jueves, 29 de marzo de 2007

El día que llegó la censura

Dedicarse a mantener en la web un espacio como éste bien podría equivaler a un ejercicio de "onanismo" (ya que Onán está de moda en los últimos días); sin embargo se ha podido ver, a escasos cuatro meses de haber sido fundado este blog, que no está demás seguir haciéndolo.
He terminado comparando la función de mimalapalabra con la tarea de cualquiera que se dedica a escribir en países como el nuestro, pues -y esto es algo que deberíamos tener bien claro los que nos dedicamos a escribir- a nada puede aspirar un escritor en Honduras, sino únicamente a la alegría individual, íntima, que representan esas dos actividades solitarias: leer y escribir.
No es este escrito una de esas típicas quejas nasrallianas en las que se justifica la mediocridad promedio del hondureño con argumentos descabellados como la tragedia que representa no tener pasaporte brasileño o italiano o español, o la maldita lluvia que cae en el momento menos oportuno; es éste más bien un comentario a través del cual quiero dejar constancia de que aún sabiendo lo inútil que resulta dedicarse a la literatura en Honduras, voy a seguir dándole cuerda a este blog (y a mí mismo), únicamente porque me permite reír y me permite combatir, ya sea solo o con la compañía de unos pocos (ustedes), el tedio de los días.
Pero también -aunque lo que viene no tenga nada que ver con lo anterior- es éste un comentario motivado por otro comentario, uno que me llegó ayer por la mañana al correo electrónico con el objeto de que apareciera publicado en el blog, un comentario en el que su anónimo autor me defiende de la hermosa chica (lo digo porque la conozco) que se enojó conmigo por un poema que le dediqué hace muchos días en este mismo espacio. El asunto es que desde hace algunas semanas decidí que este tipo de comentarios no volvería a aparecer en el blog por la simple razón de que no están relacionados con ninguno de los textos que aquí se han publicado o porque en ellos se alude a personas (lo cual resulta intrascendente) y en nada benefician al concepto original por el cual nació el blog mimalapalabra, que es el de ofrecer un espacio para el intercambio de ideas que tengan que ver con la literatura y el arte en general.
Agradezco de todas maneras a quienes dejan sus comentarios -buenos o malos, amistosos o burlones, pesados o ligeros, serios o chabacanes- y les garantizo que al menos en mi cuenta de correo serán leídos, y si yo, el supremo de este blog, estoy de ánimo, también les serán publicados.

sábado, 24 de marzo de 2007

La certeza de haber vivido

El siguiente texto fue leído durante la presentación del libro Las virtudes de Onán de Mario Gallardo en el Museo de Antropología e Historia de San Pedro Sula.

Mario Gallardo dice haber concebido estos relatos una tarde-noche de principios del 2006 cuando salía de Espresso Americano en el parque central de San Pedro Sula. Aunque nos parezca un argumento demasiado literario debemos suponer que el café fue su demiurgo y que la cálida brisa de la calle le trajo de golpe la voluntad de escribir. Y éste, Las virtudes de Onán, resultó ser un libro con muchas virtudes, pero sobre todo resultó ser un libro con tres virtudes: calidad, actualidad y universalidad, que son las demandas inherentes a todo trabajo literario. No podía esperarse menos de un escritor que siempre ha cuestionado la mediocridad, que siempre ha estado al tanto de lo que ocurre en otras partes del mundo y que siempre ha sabido que la literatura debe ser patrimonio de la humanidad antes que un bien para el consumo local.
Éste es un libro que despertará muchos comentarios. Eso es seguro. Mario no podrá sustraerse de esa detestable costumbre, provocada por la ignorancia, de que se identifique directamente al autor con la obra que produjo, cuando habría de entender de una vez por todas que la ficción es ficción y no otra cosa; y estas virtudes son precisamente eso: una obra de ficción.
Tampoco podrá evitar Mario que algún palurdo llegue a decir que éste es un libro demasiado fuerte, demasiado sexual, demasiado atrevido, demasiado ofensivo y otros tantos “demasiados” que podemos imaginar. Pero a Mario no le preocupan en absoluto estas nimiedades. Y debo suponer que a nosotros, los que estamos aquí reunidos, tampoco.
Hablaré entonces de la obra, una obra que, por primera vez en muchos años de literatura hondureña, nos llega despojada de las molestas prendas del servilismo ideológico, de los manidos esquemas impuestos por la generación del “boom” y, sobre todo, situada, con una evidente voluntad de estilo, en una corriente narrativa de verdad fresca, a la par de toda una generación de escritores hispanoamericanos sorprendentes como Vila-Matas, Bolaño, Villoro, Piglia, Pauls y otros.
Y es que ahora, con Las virtudes de Onán, podremos sentir que ese narrador (¿Onán?) sacude impunemente nuestra modorra lectora, una modorra instituida por eso que el mismo autor llama “la autocensura y la mojigatería”.
El dominio de la palabra bien pudiera pasar inadvertido en las páginas de este libro, precisamente porque cuando un texto está correctamente escrito lo que buscamos en él es lo que sigue: una certeza de que además de bien escrito esté escrito literariamente, y que sus páginas logren establecer ese vínculo estrecho entre lector y escritor, ese vínculo que se encuentra más allá de la gramática y de la forma. Y cómo no encontrar ese vínculo con el personaje del niño Virgilio cuando descubre el verdadero origen de su experiencia erótica; o en el poeta dulce que se aferra a la poesía cuando ya todo lo ve perdido; o en Heimito Kunst, a quien el mal se le presenta en la forma de la belleza femenina para seducirlo hacia la red de la violencia en Honduras; o en el propio Onán, que aún en medio de la euforia hedonista y alcohólica, y conciente de que esta vez la Bestia habrá de aplastarlo, se da cuenta de que no tiene miedo y de que sólo piensa en Ixkik.
Para comprobar aquello de la “actualidad” de este libro habría que remitir a los lectores a las nuevas formas de narrar de estos tiempos posmodernos, habría que citar de nuevo a Vila-Matas, Bolaño, Villoro, Piglia, Pauls, Amis, Mckewan, Barnes y otros, pero esto sería mucho pedir a los lectores, porque bien sabemos de las dificultades de estar al día en materia artística en este rincón del tercer mundo y bien sabemos, por otra parte, que a muchos el gusto en literatura los dejó rondando eternamente a García Márquez y compañía. Pero he de decir, sin embargo, que esta forma de narrar de Mario, tan suelta, tan desprovista de prejuicios, tiene sus bases, primero, en ese proceso de digerir lo leído y después escribir con un claro sentido de la individualidad; segundo, en los conceptos de intertextualidad, pastiche y reescritura, harto conocidos por él, dada su condición de profesor de literatura y crítico literario; y tercero, en esa voluntad de cambio, necesaria en cualquier trabajo con intención artística.
Lo de “universalidad” se comprobará si este libro tiene la suerte de ser leído por otros lectores, en otros ámbitos, en otras épocas; pero basta con asomarse a sus páginas para respirar ese aire infrecuente, ajeno diríamos, si no fuese porque sabemos que fue escrito por un hondureño, y en Honduras. Y es que la gran cantidad de referencias culturales presente en estos relatos, más allá de un alarde de erudición, dan fe del espíritu universal del autor, quien no se nota urgido por ese afán de “hacer patria” característico en nuestra literatura.
Un libro, sin embargo, cuya escritura no podría concebirse sin esa cuota de experiencia vital que, si bien no es absolutamente necesaria para la creación, sí le otorga a ésta un mayor grado de verosimilitud; es decir, este libro le debe mucho tanto a las lecturas de Mario como a su ojo testigo y vigilante sobre todo aquello que le rodea.
En Rayuela, Morelli le pregunta a Oliveira si es escritor, y éste le contesta que no, que para ser escritor hay que tener la certeza de haber vivido. Ésta es precisamente la certeza que encontramos en Las virtudes de Onán.
Parece que el autor hubiera esperado llegar a los años de su madurez para quitarles la soga del cuello a sus demonios, quizá como un acto de justicia consigo mismo, después que como lector recorriera vastamente la narrativa clásica y la contemporánea, algo fácilmente comprobable si revisamos sus reseñas en el "Magazine Literario" de Diario Tiempo y sus artículos en la revista Umbrales, o si tenemos la suerte de compartir alguna vez con él un café o unas cuantas cervezas en medio de una conversación sobre literatura. Y es que probablemente los lectores de su categoría no pueden salir indemnes de ese acto apasionado y permanente que es la lectura.
Sucumbió Mario, entonces, a esa necesidad vital de escribir, de decir, a través de la ficción, que más allá de las teorías y de la disciplina lectora había una voz adentro abriéndose paso secretamente. Esa es la voz que escuchamos al leer Las virtudes de Onán, la de un narrador informado, más omnisciente que nunca, un narrador de historias crudas, en bruto, cuyas tramas son, sin embargo, el resultado de una magistral domesticación de la forma, un narrador que, sin proponérselo, utiliza referencias universales para dotar a las pequeñas circunstancias de sus personajes de un carácter igualmente universal.
“La certeza de haber vivido”, dice Oliveira, y Mario agregaría quizá “la certeza de haber leído”. Dos componentes –vida y lecturas- que marcan un buen punto de partida para abordar los relatos de este libro.
Hasta aquí este breve comentario a la obra del amigo Mario. Lo que sigue son sus palabras, y a través de éstas, las palabras de ese personaje suyo que era nihilista sin saberlo, amante del rock y de la Salvavida, enemigo de lo light, ese al que llamaremos Onán sin preguntar por qué, sólo pensando en la simiente derramada, ese Onán del “agujero océano” en el pecho, el que sólo piensa en Ixkik.
San Pedro Sula, 23 de marzo de 2007

domingo, 18 de marzo de 2007

Mario Gallardo: "Aspiro a tener lectores inteligentes"

Con motivo de la publicación del primer libro de cuentos de Mario Gallardo, Las virtudes de Onán, mimalapalabra ofrece a sus lectores esta entrevista (portátil) en la que el autor, con su característico estilo mordaz (y shandy), habla de su carácter fuerte, de la narrativa contemporánea, de la autocensura y la mojigatería y de otras cosas interesantes

mimalapalabra: Mario Gallardo tiene fama de poseer un carácter fuerte, incluso de ser un hombre hostil. ¿Hacia dónde apunta generalmente tu hostilidad en la vida y en la literatura, si acaso la hubiera?
Mario Gallardo: Lo de carácter fuerte lo acepto, aunque es un lugar común para señalar ciertos rasgos que, en mi caso, tienen más que ver con el sentido común y la franqueza. En cuanto a la hostilidad lo rechazo de plano, a menos que se confunda con la irritabilidad que no puedo, ni intento siquiera, disimular ante ciertas personas que se acercan al arte como el espectador que en lugar de disfrutar el acto de prestidigitación del mago se esfuerza por entender dónde está el truco para repetirlo luego ante sus amigos, o por aquellos que aún no comprenden que el verdadero secreto de la literatura está en lo que leemos y no en lo que escribimos. ¿Se imaginan de cuántos enigmas imitables y otros entuertos similares nos habríamos salvado si varios neófitos hubiesen reflexionado en torno a la frase anterior?
mimalapalabra: ¿Cuál es la diferencia entre hacer literatura y pretender hacer literatura?
MG: La misma que existe entre hacer el amor y masturbarse.
mimalapalabra: ¿Creés que la literatura es un oficio peligroso?
MG: Para nada. El único peligro que existe es que algunos confunden la creación literaria con el acto de publicar o de vender libros, pero Borges ya nos explicó que ese es un mal menor que ni dura cien años ni hay cerebro que lo resista.
mimalapalabra: Como lector, ¿cómo es tu relación con la literatura hondureña actual?
MG: Una exigencia continua porque hasta antes de los trabajos de Helen Umaña no teníamos ni siquiera un atisbo de nuestra arqueología literaria, y si desconocemos nuestras raíces no podemos juzgar nuestro presente. Es lo que ocurre con algunos poetas trasnochados que intentan mostrarnos su “interior” sin antes haber leído a Merren, a Rivas, a Cardona Bulnes, o los aprendices de narradores que intentan pergeñar un cuento sin haber reparado en las lecciones de Turcios, Martínez Galindo, Acosta o Bähr.
mimalapalabra: ¿Qué creés que la hace falta a la literatura hondureña actual para aspirar a formar parte de las grandes ligas de la literatura mundial contemporánea?
MG: Lectura, reflexión, y más lectura, porque la narrativa contemporánea está planteada desde una mezcla peligrosa de intertextualidad y primera persona, lo que los gringos llaman fiction non fiction, un diálogo siempre actualizado con tus demonios interiores, con tu intrahistoria, así como una reflexión casi ensayística sobre el proceso creativo, matizada por el contacto casi promiscuo con los textos de tus referentes.
mimalapalabra: Después de dirigir durante muchos años el Magazine Literario de Diario Tiempo y de haber colaborado con otras publicaciones importantes como la revista UMBRALES, vinieron dos antologías de narrativa hondureña. ¿Qué significa para vos publicar tu primera obra de ficción?
MG: Una asignatura cumplida. Siempre me han atraído la narrativa y el ensayo por sobre los otros géneros, entonces era una cuestión de tiempo dar forma a estas virtudes.
mimalapalabra: Durante mucho tiempo has sido crítico literario. Ésta es la primera vez que ofrecés a los lectores una obra de ficción. Imaginemos que el MG crítico literario juzga la obra del MG narrador. ¿Qué creés que diría?
MG: He incursionado con cierta perseverancia en la crítica, pero siempre he mantenido en el tintero mis asuntos creativos, así que Mr. Hyde no tendría muchos problemas para señalar que Eros y Tánatos confluyen con insistencia en Las virtudes de Onán.
mimalapalabra: ¿En dónde creés que radica tu "sentido del riesgo" en este libro "Las virtudes de Onán"?
MG: En la escritura de un texto donde el lenguaje trata de superar la autocensura y la mojigatería, donde se corre el riesgo de que cualquier palurdo lo malinterprete –en virtud de su ignorancia en torno a los referentes culturales- y me orille, tribunal de por medio, a afirmar, como en su momento le tocó al ermitaño de Croisset: Onán c'est moi.
mimalapalabra: Helen Umaña dice en la contraportada de este libro que tu intención es estar a tono con el pulso de la narrativa universal contemporánea. ¿Por qué creés que lo dice?
MG: Porque me conoce bien, fue mi maestra de Crítica Literaria y ha sido mi compañera de trabajo durante más de 19 años, así que es testigo de primera línea y puede dar fe de mis lecturas, prejuicios y pasiones, y estos últimos años me ha visto afanado con Bolaño, Coetzee, Vila-Matas, McEwan, Pauls, Ishiguro, Halfon, Jelinek, Amis, Villoro, Pamuk, Aira, Kertész, Piglia, Easton Ellis, Pitol…Así que creo saber por qué lo dice.
mimalapalabra: Los temas no cambian demasiado en la literatura de los últimos tiempos, y estos relatos no son la excepción. Pero hay algo que no pasa inadvertido en ellos, y es el peso de tus lecturas. Se nota que has devorado durante tu vida todos esos libros y que ahora resulta este producto digerido con tu impronta personal. Helen Umaña lo llama "la reescritura". ¿Vos cómo lo llamás?
MG: No creo necesario citar los lugares comunes, a Borges, a Mallarmé, pero sí me atrevería a preguntar: ¿y es que existe alguna literatura que no sea producto de la reescritura, ya sea de los textos propios o los ajenos?
mimalapalabra: Para efectos de la escritura, ¿cómo concebís la realidad y cómo la ficción? ¿Hay algún punto de conflicto entre estos dos elementos?
MG: Realidad, ¡cuántos crímenes se cometen en tu nombre! Para saldar ese supuesto dilema entre realidad y ficción yo recomendaría la lectura del ensayo que sirve de prólogo a La verdad de las mentiras de Vargas Llosa. Además, te confieso que me aburre estar explicando cada tres por cuatro que la literatura es una suprarealidad (realidad aparente) construida a través del conocimiento y ejercicio de una técnica y partiendo de la visión de mundo del autor.
mimalapalabra: ¿Te preocupa que tus lectores pudieran identificar tus relatos más como autobiografía que como obra de ficción?
MG: Sería absurdo, por no decir una prueba irrebatible de estupidez, y como por regla de vida yo hago caso omiso de los necios, pues no, no me importaría.
mimalapalabra: ¿Qué tanto hay de tu personalidad, de tu carácter en la constitución de tus relatos?
MG: Imagino que algo habrá quedado, aunque aspiro a tener lectores inteligentes que intenten descubrir las implicaciones de los referentes culturales antes que siquiatras aficionados que vean a Mario Gallardo detrás de cada uno de los personajes de estos cuentos.
mimalapalabra: En el primer cuento del libro, "Y tu mamá también", nos enfrentamos a un dilema: ¿hasta dónde es posible que el placer mitigue la culpa? Ofrece una perspectiva a la que no estamos acostumbrados en la literatura hondureña...
MG: No sé si el pequeño Virgilio siente culpa al descubrir a su madre en pleno acto sexual, lo que sí tengo claro es que el final de ese cuento es abierto, así que cualquier interpretación posterior es válida.
mimalapalabra: El relato "Noche de samba bárbara" traslada a un personaje de Bolaño, el austriaco Heimito Künst, a tierras hondureñas para enfrentarlo al peligro de las calles sampedranas. ¿Creés que los hondureños, por convivir casi a diario con el problema de la violencia, estamos de alguna manera inmunizados contra esta forma del mal? Lo pregunto porque quien descubre (o descubrirá) el mal en este relato es un extranjero.
MG: No creo que el hondureño, ni ningún otro pueblo, está inmunizado contra el mal. Lo que sí existe es una ceguera peligrosa, una tendencia inveterada al minimal o a la hipertrofia. En este cuento en particular hay algo que es conocido por muchos, pero que otros no quieren o se rehúsan a ver, y es la existencia de redes y conexiones criminales en pleno parque central de San Pedro Sula, así que lo único que he hecho es traer a Heimito de las páginas de Los detectives salvajes para enfrentarlo a una situación límite en nuestra “gran ciudad”, imagino que aprovechando que el lema ahora es: “San Pedro Sula, tu casa”.
mimalapalabra: Resulta obvio que no son precisamente "virtudes" las que tiene el joven Onán, protagonista del relato que da nombre al libro. Onán representa algo de ese espíritu hedonista, de riesgo, de pérdida de los valores que caracterizó a la generación post hippie durante la década de los ochentas en Honduras, pero también esa capacidad de reacción contra lo asfixiante del ambiente, contra la corrupción humana, contra lo establecido... ¿Cómo utilizaste lo autobiográfico para componer esta sorprendente pieza narrativa que da fe (literariamente) de una época y de una generación?
MG: Acepto lo de hedonista, pero no la frase hecha de “pérdida de valores”, porque Onán no es virtuoso en el sentido estricto y mojigato de la palabra, pero es inteligente y auténtico, valores que tampoco pueden desdeñarse, y aunque no era mi intención primera, sí creo que finalmente da fe de una época y, como bien señalás, de una generación, la mía.
mimalapalabra: De todos los relatos del libro, en éste, "Las virtudes de Onán", se percibe claramente este carácter tuyo. ¿Es tu relato más íntimo, el que mejor podría representar tu temperamento?
MG: Creo que en la respuesta anterior he dado suficientes elementos para responder esta pregunta. Aunque, de nuevo, debo rechazar esa visión simplista de asociar al escritor con el narrador de una historia.
mimalapalabra: Hay una mezcla de humor, poesía, amor, sexo y tragedia en el relato "Para verdades, el tiempo". Son elementos esenciales en la existencia de cualquier individuo. ¿Agregarías algún otro para completar tu visión de la existencia humana?
MG: Podría agregar muchos, pero seguiría siendo parcial.
mimalapalabra: El último texto del libro, "El discreto encanto de la H", es un ingenioso pastiche muy en la onda de Julian Barnes o de Vila-Matas. Podría tomarse como un recuento irónico del país o del nombre del país como motivo literario en varios escritores. Hay una evidente intención de señalar la pobre existencia de Honduras en el panorama de la literatura mundial...
MG: Más que un pastiche, el recurso es el de la intertextualidad, pero es también un reto para el lector, quien finalmente deberá deslindar la referencia auténtica de la pura invención.
mimalapalabra: ¿Te preocuparía el silencio ante tu obra?
MG: No, para nada.
mimalapalabra: ¿Cómo responderías a quienes después de leer este libro encontrasen en él una provocación, una afrenta, un motivo para el escándalo?
MG: ¿?

martes, 13 de marzo de 2007

La ciudad ausente

La imagen más perdurable de la novela La ciudad ausente de Ricardo Piglia: Macedonio Fernández, sí, el escritor argentino amigo de Borges, el de la obra dispersa, autor de Museo de la novela de la eterna, ese mismo, con la ayuda de un ingeniero, logra construir una máquina que reproduce los pensamientos de Elena, su fallecida mujer, con el objeto de eternizarla de alguna manera.

Es sin duda Macedonio Fernández la figura central de esta novela. Piglia se vale de lo que no sabemos de la biografía del escritor para recrear con los recursos de la ficción algunos de los pasajes de su vida, sobre todo aquellos que lo relacionan con sus tribulaciones por causa de la muerte de su esposa, situación que lo empujó a un estilo de vida errante que no permite en la actualidad conocer con certeza sus últimos días.
Junior, el periodista investigador de la novela, nos conduce por los pasajes de una Buenos Aires oscura y misteriosa, en donde tienen lugar diversos episodios que rozan lo fantástico. Motivado por las pistas que le ofrece Ana, emprende la búsqueda del Macedonio que menos conoce la historia de la literatura argentina, el que, según la novela, sostuvo un encuentro con un ingeniero húngaro que le ayudaría a construir una máquina para inmortalizar a su esposa perdida. Tanto el seguimiento de estas pistas como la lectura que el mismo Junior hace de los relatos que produce la máquina Elena en el museo resultan, para nosotros, una experiencia única. Y aquí es donde la novela muestra su lado detectivesco y a la vez fantástico. Porque además de su propia investigación, Junior tiene que llevar el hilo de los relatos de la máquina, relatos que proponen situaciones extraordinarias dentro del marco de una verosimilitud sorprendente.
La historia contada en esta novela puede antojársenos un tanto extraña, no sólo porque el protagonista se ve de repente dentro de una investigación insólita, sino también porque la ciudad de Buenos Aires se presenta aquí como un paisaje sombrío, misterioso, irreal, en donde los elementos inherentes a una ciudad normal -urbanismo, ritmo vertiginoso, ruido, excesiva presencia humana- parecen estar ausentes; la ciudad es entonces un espacio propicio para las conjuras o las desapariciones, un espacio en perfecta consonancia con la estructura de la novela.
Resuena en las páginas de La ciudad ausente, además de la voz de Macedonio, la de Joyce. Como en la propuesta narrativa del irlandés, en esta novela Piglia apuesta, a través de los distintos relatos de la máquina en el museo, por lo fragmentario, tanto en en el lenguaje como en la anécdota. Recuerda incluso el Finnegans wake, con un lenguaje que se modifica constantemente según las condiciones del momento, lo que imposibilita la existencia de un solo modo de expresarse, aunque en la isla de La ciudad ausente sus habitantes "conocen siempre una lengua por vez".
Publicada por primera vez a principios de los ochenta y reeditada ahora por Anagrama, esta novela -la segunda de Piglia, después de Respiración artificial y antes de Plata quemada- da fe de la opinión generalizada de la crítica acerca de que Piglia es, si no el mejor, al menos uno de los mejores escritores argentinos vivos. Leerlo es, definitivamente, un ejercicio de riesgo, como generalmente ocurre con los grandes.

sábado, 3 de marzo de 2007

Episodio del fauno

A Murvin Andino
Sintió excesiva su presencia ahí, frente a él, frente a sus ojos, en la mesa del café, como si su belleza no encajara en ese lugar tan público, tan corriente, tan alejado de cualquier posibilidad de eventos extraordinarios. Y éste sí que era un evento extraordinario. Al café del centro sólo podía acudir aquel tipo de mujeres que no entraba del todo en la clasificación de las bonitas. Y ahora que esta mujer le ofrecía el insuperable espectáculo de un escote a lo Jennifer López y unas piernas cruzadas bajo una falda corta y suelta, no podía menos que sentirse incómodo.
Era la mayor atracción del día para cualquiera de los parroquianos que se habían instalado en el café a esa hora y él sentía que las cuarenta miradas presentes convergían en su mesa, justo en el sitio donde ella decidió sentarse, y sentía, de algún modo inexplicable, puesto que las miradas eran para ella, no para él, que no encajaba en aquel cuadro.
No sabía si levantarse e irse o morir de vergüenza, si mirar hacia fuera o mirarla a ella, si tomar su latté o revisar ficticios mensajitos en el celular. Estaba insoportablemente incómodo.
Ella sonrió, le dijo unas palabras que a él le resultaron ininteligibles y sonrió. Él correspondió con una sonrisa nerviosa, estúpida. En lo sucesivo, los cuarenta testigos pudieron seguir desde sus mesas un breve intercambio de nuevas palabras entre ambos.
Terminados sus respectivos cafés, salieron a la calle. Los clientes y las chicas del bar se bebieron el momento entre risas y comentarios de asombro. Cruzaron el parque. Los homosexuales, reunidos desde el principio de la noche en pequeños grupitos alrededor de las jardineras, los escoltaron también con sus miradas. Caminaron tres cuadras hasta una calle poco iluminada. Ella lo jaló con una fuerza extraña de la presilla del pantalón hasta quedar ambos contra una pared desvencijada. Con los primeros roces lo obligó a sustituir su inicial nerviosismo por un temblor persistente que eliminaba cualquier posibilidad de resistencia. Se sintió desarmado y se dejó hacer. Más arriba, en la avenida, los carros pasaban de norte a sur como una muestra de que en otros ámbitos la vida transcurría normalmente. Se dejó hacer. Ella le soltó las amarras y le extrajo su monocefálico de fauno irrefrenable para ejercitarse en el arte de la succión. Se sintió ya no incómodo sino todo lo contrario, aunque muy cerca de ahí un guardia hiciera su ronda nocturna y de vez en cuando les dirigiera la luz de una linterna. Luego ella volteó y levantó su faldita para dirigir el miembro faunesco a la cavidad encendida. Ahí soltó él todo el estrés acumulado en una ardua semana de trabajos contables. Recompusieron el orden de sus prendas. Se dieron un beso largo de agradecimiento mutuo. Se fueron. Camino al colectivo se dio cuenta que ese beso había sido el único que se habían dado.
El domingo siguiente ella volvió a llegar al café. Él ya la esperaba. Se había tomado un espresso. Ella optó por una piña colada. Se lavantaron. Se fueron a la calle de la vez anterior. Esta vez hubo besos de entrada. No hubo succión. Ella se dio vuelta. Levantó su faldita. Se reclinó contra él. De nuevo a él no le costó entrar a la ruta del amor. Ella le atrajo su mano izquierda y se la puso enfrente. Tenían un ritmo parejo, como si llevaran practicando toda una vida juntos. Él sintió algo extraño. Una protuberancia. Para cuando supo de qué se trataba ya estaba en la cúspide de su entusiasmo. Apretó su mano contra ese aparato largo y duro. Lo masajeó hasta hacerlo vomitar. Ella se retiró aun contra la negativa de él. No se besaron. Se fue. Él vio su mano caliente y pegajosa. Hizo lo que pudo contra la pared. También, se fue.