miércoles, 25 de febrero de 2015

RLópez: "Nuestra narrativa parece haberse quedado atrás con respecto al resto de C.A."

Raúl López Lemus, durante la presentación del libro Entre el parnaso y la maison, hace algunos años.
Con motivo de su reciente obtención del Premio Centroamericano de Novela "Mario Monteforte Toledo", Raúl López Lemus respondió a unas preguntas del periódico Presencia Universitaria de la UNAH. Dejo unos fragmentos de esa entrevista a continuación:
(PU): En Honduras el género literario de la novela está rezagado, ¿a qué se debe?
(RLL): Sin estar seguro de lo que les pasa a la mayoría de los autores, considero que se escribe poco  en nuestro país debido a la indisciplina e informalidad que campea entre los que saben hacerlo. Digo falta de disciplina porque no creo que se trate de falta de imaginación. Se percibe mucha pereza en nuestro ambiente, siempre estamos dejando para mañana lo que podemos escribir hoy. También, tal vez se deba a que los escritores nacionales no somos lo suficientemente arriesgados, o porque algo falta en nuestra formación. Pasa en la mayoría de los casos que nos proponemos escribir sin haber leído lo suficiente, y en medio del proceso creativo nos damos cuenta de que no estábamos preparados para ello. Menuda sorpresa, descubrir a medio camino que teníamos muchas falencias y debilidades y que eso no se cura con nada que no sea la lectura. 
(PU): Originario del área del Valle de Sula y viviendo en San Pedro Sula, ¿cómo es ese contexto para llevar a cabo una vida como escritor?
(RLL): Estamos claros que el ambiente de la ciudad y, por extensión, el de toda la zona norte, no ayuda mucho que digamos en los procesos creativos. Las razones son harto conocidas. San Pedro Sula no ha tenido nunca una tradición literaria, no se han abierto los espacios necesarios para que afloren las manifestaciones del espíritu. Es una ciudad laboriosa con gente trabajadora, como suelen decir los medios, pero no se encuentra por ningún lado el ambiente propicio para la creación artística. Tiene muy pocas bibliotecas y librerías para la cantidad de habitantes, no hay lugares adecuados para la discusión o las tertulias, además de la apatía que muestran sus autoridades para promover la cultura. En un ámbito así, hay que hacer milagros para producir un poco. Sin embargo, en la actualidad, estamos siendo testigos de un posible resurgimiento intelectual; nos encontramos ante una efervescencia creativa que ilusiona. Una nueva generación de escritores comprometidos con la literatura está intentando cambiar ese pasado.
(PU):Usted es docente de la Carrera de Letras en UNAH-VS, ¿qué balance hace de los jóvenes estudiantes, cuáles son sus tendencias, motivaciones y particularidades de los hondureños que estudian esa carrera?
(RLL): En la respuesta anterior señalé que se percibe, por lo menos, una pequeña agitación en el ámbito literario de la ciudad de San Pedro Sula y, precisamente, es la Carrera de Letras de la UNAH-VS, la responsable de ello, porque ha abierto los espacios de discusión y el análisis necesario para que los estudiantes pueden depositar allí, como se dice, sus inquietudes. La carrera ha aumentado su aforo estudiantil y posee una notable cantidad de muchachos que se deciden por la buena literatura. Muchos de ellos bien actualizados, excelentes lectores y con una formación humanística loable. Creo que ya se cambió esa idea abstrusa de que se estudiaba letras para dar clases en los colegios o en la misma universidad, por una diferente en la que los estudiantes están conscientes de su papel de creadores. Para muestra, en el año 2011 se publicó una antología de la nueva narrativa hondureña y la mayoría de los autores eran exalumnos o catedráticos de la Carrera de Letras.
(PU):¿Qué retos identifica que debe enfrentar la narrativa hondureña, para mejorar su calidad?
(RLL): Reinventarse, o en su defecto, reinventar lo que se estaba haciendo, o como se estaba haciendo. No debería ser yo quien lo diga, porque apenas he ganado un premio y publicado un librito de cuentos, pero la narrativa nuestra parece haberse quedado atrás con respecto al resto de Centro América. Considero que debemos salir del letargo en que hace tiempo hemos caído y en el que parece que nos encontramos a gusto. La fórmula para lograrlo proviene de los mismos libros, de las obras que decidamos leer. La tecnología ha venido a acercar las distancias, ahora podemos saber lo que se produce en Europa o Estados Unidos en el mismo momento en que se produce, por qué no aprovechar esas ventajas y cambiar lo que leemos o cómo lo leemos. Es una decisión que cada uno puede tomar por su cuenta.

martes, 17 de febrero de 2015

Tres cuentos de Raúl López Lemus

Portada de Entonces, el fuego, de Raúl López Lemus.
Les dejo tres cuentos del libro Entonces, el fuego (mimalapalabra, 2012), obra de Raúl López Lemus, reciente ganador del Premio Centroamericano de Novela Mario Monteforte Toledo.

REPRIMENDA
San Pedro Sula, pobre ciudad de trenes fallidos. Se fueron tempranamente, diluidos en el fracasado trajín de las compañías bananeras, convertidos en trozos, anécdotas y recuerdos gratos. Mitad del siglo XX, principio de la adolescencia. Pero sobrevivió uno, para los madrugadores, para los que como mi padre tenían fe en las glándulas que los hacían mayores. Lo traía la madrugada: rengo y fantasmal, una vez por semana. Había que despertar bien de mañana, dejar los sueños inconclusos. Reñir con el frío de la calle.
Mi padre me explica ahora. Después de la máquina tartajosa, la pesada hilera de vagones; dentro: compartimientos con racimos; haciendo juego con los racimos: aquella chiquilla, como una aparición. Intimidada, montaraz, divertida. Balanceando su cara asustadiza. Hecha ya mujer, sonrojada, con hoyuelos que atraían. Una cinta de colores separaba su rostro del de las demás mujeres alborotadas por la cercanía de la estación. Llegué a adorarla, de eso estoy seguro; quise de ella lo que no me prometía, su timidez, el misterio, el candor. Hasta estuve tentado a arrojarme a las duras ruedas de metal para acallar aquel ardor. Hacerlo reventar. Expulsarlo. Pero no lo hice.
Ella, que no sabía nada, me premiaba sonriendo, mostrando sus dientecillos recién lavados. Una boca que podía gemir, mostrar ternuras, avivar la infancia desde la carrera penosa del tren. Sus demostraciones me ponían contento. Temblor de labios, dudosas frases, un puñado de esperanza.
Cada semana salía a mirarla pasar. No es que fuera muy dado a madrugar, es que el dolor me exasperaba. Dolor por lo que huye, por lo irreal del acontecimiento. Una chiquilina que se repite, que aparece y se borra con la misma celeridad, que devora el recuerdo recién estrenado. Después de la sonrisa, del adiós apurado, llenar la semana de amargas desavenencias.
Me sigue explicando. Lo que se lleva por dentro no se justifica, es irracional traerlo a colación. Tus abuelos tenían la última palabra; familia gregaria, loca. Tantos meses de puras abstracciones. ¿Quién iba a acallar al cuerpo núbil que ya optaba por nuevas impresiones? Inventaron la escuela, una ocupación verdadera. Obligaciones para el zagal enamorado. Había que bañarse, juntar los enseres en una bolsa de plástico y caminar temprano para no perderse la algazara de los recreos, aquellas innecesarias primeras lecciones. Me convencieron. Aunque no estoy tan seguro. Ya no habría tiempo para perseguir el tren, corretear la sonrisa pudorosa; para las tontas representaciones: la chiquilla, los racimos, el traqueteo de los vagones, ¡a la mierda!
¿Qué hubieras hecho en mi lugar, hijo? No había alternativa. Me fui. Me quedé con el entusiasmo de los libros y el anuncio prometedor de los maestros. Una semana ya no me presenté al lugar de la cita precipitada. Y otra, y otra… Di la espalda al sentimiento que me había enseñado a vivir de verdad. Otros sucesos fueron tragándose progresivamente aquel primer intento del corazón.

Ya no volví a despedirme, ni a prometerle que algún día… tal vez. Como se hacía en la televisión. Después ya no supe nada de ella hasta que los periódicos publicaron su historia. Yo digo que fue una prueba. La demostración más sublime de la reciprocidad del afecto forjado en la distancia. Si no, ¿cómo se explica? Optó por arrojarse a las ruedas duras de metal, una clara mañana en que aún había frío.

BAJO EL ÁRBOL 
Me arrimaba a él por las historias antiguas. Viejo, borracho, endeble; podía parecer hermético, parco o reservado, pero no lo era. Las tenía a flor de labio, para cualquier circunstancia. El día pleno, sol como diluvio; la fábrica de puros con el alarido del timbre para el almuerzo.
“Es un tesoro muy valioso, lo trajo un antillano que andaba huyendo, dicen que era de un pirata famoso. Lo mataron antes de revelar el escondite. Está en un lugar de la quebrada esa… -señalaba la hondonada- lo lava, por eso el sabor metálico del agua, el color amarillo…”
Se quitaba la camisa: puros huesos, cartílagos que no logran estirarse. Futuro y pasado mezclados en el cuerpo anciano. No se sabía cuándo hablaba de lo uno o de lo otro. Voz gangosa, rostro arrugado, escupitajos cuajados de tabaco, ojos intemporales. Parte de las raíces añosas, del tronco en que se recostaba a esperar, ya aparición blanquecina en la sombra redonda del mediodía. La carretera a la orilla del árbol, las cigarras ruidosas.
“Don Chema… ese tenía pacto con el diablo, vivió y murió rico. ¡Pero hay que ver qué muerte la suya! tuvieron que echarle agua bendita, aun así, los ojos se le quedaron abiertos, dolorosos, ¡cómo maldecía con ellos! Lo hizo para casarse con la Bertilita, ¡Que Dios la tenga en su santa gloria!…”
Me despegaba para ir por la fiambrera. Una moneda bastaba para estar feliz. Descalzo y contento, entretenido en las filas que volvían al trabajo. El viejo se había ido en el interludio; el niño regocijado tenía que esperar otro día.
“Este árbol también tiene su historia, sus ramas están malditas… en alguna oportunidad”, me decía.
Cuando se detenía para escupir, franqueaba los tiempos, ni pasado ni presente, era algo por suceder. Saltaba de historia en historia, dejando todo inconcluso. No era recurso, más bien que en su cerebro la amalgama se había realizado.
El miedo, la devoción, el misterio; el viejo atraía por eso. Los otros chicuelos tontos…
“Mi papá… Me da rabia recordarlo. ¡Qué días aquellos!, liberales y conservadores se mataban por cualquier bobería. Bastaba un viva desusado, un traspié infortunado y te apaleaban…”
De repente, dejó de aparecerse, había empezado el invierno. Los mediodías eran grises, turbios. Me figuré su muerte como algo natural. Aunque seguí esperando, alguna noticia, algo, durante cinco meses, ¿Acaso no es eso la infancia?: franca, despreocupada espera. Hasta que sin querer me topé con él, en un horario inusual, sábado por la noche. Presagio, misterio, oscuridad como avalancha. Llovía en el monte que teníamos enfrente.
“Mi papá… éste árbol de guanacaste, a mí también. Borracho había gritado la consigna maldita, por Rodas Alvarado o yo no sé quién”.
La lluvia empujaba la oscuridad, grandes vértebras de luz en el horizonte. Un terror del más acá del corazón ofuscaba la naturaleza.
“Estuve encerrado entre la caca. No sirvió de nada suplicar, implorar piedad, me sacaron a medianoche, había luna y pude ver sus ojos sin bondad, las ligaduras. Antes de amarrarme, me golpearon hasta quebrar los huesos, destripar por dentro, ni porque me arrodillé y les pedí…”
No era el viejo el que hablaba ahora, palabras cavernosas que iban transformando todo. La lluvia alborotada llegó hasta nosotros, por encanto; los faroles de la fábrica de puros se apagaron y la misma realidad inmediata pareció retroceder a un tiempo de cavernas y hogueras. Todo el pánico del mundo en la garganta, esto no es bueno, pensé. Le grité al anciano que nos fuéramos, pero ya no estaba conmigo. Volé o simplemente traspuse un instante intermedio. Debí tropezar y caer. Cuando me repuse, entre la lluvia y el lodo -comprendí-, el encanto se había operado en el relato. ¡Pobre viejo! Se hamacaba, el lazo en su garganta brillaba al compás de los relámpagos.

DESENCUENTROS
Gran juego o lo que sea. Comienza con un beso: el suave encontronazo de un par de labios aprehensibles. Stella, su voluntad, se abre a los enredos, como un abanico. Muchas figuras que han esperado en la sombra vienen a servirse de su cuerpo. En Osmán, bueno, a la inversa, proceso extenuante y más lento. Necesita el sostén físico de Stella para adentrarse en la memoria. Revivir esas concubinas irrefrenables que le hacen daño con sus ejercicios masoquistas, requiere de paciencia.
Pronto el juego se troca en devaneo. El beso repetitivo para reiniciar, sin los dientes de Stella que hacen daño; unas caricias aquí y allá. Listo. Un punto en que las conciencias de ambos se emparejan, empiezan a admitirse. Ya no importa el nudo de cartílagos viejos, los apretones rancios, el olor amoniacal. Es la fantasía la que se impone por encima del decoro inicial.
Pronto Stella se queja en los brazos de Raúl, lo conoció en el autobús, camino del trabajo. Su susurro no cabe en el tiempo de Osmán, que se aferra al cuerpo de la telefonista de la empresa. Tres vueltas adelante, porque ruedan, Stella cambia de brazos: Daniel que la cansa, el mecánico de la línea. Mofletudo y disparatado, pero con la suficiente voluptuosidad para hacerla feliz. Osmán comprende, no debe dejarla adelantarse. Busca, sigue buscando, revuelve. Su lance es peligroso, escoge a la vecina de enfrente, todas las mañanas la espía mientras riega las flores: apenas una batita y chancletas.
Stella huye, presiente una intromisión enfermiza. Daniel le ha defraudado, pero toma a Carlos. Para colmo es el hermano menor de Osmán. Quiere entregarse sin ambages, lo que pasa es que la cercanía emocional de Osmán no la deja. La vecina de enfrente es muy alocada, inquieta y los músculos de éste deben recomponer el desequilibro. En su huida, Stella atrapa a César: motorista, conserje, señor de los mandados, le atiende bien y hasta le compra el almuerzo.
Parecen satisfechos, han logrado la aceptación espiritual por encima del desdén físico.
Por si acaso, vuelven a besarse. Osmán evade los dientes y emprende una bajada rápida por el cuello. Se encuentra a Yolanda, la de contabilidad, que pasea todas las mañanas sus senos fluctuantes por la oficina. Hunde el hocico, inhala. Lo que pasa es que Yolanda es propensa a la vulgaridad, a la jactancia; el estruendo de su risa lo hace abandonarla ¿Quién?, ¿quién?, ¿quién? ¡Dios mío!... ¿Quién podrá ser?, mientras Stella se abrocha a Fernando: Ingeniero de planta y todo.
Siguen rodando. En el ínterin, Stella cambia a campeón de fútbol mundial. Músculos recios, gigante, lo ha visto sin querer en el periódico; se aprieta a aquel cuerpo que la llena toda. Osmán entiende, Stella se ha empleado a fondo, debe ir tras ella, si no quiere que… De entre las figuras que le quedan, las que todavía lo asombran, toma la más sobresaliente: heroína de Hollywood. Mujer lasciva, impecable, cuerpo moldeado a tajos de bisturí y ejercicios. Ahora sí, están completos, se enfrascan, hundiéndose.
De aquella unidad nace el ritual que los lleva más allá de los cuerpos agotados, por encima de la irresponsabilidad del hogar hecho añicos, del divorcio inminente. (Dejémoslos cansarse, permitamos el acto puro). Cuando terminen (¿No afloran ya los primeros síntomas del cansancio?), cuando consigan detener la agitación, Stella va a empezar a gritarle, a inventar reproches, a echarle en cara su invalidez (tal vez eso ocurra más pronto de lo que suponemos). Osmán no tendrá más remedio que levantarse avergonzado, asentir e irse a dormir al duro sofá de la sala. Ese sitio de tristeza que hace años ocupa.

viernes, 13 de febrero de 2015

Raúl López gana el Monteforte Toledo 2014

Raúl López Lemus. Fotografía de Jesús Rivera.

Volvemos después de tanto tiempo para informarles que hoy Raúl López Lemus, autor de mimalapalabra, recibió la noticia de haber sido elegido como ganador del XIV Premio Centroamericano de Novela Mario Monteforte Toledo que cada año se entrega en Guatemala. 
Raúl López, que labora como profesor de la Carrera de Letras de la UNAH-VS desde hace ocho años y publicó en 2013 el libro de cuentos Entonces, el fuego, había ya obtenido numerosos premios en Honduras pero no es sino hasta ahora que da el salto internacional.
El Premio Mario Monteforte Toledo lo han obtenido, entre otros escritores, los guatemaltecos Adolfo Méndez Vides y Maurice Echeverría y la salvadoreña Jacinta Escudos. El más reciente hasta ahora era el costarricense Carlos Cortés, con la novela El corazón de la noche. Raúl López se convierte en el primer hondureño en la lista de ganadores del premio en sus dieciséis años de existencia. ¡Enhorabuena, Raúl!