viernes, 30 de septiembre de 2011

Los escritores que matan


Hemingway, al menos, mataba elefantes, o se mataba a sí mismo, que ya es algo...
De los aludidos por Héctor Abad Faciolince en el siguiente artículo, en Honduras hay unos cuantos, sobre todo "poetas", que más que poetas parecen saltamontes, de país en país, de festival en festival, engrosando curiosamente el currículum y el ego, como si eso fuera literatura...
Hace dos o tres meses, en un editorial muy polémico con el que nadie polemizó, la revista Arcadia criticaba —por sosos y aburguesados— a los escritores de hoy en día, que se pasan la vida viajando, de feria en feria, de fiesta en fiesta y de coctel en coctel.
Citando a Daniel Kalder, un escritor escocés, Arcadia se preguntaba qué se hicieron “los escritores que se han atrevido a matar”. Y a continuación hacía su propia lista de escritores que “asesinaron” (el verbo era inexacto, pues lo que hicieron fue matar en combate, como soldados, pero en fin): Cervantes en Lepanto, Lope en el mar, Tolstoi en Crimea, Churchill en Sudán… No había que ir tan lejos; podrían haber mencionado a William Burroughs, que mató de un disparo a su mujer, Joan Vollmer, o a un par de filósofos franceses: Louis Althusser, que estranguló a su esposa, Hélène, o a Jean Paul Sartre, que no mató con sus propias manos, pero que sí llegó a aconsejar (a los pueblos oprimidos del Tercer Mundo) el asesinato, aunque sólo de hombres blancos. Y un escritor mediocre, pero muy aventurero, le cogió la caña, y mató sin hígados: el Che Guevara.
La conclusión de Arcadia era muy melancólica: los aburridos escritores de hoy en día no tienen “experiencias oscuras” ni “vocación de abismo”, viven alejados “de la dura suciedad de la vida real” y están tan apoltronados que no se sublevan “ante las falsas libertades del capitalismo”. Para ilustrar, en cambio, al escritor aventurero, en la foto salía Hemingway, apuntando con una escopeta. Él, al menos, mataba elefantes, o se mataba a sí mismo, que ya es algo. Yo debo reconocer que me sentí tristemente aludido por ese editorial. Viajo más de lo que quiero; asisto a las presentaciones de mis libros; contesto siempre lo mismo en las idénticas entrevistas que me hacen, y sobre todo (y más grave aun) no he matado a nadie.
Desde ese día no hago más que preguntarme a quién podría matar yo para ser considerado un escritor serio, apasionado, apasionante, metido en el sucio mundo de la vida real. ¿A mi mujer? Me da pesar, tiene dos hijos chiquitos. ¿A algún expresidente de la República? ¿Quién no habrá tenido ganas de matar a un expresidente? Pero para decir la verdad, es un mal pensamiento pasajero, con el que no me embeleso. ¿Al vecino de la música electrónica constante? Hombre, no es para tanto. ¿A un jefe guerrillero o paramilitar, en directo ante las cámaras, durante una entrevista? Si digo que sí, nunca me van a dar una entrevista… ¿Al presidente del Banco Mundial, o a Obama, por aquello de “las falsas libertades del capitalismo”? No, francamente, por indignado que esté, no me siento capaz. Más bien me resigno a ser el aburrido que soy, y sigo practicando el quinto mandamiento. ¿Al menos un conejo en una cacería? Ni siquiera. ¿Una mosca, pues? Eso sí; me voy a comprar un matamoscas.
Qué voy a matar yo, si ni siquiera robo. El otro día otra revista virtual hizo una gran encuesta sobre libros. La pregunta número 29 era: “Uno que se haya robado”. Pensé y pensé y nada. ¡Qué pelota, qué güevón! No solo no he matado sino que ni siquiera he robado libros. En cambio todos (o casi todos) mis colegas, impertérritos, dieron su título de libro robado. Entonces pensé: pues bueno, los escritores de hoy en día son tan jartos que no han matado a nadie, pero al menos ladrones sí son. Como roban “cultura”, supongo que se sienten disculpados. Me sentí pésimo, cada vez más hundido en la mediocridad, cada vez más aburrido. Pero me hice un propósito: jurarle a la directora de Arcadia, Marianne Ponsford, que la primera vez que me invite a una fiesta en su casa (parece que hace muchas), no la voy a matar, eso no, pero al menos un libro sí me le voy a robar. Y ya sé cuál: la primera edición de Poeta en Nueva York.

Asturias y el indio


Miguel Angel Asturias.
Definitivamente, tiene razón Juan Gabriel Vásquez, da pereza leer a Asturias:
Hace unos meses, estando yo de paso por Guatemala, tuve dos golpes de mala suerte: uno, que me preguntaron mi opinión sobre Miguel Ángel Asturias; dos, que no pude responder con una mentira. (Nunca he sido capaz de elogiar un libro sin sinceridad, cosa que entre los escritores se hace todo el tiempo, ni he sido capaz tampoco de despotricar contra un libro cuando está de moda hacerlo, cosa que entre los escritores se hace aun con más frecuencia).
De repente me vi a mí mismo balbuciendo que sí, que bueno, que El señor Presidente tiene su importancia, claro, pero que nunca he sido capaz de entrar en Hombres de maíz, y que de todas formas Asturias era un escritor provinciano y acomplejado y hasta racista que hubiera mantenido la literatura latinoamericana en la cerrazón y el atraso si no hubiéramos contado, en su generación, con otros nombres realmente grandes. “¿Cómo quién?”, me preguntó alguien con tonito indignado. “Bueno, como Borges”, le dije. Y ahí se acabó el asunto: un silencio incómodo, unas miradas de reproche, pero nada más. Los guatemaltecos son gente cordial y hospitalaria y a un extranjero le perdonan casi cualquier cosa.
Pobre Asturias: 1899, el año de su nacimiento, es también el año en que nació Borges, que lo superó en influencia, en importancia, en humor y en talento; 1967, el año de su premio Nobel, es también el año de publicación de Cien años de soledad, la novela que hizo de verdad lo que El señor Presidente apenas había rozado: reinventar la relación que la realidad latinoamericana tiene con el mundo de lo sobrenatural, lo supersticioso y lo mítico. Las dos coincidencias en el tiempo incomodaron tanto a Asturias que le hicieron pelar el cobre: a García Márquez lo acusó de plagio, como se sabe, y a Borges le lanzó pullas en las cuales el peor librado no era Borges, sino Asturias. El ejemplo perfecto es aquella declaración que le dio a Rita Guibert, una periodista que lo entrevistó en los años setenta. Yo la suelo utilizar en mis clases para ilustrar el provincianismo y los complejos de que hablaba antes. Asturias está criticando a esos escritores que no escriben literatura comprometida, que se aíslan, que se interesan por “temas psicológicos”. Y luego sentencia: “Creer que nosotros los latinoamericanos vamos a enseñarles a los europeos a filosofar, a escribir novelas egocéntricas o psicológicas, creer que nuestra sociedad es lo bastante madura como para producir un Proust o un Goethe, sería soñar despiertos y engañarnos a nosotros mismos”.
El premio Nobel le fue negado a Borges por razones políticas o de corrección política, por alguna ambigüedad que dijo o alguna invitación que aceptó; y aunque no voy a ser yo quien proteste por enésima vez, me gusta preguntarme qué habría sucedido si el correctísimo jurado sueco hubiera leído El material humano, la bella novela de Rodrigo Rey Rosa que acabo de leer y en la cual he encontrado esta cita que el futuro Nobel guatemalteco perpetró en los años veinte: “En rigor de la verdad, el indio psíquicamente reúne signos indudables de degeneración; es fanático, toxicómano y cruel”, dice Asturias. Y concluye, o más bien recomienda: “Hágase con el indio lo que con otras especies animales, como el ganado vacuno, cuando presentan síntomas de degeneración”.
No creo que haga falta explicar nada.

jueves, 29 de septiembre de 2011

Suerte la de Borges por no tener que sufrir a su mujercita


"Espero tener la lucidez suficiente como para, llegado el momento, saber que no tengo nada más que decir y saber parar a tiempo". Lo dijo Saramago, todavía joven, en un momento en el que pensaba en cómo serían sus días de anciano. Y es que Saramago sabía que la vejez no es siempre sinónimo de sabiduría, como suele creerse. María Kodama, la viuda de Borges, por ejemplo, entre más vieja se muestra más pendeja. Su última ocurrencia fue seguir el consejo de su abogado, un abogado que no se sabe si es más imbécil o más oportunista, y obligar a la editorial Alfaguara a retirar el libro El hacedor (de Borges). Remake, de Agustín Fernández Mallo, por considerar la publicación de ese libro "una falta de respeto", por supuesto a ella, no a Borges. Que nadie intente explicarle a la Kodama que lo de Fernández Mallo no se trata de un plagio al libro de Borges ni mucho menos, porque será inútil. "Es triste llegar a viejo", dicen algunos. En caso como éste tienen toda la razón.
Para leer la nota completa, en ElCultural.es.

viernes, 16 de septiembre de 2011

¿Dónde está Houllebecq?


Michel Houellebecq.
Todo el mundo busca a Houellebecq últimamente. Resulta que debía cumplir con algunos compromisos editoriales en Holanda y no se ha presentado. No responde e-mails, el teléfono ni a la puerta de su casa. En La Vanguardia explican todo eso:
El escritor francés Michel Houellebecq (Reunión, 1956 o 1958), último premio Goncourt por su novela El mapa y el territorio se ha hecho célebre, sobre todo, por su obra literaria, que refleja como pocas el vacío vital del hombre contemporáneo y aborda temas como el turismo sexual, el sadomasoquismo o la clonación, pero también –un poco– por su personalidad extravagante. Esta semana, tenía que emprender un tour por varias ciudades de Holanda y Bélgica para hablar de sus libros y no se ha presentado ni dado ninguna explicación a los organizadores, que tampoco consiguen localizarlo. No responde sus emails desde junio, ha suprimido su perfil en Facebook y cambiado de número de teléfono. Internet hierve con las especulaciones más disparatadas sobre su paradero. ¿Dónde está Houllebecq?, se pregunta la comunidad literaria internacional.
"No sabemos qué sucede –ha dicho Barbara Simons, portavoz de los organizadores del tour literario–, es extraño, no tenemos noticias y él no ha llegado". Se le esperaba el martes en Amsterdam, para que leyera fragmentos de su última novela y concediera diversas entrevistas. Entre el 12 y el 15 de septiembre, tenía programados actos en Amsterdam, La Haya y Bruselas.
Ni Flammarion (hasta última hora de ayer) ni su agente literario, ni su traductor al holandés ni sus editores españoles tenían noticia del paradero del escritor y llevaban más de dos meses intentando contactar con él en vano. El diario Le Parisien apunta que el escritor estaría sufriendo "serios problemas de salud", que habrían conducido a su reclusión aunque ya se estaría recuperando. La última vez que fue visto fue, según el testimonio del periodista David Caviglioli en Le Nouvel Observateur, el pasado 1 de septiembre, deambulando por una calle de París: "Vi a lo lejos un vagabundo que trotaba cuya silueta me resultaba familiar. Un cráneo macizo, vagamente desguarnecido, un cuello doblado bajo un peso invisible, una gran parka negra descolorida, a pesar del sol. Reconocí a Houellebecq. Su presencia en Chinatown no me sorprendió". Nervioso, "intenté formularle una pregunta sobre su reciente viaje a la Patagonia. No pareció escucharla, sus pies reemprendían su ruta, me dirigió una sonrisa discreta y una mirada ausente. 'Contento de haberle encontrado', dijo".
Se da la circunstancia de que en El mapa y el territorio aparece un personaje escritor que se llama Houellebecq y que gusta de aislarse del mundo, desapareciendo en una casa de la costa irlandesa, donde no recibe a nadie ni contesta mensajes. El protagonista de la novela, el artista Jed Martin, se pasa una buena época intentando localizarlo y no lo consigue. El Houellebecq real tiene una casa en la costa andaluza, donde le sitúan algunas especulaciones. Otros dicen que está en el canal de Beagle, en la Patagonia. Otras fuentes editoriales francesas aseguran que "está en su casa y se encuentra bien de salud", pero reina una gran confusión.
De hecho, Piet Joostens, de la organización de su tour, declaró ayer: "Yo no me alarmaría todavía, no tenemos ninguna evidencia que apunte a que se trata de una persona desaparecida. Por supuesto que estamos preocupados. Había sucedido antes que no contestara llamadas ni correos, pero es la primera vez que da plantón a su público". En la web circulan todo tipo de rumores, desde una maniobra de márketing a un secuestro a manos de Al Qaeda, ya que había sufrido amenazas de integristas islámicos.
Houellebecq sufrió una depresión psicótica en los años 80, cuando pasó a engrosar las filas de los desempleados franceses. Unos años después (1994) publicaría Ampliación del campo de batalla, su primera y exitosa novela. Conocido por sus respuestas provocadoras –en ocasiones, en estado de ebriedad–, a veces sus ruedas de prensa han sido una sucesión de monosílabos –"sí", "no", "no sé"–. Quien esto firma, le entrevistó una vez en León. Se presentó con retraso en una de las majestuosas salas del parador... en pijama, y sobre la ropa de dormir una parka negra muy parecida a la que describe Caviglioli.

jueves, 8 de septiembre de 2011

Nueva edición de Afinidades


Afinidades, el libro de ensayos sobre literatura hondureña que Hernán Antonio Bermúdez publicó hace varios años con la editorial de la SCAD, vuelve ahora, aumentado y mejorado, con el aporte de Bayron Benitez, diseñador de la carátula, y de Otoniel Natarén, quien se encargó de la diagramación. Nuevos ensayos y nueva apariencia hacen de esta edición de Afinidades con Mimalapalabra Editores (segundo título de la colección Convergencias) una de las noticias literarias más agradables de los últimos meses en Honduras. Estén atentos, que pronto llegará a las librerías.