domingo, 21 de octubre de 2007

Otro Nobel sospechoso

Si usted es de esos lectores que cada año espera estas fechas de octubre para correr a las microlibrerías hondureñas y comprarse alguno de los libros del recién anunciado Premio Nobel de Literatura, le aconsejamos que antes de hacerlo le eche un ojo a esta vigésima edición de mimalapalabra en La Prensa, dedicada a la concesión de este prestigioso (o deberíamos decir "desprestigiado") galardón correspondiente al año 2007. Resulta que el honor no recayó –otra vez- en Carlos Fuentes ni en Vargas Llosa, o por lo menos en Philip Roth o en Don Delillo, que lo merecen de sobra, sino en la inglesa Doris Lessing, una ferviente activista contra el racismo, militante comunista y pionera del feminismo. En España, las librerías estaban preparadas para recibir a los lectores de Phillip Roth, considerado uno de los más fuertes candidatos este año, pero la Academia Sueca sorprendió a todos. Así lo dijo ante los periodistas Horace Engdahl, secretario de la renombrada academia: "Los sorprendimos un poco a todos, ¿no?".
Pero lo sorprendente no es que nuevamente la decisión de los ilustres miembros de la Academia sea equivocada, porque bastaría citar a Proust, Joyce, Kafka o Borges para certificar su larguísimo historial de errores, ni tampoco que la galardonada sea una mujer con las convicciones ideológicas que ya hemos mencionado, sino que le hayan otorgado el premio sólo por eso que la crítica y la prensa internacional catalogan como "corrección política" y que nada tiene que ver con la literatura, que es de lo que verdaderamente se trata. Harold Bloom dijo a Associated Press que es "un premio políticamente correcto", y continuó diciendo que, aunque la escritora británica al principio de su carrera mostró algunas cualidades admirables, "encuentro su trabajo de los últimos quince años ilegible", y los tildó de "ciencia ficción de cuarta categoría".
Pero las opiniones desfavorables no se quedan aquí. Marcel Reich-Rannicki, reconocido crítico literario alemán, dijo que ésta del 2007 “es una decisión decepcionante. La lengua inglesa tiene escritores más importantes y más significativos como John Updike o Philip Roth”. Humberto Eco, autor de El nombre de la rosa, fue más sutil: “Es una buena autora con una gran alma literaria. Merece el premio, sin duda. Sin embargo, es extraño que lo vuelva a ganar un autor de lengua inglesa tan poco tiempo después de Harold Pinter (2005)”, dijo, como sugiriendo que el premio se reparte de manera equitativa a los países, las culturas y las lenguas del mundo.
He aquí otras palabras contundentes de la crítica literaria Denis Scheck: “Es una elección acertada al tratarse de una pionera del feminismo y luchadora contra el racismo, pero desde el punto de vista estético la decisión es un desastre”.
La prensa también se ha manifestado en contra de la decisión. Germán Gullón, de El Cultural, escribe que Doris Lessing "en su última entrega, The Clef (La hendidura, 2007), vuelve a minar una veta cuestionable, la exploración de los inicios de las relaciones sexuales entre los seres humanos durante la prehistoria, y decepciona al lector". Aclara que no tiene quejas por la decisión, "pero sí algunas reservas".
“Al margen de los méritos narrativos de la británica, el Premio Nobel de Literatura huele a corrección política y apesta a coyuntural”, escribió Alfonso Basallo en El Mundo; mientras que en el diario mexicano El Universal, Rafael Pérez Gay apunta: “No leeré a Doris Lessing. No pongo en duda que su obra pueda guardar la sorpresa de un libro extraordinario. Quizás empobreceré mi espíritu alejándome de esas páginas, pero a mí las lecciones sociales en literatura me matan de tedio”.
"Ésta es posiblemente una de las decisiones más reflexionadas que tomamos jamás", dijo también Engdahl a la prensa, y no es de extrañar que sea así, pues no implicaría mucha reflexión decidir otorgarle el premio a cualquiera de los otros favoritos, antes que a la escritora británica. Así como va la cosa, habrá que esperar en los próximos años que el Nobel caiga en las manos del brasileño que escribe novelitas para amas de casa o de la chilena que frota las suyas con la pomada del realismo mágico. Mientras tanto, Doris Lessing asimila la inmensa fortuna de haber sido la elegida del 2007 con estas palabras: “Estoy completamente encantada, el Nobel es el más prestigioso y glamuroso de todos los premios”.
Para cerrar, una visión resumida de Alejandro Armengol, de El Nuevo Herald, acerca de quienes otorgan esta gloria cada año: “El triunfo de Lessing reafirma que la Academia Sueca es una institución tradicional, que prefiere escritores progresistas, tiene debilidad por las vidas singulares y de vez en cuando se acuerda de las mujeres”.

domingo, 7 de octubre de 2007

Las causas perdidas

En este número 19 de mimalapalabra, Jorge Martínez vuelve, ahora cargado de poemas en prosa de su libro inédito Las causas perdidas, con una fuerza descomunal, capaz de arrancarnos del letargo impuesto impunemente por las publicaciones fallidas de los otros. Si hay que voltear la mirada con esperanza hacia algún lado, ese es el rincón en donde este poeta escribe todavía. Nadie dirá esta vez que la poesía ha caído en desgracia.

Otra lápida de olvido

Hoy, turbio y último en despertar en mi honda tumba reforzada con doble lápida sin epitafio, me he acodado frente a ustedes con el enorme miedo subterráneo. A una distancia idiota me han visto registrar la caja de cartón que arrastraba uno de mis hijos. Sin interés la he visto, está vacía. En derredor, en el monstruoso fango del viejo cuchitril, mi hijo me ha juzgado, échate en ella -me ha dicho-, quizás el abismo verde te viene bien, o el fango negro. No te ilumines, la noche viene desde el rincón oscuro de la bóveda. Cuida de que en tu cloaca, en tu salón sin fin, se acomode el silencio y tus pequeñas bolas de periódico. En ti pondremos otra lápida de olvido.
Un poeta, un escritor siempre se alimenta de su vida
Un poeta, un escritor siempre se alimenta de su vida, me dije hace veinte años, cuando llegué a presentarme como inventor de un libro que sólo yo puedo vender. Me miré tan lúcido, sobrio y sabio, venido de una oficina limpia, de un campo florido, gentilhombre. Le ofrecí el libro Papiro a Jorge Martínez y el me ha visto con una alegría inocente, como si le hubieran entregado una clave divina. Me he autografiado el libro y me he dicho en la dedicatoria "A Jorge Martínez Mejía, quien soy yo hace veinte años, este legajo de poemas, para que no se olvide de su causa". También se alimenta de escepticismo, me respondí inesperadamente. Pero debes consagrarte a la zozobra, a la posibilidad de que ni yo mismo te lea. Y salí despacio, como otra parte mía que se va sin saber en la práctica cómo.
El mecenas de los poetas ebrios

Me dispensé la literatura como un ladrón de la comedia humana. Hurté la ciencia y el mal en un magnífico volumen, durante una noche que tropecé con la cabeza de un viejo parecido a Baudelaire. Escribí mi primer Góngora a la orilla de un pueblo de mineros donde los niños nos hicimos hombres a los catorce años. Fui el mejor bebedor, el mecenas de los poetas ebrios, de los fumadores de marihuana. Una mujer me besó en la calle de los burdeles para asombro de la muchedumbre. Estuve encerrado en una prisión antigua y los reos me elevaron en hombros gritando mi libertad. He vivido sin retirarme y sin renunciar a mi nombre ni a mi causa. Un día volveré desde el fondo de mi tumba para tomar mi puesto.
De los poetas que mueren de hambre

De los poetas que mueren de hambre, de los amorosos, de la musa flaca vista en Baudelaire, de la perorata poética, de la piel de higo de la petit poetisa, del negro vozarrón agudo con que chilla Vallejo, de los versos más tristes de Neruda, de la Cucaracha Samsa, de las dos piedras que llevaba en las manos Alfonsina Storni, de los hospitales construidos por Alvaro Mutis, del infinito muro en que se sostuvo Borges una noche que habló consigo mismo; del árbol de raíces de agua de Octavio Paz, de las costillas peladas de Rocinante, de los brazos rotos y los rostros fragmentados de Guayasamín, de la tierra baldía de Elliot, de la Estigia de Dante, de las hojas de hierba de Witman; de Lola, la mujer de Miller, y de Lolita; de todo, amigos, de todo se burla Dios.
Y se caga de la risa.
Nada nos da más libertad que la poesía

A Gustavo Campos

Después de las tabernas y los tristes lupanares, el joven poeta se revuelca en la calle en un afanoso intento por sacudirse un demonio que Baco ha soltado desde su memoria. Similar a mí, hace veinte años, vil y obtuso, desnudo, gritando: "¡Quiero ser libre! ¡Quiero ser libre! Por las calles malolientes y los burdeles de San Pedro Sula. Y he sido más libre hoy que me he visto reflejado, sin revolcarme y con Baco. Y no obstante, nada nos salva a ambos de la vileza infame, y nada nos da más libertad que la poesía.
Al veneno, a la poesía
Bienaventurado el que nos ofrece un trago de veneno o un profundo pozo para caernos cada día. Bienaventurada la violencia sutil, el mazazo de algodón y el puño de seda. Bienaventurado el que nos derriba y nos hace culpables de nuestra caída, víctimas y victimarios... Bienaventurado el gesto suave y los himnos del domingo, la paz del jardín, el muro que mantiene lejos los ojos de la lepra. Bienaventurada la deliciosa condena de los malditos, de los que encuentran la horrorosa mosca del canto. Bienaventurado el reproche, el estúpido campanario de la gloria, el orgullo perfecto del pulcro, la verdad susurrada, la música angelical, el perfume pueril, la castidad, la piedra en el diente, el tercer gallo obligado a cantar para la sordera humana. Bienaventurada la hora del diablo y la hora de la virgen, la mesa rebosante y la sed, el candelabro de plata y la hierba muerta, la rosa sobre el sarcófago, la luna y su claro en la noche de la estulticia. Bienaventurada la malicia, la tos de Satán, la teología del hambre, la prostitución virginal, la piel de higo de las mujeres infieles, su sonrisa, la inútil plegaria de su sexo. Bienaventurada la historia en llamas, el lago irisado de la época, el hastío de los poetas, el mal aliento, la cerveza, la risa, la lluvia, la magia de los viernes, la gota de onanismo. Bienaventurado el fuego con que se nace y el beso con que se muere.

Sobre el autor

Jorge Martínez es originario de Las Vegas, Santa Bárbara. Cursó la carrera de literatura en el Centro Universitario Regional del Norte. En septiembre de 2004 publicó el poemario Papiro. Es editor de la revista de literatura Metáfora.

sábado, 6 de octubre de 2007

Ficción y realidad, al mismo tiempo

Yo y mi sonrisa a punto de volar porque el compa accedió a que nos tomaran esta foto.
Ahora que acabo de leer el último libro de Vila-Matas, Exploradores del abismo (Anagrama, 2007) y después de conocer personalmente a este escritor magnífico y de verlo frente a un micrófono representar tan bien el mismo papel que representa en sus novelas o cuentos autobiográficos, confirmo que, definitivamente, Enrique Vila-Matas está, como su personaje de El mal de Montano, enfermo de literatura. En uno de los relatos que componen Exploradores del abismo se narra la vida de una mujer francesa a quien, en su niñez, una adivina le predice que habrá de morir un dos de febrero lluvioso, vestida de negro, bailando y con mucha sed. La niña crece y llega a ser periodista, y se casa con un joven teólogo al que después abandona para irse a México a trabajar como corresponsal de la televisión de su país. Durante todos los años antes de este viaje, cada dos de febrero evita vestirse de negro, se pone nerviosa si el cielo amenaza con lluvia y bajo ninguna circunstancia acepta una invitación a bailar. Pero ahora resulta que llega a México precisamente un dos de febrero y ese mismo día debutará como corresponsal de televisión cubriendo la noticia del huracán Dolores. Entonces una casualidad se va juntando con la otra hasta que ahí, frente a la cámara, transmitiendo en vivo para toda Francia, se cumple casi en su totalidad la predicción de la adivina. Y digo casi en su totalidad porque lo único que le hace falta a este episodio es precisamente su final, es decir, la muerte de la mujer.
El texto que ahora escribo no será una reseña de este estupendo libro de Vila-Matas; quise mostrar la historia de este relato, titulado “El día señalado”, sólo para compararlo con la que contó Vila-Matas la noche del lunes uno de octubre en Caixa Forum, porque existe una relación curiosa entre ambas; de hecho, la que contó para los quinientos asistentes al evento es el germen de lo que narraría después a través del personaje de Isabelle Dumarchey en “El día señalado”. Lo curioso del asunto –y aquí por fin caigo al punto central de mi comentario- es que ante la pregunta que le hiciera Emilio Manzano acerca de cómo fue su primer encuentro con México, Vila-Matas respondiera –aunque no iba a informarle de esto a nadie, por supuesto- casi completamente a través de uno de los cuentos de su último libro; es decir, Isabelle Dumarchey era en realidad Enrique Vila-Matas, y éste representaba el papel de escritor que asiste a México a un congreso de literatura, en lugar del de periodista que llega ahí para cubrir la noticia de un huracán.
Hablaré ahora un poco sobre otro relato de Exploradores del abismo: “Porque ella no lo pidió”, que servirá para ampliar la idea que me queda de Vila-Matas después de la lectura del libro y de haberlo conocido personalmente. Una mujer, Sophie Calle, a quien Vila-Matas admira muchísimo, lo llama un día por teléfono para plantearle un reto: que él escriba un relato sobre ella, con todos los matices y acontecimientos que se le ocurran, que invente una historia para ella de la manera que le venga en gana, y ella le corresponderá viviendo todo lo que esté escrito en el relato, es decir, llevando la ficción a la realidad. El escritor acepta el reto y escribe el relato, pero se producen una serie de circunstancias que retrasan cada vez más el término del acuerdo, que consiste en que ella empiece a vivir lo narrado. Hasta que el escritor se cansa y opta por ser él el protagonista de un relato; y este relato no será otro que el que empieza el día de la llamada de Sophie Calle para proponerle un trato. Si Sophie no está dispuesta a cumplir su promesa de hacer realidad la ficción que ha creado para ella, será entonces él quien viva como personaje de su propio relato, sólo que esta vez no repetirá los episodios nacidos de su relación con esta mujer, o al menos no los repetirá fielmente, sino que –ahora que es creador y objeto de la creación al mismo tiempo- los corregirá, los conducirá por el camino que él decida.
Este relato confuso de Vila-Matas que he tratado de pintar rápidamente propone una relación inversa entre realidad y ficción y entre autor y personaje. Aquí no es la ficción la que se hace a partir de la realidad sino lo contrario: la realidad es producto de la ficción. Los personajes buscan vivir lo que su creador ha escrito.
Volvamos entonces a la noche del uno de octubre en Caixa Forum, cuando Vila-Matas ha contestado a la pregunta de Emilio Manzano acerca de su primer encuentro con México. ¿El escritor se ha valido de su propia ficción para contestar la pregunta, ha robado el argumento de uno de sus cuentos para trasladarlo al público que asistía al diálogo sobre la ficción que sostenía con Álvaro Enrigue, o en realidad es lo contrario, lo lógico: que su cuento está escrito a partir de esas vivencias personales? En todo caso, no es eso lo importante. Lo que importa es ese siempre afortunado empeño vilamatiano de confundir la realidad con la ficción, de dejarnos preguntándonos siempre si lo que leímos fue verdad o mentira. Y esa noche Vila-Matas sutilmente nos mostró que la respuesta a esa pregunta siempre será lo menos relevante en sus libros, porque lo verdaderamente relevante será la pregunta misma, la confusión misma. ¿Es verdad o es mentira? Bah! A quién le importa. Tampoco importa que Vila-Matas esté enfermo de literatura.

viernes, 5 de octubre de 2007

Donde toda ficción era posible

Emilio Manzano comenzó citando unas palabras escritas por Vila-Matas en un artículo publicado en El País en el transcurso de la semana pasada. En el texto, Vila-Matas decía que desde su primer viaje a México, ese país le había parecido un lugar en el que toda ficción era todavía posible. A continuación el autor de París no se acaba nunca relató las principales incidencias de ese primer viaje:

Ya en el avión, cayó en la cuenta de dos cosas importantísimas: no sabía quién o quiénes lo habían invitado a México a ese congreso de literatura en Veracruz y tampoco sabía si a su llegada alguien estaría esperándolo en el aeropuerto. Sólo sabía que en Veracruz también estaría Sergio Pitol y que al verlo se sentiría aliviado. Luego de agradecer secretamente la presencia de un mexicano sonriente pero lacónico casi al pie de la escalera de su avión, quien dijo que hacía frío cuando en realidad empezaba a hacer un calor nada confortable, fue conducido a un hotel cerca del Zócalo capitalino. En su habitación, se duchó y después se echó a dormir, cansado por el viaje. De pronto un ruido de multitud que avanzaba lo despertó. Se asomó a la ventana de su habitación en el cuarto piso y lo que vio lo dejó perplejo durante un instante, porque ya lo había visto antes en una película de Buñuel: una procesión de mujeres con sus cabezas cubiertas por un velo y portando en sus manos una vela encendida. Iban a rezarle a la virgen de Guadalupe. Volvió a acostarse y a dormirse. Al despertar de nuevo, sobresaltado porque quizá el autobús que lo trasladaría a Veracruz se había marchado sin él, se preguntó si aquella procesión de mujeres con sus rostros cubiertos y una vela encendida en las manos había sido real o sólo un sueño raro. Se asomó de nuevo a la ventana y comprobó que el autobús estaba abajo, con sus ocupantes probablemente esperándolo. Les hizo una señal con la mano para que lo esperaran cinco minutos más. En el lobby no pudo resistir la curiosidad y les preguntó a los empleados del hotel si había ocurrido de verdad eso que él suponía un sueño. Los empleados le confirmaron la veracidad de su sueño. Al llegar a Veracruz se enteró de que llegaba tarde. El congreso de literatura estaba en su recta final. Ese día se desarrollaba la última jornada. Había sido invitado a la última jornada de un congreso de literatura en Veracruz por personas que hasta ese momento no conocía. Nada simpática la situación. Después de su participación en esa última jornada del congreso (aún no había visto a Pitol), se ofreció un brindis de honor por todos los invitados en el elegante salón de un hotel veracruzano. Ahí tampoco andaba Pitol. Comió y bebió con insuperable entusiasmo y en determinado momento, algo cansado de la soledad que le había prodigado México en sus primeras horas, decidió unirse a un simpático grupo de hombres jóvenes que daban la impresión de no querer dejar ilesa ni una botella de vino. Puesto que de México lo único que conocía era unos chistes sobre mexicanos, y quizá como una manera de entablar un diálogo con alguien, empezó a contar chistes sobre mexicanos. El grupo de hombres jóvenes dio la impresión de disfrutar los tres o cuatro chistes sobre mexicanos que contó, porque todos rieron unánimes, quizá sólo por causa del vino. Pero cuando se disponía a contar uno más, un hombre mayor que los hombres jóvenes del grupo, quizá también escritor, como él, le dijo unas palabras fuertes, que él entendió –quizá también por causa del vino- como la continuación de su chiste, pero cuando notó que el hombre mayor aumentaba el tono y ampliaba el significado de sus palabras, uno de los hombres jóvenes lo apartó del grupo, hasta que todos los demás vinieron a unírseles. Entonces les preguntó si eran escritores, como él. Le contestaron que sí y que además habían sido ellos quienes lo invitaron al congreso. Siguieron todos comiendo y bebiendo. Preguntó por Pitol, porque Pitol aún no aparecía, pero ninguno supo decir nada.
El día siguiente todos los escritores participantes en el congreso abordaron un tren en el que cruzarían el país. Le tocó compartir una pequeña habitación y una litera con un escritor mexicano. “¿Prefieres arriba o abajo?”, le preguntó, y estas únicas palabras suyas bastaron para que el desconfiado escritor mexicano le dejara la habitación a él solo y huyera en busca de un lugar seguro. No sabía si Pitol viajaría con ellos, pero a estas alturas ya se había resignado a no verlo en el tiempo que le restaba en México. Durante el viaje pararon en un pueblo del que no conoció el nombre. Subieron al tren una gran cantidad de cajas de tequila que él supuso desembarcarían en otro pueblo o ciudad. Pero pronto se supo que no era ese el fin de las cajas, sino agasajar a los escritores invitados al congreso. El tren fue entonces bautizado como “El Tequila Express”. Desde ese momento fue una fiesta permanente. No se acababa nunca. Tampoco el tequila. En un momento dado de la borrachera llegó a comprar una pistola a un escritor mexicano, de la que se desembarazó el siguiente día durante su resaca. Definitivamente México era un país en el que toda ficción era posible. Pero no, lo suyo de ahora no era ficción sino realidad pura y dura. En el DF se hospedó en el hotel de la vez anterior. Ya en su habitación, lo primero que hizo fue ducharse. Luego se acostó en la cama, pero antes de dormirse pensó en su viaje, en México, en los mexicanos, en esa forma que los mexicanos tienen de divertirse, que consiste en no divertirse nunca, lo que, extrañamente, le hacía recordar a Rulfo y pensarlo en un pueblo perdido como Comala o Luvina. También pensó en Pitol, ese oscuro hermano gemelo al que no había podido ver durante su primer viaje a México. Finalmente se durmió. Soñó quizá con procesiones de mujeres que iban a rezarle a la virgen de Guadalupe. Soñó quizá con un congreso de literatura al que llegaba tarde. Soñó que contaba chistes sobre mexicanos y que salía ileso de un pleito estúpido. Soñó con tequila y pistolas. Con una mujer parecida a Paula de Parma. Soñó –como Pitol- la realidad, su propia realidad.

jueves, 4 de octubre de 2007

Entre Rossi y Vila-Matas...

Como había llegado algo tarde a la videoconferencia de Alejandro Rossi en el auditorio de Caixa Forum, no pude conectarme del todo con el curso de sus palabras enviadas desde México, y entonces, asumiendo el papel de detective que desde una vez hace cuatro meses en el aeropuerto de Barajas me propuse representar, empecé a observar con precisión microscópica al público asistente, para ver si de entre la masa de nucas anónimas que yo veía desde atrás, lograba atisbar en algún momento las de Vila-Matas y Mario Bellatin. Al fin y al cabo, a eso había llegado: a escucharlos a ambos hablar sobre la ficción. Pero antes que pudiera ver a alguno e ellos, vi entrar a Jorge Herralde, que, como yo, también llegaba tarde a la videoconferencia. Lo vi caminar por uno de los dos pasillos en medio de las quinientas sillas del auditorio y escoger un asiento vacío. Lo vi sentarse, y casi sin pensarlo, seguí sus pasos y me senté una fila atrás de la suya. Entonces vi a Vila-Matas, dos filas delante de la de Herralde, y en esa misma fila, una calva brillante que de inmediato asocié con la calva que Mario Bellatin decide siempre cortar en las fotografías de las solapas de sus novelas. Saqué mi cámara y en un primer intento, me salió una foto movida con un escenario, una pantalla gigante con Alejandro Rossi dentro y como parte del público a Vila-Matas y Mario Bellatin aplaudiendo las últimas palabras del escritor mexicano. Me dispuse a tomar la segunda fotografía, pero entonces Alejandro Rossi dijo adiós, el periodista de diario El País que moderaba la conferencia dijo adiós y unas cien personas que conformaban el público (incluyéndome) también dijeron adiós para sí mismos. Todos se levantaron de sus asientos. Vila-Matas, Bellatin, Herralde y otras dos personas se escabulleron por una puerta lateral. Me quedé en mi asiento y aproveché para perfeccionar, con algunos trastoques a la cámara, mis próximas fotografías. Pero se me ocurrió también que era un buen momento para fotografiar las esculturas instaladas en la entrada de Caixa Forum, y fui a hacerlo. Luego volví y me instalé en la tercera fila con el objetivo de disminuir con mi cercanía al escenario el grado de dificultad que representaba ser un fotógrafo eficiente con la luz opaca del auditorio. Transcurridos unos quince minutos, el público empezó a ingresar de nuevo. Me sorprendió ver que los huecos existentes durante la videoconferencia de Alejandro Rossi rápidamente se fueran llenando para el diálogo que sostendrían Vila-Matas y Bellatin. Finalmente los invitados llegaron al escenario y tomaron asiento frente a una mesa. Eran tres, y el del centro, el pelón que yo había identificado como a Mario Bellatin, saludó al público y excusó a Mario Bellatin, que no podría participar en el diálogo por motivos que no me quedaron claros. Pensé: “esto en un juego de Bellatin para presentarse ante el público”, aunque me pareció en ese momento que un juego así sería más propio de Vila-Matas que de Bellatin, al tiempo que examinaba el rostro del calvo y trataba de convencerme de que las personas cambian mucho de verlas en una fotografía a conocerlas personalmente. Pero no, definitivamente el pelado no era Bellatin sino Emilio Manzano, presentador de un programa sobre la lectura en Televisión Española, quien sería el moderador en el diálogo entre Vila-Matas y Álvaro Enrigue, narrador y crítico literario mexicano que llegaba para sustituir a Bellatin.

martes, 2 de octubre de 2007

Manual del deprimido

Cuando entré, Alejandro Rossi hablaba de viajes, de amigos, de recuerdos y de una vejez que avanzaba rápidamente, y su rostro abarcaba la casi totalidad de la enorme pantalla que nos traía su imagen desde México hasta Barcelona. Antes de confirmar la correspondencia de estas últimas palabras del escritor con su rostro increíblemente envejecido, me sorprendió ver que un tubito elástico aparecía desde la parte inferior de la pantalla para acabar conectándose con su nariz. El autor de Manual del distraído hablaba irónicamente, con una voz carrasposa desde su respiración artificial, de su idea de escribir un libro con el título de “Manual del deprimido”, pues ahora que la edad parecía acumularse rencorosamente en sus últimos años de vida, ocurría que se deprimía con frecuencia. Había visto fotos de Alejandro Rossi en las solapas o en las contraportadas de sus libros, y jamás pensé que estuviera tan viejo. Ahora lo confirmo: nació en 1932, y eso lo convierte en el más auténtico escritor mexicano de lo que se conoce como Generación del 32 (es el único de todos ellos nacido ese año), una generación cuyos miembros se propusieron escribir libros raros, libros que no pudieran encasillarse en un género específico. Y lo hicieron. De ahí salieron El arte de la fuga, de Sergio Pitol; Farabeuf o la crónica de un instante, de Salvador Elizondo; o el que ya mencioné del propio Alejandro Rossi: Manual del distraído. Así que ahí estaba yo, en Caixa Forum, llegando tarde a una videoconferencia con Alejandro Rossi de la cual no tenía conocimiento, pero todavía temprano para el diálogo que Enrique Vila-Matas sostendría cuarenta y cinco minutos después con Mario Bellatin acerca de la ficción. De eso les hablaré más tarde.