jueves, 28 de junio de 2012

Javier Avilés sobre Vicio propio, de Pynchon


Imagen tomada de Elcultural.es.
Javier Avilés, autor del blog El lamento de Portnoy y del libro Constatación brutal del presente, posteó hace poco "algunas cosas que se le ocurrieron leyendo a Pynchon". A continuación, esas ocurrencias:

1- Vicio propio debería haberse traducido como Vicio inherente. Ya mencioné a propósito de Los reconocimientos que en la novela de Gaddis aparece varias veces el término “vicio inherente”. La característica coral de la novela de Gaddis la enlaza con las novelas de Pynchon. V, sí, pero también Vineland.
2- Vineland, porque de alguna manera Vicio propio parece surgida de las páginas de Vineland.
3- Copio de la wikipedia: “Tras su partida de Boeing, Pynchon pasó sus tiempo entre Nueva York y México antes de instalarse en California, donde, según ciertas fuentes permaneció durante la mayoría de los años sesenta y el comienzo de los setenta. La redacción de El arco iris de gravedad, su obra más célebre, parece haberse desarrollado durante este periodo en un apartamento de Manhattan Beach. Pynchon flirteó con el modo de vida y los hábitos de la cultura hippie”
La nota biográfica también incluye que Pynchon padece “una extrema fobia social”.
3.1- Por cierto, alguien debería editar la entrada de la wikipedia y corregir los errores, sobre todo de los títulos de las traducciones de sus novelas: “El arcoiris de la gravedad”, “Vinlandia” “Vicio innato”…
4- Debido a su fobia social confundimos su aislamiento con el de Salinger. Tal vez no sea así.
5- ¿Por qué una persona con una extrema fobia social construye novelas en las que uno de los grados de su complejidad es la abundancia de personajes? Se me ocurren dos posibles respuestas. Una, que Pynchon rememora épocas de su vida en las que tenía una intensa vida social. California, principios de los 70. Otra, que Pynchon es una figura pública que no somos capaces de reconocer.
5.1, ¿cómo es posible que en la era del “control total” de los ciudadanos, con una extensa red de cámaras que controlan todos los actos de nuestra vida, en la que cada persona con un móvil es un reportero gráfico (o cree que lo es), sólo un equipo de la CNN le filmase y usase esa grabación para chantajearle y obligarle a conceder una entrevista? Respuesta evidente: Thomas Pynchon no es quien las cámaras creen que es.
5.2, es decir, cuando las cámaras enfocan a Pynchon, creen que están enfocando a otra persona, ergo, Thomas Pynchon tiene una faceta pública notable, alguien relacionado con el mundo de la música, quizás. Nadie sabe que Thomas Pynchon es Thomas Pynchon.
(Para más información: Thomas Pynchon. Un escritor sin orificios, de Rubén Martín G.)
6. Puede parecer de estas conclusiones que Pynchon vive anclado en el pasado. Lo dudo. Creo que tiene una presencia activa en la Red, que nos observa. Sus comentarios en Vicio propio sobre la incipiente informática de los 70 van en esa dirección.
7. ¿Podría alguien anclado en el pasado definir de esta precisa y sarcástica manera nuestro mundo capitalista actual extrapolándolo de su visión de Las Vegas?:
“Cuando volvió encendió el televisor y vio reposiciones de los Monkees hasta que empezaron las noticias locales. Hoy el invitado era un economista marxista de visita, procedente de unas de las naciones del Pacto de Varsovia, que parecía estar en plena crisis nerviosa.
- Las Vegas – intentaba explicar – se levanta aquí, en medio del desierto, no produce bienes tangibles, el dinero entra a raudales y sale igual, no se produce nada. Según la teoría, este lugar no debería ni existir, ni mucho menos prosperar como prospera. Siento que mi vida se ha basado en premisas ilusorias. He perdido el sentido de la realidad. ¿Sería tan amable de decirme, por favor, dónde está la realidad?”

(Vicio propio, Thomas Pynchon, traducción de Vicente Campos para Tusquets)

martes, 26 de junio de 2012

Rulfo y el origen de Comala


Portada del libro de entrevistas de Robert Saladrigas publicado por Alfabia.
El escritor catalán Robert Saladrigas, que también es periodista, entrevistó a muchos de los miembros del irrepetible Boom latinoamericano y ahora la editorial Alfabia publica una compilación de esas entrevistas. Con motivo de la aparición de ese libro, Juan Cruz entrevista a Saladrigas en El País, quien le comenta algo que Juan Rulfo le contó a él alguna vez:
"Cuando Rulfo me cuenta el origen de Comala me dice que aquel era su pueblo, del que se marchó, y que cuando volvió estaba deshabitado y que de aquella calle surgieron fantasmas. Me sonaba a magia. Para él era pura realidad. Descubrimos que nosotros no podríamos hacer lo mismo en Europa por más que quisiéramos… Europa no tiene leyenda, aquí impera el racionalismo, nunca impera la leyenda".
Cuando quien escuchó por primera vez estas palabras nos las refiere a nosotros, de alguna manera sentimos que somos parte de ese instante en que fueron escuchadas de los labios del autor de Pedro Páramo. Y si no, leamos este párrafo:
"En realidad, los personajes de mi obra no son sino almas en pena, fruto de la mezcla de catolicismo y de concepciones aborígenes, que dan por resultado una especie de sincretismo inidentificable. Bueno, pues la clave que con tanto afán buscaba me salió al paso cuando, treinta años después de haber salido del pueblo, regresé a él en busca de mi infancia perdida allá y lo encontré abandonado, totalmente abandonado, las calles desiertas, las viviendas deshabitadas, invadido todo por el polvo y la soledad más espantosa. A alguien se le había ocurrido la peregrina idea del sembrar en las calles una especie de árboles que se llaman casoaricas. Yo pasé una noche allí, solo, temblando. Las casoaricas son muy parecidas a los pinos, solo que sus ramas son más largas y las hojitas muy compactas no sisean con el susurro tan característico del pino, sino que gimen cuando sopla el ventarrón. Escuchar aquellos gemidos lastimeros en la soledad de lo que había sido mi pueblo, un pueblo que dejé próspero y recuperé gimiente, como si fuesen las piedras, las calles, las almas de los habitantes enterrados o huidos quienes expresaran su dolor en sollozos, me impresionó tanto, que de aquella estancia mía imborrable nació Pedro Páramo".

lunes, 25 de junio de 2012

La novela involuntaria de Borges


J.L. Borges.
¿Qué tal si Borges, a pesar de lo que alguna vez dijo sobre el género de la novela (“desvarío laborioso y empobrecedor el de componer vastos libros; el de explayar en quinientas páginas una idea cuya perfecta exposición oral cabe en pocos minutos”), hubiese escrito una novela? ¿Qué tal si su libro Otras inquisiciones, más allá de ser un libro de ensayos fuese una novela? Ésta es la teoría que propone el narrador y crítico argentino Aníbal Jarkowski, que yo recojo de Moleskine Literario:
Hace algún tiempo, preparando una clase, releí Otras inquisiciones de un modo en que hasta ahora nunca lo había hecho: de la primera a la última página. El libro volvió a parecerme extraordinario –la mayoría de los críticos entienden que es la mejor colección de ensayos de Borges– pero al terminarlo experimenté algo así como una epifanía según la cual ese libro –de cuya publicación se cumplen ahora sesenta años– se me revelaba como una novela; la única –e involuntaria– novela de Borges.
¿Cómo es esa novela? Está narrada en primera persona y su narrador, lo sabremos en la última línea, se llama “Borges” – “El mundo, desgraciadamente, es real; yo, desgraciadamente, soy Borges”. En su edición original se componía de 38 capítulos de regular extensión –por momentos se asumen como simulacros de géneros: “nota”, “artículo”, “clase”–; en general son breves, con la excepción de los llamados “Nathaniel Hawthorne” y “Nueva refutación del tiempo”.
¿Qué narra esa novela de unas 230 páginas? La historia de un lector a través de la exposición de sucesivas imaginaciones razonadas. Su primera línea define la motivación de la narración entera: “Leí, días pasados…”
Como corresponde a una novela borgeana, está alejada del realismo convencional pero, a la vez, sentimos la intensa realidad de su narrador, desatento a los accidentes del presente más inmediato a la escritura, con excepción de tres breves capítulos: “Anotación al 23 de agosto de 1944” y “Dos libros”, ambos dedicados al nazismo, y “Nuestro pobre individualismo”, que comienza así: “Las ilusiones del patriotismo no tienen término.” Curiosamente, el peronismo es invisible a lo largo de la obra.
La trama opera por acumulación; es sencilla y también monótona, para hacer evidente la monotonía que gobierna la vida del narrador: “Consideremos una vida en cuyo decurso las repeticiones abundan: la mía, verbigracia. No paso ante la Recoleta sin recordar que están sepultados ahí mi padre, mis abuelos y trasabuelos, como yo lo estaré; luego recuerdo ya haber recordado lo mismo, ya innumerables veces; no puedo caminar por los arrabales en la soledad de la noche, sin pensar que ésta nos agrada porque suprime los ociosos detalles, como el recuerdo; no puedo lamentar la perdición de un amor o de una amistad sin meditar que sólo se pierde lo que realmente no se ha tenido; cada vez que atravieso una de las esquinas del Sur, pienso en usted, Helena; cada vez que el aire me trae un olor de eucaliptos, pienso en Adrogué, en mi niñez…”
También se repiten nombres –Kafka, Dante, Pascal, Quevedo, Kipling, Coleridge, Chesterton–, líneas o párrafos –“Observa Coleridge que todos los hombres nacen aristotélicos o platónicos”; “cada escritor crea a sus precursores”– pero tal vez más notable sea otra insistencia, la de la idea de que “acaso la historia universal es la historia de unas cuantas metáforas”, y numerosos capítulos se dedican a verificarla. El pensamiento del narrador, su percepción del mundo, tiene la particularidad de que, donde otros sujetos verían novedades, cambios, cortes, él percibe repeticiones, continuidades que, como si fuese natural, ponen en relación de contigüidad hechos y objetos distantes en el tiempo y en el espacio. Esta costumbre mental es uno de los mayores encantos del narrador de la novela.
Una idéntica actitud –ya observada por Enrique Pezzoni en 1952– hacia la numerosa materia inquirida domina la narración; apenas alguna vez se abandona el tono mesurado y amable y se practica la diatriba: en el capítulo “Las alarmas del Doctor Américo Castro”, el narrador le atribuye al filólogo una “poderosa tiniebla” intelectual y lo descalifica como “lector inexplicable” o “incoherente redactor”. Pero es apenas uno de los capítulos y tiene el efecto de desconcertar al lector, como ocurre en muchas novelas modernas.
Otras inquisiciones ocupó a Borges durante quince años, entre 1937 y 1952 –algo menos de lo que demoró Dante en componer La Comedia–, aunque la mayor parte de los capítulos la escribió luego de febrero de 1946, cuando fue llevado a renunciar a su puesto como auxiliar en la biblioteca Miguel Cané, en el barrio de Boedo. En algún sentido, la única novela escrita por Borges la debemos al peronismo.

domingo, 3 de junio de 2012

¡Nadie lee, pedazo de idiota!


"La Literatura ya no es nada por sí misma, es la Gran Desaparecida". ¿Qué les parece esa frasecita? ¿Descorazonadora? Es parte del texto "Desnudo en la bañera, asomado al abismo (Manifiesto literario tras el fin de la literatura y los manifiestos)", del inglés Lars Iyer, al que Enrique Vila-Matas aludía en su último artículo en El País. El texto es larguito, por eso sólo dejaré a continuación algunos fragmentos de la última parte, que me recuerdan las palabras de un muchacho de aquí cerquita que una vez dijo que estaba intentando escribir una obra maestra y que algún día llegaría a ser un genio como Bolaño o Ian McEwan, algo así. Recuerdo que yo le dije que uno debía ser consciente de sus propias limitaciones y que antes de aspirar a ser el mejor escritor del universo había que aprender, al menos, a redactar bien, pero no me hizo caso, siguió escribiendo su obra maestra, que, según parece, acaba de ser publicada. Los dejo con los fragmentos de este manifiesto de Lars Iyer, del que me entero a través del blog El lamento de Portnoy:
Resístete a las formas cerradas, a las obras maestras. El empeño por escribir obras maestras es una modalidad de necrofilia. Escribir debe ser un acto abierto por todos sus flancos, de modo que un esbozo de vida real (aunque ésta no sea más que una farsa lúgubre y ridícula) pueda atravesarlo, pasando las páginas. 
Los autores deben renunciar a imitar a los genios. En lugar de ello, es preferible mostrar a los autores como monos de imitación, en una palabra, como idiotas. No tengas la arrogancia de intentar ser cómico. Tú eres el serio en esta farsa; el gracioso es el universo. No vayas de tonto, ni de listo, ni de simpático, ni de tímido. Eso sí, deja un margen a la hilaridad, a una risa dolorosa y purificadora que te parta en dos los costados y el corazón. Sigue tu propia estupidez como unas huellas en la arena.
Aunque trates otros temas, no dejes de escribir acerca de este mundo, un mundo dominado por sueños muertos. Resalta la ausencia de Esperanza, de Fe, de Compromiso, de Seriedad rimbombante. Señala el pasado, del que hemos sido desgajados; señala el futuro, que nos destruirá. Escribe sobre un tipo de esperanza que antaño fue posible en tanto que Literatura, Política, Vida, pero que ya no es posible para nosotros.
Deja ver claramente que eres consciente de tu impostura. No eres un Autor, no en el sentido tradicional. En realidad, no has escrito ningún Libro, un Libro de Verdad. No formas parte de ninguna tradición, movimiento ni vanguardia. No te estás jugando verdaderamente nada en la Literatura, por muchos aires insensatos que te quieras dar. Además, la verdad es que hoy día es poquísima la gente que lee. No dejes de recalcar bien este dato. ¡Nadie lee, pedazo de idiota! Hay más novelistas que lectores. Hay demasiados libros...
Deja ver tu melancolía, resalta el hecho de que el final se acerca. Se acabó la fiesta. Las estrellas salen y el cielo negro se muestra indiferente ante ti y tus sandeces. Estás con los personajes de Bolaño al final de la búsqueda, perdido en el desierto de Sonora, al final de todas las búsquedas. Estás haciendo dibujos estúpidos para matar el tiempo en el desierto. No hay más, ésas son tus obras completas: dibujos estúpidos para matar el tiempo en el desierto.
No seas generoso ni amable. Ríete de ti mismo y de lo que haces. Saquea el arte, como el caníbal que eres. Recuerda: únicamente cuando el cuerpo está sin vida, y ha sido picoteado durante millones de años por los cuervos, roído por los chacales, cubierto de escupitajos y olvidado, sólo entonces descubriremos que aún queda una última esquirla de hueso intacta.

viernes, 1 de junio de 2012

Villoro y la memoria


Juan Villoro. Foto: Claudia Guadarrama.
Muy interesante la perspectiva de Juan Villoro acerca de la creación literaria recogida en esta entrevista de Jesús Alejo para Milenio (que yo me robo de Moleskine Literario). La memoria, esa que todo lo sabe, es para el escritor mexicano la fuente de su trabajo literario. Nos dice, además, que pertenece a esa clase de escritores que no necesariamente tienen un plan definido antes de embarcarse en la escritura de una novela:
“Nosotros escribimos porque recordamos”, dice Juan Villoro, quien encuentra en la memoria a la mayor cantera para la creación literaria, lo que de muchas maneras se refleja en su obra novelística, como sucede en su más reciente libro, Arrecife (Anagrama, 2012).
“A medida que envejezco pierdo muchas cosas, pero también una de las cosas de ir viviendo es que el pasado se vuelve más grande, incorporas más capas de experiencia, ya sea de otras zonas de tu propia vida o del pasado de tu país.”
Bajo ese entendido, el escritor encuentra que el itinerario del novelista es el de alguien que se mete en un camino largo, tan largo que se extravía y dicho extravío se convierte en la historia que busca en secreto: “Me gusta mucho plantear una novela como algo en lo que te vas a perder y vas a descubrir.
“Hay novelistas que ya conocen ese mundo, tienen una idea muy clara de hacia dónde van a llegar, pero hay quienes escriben para descubrir ese camino. Soy de los segundos: en la novela te debes abandonar un poco para avanzar a ciegas y luego corregir mucho; tienes razón al decir que me interesa mucho la memoria y eso puede ser un vicio narrativo, porque me interesa al grado que de pronto escribo tanto del pasado de los personajes, que me olvido de la novela.”
Ese fue uno de los retos que se planteó Juan Villoro en Arrecife, una historia de amistad, amor y redención, aun cuando también habla de la violencia, de los peligros de la vida y hasta de los sacrificios mayas; todo junto es un coctel que pretende reflexionar en torno a los excesos de la humanidad.
“Me interesaba, primero que nada, contar la historia de una amistad, en donde dos personas recuperan el pasado, si bien uno está más seguro de ese pasado que el otro. Luego quería situar la historia en el presente mexicano, en donde hay un clima de violencia que no trata la novela de manera directa, pero sí es un espejo de los peligros que rodean a la condición humana.”
Esa recreación del pasado tiene como escenario un hotel en el que se ofrecen, como parte de su programa de actividades, aventuras peligrosas, vinculadas lo mismo con el juego, el alcohol, las drogas, los deportes extremos, los animales venenosos o las chicas que no te convienen: “todo eso forma parte del atractivo que muchas veces te hace daño.
“El ser humano es un depredador y se deja atraer por tentaciones que muchas veces son dañinas. Siempre me han intrigado los resorts turísticos, porque son sitios aislados que parecen como naves interplanetarias, donde la gente vive en una situación de total aislamiento, además los hoteles son espacios narrativos por excelencia, porque como autor buscas historias singulares de las personas y en un hotel estamos obligados a ser singulares.”
A Juan Villoro no le interesa tanto la idea de la crítica social, pero al mismo tiempo sabe de la necesidad de reflexionar acerca de los problemas de nuestros días, con una sociedad en la que derrochamos la violencia, en la que hay decapitados, pero hay quienes por deporte juega al gotcha, una representación de la violencia.
“En qué medida vivimos en una comunidad donde la muerte es gratuita y pareciera no tener tiempo para la vida”, se pregunta Juan Villoro; la respuesta se encuentra en Arrecife, una historia en la que se funden muchas de sus obsesiones literarias.