jueves, 23 de septiembre de 2010

Los mejores cuentos del siglo


Anton Chéjov. Fuente: thevacaespacial.blogspot.com
Juan Gabriel Vásquez hace balance de una encuesta de Babelia a escritores contemporáneos sobre los cuentistas que ellos consideran imprescindibles:
Con un pretexto tan bueno como cualquier otro —los 150 años del nacimiento de Chéjov, cuya foto está, por lo menos virtualmente, en el escritorio de todo cuentista—, el suplemento Babelia le ha dedicado un número al género del cuento, y ha pedido a un puñado de lectores más o menos asiduos que escojan su cuento favorito.

Una tarea imposible, por supuesto, porque ningún lector dedicado de cuentos podría jamás escoger uno solo por encima de los demás: todos tenemos nuestro inventario privado, una suerte de santoral laico, esos cuentos a los que volvemos siempre y que podemos recitar de memoria, o al menos algunos párrafos bien escogidos. El primer párrafo de “La dama del perrito”, de Chéjov. El último de “Los muertos”, de Joyce. El último (que sólo tiene un par de líneas) de “El sur”, de Borges. O las primeras líneas (los párrafos son muy largos) de varias maravillas de Cortázar.

La lista de Babelia tiene su gracia: si bien casi todos los cuentistas son los sospechosos habituales, los cuentos escogidos sorprenderán a más de uno. De Cortázar, por ejemplo, Guadalupe Nettel ha escogido “Graffiti”, cosa que a mí —que siento verdadera devoción por “Cartas de mamá”, o por la elegancia insuperable de “La isla a mediodía”, ya no digamos por el metódico desorden de “El perseguidor”— me resulta incomprensible. Fernando Iwasaki, frente a la tarea cruel de escoger un cuento de Borges, ha optado por “El espejo y la máscara”. Entre los cuentos que más veces he releído hay varios de Borges (“El sur”, “La muerte y la brújula”, “Emma Zunz”), pero “El espejo y la máscara” no es uno de ellos. Y la verdad, esas preferencias idiosincrásicas me reconfortan: son la prueba de que en los grandes cuentistas hay vida más allá de los lugares comunes.

Hay una sola ausencia verdaderamente incómoda: no hay en la lista ningún cuento de Hemingway, y eso seguirá alimentando mi (peregrina) teoría de que hay un desencuentro fatal entre el gran Ernest y los lectores españoles. Hemingway no cae bien en España: los reaccionarios le echan en cara haber sido tan republicano durante la Guerra Civil, los progresistas le echan en cara haber sido tan aficionado a los toros, y todos le echan en cara haber dicho tantas verdades sobre los españoles o haber tomado tanto vino o haberse acostado con Ava Gardner: es decir, lo que todo español quería hacer en esa época y no pudo. No se me ocurre otra razón para que en una lista de los mejores cuentos del siglo no esté “Las nieves del Kilimanjaro”, o “Los asesinos”, o La corta vida feliz de Francis Macomber”.

Pero donde no hay Hemingway, bueno es Fitzgerald. El autor de El gran Gatsby llegó a publicar muchos, pero muchos, cuentos mediocres, pero algunos son formidables y entre éstos hay más de una verdadera obra maestra. Una de ellas es “Regreso a Babilonia”, que fue el que escogí yo para la lista. Me acordé de las notas de El último magnate, la novela inconclusa de Fitzgerald: “Las vidas americanas no tienen segundos actos”. Eso es lo que demuestra “Regreso a Babilonia”, un retrato en una veintena de páginas de una vida arruinada por el alcohol y el dinero (o el poco control sobre él). Un hombre muy parecido a Fitzgerald vuelve a París para tratar de rehacer su vida, y fracasa. Eso es todo lo que sucede en el cuento. Y es maravilloso.

El regreso de Bret Easton Ellis


Bret Easton Ellis. Fuente: Michael Nagle for The New York Times.
Bret Easton Ellis, el autor de Lunar Park, ha vuelto, informa El País:
Bret Easton Ellis (Los Ángeles, 1964) no había vuelto a releer Menos que cero en 18 años. Así que cuando decidió hacerlo tomó la decisión de retomar el personaje de Clay y contar en lo que se había convertido su antiguo personaje con el paso del tiempo. Suites imperiales (Mondadori) salió a la venta el 17 de septiembre y Babelia ofrece en su edición digital el primer capítulo.

En la novela no se describe a un personaje que haya madurado. El tiempo no ha ayudado demasiado al chico mimado que era Clay. Se ha hecho más débil y cobarde. Sigue vestido como un adolescente, conduce un BMW, se pasa con el tequila, le gusta la música de Warren Zevon y lleva el iPhone bien agarrado en el bolsillo, pendiente de los amenazadores e-mails que recibe. Convertido en guionista de éxito, a caballo entre Nueva York y Los Ángeles, se mantiene como un personaje a la deriva, capaz de cometer las mayores brutalidades con tal de conseguir algo de placer. Las drogas, el sexo, el alcohol y la vacuidad siguen siendo el eje de su vida y de los personajes con los que se relaciona.

Con su habitual estilo frío y descarnado, Easton convierte su novela en una sátira de la sociedad que le ha tocado vivir. El autor de Menos que cero describe con crudeza el ambiente que rodea el mundo del cine, plagado de personajes, guapos a rabiar, de dientes de un blanco antinatural, proclives a ponerse en manos de un cirujano estético antes de tiempo y dispuestos a lo que sea por participar en el casting de la próxima película de moda.