miércoles, 30 de mayo de 2012

Desliz lapidario en El Heraldo


En la imagen, tres ilustres poetas, que siguen siendo desconocidos para algunos de nosotros pues el pie de foto de la nota no contenía sus nombres.
Lo lamentable no es que, según esta nota de El Heraldo, el poeta Óscar Acosta haya muerto y no nos hayamos enterado sino que además, se haya cumplido el primer aniversario de su fallecimiento. La periodista Carmen Godoy, firmante de la nota, seguramente confundió a Acosta con Roberto Sosa y vino a ponerle la lápida al primero sin demasiada ceremonia. El tema es un festival internacional de poetas (ilustres poetas desconocidos, como dice un amigo) celebrado en la cultísima Tegucigalpa recientemente, en el que, según leemos, "el respeto a los derechos humanos es uno de los tantos temas sociales" abordados por los participantes. El fragmento lapidario de la nota es éste:
El Primer Festival de Poesía se le dedicó al poeta Óscar Acosta y este año hay una parte del festival que se hizo en homenaje a este poeta, ya que la fecha en la que se desarrolló esta actividad coincidió con la del primer aniversario de la muerte de este grande de las letras hondureñas.
Desde San Pedro Sula le va un fuerte abrazo a don Óscar cuya literatura tiene tanta vida que habrá de pasar mucho tiempo antes de verla entrerrada.

lunes, 28 de mayo de 2012

La repetición de la repetidera

Cuando uno lee artículos escritos por una mujer poeta extranjera siente algo parecido a la nostalgia, pero no una nostalgia por algo que ha perdido sino por algo que nunca ha tenido. Y es que en H es tan difícil encontrar una "poetiza" (perdón si les molesta la palabrita) que logre deslumbrarlo a uno más que con sus versos, si es que tal cosa llega a suceder alguna vez (perdón de nuevo). Aunque esto, en términos generales, aplica para poetas y poetizas: rara vez escribien bien otra cosa que no sea poesía. Pero mejor leamos a Piedad Bonnett, una poeta colombiana que no sólo puede jactarse de escribir buenos poemas:
Alguna vez, siendo jurado de un concurso de poesía en Medellín, asistí a un debate entre mis colegas, dos reconocidos escritores, sobre el libro de uno de los finalistas con mayor opción; aunque tenía muchos aciertos, decían, lo malograba el hecho de que fuera una pobre imitación del poeta X.
Como yo no conocía bien la obra del poeta X, un autor local, no podía terciar en la discusión desde esa perspectiva. Sin embargo, el argumento fue tomando tal peso en la decisión de mis compañeros que finalmente, después de muchos ires y venires, ellos se impusieron y le dimos al libro cuestionado un modesto tercer lugar. Al abrir las plicas pudimos comprobar, con horror, que el libro era del poeta X.
Una de las muchas interpretaciones de este episodio podría ser que un autor se puede copiar a sí mismo; y aunque parezca increíble, mientras mejor lo haga más mal le resultará, pues eso significa que se está repitiendo, pero sin el impulso y la fuerza que su obra tuvo en algún momento. Pecado grave, si tenemos en cuenta que se espera de un artista que no codifique su lenguaje, que se reinvente y no se deje asfixiar por su propio estilo.
Nadie está exento de que esto le suceda, ni los grandes maestros. Y nos duele, cuando de ellos se trata, pues es difícil que una larga vida creativa no termine en agotamiento. Lo vemos en Botero, un pintor extraordinario en sus primeras obras, pero que, víctima de su propio hallazgo, a partir de cierto punto se banaliza; y en García Márquez, ese buscador incansable, genio capaz de escribir El coronel y El otoño, dos obras magníficas y a la vez enteramente distintas, que copia sin la misma potencia su propio realismo mágico en algunas de sus últimas novelas. En todo creador, pues, habita un posible enemigo de sí mismo, cuya amenaza crece a medida que se llega a la vejez. Y se necesita coraje tanto para silenciarse como para asumir que el arte es una búsqueda perpetua.
También le sucede, aunque de otra manera, a Fernando Vallejo, nuestro Bernhard criollo, ese escritor apasionado, en últimas un moralista, que a punta de sarcasmo e ironía ha señalado en sus novelas la mala entraña de “este paisito de mierda” y en general del universo. Después de escribir sus primeras obras, y la extraordinaria biografía de Barba Jacob, Vallejo, un hombre amable en la intimidad, refinó el personaje que inventó para sí mismo y se convirtió en un profesional del escándalo que aprovecha la “fascinación de la cultura moderna por quienes putean”, de la que habla el incisivo Piglia. Es que eso da sus réditos y él lo sabe. Lo vemos, pues, desde hace años, vertiendo frente al público y los periodistas sus viejas ideas, con apenas leves variaciones, e insultando y despotricando, de una manera ya conocida, contra el papa, los presidentes, las mujeres paridoras y todo lo que se le ocurre. A muchos su perorata les fascina. A otros, ya no sólo no nos divierte ni nos convence, sino que nos fatiga. Lástima, porque es fácil compartir sus juicios.
Por los lados del periodismo hay también quienes perseveran en los papeles que se han autoimpuesto, hasta volverse predecibles. Son los idénticos a sí mismos, aquellos cuya mirada se ha petrificado en el tiempo porque para ellos el mundo ya está definido. Y no es que no disfrutemos, al lado del análisis frío de la mayoría, de la aguda perversidad crítica y el humor corrosivo capaz de develar lo que de podrido hay en Dinamarca. Es que el arte de la diatriba, cuando viene en el mismo empaque por años y años, en forma programática, pierde su poder contestatario, su capacidad subversiva. Es más, se oficializa. Y no creo que haya un mayor contrasentido que un rebelde oficial y de oficio. Aunque, como dice un ingenioso poeta amigo, hay una explicación posible: que el que es caballero repite.

jueves, 24 de mayo de 2012

Censura y patrioterismo


Patriotas hondureños saludando a sus próceres.
El escritor peruano Iván Thays, muy conocido por su blog Moleskine Literario, publicó recientemente un nuevo artículo en ese otro blog, Vano oficio, que administra para el diario español El País. En esta ocasión, Thays cita a Salman Rushdie, un escritor más que autorizado para hablar de la censura. Es un artículo que yo recomendaría leer atentamente a esos "lectores" hondureños que corren a aplaudir cada vez que Julio Escoto publica una nueva novela patriótica. La recomendación vale también para Julio Escoto. Saludos, Juventud. Pero vámonos con Thays:
A las causas políticas, morales o religiosas que menciona Rushdie hay que sumar otras que, de manera más sutil pero con igual contundencia, actúan como entes censores en la actualidad. La primera causa es el mercado. Como dice La civilización del espectáculo de Mario Vargas Llosa, la publicidad ha reemplazado a la crítica y el mercado es quien dicta la norma. Nada se puede publicar si no ha sido aprobado antes por el mercado. Ninguna editorial, librería o agente literario podría sobrevivir si no logra una ecuación equilibrada entre autores que el mercado exige y autores que le dan prestigio, aunque representan pérdidas. Y si las pérdidas son mayores que las ganancias, editoriales, librerías y agencias (y autores) quiebran indudablemente. Es casi imposible escapar del mercado, que no censura directamente sino que lo hace a través de sus reglas invisibles. Copar las mesas de novedades y las páginas culturales, hundir en el olvido las obras que no participan del espectáculo y mimar hasta el disparate a los autores best-sellers son algunas de esas reglas. La ley general es la frivolidad y hacia eso apunta. Incluso los libros que no son fáciles o superficiales sino incluso complejos, tienen cabida si el mercado ha sabido adoptarlos a sus reglas que todo lo frivoliza. Hace unos años, por ejemplo, en España se dio un fenómeno interesante: uno de los libros más vendidos del año fue Vida y Destino de Vasili Grossman. Un monumento histórico y meticuloso de más de 1,100 páginas sobre el cerco de Stalingrado, escrito en la década de los 40, publicado póstumamente a fines de los 70 en inglés y francés, traducido en el 2007 (versión íntegra) al castellano. Un éxito de ventas y de crítica. Pero ¿cuántos lectores están capacitados en realidad para leer un libro semejante? Poquísimos. Bajo las reglas del mercado, comprar un ejemplar complejo es adquirir un bien prestigioso, engalanar tu biblioteca con el libro del que todos hablan, pero no es una exigencia leerlo. Basta con poseerlo.
Otro factor de censura es el patrioterismo. Como sucedía con los comisarios estalinistas (aquellos que nunca hubieran dejado publicarse, justamente, Vida y Destino), el patrioterismo crea una exigencia en los escritores: mostrar una realidad positiva, no provocar la duda o el cuestionamiento, dar vivas a la patria y a sus protagonistas contemporáneos (escritores, artistas, chefs, deportistas, lo que sea). En pocas palabras: no ser un aguafiestas. Cuando en el 2010 se le otorgó el Premio Nacional de Chile a Isabel Allende, sus defensores subrayaron que ella había "puesto en el mapa" literario a Chile. No se discutía la calidad de sus obras, y menos en comparación con la de otros autores propuestos para el premio, sino el que gracias a ella Chile tenía una autora de bandera. Los críticos de Isabel Allende eran envidiosos, malagradecidos o antipatriotas. No se puede criticar a ningún personaje sobre el cual reposa la autoestima nacional. Recordemos que hace un año se intentó, en la Feria de Libro de Buenos Aires, que el recién galardonado con el Nobel Mario Vargas Llosa no inaugure la Feria porque "insultó" a Cristina Kirchner al criticar su gobierno. ¿No es eso censura? Si se mantiene esa idea patriotera que obliga a todos a apoyar ciegamente la causa nacional, y se suma a ello la mentalidad positiva de los empresarios embrutecidos por cursos de coaching, pronto tendremos comisarios de un nuevo estalinismo liberal: aquel que solo acepta a los autores que consiguen triunfos internacionales, más allá de su calidad literaria, y cuyas obras logran posicionar al país como un lugar de ganadores.
Como dice Salman Rushdie en su intervención: "El arte no es entretenimiento. Cuando el arte es muy bueno, es una revolución". Y ninguna revolución se logra siguiéndole el ritmo a un discurso hegemónico, a un slogan patriótico o a las pretensiones del mercado. Defender los libros de la censura, como pide Rushdie, implica no solo defender el derecho a escribir, sino el derecho a escribir sobre -o contra- lo que uno quiera.

miércoles, 23 de mayo de 2012

Castellanos Moya: Violencia y ficción en L.A.

"Lo que es vicioso y maligno para el hombre y la sociedad constituye muchas veces el alimento principal para la creación literaria. Lo que es negativo para las sociedades latinoamericanas puede que sea el principal nutriente de su literatura. ¡Cuidado!: esta es una idea peligrosa si se asume de manera simplista, sin gradaciones ni matices: nadie necesita encontrarse un cuerpo descuartizado a la puerta de su casa para escribir una buena novela; nadie necesita sufrir la violenta pérdida de un ser querido para tener un tema para su próximo cuento. Lo que quiero decir es que no se escriben obras artísticas relevantes a partir de la felicidad y la autocomplacencia, de la inercia propia de quien cree haber arribado al punto de llegada, a la “meta” de la historia, y que el círculo vicioso de la violencia, y los esfuerzos que las sociedades latinoamericanas hagan por salir de él, generan una vitalidad que seguirá encontrando cauces y enriqueciendo la ficción que se escribe en esa región. Y también quiero apuntar que, más allá de la violencia política y social, la ficción siempre tratará de ir más a fondo –eso es lo suyo–, de hacer esas incisiones verticales que con tanta maestría hizo Rulfo, a fin de detectar y reflejar esas otras violencias que se esconden en el corazón del hombre, que se parapetan en la máscara de la respetabilidad, que se refrenan bajo el rictus tolerante del ciudadano civilizado, pero que una vez que los controles colapsan salen a la superficie abruptamente, contundentes, como ha sucedido tantas veces en la historia y seguirá sucediendo. Es ahí donde está la llamada marca de Caín, en el corazón de la especie, y si el escritor trata de bajar por esas pendientes escabrosas, a veces abismales, donde se esconden los nidos de esas otras violencias, su obra será también un reflejo de ello".
Horacio Castellanos Moya. Fragmento de su ponencia "Violencia y ficción en Latinoamérica: ¿círculo vicioso o marca de Caín?", presentada en el “Primer Coloquio Internacional de Estudios latinoamericanos: Literatura y política. Perspectivas actuales”, que se llevó a cabo en la Universidad de Palacky, en la República Checa, del 4 al 6 de mayo recién pasado.
Para leerla completa, entre AQUÍ.