sábado, 31 de enero de 2009

Una hora de miedo

Éste es el aspecto que ofreció Google durante una hora hoy. Fuente: publico.es
No se trata de una película de terror pero se le parece, o al menos se le pareció durante una hora. Sin necesidad de monstruos ni de sangre ni de fantasmas. "Estuvimos a punto de perderlo todo", podrían decir algunos. Es que hay quienes depositan su vida entera en un solo lugar. Por eso siempre digo que hay que repartirse la vida en muchos lugares, en muchos libros, en muchas canciones, en varias cuentas de correo electrónico, en varios buscadores de internet, en varios blogs... Me entero de la noticia hasta ahora, casi seis horas después de ocurrido, y aún así me quedo pensando con algo de miedo: "¿Y si hubiese sido para siempre?". Para saber de qué se trata, click aquí.

viernes, 30 de enero de 2009

JMoreno sobre Thays

El novelista peruano Iván Thays.
Desde que resultara finalista en el Herralde, Iván Thays no para de postear en su Moleskine Literario todas aquellas reseñas más o menos importantes que van apareciendo sobre su novela Un lugar llamado Oreja de Perro. Lo curioso es que Thays, aunque generalmente inteligente en esas ocasiones, acaba produciendo algo de lo que Javier Moreno, del blog Balada del elefante azul y autor del libro de relatos Lo definitivo y lo temporal, llama "verguenza ajena". Estoy de acuerdo con Javier sobre lo que dice de Iván, si no, no estaría copiando aquí este comentario suyo, claro, porque aunque Iván se defienda bien y "sacuda" a sus críticos con inteligentes ironías y sarcasmos, de poco sirve que lo haga, y más bien le resta algo de ese glamour y esa elegancia que manifiesta en sus fotografías y de la que él mismo, quizá también con ironía, se jacta a veces. Leamos el post de JM:
(P.D. de un día después: Es posible que se haya entendido mal mi decisión de pegar aquí este comentario de JMoreno. Mi intención, más allá de criticar a Iván Thays -cuyo blog es uno de los mejores que pueden encontrarse en internet y cuyos comentarios en ese blog siempre me han parecido inteligentes- era simplemente hacer un poco de eco a la pespectiva desde la cual analiza el asunto JMoreno, que es la de subrayar lo inútil que acaba siendo que un artista reaccione airadamente a las críticas. Ni Thays ni ningún otro escritor podrán impedir nunca que se produzcan eso que consideran "malas lecturas" de sus obras, y lo que acabará sucediendo con Thays es que se cansará un día de contestar cada una de esas reseñas en donde su novela no queda muy bien parada. Defenderse tanto, a la larga, resulta cansado y aburrido. Si las críticas recibidas son justas o no, allá los críticos. No se debe perder el tiempo dedicándoles atención personalizada. Así que ni a favor ni en contra de nadie está este post; era sólo una observación al asunto).
Como le decía hoy a Inga, siempre es bueno corroborar que cualquier preconcepción que uno tenga de sus propios escritos va a romperse inevitablemente cuando otras personas los lean y se apropien de ellos. Tal vez esa sea la principal ganancia de liberarlos por ahí. Creo que por eso me impresiona (y hasta me da un poco de vergüenza ajena) la respuesta airada de Iván Thays a los comentarios críticos sobre su reciente novela premiada. Incluso cuando la crítica parece ser a todas luces positiva, o por lo menos no particularmente dura, Thays replica en su blog con una especie de sarcasmo cargado de evidente rabia: No leyeron como debían, dice. No entendieron mis bromas. No supieron apreciar mis juegos. No fueron suficientemente listos. Es triste: Esperaría de un escritor supuestamente consolidado y adulto como Thays una reacción ante la crítica (si alguna) menos torpe, más constructiva. Al fin y al cabo, nadie gana con esos reportes de lectura tanto como él.

miércoles, 28 de enero de 2009

El cuarto

Dormitorio en Arlés, Vincent Van Gogh

Me gusta este cuarto porque nada contiene

diferente de mí.

Podría ser mejor, pero así lo hice;

durante años lo forjé como un rostro

para mirarme en él.

Amor, no perfección, encontraréis aquí.

Las cosas que lo habitan

poseen la confianza de la naturaleza.

No son muchas o pocas, existen solamente.

Austeridad y paz me ganaron también,

quizás para que no me distraiga

del resplandor de mis sentidos:

los sentidos en selva de objetos

se fruncen y se nublan.

El uso es la humanidad de las cosas.

Por el uso se vuelven una segunda piel.

Lo que se colecciona por vanidad

o se junta en exceso

vida no tiene, yace muerto,

como perla en el puño del avaro.

La mañana del cuarto debe ser clara,

con los objetos necesarios,

a modo de que no se interpongan

entre el sol y nosotros.

José Luis Quesada, La memoria posible (Antología personal)

Contemplar mi propia calavera

Hamlet y la calavera de Yorick. Semiotaku. Fuente: http://www.avidos.net
Por Giovanni Rodríguez
Mi muerte ficticia (mi desaparición de todos y de todo) la narraría en primera persona. Siempre me he preguntado cómo sería morir, y a pesar de estar muerto, ser capaz de ver cómo quedan las cosas ahí en la vida. Lo primero sería ver cómo reaccionan todos ante la noticia de mi muerte; después, cómo lo llevan, cómo continúan con sus vidas sabiendo que yo ya no seré parte de sus vidas. Sería como en esos versos de Tomás Segovia que dicen: “Y salir a mirarme desde afuera/ cómo me quedo dentro”. Mi muerte ficticia sería más o menos así:
La inquietud no me permitiría dormir mucho esa noche. Despertaría en repetidas ocasiones. Daría muchas vueltas en la cama. Así que agradecería la llegada del amanecer y me levantaría por fin, desvelado pero motivado con la idea de mi desaparición, que empezaría a materializar ese mismo día, e iniciaría la preparación de mi interminable viaje planeado desde hacía ya bastante tiempo.
No llevaría gran cosa en la mochila y en la maleta deportiva escogida de entre las que compré con motivo de mi último largo viaje a Honduras para visitar a mi mamá. Esta vez llevaría apenas unos cuantos pantalones, otras tantas camisetas, ropa interior, un par de zapatillas deportivas extra, algo de ropa para el frío que arreciaría en los meses siguientes, mi lap top, un cd recopilatorio de lo que me parece lo mejor del blue bebop y un solo y apropiado libro: Historia abreviada de la literatura portátil.
Una vez listo, me pondría mi chaqueta Diesel (comprada a muy bajo precio en una tienda de la frontera francesa, tan rebajada que sigo sospechando si no será una falsificación de la marca); una bufanda marrón alrededor del cuello y una gorra de corduroy doble uso que evitaría el frío en mi cabeza tempranamente calva. Me acomodaría la mochila en mi espalda y la maleta en mi hombro derecho, y antes de salir vería mi habitación por última vez.
Nadie aseguraría que esa es la habitación de un hombre que se marcha para no volver jamás. Todo quedaría igual: la gran bandera con la imagen de La naranja mecánica en la pared más amplia; los dos cuadros mitad pintura mitad fotografía que reflejan escenas en calles newyorkinas; el televisor de catorce pulgadas con el dvd averiado que mi hermano me regaló y que pocas veces ha sido encendido; el armario con una buena cantidad de ropa de la que mi hermano jamás se desharía con la esperanza de mi regreso; la mesita de noche en cuya gaveta guardo la cajita de música con la melodía de “La vie en rose”, y sobre la que descansarían una fina película de polvo, una cajita de pastillas contra la acidez, algunas monedas que juntas no sumarían más de un euro y un minicaballete con la fotografía en la que mi novia y yo aparecemos abrazados y con sombrero en la finca de mi papá en Honduras; y el estante con todas las películas y libros que habría comprado durante más de dos años de residencia en España, cuyo abandono en condiciones distintas a las de esta vez me hubiera provocado una gran tristeza pero que ahora representaría tan solo una pequeña fracción de todo aquello a lo que, a partir de ese momento, renunciaría para siempre.
Así quedaría todo. Después vendrían las reacciones de mi familia y mis amigos, que es la parte más interesante del asunto. Empezaría entonces a ver los efectos de mi muerte. Algo así como si Hamlet, en lugar de la de Yorick, contemplara su propia calavera.

martes, 27 de enero de 2009

Bolañiana

¿Lo conocerán los patrióticos novelistas bananeros de nuestro Macondo?
La estrella de la literatura traducida en Estados Unidos desde ya días viene siendo Roberto Bolaño. Primero fue con Los detectives salvajes; después vinieron, creo, Estrella distante, La literatura nazi en América y una edición que reúne sus cuentos; y ahora la que arrasa es 2666. Dicen que es común ver en los aviones, en el metro, en los cafés y en los parques a la gente cargando o leyendo el bloque póstumo del chileno, casi como ha ocurrido en toda Hispanoamérica. Leamos estos fragmentos de una nota de Público:
El difunto escritor chileno Roberto Bolaño ha sido nominado al prestigioso Premio del Círculo Nacional de Críticos Literarios de EEUU por su última novela, 2666, que ha sido reconocida como el mejor libro de 2008 por la revista Time.
La editorial neoyorquina Farrar, Straus and Giroux ha hecho posible que 2666, obra cumbre para muchos de Bolaño (1953-2003), se traduzca al inglés y esté disponible en el mercado estadounidense, donde la crítica no ha escatimado elogios para un autor que definen ya como la nueva estrella de la literatura latinoamericana. "La conquista póstuma de EEUU por parte de Bolaño ya está completa", dijo la revista Time.

Cortazariana

Ésta no me la sabía:
Mario Vargas Llosa conoció a Cortázar en el París de los años 60: "Recuerdo que la Unesco celebró un concurso público buscando traductores: la número uno fue su esposa, Aurora Bernárdez, y el segundo el propio Cortázar; en ese momento les ofrecieron contratos. ¡La estupefacción que produjo que ambos los rechazaran! '¿Por qué lo hacéis?', les dijeron. 'Es que preferimos ser temporeros y tener tiempo para leer y escribir', respondieron".

Vuelven los cronopios

Aurora Bernárdez y Julio Cortázar. Fuente El País.
Los cronopios hasta ahora conocidos no eran los únicos. Ojalá tampoco los famas y los esperanzas. Veamos lo que nos dice El País:
En 1953, Cortázar se había casado en Buenos Aires con Aurora Bernárdez, una licenciada en letras de origen gallego que, con el tiempo, se convertiría en la brillante traductora de autores como Italo Calvino, Lawrence Durrell y Albert Camus.
Bernárdez, de 91 años, se separó de Cortázar en 1968, pero cuidó de él en sus últimos días y sigue cuidando de su legado. De hecho, ayer presentó en Madrid una edición artística con tres textos inéditos de la serie de Historias de cronopios y famas, según Vargas Llosa, amigo de la pareja, el libro más "travieso" de Julio Cortázar. Ella fue, además, la inspiradora de esos relatos llenos de paradojas. "Un día en la villa Médicis de Roma", contó ayer, "le dije a Julio: 'esta escalera es para bajar no para subir' y él me dijo: 'nunca lo había pensado". Ahí arrancó la colección.
Pero, ¿qué es un cronopio? Cortázar decía que el perfil literario de esos seres "desordenados y tibios" se le ocurrió en medio de un concierto de Stravinski. También dijo que Charlie Parker era uno de ellos. Dionisíacos, creativos y un punto surrealistas, los cronopios son lo contrario de los famas, esos apolíneos y pragmáticos individuos que necesitan papel rayado para escribir y que "aprietan desde abajo el tubo de dentífrico".
La noticia completa aquí.

Se nos fue Updike

El novelista John Updike, fallecido a los 76 años. Fuente El País.
Aquí les va el lugar común de cuando muere un escritor: "murió él pero queda su obra". Consolémonos entonces con el lugar común, digámosle adiós a John Updike y vámonos corriendo a buscar sus libros. Su serie con el personaje Harold Angstrom, alias Conejo, es de lo mejor de la literatura norteamericana de los últimos tiempos. Descanse en paz, John Updike, que nosotros trataremos de leer también en paz.
En El País dan la mala noticia así: Fallece Updike, cronista del desencanto.

lunes, 26 de enero de 2009

Una de panchitos

Hace días que quiero escribir este artículo, pero como casi siempre ocurre, otro lo hizo antes. De todas maneras, se lo agradezco. Aquí les va: el español y el emigrante "sudaca" vistos por Arturo Pérez-Reverte:
Cada vez que voy al Museo Naval paso junto al cuartel general de la Armada, donde los infantes de marina, vestidos con uniforme de camuflaje, siempre son tipos con cara de indio. Eso me dispara la sonrisa cómplice, recordándome Nicaragua y El Salvador, cuando fulanos idénticos a éstos, con uniformes parecidos, se daban estopa con valor y crueldad inauditos. A pesar de las apariencias, esos tíos bajitos con cara de llamarse Atahualpa son extraordinarios soldados, bravos hasta lo increíble, duros y orgullosos de cojones. Lo que pasa es que como son chiquitos y con ese hablar suave, despistan. Sobre todo si van en moto de mensaka con el casco a lo Pericles, o pasean el domingo con la familia por el parque del Oeste. El golpe de vista engaña mucho. Pero quien sepa leer en los ojos de la gente, que los mire bien. Y si no, que lea a Bernal Díaz del Castillo.
Esto viene al hilo de una carta reciente. Comentando un artículo mío, en el que contaba cómo un comanche pasado de agua de fuego me llamó cabrón y del Pepé por llevar corbata, un lector torpe interpretando sujeto, verbo y predicado, concluye con la siguiente frase: «Hay que joderse con los panchitos». Y para qué los voy a engañar. Ese equivocado compadreo me fastidia un poco. Sobre todo porque veo que mi comunicante no entendió una puta línea. Así que voy a intentar explicarlo algo más claro.
En mi opinión, si alguien tiene derecho a estar en España –lo tiene, claro, mucha otra gente– son los emigrantes hispanoamericanos, sean mestizos o indios puros como la madre que los parió. Porque son nuestros, o sea. Somos nosotros. Me troncho cuando aquí decimos que, a diferencia de los anglosajones, los españoles no exterminaron a los indígenas y se mezclaron con ellos. Cuando lees la letra pequeña de las relaciones de Indias, adviertes que los españoles –mis abuelos se quedaron aquí, ojo– fueron a América a buscar oro y a calzarse indias. Y si no exterminaron a los indios, fue porque necesitaban esclavos para las minas y criados para las casas. A cambio, es cierto, los de allí obtuvieron una lengua hermosa y universal. Pero la pagaron cara, y la pagan, con la herencia de corrupción y desbarajuste que la estúpida y egoísta España dejó atrás. Cierto es que llevan doscientos años reventándose solos, sin nuestra ayuda. Pero nadie históricamente lúcido puede olvidar la culpa original. Una responsabilidad que, por otra parte, hace babear a políticos analfabetos y elementales ante golfos populistas que, bajo el poncho de la retórica, tomaron el relevo en el arte de chulear y estafar a su gente.
Ahora vienen, buscando futuro, al sitio natural donde los trae la lengua que se les dio y la religión que se les impuso. Vienen a donde tienen derecho a venir, trayendo sangre nueva, ilusión, capacidad de trabajo, idas y coraje, con la determinación de quien no tiene nada que perder. Llegan como carne de cañón, a comerse los más duros trabajos de esta España con la que soñaron. Su error es creer que llegan a Europa. A un sitio que imaginaban civilizado, culto, con políticos decentes y valores respetables. Pero encuentran lo que hay: demagogia, picaresca y poca gana de currar. Y además, la crisis. Así, en cuanto espabilan, algunos se españolizan. Aprenden a mimetizarse con el entorno, a esforzarse lo justo. A ser lo groseros que en su tierra no fueron nunca. A despreciar a estos españoles maleducados que tanto aire se dan pese a ser una puñetera mierda, incapaces de valorar lo que tienen y lo que podrían tener.
Descubren también la clave mágica española: el victimismo. Aprenden pronto a explotar la mala conciencia y lo políticamente correcto, a montar pajarracas sabiendo que nadie va a negarles, como a los moros y los negros, el derecho a exigir incluso más de lo que exigen los propios españoles. En todo caso se les dará, no por sus méritos de trabajo, educación o cultura, que a menudo los tienen, sino por el qué dirán, por el no vayan a creer que soy racista, o lo que sea. Y a eso, algunos –no todos, pero no pocos– suman malas costumbres que traen de allí: la afición a ponerse hasta arriba de alcohol, a conducir mamado hasta las patas, y la tradicional bronca de fin de semana, tirando de arma blanca o de otro calibre; con ese orgullo valiente y peligroso del que hablaba antes, y que lo mismo puede ser una virtud que una desgracia, cuando no se maneja con cabeza. Y mientras, las autoridades que deberían acogerlos y educarlos, planificando para ellos una España futura, inevitable y necesaria, emplean su tiempo y nuestro dinero en contaminarlos de la sarna política al uso, adobada con la más infame demagogia. En atraerlos a su puerco negocio, halagándolos de manera bajuna y jugando con ellos al trile de los votos, sin que importen a nadie su pasado, su presente o su futuro. Haciendo lamentar, a los lúcidos, que la suya sea el español y no otra lengua que les permita irse a otro país que de verdad sea Europa.

viernes, 23 de enero de 2009

¿Quién era Auxilio Lacouture?

Primera página del "dossier Alcira" publicado por Brecha.
La pregunta del título es respondida ampliamente en este texto que nos envía Ignacio Bajter y que apareció previamente en un suplemento dedicado al tema en el periódico Brecha de Montevideo el 9 de enero de 2009 (www.brecha.com.uy). Bajter y otros compinches se convierten en detectives para llegar a la fuente de uno de los personajes más entrañables de Roberto Bolaño: Auxilio Lacouture, "la madre de la poesía mexicana", y nos permite conocer a Alcira Soust Scaffo, una maestra uruguaya que viajó a México y conoció a Bolaño en 1970.
En Los detectives salvajes Roberto Bolaño narra el viaje de Ulises Lima y Arturo Belano hasta perderse en el desierto de Sonora en busca de Cesárea Tinajero. La novela es también la ascensión y derrota del movimiento realvisceralista, pandillaje poético de los enfermos de literatura, que roban libros y no admiten otra vida que el arte. Es sabido que detrás de Ulises Lima está el poeta Mario Santiago y que Arturo Belano es álter ego de Bolaño, tanto como esos realvisceralistas de la ficción tienen el aura de los infrarrealistas que en los años setenta procuraban hacer polvo las estatuas de la poesía y estropearle los recitales a Octavio Paz.
Aunque detrás de los nombres puede que no haya más que la luz fabulosa de un novelista, o la distancia del tiempo y la imaginación para aproximarse a la juventud perdida. En un breve pasaje de la novela el chileno aviva la voz de una “poeta sin obra” amistada con el cuerpo principal del realvisceralismo. En la voz de Auxilio Lacouture, Bolaño cuenta la historia de una uruguaya que en 1968 resiste, encerrada en un baño de la Torre de Humanidades, la intervención militar a la UNAM. De a poco se ha ido conociendo la verdad del episodio, el destino de quien recibió a los represores con la viva voz de León Felipe recitando sus poemas por los altoparlantes de la radio comunitaria. De no haber sido una pesadilla llevada al arte, ese gesto sólo habría cruzado la oralidad hasta el olvido.
El negativo de Auxilio es Alcira Soust Scaffo, una maestra de Durazno que viajó a México y conoció a Bolaño en 1970. Tantos años después éste decide escribir narrativa para sobrevivir, y echa mano de quienes se han cruzado en su camino para componer sus novelas. Así la vida de esta mujer que, vista a la distancia, no deja de ser una historia de rebeldía extrema, triste y “bolañiana”.
El arte de la ficción es un misterio. Quienes conocieron a Bolaño en sus años mexicanos dicen que era “alciresco”. Nunca es una buena tarea establecer coordenadas entre los personajes de papel y los que están fuera del papel, pues estos últimos suelen ser más arduos e imperfectos que los otros y es más difícil llegar a conocerlos.
Tal vez detrás de una ficción no haya más que la vieja habitación de espejos puestos en abismo. De seguro, sin Los detectives salvajes y Amuleto, la belleza personal de Alcira se hubiese borrado con la misma pasión voraz con la que vivió, tal como esos jóvenes latinoamericanos en la intemperie miserable de las calles: los poetas que llevaron su vida y su canto y sus sueños rumbo al matadero.
En una de las fotografías de la pandilla infrarrealista tomada en el bosque de Chapultepec en un día soleado de 1975, aparecen abrazados Macario, Bolaño, Santiago, Orlando Guillén con su libro de Saint John-Perse, Julián Gómez, Bruno Montané y una mujer que sostiene un bolso y sus papeles. Ella, que a veces se dice “charrúa”, es más o menos treinta años mayor que el resto de los amigos.
Faltan años y decepciones antes de que Bolaño invente a Belano y le haga decir a Auxilio: “Soy la madre de la poesía mexicana”, o más íntimamente: “Yo conocí a Arturito Belano cuando él tenía diecisiete años y era un niño tímido que escribía obras de teatro y poesía y no sabía beber”.
En este punto de su texto, Bajter nos informa que “Alcira llegó a México el 7 de mayo de 1952. Tenía entonces 29 años y ya había trabajado como maestra rural”. Y más adelante dice:
Alcira tardaría 36 años en regresar de su viaje mexicano. Entre sus familiares esa aventura tan lejana tomó, con lentitud, el espesor de un mito. Sus amigos poetas veían en su existencia vulnerable una densidad que estaba destinada al arte: Bolaño le dio un lugar en el amplio fresco de Los detectives..., su libro más épico y picaresco, y le dio luego un libro entero y la voz del monólogo extenso de la novela Amuleto, donde relata otros episodios de la represión del 68.
Luego viene una extensa desviación del tema Bolaño/Alcira, en la que se habla esencialmente de los años de Alcira en México, pero hacia el final, el autor de este texto vuelve a juntar al escritor y a su musa:
Bolaño ha dejado de ver a Alcira desde 1976. Puede que su hermana Salomé le pase noticias. Escribe en Cataluña Los detectives salvajes, publicada en 1998: la voz de Auxilio lo persigue y el monólogo de pocas páginas obliga al escritor a continuar con el manuscrito de Amuleto: una novela musical para un solo instrumento que abría una trilogía interrumpida, que el chileno continuó con Nocturno de Chile. Son “piezas teatrales, de una sola voz, inestable, caprichosa, en diálogo con su destino”. El destino que asume para la protagonista de Amuleto es el de quien ha dejado todo para perderse en la poesía y el horror. Se dice que Alcira blasfemaba un poco: “¡Pinche Roberto!, por qué no me saca de esos libros…”. Ese supuesto rechazo a verse retratada por Bolaño no es más que una fantasía de la radicalidad postinfra, de la ortodoxia: Alcira estaba desaparecida cuando un espejo de ficción tomó su imagen.
(…)
El hilo de Los detectives salvajes y el final alegórico de Amuleto han fijado la leyenda y su fidelidad a la poesía, un canto a la solidaridad y un amor interminable a las cosas que acabarán en el despeñadero, como le gustaba decir a Bolaño. La Alcira de los testimonios convive, cálidamente, con Auxilio Lacouture: cuando se perciben en una realidad cuyo sentido es dado por la historia (documental, ficcional) se recupera un espectro que pertenece al arte. En una entrevista, Bolaño recordaba a Alcira a través de las ficciones: “Ella es como la testigo amnésica de un crimen que intenta recobrar la memoria, así que en ese sentido actúa también como una metáfora: los latinoamericanos hemos presenciado crímenes que luego hemos olvidado”. Ése es el pueblo que una mujer ganó al borde de la muerte y ésa es su metáfora y su inmolación. La existencia como una obra en la historia del desequilibrio.
Nota: a quien le interese, le puedo enviar el dossier completo en un archivo pdf a vuelta de email.

jueves, 22 de enero de 2009

Roberto Sosa, novelista por un día

El poeta Roberto Sosa. Fuente: elnuevodiario.com
¿Se imaginan al poeta Roberto Sosa publicando una novela de su autoría?
“…he llamado a Roberto Sosa, cuyo número de teléfono no figura en la guía telefónica de Tegucigalpa.
Había llamado por primera vez, desde San Salvador, a su homónimo quien, lejos de parecer decepcionado o irritado, habituado tal vez a que se dirigieran a él, siquiera unos segundos, como si fuera el poeta más famoso de Honduras, me facilitó amablemente el número de teléfono del otro Roberto Sosa”.
“La primera vez que nos vimos, Roberto Sosa me aseguró, por provocación, que si sólo escribiera poemas era para precaverse de la pesadez siempre un poco estúpida de la labor de creación novelesca. Sonreía al recordar la frase de Jorge Luis Borges, según la cual es mejor fingir que esos libros han sido ya escritos, y ofrecer de ellos un resumen, un comentario. A veces les ofrece argumentos a sus amigos, considerando que esa actividad puede cuando mucho constituir un juego de sociedad. Esta noche me propone que inventemos juntos la trama de una novela cuyo título elige: El asesinado.
Sorbemos también esas bebidas inspiradoras, invocamos al saludable genio de Johnie Walker mejor que el de William, y desarrollamos por turnos una intriga sobre el incierto futuro del comando Tupac Amaru, que sigue parapetado en la residencia del embajador de Japón en Lima. ¿Será el asesinado el presidente de la república de Perú, Alberto Fujimori, o bien Néstor Cerpa Cartolini, el jefe del comando?
Pero nosotros, que no somos amnésicos, que disponemos de los recuerdos del futuro, y hemos leído el ejemplar de El Nuevo Diario (¿Será que se refiere a El Nuevo Día o había en 1997 en Honduras un diario con ese nombre?) del miércoles 23 de abril de 1997, sabemos ya que los catorce miembros del grupo serán abatidos, morirán acribillados de balas en una operación del ejército peruano, al amanecer, después de habérseles prometido un avión para huir a La Habana.
El narrador que yo le proponía seguiría la historia de lejos, a través de la lectura de los periódicos. Es un viejo espectro vestido con un impermeable mugriento, tocado con una gorra de béisbol rojo vivo con una larga visera. El libro que escribiría sería un tratado puramente formal y binario: leería dos periódicos, en dos capitales de dos países fronterizos, dos viernes consecutivos. No sabría ya muy bien si está sentado ante unas hojas desparramadas al fondo del patio del bar Paradiso de Tegucigalpa o en la terraza del snack-bar Morocco de Managua, o incluso en la cantina de Los Pescadores de La Libertad, con hules en las mesas, donde temblequean unas velas y penden guirnaldas de bombillas multicolores en el cielo rojizo del crepúsculo. Junto a la barra, un juke- box desgrana boleros y entonces la ve, la adivina cada noche en medio del centelleo cegador que desciende sobre el Pacífico, y que dibuja por un instante su silueta borrosa a contraluz…”
Patrick Deville. Pura vida.

miércoles, 21 de enero de 2009

La H y la estatua de Morazán

Veamos cómo resuelve Patrick Deville el famoso asunto de la estatua ecuestre de Morazán en el parque de Tegucigalpa:
“…y según Sergio Chejfec, pueden cometerse otros errores más graves, o divertidos: sabía yo, por ejemplo, que la estatua de Francisco Morazán, en la plaza Morazán de Tegucigalpa, era en realidad una estatua del mariscal Ney”.
Y aquí entra otro personaje sorpresa, en un duelo habanero épico con García Márquez:
“…me concentré en un artículo de Eduardo Bahr, en el que rendía homenaje a Tegucigalpa, y que arrancaba con este inventario de la ciudad: dos ríos, doce puentes, seis montañas, dos catedrales, cien minas de oro abandonadas, mil calles, dos avenidas, cincuenta guerras civiles, quince gobiernos de uno a dos meses, un gobierno de dos días, seis dictaduras militares, una tiranía de dieciséis años, dos ciudades gemelas…
Respecto a la estatua ecuestre de Francisco Morazán, refiere, unas páginas más adelante, la pelea que tuvo con Gabriel García Márquez, un día en La Habana, a raíz de que el colombiano recogiera y propagara ese viejo rumor, según el cual la comisión de expertos en bellas artes, enviada a París para encargar la estatua de Francisco Morazán –la ocasión no era tan frecuente- entre cenas finas y revistas lijeras, no tardó en dilapidar las lempiras (sic) o las pepitas de plata del gobierno hondureño, conservando lo justo para regresar al país tras la adquisición, a precio de saldo, de una estatua ecuestre del mariscal Ney desechada por la Restauración”.
“Aquella misma noche invité a Roberto Castillo a cenar a una de las cantinas con techo de paja, donde las cenas finas consisten en rodajas de caracoles de mar y de huevos de tortuga. Su mirada se ensombreció de inmediato y recorrió recelosa los rostros de los clientes de las otras mesas, como si acabara de proponerle un golpe de Estado o un atentado”.
“El honor ultrajado tuvo una pronta y categórica respuesta: a la mañana siguiente me encontré en la recepción del hotel, el Lesly´s, otros artículos que aplastaban definitivamente el escorpión de ese rumor (…): la estatua ecuestre era obra del escultor Morice (…). Fue fundida, como lo demuestra un certificado, por la casa Thiébaut Hermanos (…). Y sólo el corte del uniforme pudo generar semejante calumnia.
El general Francisco Morazán no era soldado de carrera. Había combatido en tres o cuatro ejércitos de diferentes nacionalidades, cuyos uniformes no estaban claramente catalogados en la historia militar, de modo que el escultor parisino le había endosado lo que la Escuela de bellas artes de París consideraba que podía ser un uniforme de general durante la primera mitad del siglo XIX (…).
La mañana siguiente, tras leer los diferentes artículos que Roberto Castillo había mandado dejar para mí en la recepción del hotel, junto con los últimos números de su revista Galathea, (…), decidí que, en previsión de que las vicisitudes de la historia me obligaran algún día a solicitar un pasaporte hondureño, convenía poner fin a la polémica, y en lo que a mí respectaba, la estatua de Francisco Morazán era la de Francisco Morazán”.
Sobre todo este rollo de si la estatua de Morazán es auténtica o no, Miguel Cálix Suazo escribió un libro (publicado en 2005) precisamente con el título kilométrico de Autenticidad de la estatua de Morazán del parque central de Tegucigalpa. Ahí despeja de una buena vez todas las dudas y se despacha también a García Márquez con unas cuantas líneas.
Patrick Deville. Pura vida.

"Sin nombre" y su buena estrella en Sundance

El actor hondureño Edgar Flores en un fotograma de la película. Fuente: www.cinecinecine.com
Vaya sorpresitas con las que uno se topa a veces. Esta mañana, mientras iba en bus a mi trabajo, leía las páginas de cultura de La Vanguardia. Una de ellas se titulaba "El cine mexicano destaca en el festival de Sundance". Hablaba de los directores Carlos Cuarón y su hermano Alfonso, de Guillermo del Toro y de Alejandro González Iñárritu. Hablaba de la película del primero protagonizada por la inseparable pareja Gael García/Diego Luna. Hablaba también del director Cruz Ángeles y de su película Don´t let me drown (No permitas que me ahogue). Y remataba con la mención a una película especial. Veamos de cuál se trata:
"Pero sin duda el filme que ha dejado a todo el mundo hablando fue el que completó el doble programa del domingo en el Eccles. Producido por Canana Films, la productora de Luna y García Bernal, y Focus Films, Sin nadie (sic) es también un debut de director, el de Cary Joji Fukunaga, norteamericano de origen japonés. Se trata de un file de bajo presupuesto con actores casi desconocidos y hablado tanto en castellano como en el argot que utilizan las pandillas. Fukunaga relata en tono de thriller el viaje de una chica hondureña (Paulina Gaitán) a través de territorio mexicano para llegar a EE.UU., y su relación con un integrante de la Mara Salvatrucha (el hondureño Edgar Flores)".
Debemos suponer que "Sin nadie" es en realidad Sin nombre, y que el cambio del título se debe a un lamentable error del periodista redactor de la nota. Para confirmarlo, veamos la noticia original en la web del festival de Sundance: festival.sundance.org. Y nosotros que apenas la semana pasada leíamos en La Prensa que la película todavía se estaba rodando en México...
La noticia ha tenido eco también en estas páginas:

Desaparecer o no: that is the question

Por Giovanni Rodríguez
Hace como cuatro años presencié la muerte por suicidio de una mujer. La vi tirarse desde la azotea de un hotel del Centro. No sé cómo llegó hasta ahí, porque, según las declaraciones posteriores de los empleados, reproducidas por la prensa local, no hay manera de que alguien acceda hasta ese sitio si no es atravesando la suite, y ésta se encontraba desocupada y bajo llave.
El caso es que la vi quedarse largo rato viendo hacia abajo, a la calle, al parque, a la gente que caminaba por el parque. Yo estaba en el cuarto piso de un edificio cercano, en un balcón al final de un pasillo, esperando que dieran las cinco de la tarde, que era la hora en la que debían llegar los amigos, para tomarnos un café y hablar un rato.
Al principio pensé, distraídamente, que se trataba de alguna empleada que había llegado hasta ahí para fumarse un cigarro o simplemente para ocupar en la contemplación del paisaje urbano el prolongado rato de ocio del que disponía, pero cuando, después de olvidarla por un momento, volví a ver hacia el lugar en donde estaba y la encontré sentada, con las piernas hacia el vacío, en el delgado muro del balcón, supe que en la cabeza de esa mujer sólo podía estarse fraguando la idea del suicidio.
No hice nada, no podía haber hecho nada. Me quedé viéndola durante un tiempo casi interminable, como si, inconscientemente, estuviera agradeciendo la posibilidad del espectáculo al que el azar me invitaba a asistir. Hasta que la mujer se impulsó hacia delante y cayó uno, dos, tres segundos después, sobre la acera del hotel.
El cuerpo quedó boca abajo, sobre una mancha de sangre que apenas sobresalía de los límites de su cuerpo y de su ropa, con la cara destrozada desde su nariz hacia el lado derecho, que es donde se había producido primeramente el impacto, y con las piernas orientadas hacia la calle, una de ellas vuelta del revés. El tráfico se volvió lento en el tramo de la calle frente a la escena, mientras las voces de alarma de los espectadores se confundían con las bocinas insistentes de los carros de más atrás.
La imagen me ha perseguido durante todo este tiempo y me ha hecho pensar en mi propio suicidio. ¿Cómo haría yo para suicidarme si algún día lo decidiera, si en uno de esos arranques de adolescente incomprendido tomara la decisión de buscar la muerte? ¿Qué generaría el acontecimiento de mi muerte voluntaria en mi familia, entre mis amigos? Absolutamente nada. La familia probablemente lloraría dos, tres semanas; en mi mamá acabarían acentuándose los achaques que ahora empiezan a aquejarle; en mi papá se despertaría un sentimiento extraño: el de la nostalgia, y adquiriría la costumbre de quedarse durante largos espacios de tiempo viendo al vacío, sin pensar en nada; los amigos acabarían tomándome de pretexto para sus borracheras y lamentando, con gran solemnidad, mi temprana desaparición del mundo de la literatura; acabaría yo siendo otro de esos mitos de la historia del arte, sólo que a escala local. Y todos recordarían de vez en cuando mis peores chistes y mis mejores poemas; y quizá alguien se encargaría de publicar póstumamente mi novelita, esa que desde hace meses intento publicar sin éxito.
¿Y qué si decidiera morir ahora mismo? Pero no hablo de morir en el sentido estricto de la palabra. A estas alturas de mi vida el suicidio se me antoja una salida demasiado romántica, cursi, estúpida. Hablo de morir para los demás, no para mí. Hablo de desaparecer de la vida de todos, de esfumarme, de irme en cualquier momento a la mierda sin avisarle a nadie. ¿Qué pasaría? ¿Hasta dónde sería capaz de alterar, con mi “muerte”, la paz de los demás?

martes, 20 de enero de 2009

RCastillo soñó que llovía sobre su biblioteca

Roberto Castillo. Fuente: www.filmica.com/jacintaescudos
“Luego había vuelto a sonar el teléfono: Roberto Castillo proponía que nos viéramos a las diez en el bar del hotel”.
“Sentado ante un café en la barra del hotel Istmania, Roberto Castillo evoca su sueño de anoche: llovía en su biblioteca. Están reparando el tejado de su despacho en plena estación seca, y ha soñado que bajaba de las montañas una tormenta e inundaba su casa. Observa con recelo las nubes y los buitres que vuelan por encima de la antigua comisaría del general Álvarez”.
Más adelante, una breve descripción física:
“Fina barba negra de marino, pelo negro y rostro sonriente, severas gafas de cura, Roberto Castillo manipula con precisión y calma de letrado, filósofo en la universidad de Tegucigalpa y erudito narrador, un enorme Mitsubishi equipado con brújula y altímetro, y un indicador de inclinación del vehículo cuya aguja observamos por las serpenteantes callejuelas del barrio de El Bosque al norte de la ciudad”.
Recuerdo que pocos días después de leer por primera vez este libro, Pura vida, de Patrick Deville, publicamos en la ya desaparecida sección dominical de mimalapalabra en La Prensa unos fragmentos de La guerra mortal de los sentidos, la novela de Roberto Castillo. Luego publiqué también en este blog una reseñita que escribí de esa novela. Agradable había sido ya la sorpresa de encontrar a Roberto Castillo en las páginas de Pura vida, como el personaje anfitrión de Deville en Tegucigalpa, pero mucho mayores fueron la sorpresa y el agrado de recibir poco después un correo electrónico del propio Castillo, en el que me agradecía lo de nuestras recientes publicaciones sobre su obra. Más tarde me envió su último libro y una postal. Y luego vino lo que ya todos ustedes saben. Fue en enero, creo, en los primeros días del año pasado, que Roberto Castillo falleció. Sumo este sueño suyo de la lluvia sobre su biblioteca a mis recuerdos sobre él.

El ascensor de un hotel en H

Hotel Istmania de Tegucigalpa. Fuente: www.mundoanuncio.com

"Salir del ascensor del hotel Istmania, de nuevo indemne pese a los inquietantes ruidos de poleas, supone cada día un renovado placer".

La frase anterior es de Patrick Deville, de su novela Pura vida, y me hace pensar en esa manera, plenamente justificada, de ver a H que tienen los extranjeros. Todo el que llega a H lo hace con prejuicios y con un dossier mental lleno de historias de crímenes, de violencia, de miseria, de ignorancia. Todo el que pone por primera vez un pie en H se siente como PDeville al salir de ese ascensor del hotel capitalino: como un sobreviviente tras cada paso, porque sabe (presiente) que en cualquier momento alguien lo puede asaltar, extorsionar, engañar y hasta matar, o que, independientemente del pronóstico del tiempo, un huracán lo puede agarrar desprevenido en la calle. Pero sigue Deville:
"Me he llevado el periódico al lóbrego restaurante del hotel Istmania, que tal vez tuviera un toque elegante en los años cuarenta, desmesuradamente grande y alto de techo, gruesos manteles blancos almidonados, cuadriculado en relieve del planchado sobre la tela áspera y acartonada, barra de madera roja, rematada con espejos e hileras de botellas de aguardiente cuya visión me produce mareos esta mañana, de modo que he elegido un lugar que los sustraiga a mi mirada vidriosa".
Un francés en Macondo, pues, más o menos así.

Patrick Deville y la H

Imagen de la portada de la novela, publicada en 2005 por Seix Barral.

"Llegué a Centroamérica con el proyecto de escribir la vida de William Walker, un aventurero norteamericano del siglo XIX que se embarcó en una expedición bastante catastrófica rumbo a México, que llegó a hacerse elegir presidente de Nicaragua y que acabó fusilado en Honduras. Mientras recorría aquellos lugares siguiendo las huellas de su ejército fantasma, me pareció que, durante los dos últimos siglos, esa región del mundo había sido tan pródiga en héroes, traidores y cobardes como las provincias griegas y latinas de la antigüedad. También allí los hombres soñaron con ser más grandes que sí mismos y a menudo fracasaron. Empecé entonces a registrar las vidas de Simón Bolívar y de Francisco Morazán, de Augusto César Sandino, asesinado por el primer Somoza, o incluso del llamado Che.50, un agente doble enviado para espiar al verdadero Che en Sierra Maestra".

Es lo que dice el francés Patrick Deville sobre lo que acabó siendo su novela Pura vida, ambientada esencialmente en Nicaragua y Honduras. Con textos de esta deliciosa novela (que en lo sucesivo saquearemos impunemente) retomamos el hilo de la H, que ha pasado por las manos de autores tan disímiles como Sada, Bolaño, Borges o Pauls, para irnos con él por ese inmenso laberinto de la literatura universal en donde muchos han sucumbido a su discreto encanto.

En el principio fue Poe

Fuente: pedrophablo.wordpress.com
Cada vez que alguien que no tiene nada que ver con libros y se entera de que yo sí tengo mucho que ver con ellos me pregunta por qué me gusta tanto leer, le contesto que porque en mi primer contacto con la literatura a quien me econtré fue a Poe. "¿Poe? ¿Y ese quién es?", preguntan, y les digo que es el escritor por quien, desde muy pequeño, sentía el macabro placer de encerrarme en mi cuarto para leer sus cuentos, unos cuentos que leía de un tirón con el corazón palpitándome igual de fuerte que como probablemente palpitaría si hubiera visto un fantasma. La última persona que me hizo esta pregunta es Isabel, y me la hizo justo cuando pasábamos frente a mi librería de siempre y les manifesté a ella y a Carlos, su marido, mi intención de entrar para ver si ya había llegado un libro que esperaba. Al final de mi recorrido por las estanterías (prefiero hacer eso antes que ir directamente a la caja a preguntarle a la muchacha y que ella, ingresando en la computadora el apellido del autor del libro, confirme si lo tienen o no), durante el cual miraba de reojo a mis amigos también curioseando, repasando los lomos de los libros, extrayendo uno para leer la contratapa y luego devolviéndolo a su sitio, me topé con la agradable sorpresa de que Isabel llevaba a la caja el primer tomo de los cuentos de Poe, en la edición de bolsillo de Alianza y traducción de Cortázar, dispuesta a pagarlo y luego, en su casa, confirmar qué tan bueno era ese viejo medio pelón que, como les dije en determinado momento, tiene un leve parecido con mi papá. Se llevó a Poe, entonces, Isabel a su casa y desde entonces no he vuelto a verla. Han pasado dos semanas pero esperaré otras dos antes de llamarla y preguntarle que qué tal Poe, que si le ha acelerado las palpitaciónes del corazón por las noches, después del trabajo, antes de acostarse a dormir...
Me entero por los diarios y por internet de los 200 años del nacimiento de Edgar Allan Poe. En todo el mundo se preparan (o se desarrollan desde ya) congresos y encuentros de escritores para discutir su obra; algunas editoriales lanzan biografías y antologías. Yo, me propongo hacerle una de estas noches un modesto homenaje íntimo, discreto: lo llamaré "La noche Poetílica": vino y lecturas macabras, vino y "Enterrado vivo", vino y "El barril de amontillado", vino y "El corazón delator". ¡Salud por Edgar Allan Poe!

lunes, 19 de enero de 2009

¿Cómo narrar en América Latina?

Fuente: la nación
Horacio Castellanos Moya responde hoy al periodista Leonardo Tarifeño del diario La Nación de Argentina, como parte de una serie de entrevistas a siete escritores latinoamericanos -considerados "La nueva guardia"- en las que se busca, básicamente, encontrar respuesta a una sola pregunta: ¿Cómo narrar en América latina? Es precisamente HCMoya quien la formula:

"¿Cómo narrar en América latina, donde un hombre acribillado a balazos no es noticia, y donde una bolsa con siete cabezas humanas es apenas un sueltito en un periódico de la mañana?".

Y sigue así la nota:
Cómo narrar en América latina es una pregunta siempre vigente para la cual distintas generaciones de escritores fueron elaborando respuestas en forma de novela. El realismo mágico, los sortilegios del boom, la rebelión del posboom, los outsiders de la vanguardia estilo Bolaño y Aira, y estos jóvenes contemporáneos maduros de diversas formas y preocupaciones, a los que no los unen el espanto ni la ortodoxia ni la envidia ni la tentación de lo exótico sino simplemente la vocación por narrar con una libertad estética inédita. "La única regla para mi generación es que no hay reglas", dice el colombiano Juan Gabriel Vásquez. Además de Castellanos Moya y de Vásquez, fueron entrevistados para este informe especial de adn cultura el brasileño Daniel Galera, el peruano Santiago Roncagliolo, el colombiano William Ospina, el peruano Daniel Alarcón y el boliviano Edmundo Paz Soldán. Hay muchos más nombres en el Gran Seleccionado Latinoamericano. Pero este grupo sin antagonismos, que pasó recientemente por Buenos Aires, los representa de alguna manera a todos. Los dos faros de estos escritores son precisamente Bolaño y el mexicano Juan Villoro. El primero, por la mezcla de la experimentación literaria con el interés político. Y el segundo, por la reinvención de la crónica novelada como género y la diversidad de intereses: Maradona, Yeats, Rolling Stones, el narcotráfico, el cuento, el teatro, la novela, el ensayo, el fútbol.
Algunas de las respuestas de HCM:
¿Siempre quiso ser escritor?
Que yo recuerde, sí. Pero el tiempo en el que me formé se ha ido. Sobre todo, porque me tocó crecer en un mundo hostil a la literatura. Aquella era una sociedad que empezaba a polarizarse y en la que se miraba al escritor con suspicacia y desprecio. La generación anterior ya se había radicalizado políticamente y por eso el solo hecho de ser escritor lo convertía a uno en sujeto de sospecha.
¿Extraña la política?
Los últimos años yo viví la política como periodista. Y el periodismo es la mejor manera que encontré para ganarme la vida. Por supuesto, mis novelas tienen un paisaje político intenso, porque muchas de ellas retratan momentos de la vida centroamericana, marcadas por un gran conflicto político y social. Pero yo no tengo pasiones políticas, sino curiosidades.
En sus novelas la política aparece en los personajes, pero no tanto en las tramas.
Sí, por eso yo digo que mis novelas no son políticas, porque las tramas no están determinadas por el juego del poder. En mis libros, los personajes son gente desencantada que alguna vez tuvo algo que ver con la política, pero que vive pasiones personales.
¿Sus libros responden a una misma técnica?
No, yo he tenido dos maneras de escribir. Una corresponde a un impulso, que es una escritura casi por posesión, y en la que parece que el libro ya está escrito dentro de mí. Así han sido El asco, Baile con serpientes e Insensatez. La otra manera es, yo diría, más profesional, con una metodología establecida, una rutina diaria y un plan más o menos definido. De esta manera escribí El arma en el hombre y Tirana memoria, entre otros.
¿Cómo ve a la literatura latinoamericana actual?
Mucho de lo que pasa hoy en las letras de nuestra continente es un efecto de la obra de Bolaño. Pero, al mismo tiempo, y desde hace ya varios años, la nuestra es una literatura que ha ganado madurez. No tiene que demostrarle nada a nadie, porque hemos dejado atrás la adolescencia. Hay todo tipo de corrientes, todas válidas, más allá de la calidad y de los gustos. Está la vertiente social, la experimental, y propuestas que buscan hacer una ficción más del tipo europea pero desde Latinoamérica. El debate sobre qué es lo válido y qué no ha perdido vigencia.
¿Por qué? ¿Qué es lo válido hoy en día?
Pues lo que está bien escrito y agarra al lector y no lo suelta, más allá de cómo o desde dónde.

domingo, 18 de enero de 2009

La sal dulce de la palabra poesía

La tentación de lo imposible, Magritte

Del fuego, en un principio,

los dioses de los primeros hombres

que lo vieron y lo amaron fueron haciendo, solos,

la mujer.

Esculpieron temblando sus senos absolutos,

la ondulación del pelo,

la copa de su sexo, más complicada, por dentro,

que el interior de un caracol marino.

Delinearon a pulso la sombra de su sombra,

la curva y mordedura de ese juego del fuego

que sabe a rojo virgen debajo de la lengua

y levanta

la súbita belleza de una brasa en los ojos.

Desde entonces, su cuerpo

se hizo pudor tocable en carne y hueso.

Digo mujer,

la sal dulce de la palabra poesía.

Roberto Sosa, Máscara suelta

miércoles, 14 de enero de 2009

Sin nombre

El actor hondureño Edgar Flores junto a la actriz Paulina Gaitán en una de las escenas de Sin nombre. Fuente: laprensa.hn
Recuerdo que más o menos en junio de 2006, cuando trabajaba como promotor cultural en la oficina regional del Ministerio de Cultura en San Pedro Sula, recibí la visita de un tipo alto y con acento mexicano que desde un principio me sugirió la fantástica y extravagante idea de que pudiera ser Quentin Tarantino. Por supuesto que no era Tarantino, pero les aseguro que si hubieran sido ustedes quienes atendían a ese tipo alto que se presentó como cazatalentos de la productora Canana Films de México (la de Diego Luna y Gael García) y argumentó estar de visita en Honduras con la intención de hacer pequeñas pruebas de actuación a quienes quisieran participar en una película con el título Sin nombre y que sería dirigida por Cary Fukunaga, habrían tenido también la fantástica y extravagante idea que yo tuve.
Es que si conocieran al tipo (no recuerdo ahora su nombre; alguien, por favor, que me lo recuerde) y si alguna vez hubieran visto fotografías de Quentin, no se les habría ocurrido otra cosa, insisto.
En fin; el asunto es que en la película participarían personas que no necesariamente tuvieran experiencia actoral, y el requisito indispensable que Mr. Quentin expuso era que el físico de los actores debía ajustarse al perfil requerido para los personajes del film, cuyo tema era (es todavía, supongo) el viaje ilegal a Estados Unidos de un inmigrante hondureño en busca del sueño americano.
Minutos después Mario, que volvió a la oficina después de una reunión en la alcaldía, según me parece recordar, y yo acompañamos al Quentin mexicano a diario La Prensa para que ahí pudieran entrevistarlo y ayudarle en lo concerniente a una convocatoria libre para un casting. Mario llamó también a algunos amigos de la radio y otros medios de comunicación para que apoyaran la causa. La convocatoria fue un éxito.
Los siguientes días (incluidos un sábado y un domingo) la oficina de la Regional de Cultura se convirtió en un impovisado plató por el que desfilaron cientos de personas de todas las edades, entusiastas actores in fieri decididos a conquistar a aquel grandulón que elegiría, después de extenuantes jornadas, al futuro protagonista de la película, que sería rodada en México el 2008.
Pasaba el tiempo y el Quentin charro hacía castings en San Pedro Sula y en Tegucigalpa sin que encontrara a la persona idónea para encarnar a aquel sufrido inmigrante de su futura película. Pasó más tiempo aún y el asunto fue quedando poco a poco en el olvido.
Hoy, leo en La Prensa una nota: "Hondureño destaca en cine", como siempre cuando se trata de un compatriota haciendo buenas cosas fuera, llena de esas frases trilladas y generalmente mentirosas como "los catrachos sigue brillando con luz propia", o: "en nuestro país hay talento", y la mejor, la que tiene el récord de más veces pronunciada por los periodejos nacionales: "poniendo en alto el nombre de Honduras", en la que se informa que la película, efectivamente, empezó a rodarse en octubre en México y se estrenará en marzo, teniendo como protagonista a un joven de 18 años de nombre Edgar Flores.
Dice la nota:
Sin nombre es producida por Focus Features de EUA y Canana Films de México, la productora de Gael García y Diego Luna. "Estoy muy complacida al descubrir talento en Honduras", manifestó Amy Kaufman, productora de la película. En el equipo técnico también trabaja la hondureña Erika Archaga, quien ha sido contratada como entrenadora de diálogos. Esta joven de 16 años está a cargo de la importante tarea de entrenar en el "acento catracho" a los actores mexicanos que interpretan papeles de hondureños en la historia. Edgar y Erika viajaron a México en octubre pasado y las jornadas de rodaje iniciaron en el distrito federal con los decorados de Tegucigalpa reproducidos en locaciones de la ciudad mexicana. Actualmente el equipo se encuentra en la ciudad de Veracruz completando las últimas jornadas de rodaje. Edgar interpreta al personaje de Willy, protagonista del largometraje que relata el viaje hacia el norte de una familia hondureña y otros migrantes tras el "sueño americano" y que se enfrentan a las amenazas de los pandilleros de la mara salvatrucha.
Buena noticia entonces. Esperemos que a nuestro compatriota le vaya bien actuando y que la película resulte como todos deseamos.
Un dato sobre el director, Cary Fukunaga: en 2005 su cortometraje Victoria para Chino, recibió la Mención de Honor del Jurado del Festival de Sundance y fue galardonado además en el Woodstock Film Festival y el Austin Film Festival. El corto narra la historia de más de 80 inmigrantes indocumentados que cruzaron la frontera mexicana y entraron a Tejas en un camión refrigerado en donde una mezcla letal de calor y hacinamiento derivó en un desenlace trágico. La historia se basa en el peor caso de fallecimientos de inmigrantes en la historia de los Estados Unidos. Cuando los agentes de un coche patrulla hallaron un tráiler abandonado en Tejas, 17 personas ya habían fallecido, incluyendo un niño de cinco años junto a su padre. Esa misma tarde, dos pasajeros más fallecieron en el hospital. Los agentes del orden se pusieron inmediatamente a buscar a los responsables nada más encontrar el camión. Karla Patricia Chávez, presunta cabecilla de la banda de traficantes de inmigrantes, huyó a Honduras, su país natal, donde más tarde fue detenida. Se declaró culpable de todos los cargos. Toda la información aquí.

La casi inexistente patria

"Pero no a la tierra en general sino a aquel ínfimo pedazo (tan querido, tan añorado) en que transcurrió nuestra infancia”. Fuente: mimalapalabra.

Por Giovanni Rodríguez

Haber nacido en el “Primer Mundo” no equivale necesariamente a pertenecer al “Primer Mundo”. El sentido de pertenencia a un lugar no depende de la condición de existencia en ese lugar sino más bien del grado de arraigo que ahí tenga. Y depende también de lo que se logra aprehender de ese lugar. Porque un individuo es tercermundista o no según su capacidad para captar e interpretar el mundo en que le toca vivir.
Hay gente nacida en Europa que no necesita tanta Europa para vivir; gente como el personaje de El Innombrable de Beckett, que se arrastra y se restriega en las paredes de su miserable habitación mental, su “Tercer Mundo” particular, en donde sólo existen las posibilidades de lo obvio y de lo inmediato, en donde reina el tópico y se cultivan las artes de la ignorancia y la pedantería. De igual manera, hay gente llegada a Europa que no logra desprenderse nunca de cierta absurda dependencia “patriótica”, que no aprende, por ejemplo, a disfrutar de la dieta mediterránea porque su estómago no tolera más que frijoles, plátano y tortilla de maíz.
Bolaño decía que su única patria era la literatura probablemente porque no encontraba en ningún otro lugar –físico o no- el necesario grado de arraigo que sí encontraba en los libros que leía. Y cosas como la literatura, la familia o los amigos son las que determinan en el individuo –al menos en un individuo como yo- que ahí hay una patria; no en la bandera ni en el nombre de un país ni en un aburrido himno perfectamente sustituible por la canción del equipo nacional de fútbol sino en cosas simples como esas tres que mencioné.
Dice Ernest Jünger que “cuando hemos perdido el sentido de la patria, buscamos los mundos lejanos que nos ofrece la aventura”. Pero, ¿cuándo empezamos a sentir que hemos perdido el sentido de la patria? ¿Y será también que dejamos de pertenecer a nuestro mundo de tercera en la medida en que vamos perdiendo este sentido?
En nuestros países latinoamericanos, sumergidos en la mierda cotidiana de la pobreza, la corrupción y la falta de educación, hay suficientes motivos para que un individuo, a cierta edad, llegue a comprender que aquello que en la escuela le obligaron a entender y asumir como “patria” no es más que una entelequia, y entonces no le queda otra que emigrar o renegar.
Pero renegar de algo no es odiarlo. Uno reniega de aquello en lo que alguna vez cifró sus esperanzas, uno critica con más fuerza aquello en lo que una vez creyó firmemente y ahora no lo ve más que como utopía. Porque criticar es amar desde el lado contrario derivado del amor, que es el desamor.
En un ensayo del libro Apologías y rechazos, Ernesto Sabato dice que Leonardo da Vinci, cerca de su muerte, buscó un lugar especial para tomar su último descanso, y reflexiona así: “Pues a medida que nos acercamos a la muerte, también nos acercamos a la tierra, pero no a la tierra en general sino a aquel ínfimo pedazo (tan querido, tan añorado) en que transcurrió nuestra infancia”. Ese pedazo de tierra que Leonardo buscaba es probablemente el que consideraba su patria, o por lo menos la parte más representativa de ésta.
Imagino a Leonardo, débil y resignado, buscando con afán ese lugarcito, y me imagino a mí mismo un día viendo hacia atrás, con ganas de desandar el camino y regresar en busca de la patria perdida. Pero falta tiempo para eso y mientras tanto, sigo aquí, renegando y criticando a la patria que casi no existe, a ese pedazo de tierra de un mundo de tercera lejano y añorado, y refugiándome cada vez más en la diaria aventura de esta otra patria, la única patria, para mí, posible y verdadera: la literatura.

domingo, 11 de enero de 2009

Nueva cara

Esto es como haberse hecho cortar el pelo de manera diferente, o como dejarse el candado con la barba, o como haberse puesto una ropa distinta a la habitual. En definitiva, uno hace este tipo de cosas para no aburrirse de uno mismo. Cambia la apariencia pero no el estilo. Se lo debemos a Bayron Benitez, quien desde que Carlos hiciera aquel falso anuncio de nuestro retiro el día de los inocentes, nos ofreció su ayuda. Éste es nuestro primer paso de una nueva etapa. Desde ya les anunciamos que muy pronto tendremos también una página web enlazada a este blog. Esa página albergará los contenidos de nuestra revista, que tendrá una regularidad por lo menos trimestral, y toda la información relacionada con nuestra editorial, que es otro de nuestros proyectos fuertes para este año. Seguimos entonces, jugando en serio, hasta que el tedio nos detenga.
Gracias a Bayron por este excelente trabajo voluntario.
Gracias a ustedes por su complicidad hasta ahora.
Y gracias también a los demás, a los coprófagos anónimos, por su cómica rabia, que a diario inunda nuestro banco de bilis.

jueves, 8 de enero de 2009

Mal, muy mal

Por Giovanni Rodríguez
2008 acabó mal y 2009 empezó mal. Este artículo también empieza mal; lo sé, pero no puedo evitarlo. Así que si quiere, puede abandonar ahora mismo la lectura e irse por ahí, silbando una cancioncita para alegrarse la vida y dejarme a mí con este blues lento y acaso melancólico.
Lo general: la crisis mundial que aunque algunos no queramos asumirla acaba dándonos en la nuca hasta de carambola. Lo particular: a mitad del mes pasado me introdujeron una aguja en la rodilla izquierda y me extrajeron un líquido que aunque inicialmente creí (no sé por qué) de color amarillo, resultó más rojo que la roja sangre (era, efectivamente, sangre, y si a estas alturas empieza a sentir que va a vomitar, recuerde que en el párrafo anterior le recomendé la huida juiciosa).
Dieciocho días con la pierna enyesada y las consecuentes dificultades para cualquier tarea doméstica. Sí, para cualquier tarea doméstica, sin excepción, y sin contar que de mi habitación a la cocina hay veinticuatro escalones disuasorios. Y para seguir con lo particular: la madre de todos los resfriados que se ha empeñado en cohabitar conmigo durante todo el inicio de año sin que se le vean ganas de una ya, por favor, justa retirada.
No tengo ganas ni para escribir este artículo (es otra advertencia) y me da sólo por hablar de cosas malas o hablar mal de cosas buenas. Hablar, por ejemplo, de la noche que está nublada y de que no tiritan, azules, los astros a lo lejos. Hablar también de esas líneas de Molloy -la primera novela de Samuel Beckett que leí hace como ocho años- que dicen: “Entonces entré en casa, y escribí: ‘Es medianoche. La lluvia azota en los cristales’. No era medianoche. No llovía”.
Aquí en mi habitación, con este resfriado insoportable, me da la impresión de que es medianoche y que afuera llueve. No lo sé. Probablemente no sea medianoche ni llueva afuera. Probablemente ni siquiera esté resfriado. Sólo sé que repiquetean en mis oídos esas palabras de Beckett traídas por Vila-Matas con tanta insistencia en cada artículo que leo de él últimamente, y que me gusta creer que dicen la verdad, o sea: me gusta creer que verdaderamente es medianoche y que afuera la lluvia cae sobre el mundo.
Mal, muy mal. Estoy escribiendo a trompicones. Cada frase me la deja a la mitad un estornudo sorpresivo o la maldita tos que ya casi no me permite hablar.
Ahora que recuerdo, el personaje Molloy andaba con muletas, como yo hasta el 30 de diciembre. Bonita coincidencia. Fui Molloy durante dieciocho días. Lo malo es que no pude andar en bicicleta ni irme por ahí, de bar en bar, buscando no sé qué, como hace Molloy en la novela. Me quedé en casa todo el tiempo y acompañé a Daniel Sada a un pueblo caluroso de México. Espié también a Sebald en su conversación con Austerlitz y acompañé a este último en la búsqueda interminable de su familia desaparecida y de su propia identidad robada por una de esas desafortunadas circunstancias de la vida desde los cinco años. Continué con Georges Perec y me fui con los dos personajes de Las cosas a una aburrida ciudad de Túnez.
Y sigo ahora en mi habitación, inmóvil, con mucho frío, y sin embargo me voy alejando de nuevo, esta vez con Murakami y su reciente novela After Dark, en donde la acción empieza precisamente casi a medianoche. Planeo montarme en mi bicicleta imaginaria y llegar con ella hasta Tokio o cualquier otra ciudad japonesa que se le haya ocurrido a Murakami, y no me importa que sea medianoche ya, que llueva y que el resfriado derive en una enfermedad más grave. Ya les avisaré.