores cuentos de la narrativa hondureña de todos los tiempos.
De todos ellos, sólo Jorge Medina García publica regularmente, y si Julio Escoto aún tiene vigencia será por sus cuentos de La balada del herido pájaro y la novela El árbol de los pañuelos y no porque aprovechó la coyuntura del Golpe de Estado de 2009 para publicar una novelita de título absolutamente olvidable en donde coloca a unos comerciantes mayas a conspirar para derrocar a su gobernante.
Otra antología de cuento centroamericano con el título Un espejo roto publicó Sergio Ramírez recientemente y en el caso de Honduras la selección es, cuando menos, una “recogida” improvisada.
Hay que consignar tres casos de narradores hondureños publicando en el extranjero: Horacio Castellanos Moya, nacido en Tegucigalpa pero considerado salvadoreño por casi todo el mundo, cuyos libros aparecen, al menos cada dos años, en Tusquets; León Leiva Gallardo, otro escritor hondureño casi desconocido para nosotros y residente en Chicago, ha publicado dos novelas también con Tusquets, en 2006 y 2008; y Roberto Quesada, quien, después de La novela del milenio pasado (Tropismos, 2004) no ha dado a conocer a los lectores nada nuevo.
En cuanto a la narrativa escrita por mujeres, habría que destacar a Marta Susana Prieto, una de las pocas integrantes de nuestras letras actuales que no se ha dejado llevar por el influjo de ese feminismo machacón que entiende la literatura como campo de batalla ideológico y no como arte.
Otra vez, entonces, la revisión del panorama, pobre y triste, sobre todo si lo comparamos con el de otros países centroamericanos. Así, es necesario mencionar al grupo de narradores que integramos el libro Entre el parnaso y la maison (2011), que llegó a confirmar lo que Hernán Antonio Bermúdez dijera dos años atrás: “El eje de la narrativa hondureña parece haberse desplazado a la Costa Norte”. En ese libro aparecíamos los autores que, probablemente, nos habíamos formado en San Pedro Sula y sus alrededores y que teníamos, más o menos, ciertas afinidades literarias. De ese grupo de diez autores, sólo dos se mantienen sin publicar su propio libro. Hasta la fecha de aparición de ese libro no ha habido otro acontecimiento realmente importante para la narrativa hondureña.

La actual narrativa hondureña se debate entre el realismo mágico o costumbrista y la posmodernidad, entre el puritanismo y la heterodoxia, entre lo políticamente correcto y la rebeldía, entre la autocensura y el desparpajo, entre el afán reivindicativo de alguna causa y la búsqueda de lo meramente artístico, y la pugna entre todos estos elementos, aunque a algún despistado seguramente cosmopolita le parezca provinciano, hay que asumirla como parte de nuestro devenir histórico, pues no vivimos en una sociedad homogénea; aquí conviven, en una armonía delirante, lo antiguo y lo moderno, por lo que no es extraño que algunos de nuestros narradores (o poetas) sigan, a estas alturas, con los discursos trillados de hace cuarenta o cincuenta años.
        Una nueva generación de narradores empezó a manifestarse durante los últimos años, en la que Mario Gallardo y Dennis Arita sobresalen y a la zaga vamos otros, más jóvenes, quizá insolentes y hasta fanfarrones, pero enteramente comprometidos con la búsqueda que deberá conducirnos a la consolidación de una nueva narrativa hondureña.
      ¿Qué características marcan a esta nueva generación? En lo relativo al “fondo”, la casi ansiedad por desmarcarse del relato bananero, del apego a la tierra y a lo rural que caracterizó a generaciones anteriores, y la identificación de los espacios urbanos no como simples estaciones de paso sino como escenarios centrales. Ahí se mueven personajes ya no preocupados por el abordaje totalizante de la historia, que incluye en nuestra narrativa, entre otros aspectos, la guerra, la inestabilidad política, la explotación laboral y el asunto remasticado de la identidad, sino por los temas inherentes a la época más reciente: la criminalidad, la emigración, la crisis económica, pero desde una perspectiva particular, que va de la mano con la soledad del individuo, con sus relaciones interpersonales, su visión del arte y la literatura, el erotismo y el hedonismo. No se trata de grandes temas sino de temas muy específicos que implican el abandono de una visión abarcadora en favor de un acercamiento con la obligada “obsesión del miope”, como apuntó Antonio Skármeta.
       En cuanto a la “forma”, se percibe en algunos narradores esa misma voluntad posmoderna que apela a la fragmentación, aunque en algunos casos habría que preguntarse si no se trata de cierta incapacidad para la construcción de relatos más homogéneos. La incorporación de elementos propios del género policial, del lenguaje de la tecnología, del humor, de la ironía y el uso del pastiche y la intertextualidad, son otros rasgos que permiten entender a la narrativa actual como inmersa en un proceso posmoderno.
   Pero a pesar de que todas estas características pueden ya identificarse en nuestra narrativa contemporánea, resultan escasos los libros dignos de estudio, los libros que pasen los rigores inherentes a una obra literaria de calidad; por ello habría que esperar una buena cantidad de años antes de aventurarse a hablar con propiedad de una narrativa hondureña de principios del Siglo XXI que no pase de ser apenas un intento, un punto de partida prometedor, una entelequia.