lunes, 21 de enero de 2008

Crónica familiar

Hernán Antonio Bermúdez es quizá uno de los primeros lectores de Horacio Castellanos Moya en Honduras, algo que bien valdría para calificarlo como el “descubridor” de este excepcional narrador honduro-salvadoreño que se pasea con solvencia en las Grandes Ligas de la literatura mundial. En esta entrega 29 de mimalapalabra, Bermúdez nos reseña, con amplio conocimiento y afinado sentido crítico, la última novela del narrador, Desmoronamiento, publicada por Tusquets el 2006, que tiene como escenario principal Tegucigalpa, como fondo el conflicto bélico entre Honduras y El Salvador y como personajes a los miembros de una familia acomodada que asume con la diáspora su ocaso en una casona de El Hatillo.
Hernán Antonio Bermúdez
Desmoronamiento. Horacio Castellanos Moya. Tusquets Editores. Barcelona. 216 Págs.
“Uno debe tener siempre las botas puestas, y estar listo para partir”. Michel de Montaigne
Desmoronamiento es el título de la novela de Horacio Castellanos Moya publicada por Tusquets Editores en el 2006. Por primera vez en su corpus narrativo, la acción novelesca se desarrolla, al menos en las dos terceras partes del libro, en Tegucigalpa, ciudad natal del autor, y donde vivió la familia Moya Posas, su rama materna. Este linaje ha dado destacados hombres de letras como David Moya Posas y la propia abuela del novelista, Emma de Moya Posas, tuvo, en su momento, veleidades literarias.
En ninguna parte se oculta más un escritor que en su propio ámbito familiar y, sobra decirlo, el parentesco es una de las tiranías más primitivas. No en vano Gerald Durrell (hermano de Lawrence) escribió dos libros con los títulos Mi familia y otros animales y Pájaros, bestias & parientes. Castellanos Moya emprende en Desmoronamiento una búsqueda –un reconocimiento, más bien- de sus raíces hondureñas y revalida que, como el caracol, uno carga con su casa a cuestas y no puede desprenderse fácilmente de sus ancestros.
Tras la lectura de esta novela, queda la impresión de que el autor sintió la necesidad expresiva de recoger –y lidiar con- parte de su pasado, de hacer un ajuste de cuentas, de escribir y reescribir fragmentos del historial familiar. En esta recuperación de la memoria utiliza, por supuesto, material autobiográfico abierto y encubierto.
Pero la memoria, se sabe, es selectiva: hace añadidos para restaurar algún vacío, omite lo incongruente, lleva a cabo reacomodos, cambia los énfasis y dondequiera que la experiencia pareciera carecer de sentido intenta sugerirlo o inventarlo.
Éste es el libro más personal de Castellanos Moya y si bien contiene seguramente datos de su vida real no es en sí mismo autobiográfico. Sólo ciertos hechos o incidentes son verdaderos. Me explico: puede que algunas situaciones psicológicas o contextos emocionales de la novela correspondan a una vivencia genuina pero los detalles de la misma a menudo son del todo ficticios.
Vale decir, por más de que el autor recree episodios que le pertenecieron, que formaron parte de su saga familiar, los personajes, atmósferas y contextos han sido alterados o han sido objeto de un reordenamiento imaginativo. Con todo, su inmediatez resulta enteramente convincente.
Lo difícil de comenzar un relato es con frecuencia encontrar un punto de vista y un tono a partir del cual narrar la historia. En Desmoronamiento esto se consigue de tres maneras diversas en las tres partes en que se divide la novela. Veamos.
En la primera, la acción se ubica en la casa solariega –la heredad familiar, entre pinares- en El Hatillo, esa “montaña mágica” que rodea a Tegucigalpa por el Norte, encumbrada sobre la llanura prosaica donde se extiende la ciudad, a finales de 1963, una vez perpetrado el golpe de estado contra el gobierno liberal de Ramón Villeda Morales. Allí se asiste a los parlamentos diríase teatrales (fluctuantes entre la histeria y el melodrama) que intercambian Doña Lena, acomodada matrona, intolerante y enérgica (quien sabe ejercer la química del odio y cuyo fanatismo anti-comunista sería de mal gusto incluso en una cena rotaria), y su marido Erasmo Mira Brossa, connotado dirigente del Partido Nacional de la época y hombre de confianza del ex-dictador Tiburcio Carías. Ambos personajes remiten irremisiblemente (lo que no significa que sean idénticos) a los abuelos maternos del autor (la ya mencionada Emma de Moya Posas y Horacio Moya Posas).
También aparecen Teti, la hija de ambos, y su compañero salvadoreño Clemente, de inclinaciones izquierdistas. Esta pareja está a punto de partir a San Salvador con su hijo Eri (quien vendría a ser el propio autor del libro), para consternación y dolor de Doña Lena, posesiva, prendada de su nieto. Es este apego enfermizo al niño, y su rechazo visceral a Clemente, lo que hace que la abuela impida que Don Erasmo asista a la boda de Teti y su novio, que buscan así formalizar su relación antes de viajar a la capital salvadoreña. Para evitar que haga acto de presencia en dicha boda Doña Lena no vacila en encerrar bajo llave a Don Erasmo en el baño de la casa de El Hatillo. Sin embargo se trata de una batalla perdida, pero da lugar para que ella vocifere sus frustraciones y resentimientos contra su consorte.
En la segunda parte se lee el intercambio de cartas entre Teti y Don Erasmo, ella desde San Salvador y él desde Tegucigalpa, en 1969, justo cuando se desata el conflicto armado entre El Salvador y Honduras, y luego se deriva hacia las circunstancias ominosas en que se produce el asesinato de Clemente, que no acaban nunca de esclarecerse y tiene que ver, según se colige, con los vínculos indirectos que le ponen en la mira de ciertos círculos militares (ya se prefigura la violencia salvaje que azotará a ese país en las dos décadas siguientes).
No deja de resultar llamativo que Castellanos Moya acuda aquí al género epistolar para iluminar las circunstancias históricas de la guerra de 1969, al igual que lo supo hacer de modo brillante Eduardo Bahr en El cuento de la guerra (1971), sobre la misma temática. Otra novela reciente donde se emplea este género (pese a que algunos críticos lo consideran anacrónico) como eficaz estrategia narrativa es Cartas cruzadas (1997), del poeta y novelista colombiano Darío Jaramillo Agudelo, del todo recomendable.
En la tercera parte de Desmoronamiento se da un salto cronológico hasta finales de 1991 y principios de 1992, a través del relato de Mateo, el jardinero (y mayordomo) de Don Erasmo (ya muerto para entonces) y de Doña Lena, quien sobrelleva su viudez y, víctima de un derrame cerebral, es hospitalizada antes de fallecer. Aquí Mateo es testigo y narrador del cierre de un período en la vida familiar de los Mira Brossa, y acompaña en las diligencias domésticas a Eri (quien, ante la inminencia de la muerte de su abuela, ha regresado a Honduras desde México, donde reside) y a su hermano menor Alfredito. No deja de ser notable la manera en que Castellanos Moya es capaz de visualizarse a sí mismo en el personaje de Eri como un hombre joven, con todas sus características y rasgos individuales: se trata de un logro literario de difícil ejecución.
Esta última parte tiene un sabor agridulce: el narrador describe las pérdidas, las interacciones de la familia que se diluye y desmorona. Se asiste al ocaso y colapso de la vida en la casona de El Hatillo (cerca de “el Peñón de las Águilas”, tan entrañable en la mitología privada del clan) que, ya sin moradores, será vendida para dar paso a la diáspora definitiva en el exterior*.
Raras veces el arte se explica por la locación de las fuentes en la vida real. Desmoronamiento es uno de esos casos. Aquí Horacio Castellanos Moya, con ese certero instinto del escritor que sabe ver las cosas en términos verbales, expía fantasmas de su fuero íntimo. Y lo hace, como cabe esperar, mediante toques maestros y efectos de virtuoso.
El lector familiarizado con su obra creativa –la adicción a una dicción- sólo echará de menos el humor negro, el cinismo y las epifanías eróticas. En esta ocasión están de más. Suficiente con la indestructible ironía que juega alrededor de la vida y la muerte, de la disolución y el exilio.
Quito, 8 de noviembre del 2007
*Nota al pie: Ello conduce, a propósito, a rechazar una vez más esa crítica chauvinista que considera a Castellanos Moya como un expatriado que mejor se hubiera quedado en casa, y según la cual el hecho de que las obras anteriores del autor se escenifiquen fuera de Honduras le descalifica para formar parte de la literatura hondureña. Ahora con Desmoronamiento supongo que será mas difícil persistir en ese tipo de anatemas y "penalizaciones". Y es que la literatura es un sistema transnacional con bordes flexibles, porosos (sobre todo en Centroamérica). Ese empeño transfronterizo de las letras tiene que ver más con el territorio de la lengua y del lenguaje que con los límites establecidos de un solo país. Desmoronamiento, como tantos libros previos de Horacio Castellanos Moya, enriquece y le abre las fronteras de modo decidido a la narrativa hondureña, aunque ello no sea del agrado de los profesores/académicos con mentalidad de agentes aduaneros.
  • Datos del autor Hernán Antonio Bermúdez (1949), escritor y crítico literario, perteneció a los grupos de vanguardia cultural "Vidanueva" (a finales de la década del 60) y "Tauanka" (a principios de la década del 70). Ha formado parte de consejos editoriales de varias revistas literarias del país ("Coloquio", "Senales", "Alcaraván", "Astrolabio" y "Galatea"). Fue uno de los fundadores de la Editorial Guaymuras en 1980, y se desempeñó como Director Ejecutivo de la misma hasta 1982. Ha publicado los libros Retahila (1980), Cinco poetas hondureños (1981) y Afinidades (2007). Tras su ingreso al Servicio Exterior en 1973, ha vivido en Bogotá, Buenos Aires, Nueva York, Washington DC, Montevideo, Madrid, Londres y Quito, como diplomático de carrera.

sábado, 19 de enero de 2008

¿Adiós?

¿Por qué habríamos de decir adiós si apenas vamos llegando?
Esmirna Chomsky. Diario para matar a la poesía.
Quizá de ahora en adelante haya que colocar una advertencia previa en cada entrevista publicada en nuestras páginas que diga: “mimalapalabra no se hace responsable de las respuestas de sus entrevistados, como sí de las preguntas que les haya formulado”.
No encuentro nada en la última publicación impresa de mimalapalabra que contravenga nuestro “ideario ético-estético”, y si las respuestas resultaron, como dice Mario, infaustas, eso fue, quizá, porque no son de nuestra autoría sino, por supuesto, de la autoría del entrevistado. Para bien o para mal, seguiremos con la mimada mala palabra, hasta que otra vez la abulia o el tedio nos separen.
  • Adiós a mimalapalabra "Hartos de las pobres y malas palabras, pero sin perder el hábito de la carcajada...". Así comenzó, hace ya algunos años, una aventura ético-literaria llamada mimalapalabra. Y mantuvimos la imprescindible integridad necesaria para sobrevivir con dignidad en un medio tan pendejo como el nuestro, donde cualquier indigente mental se cree compelido a cumplir un destino natural al proclamarse como el único salvador posible de la poesía. Y nos reímos a carcajada batiente de tanto palurdo aspirante al Nóbel, de tanto publicista confundido entre el verso y el eslógan, de tanto epíteto bancario, de la poesía macdonald para llevar, de versos a-fónicos, de papeles sin arte ni oficio, de idiotas anónimos y de amargos peces trasnochados... Luego vino la etapa en La Prensa, donde tratamos de mantener nuestro ideario ético-estético y, hasta hace muy poco, todo marchó bien, con disensos y asperezas que fueron sorteadas con cierta gracia, con sentido común y solidaridad. Pero el retiro de uno de los editores responsables y una infausta manipulación provocaron que la última edición de mimalapalabra fuera usurpada por las opiniones de un diletante -apenas disfrazadas por los tímidos balbuceos de un anónimo partenaire- celebrador de los antivalores literarios que hemos combatido desde siempre. Por esa razón hemos optado por abandonar la nave de la mala palabra mimada, al menos en su actual formato impreso, donde no tenemos la garantía de que los ideales que dieron vida al grupo puedan sobrevivir en medio de las absurdas presiones mediáticas y una cierta ingenuidad colindante con la abulia malsana. Tal vez en fechas próximas tengamos lista una agradable sorpresa.

Hasta entonces, adiós...
Mario Gallardo

martes, 15 de enero de 2008

“Los poetas son la voz del pueblo”

Fiel a su condición clerical y apelando a la palabra como arma de defensa, Fausto Leonardo Henríquez responde a esta entrevista de mimalapalabra en su edición 28. Para él la literatura es un deporte que le permite “reinventar el mundo con la imaginación” y los falsos escritores son como cantantes de kareoke que se creen artistas mientras dure la melodía. Poeta, narrador y ensayista, también ha sido promotor cultural durante los años de su permanencia en San Pedro Sula. Ahora se marcha a España para continuar su trabajo con la Iglesia, pero antes quiso dejarnos estas respuestas escurridizas que hablan, entre otras cosas, de libros y de Dios, de la fe y la verdad, del compromiso y de la crítica literaria.

Mimalapalabra: ¿En qué se diferencian el Fausto sacerdote y el Fausto escritor?
FL: Lo primero me lleva a lo segundo. Es como un médico que ejerce en su consultorio y luego hace algún deporte. Dos planos distintos para un objeto.
¿Conviven en armonía su temperamento cristiano y su temperamento artístico?
Sin duda, como el agua mezclada al vino. Si le damos un vistazo a la historia del arte nos vamos a hallar con la agradable sorpresa de que, tanto en la plástica como en la arquitectura, la música y la creación literaria (poesía concretamente), ha habido de forma casi natural una fusión tal entre fe y arte que no veo yo exista contradicción.
Según su experiencia, ¿con qué debe estar comprometido siempre un escritor?
Con su oficio. Un escritor que no se dedica de lleno a cultivar su talento, a perfeccionar el espíritu, difícilmente podrá lograr una obra acabada. Hacia afuera, el escritor debe rescatar lo verdaderamente humano, el sentir de su época y plasmarlo en la página. Los griegos y los romanos escribieron la vida, los hechos, la historia, los anhelos espirituales de su tiempo y nos lo legaron en sus obras inmortales. Los que tienen vocación de escritores, en cualesquiera de sus manifestaciones, tienen el deber inclaudicable de ser testigos de su época. Los poetas son la voz del pueblo.
¿Qué es la literatura? ¿Qué es Dios?
La literatura es una forma de recrear, de reinventar el mundo con la imaginación. Dios, en términos filosóficos, el Ser, el Absoluto; en términos teologales, el Creador, el Padre que comunica al mundo su amor infinito.
¿Qué considera que ha sido lo más importante que ha hecho durante su permanencia en San Pedro Sula?
En el plano pastoral, acompañar, orientar y caminar con el pueblo humilde de los barrios, colonias y aldeas de San Pedro Sula. En el plano cultural, haber transmitido los ideales de la estética de la Poética Interior con la publicación de varios libros de poesía y cinco números de la revista CriticArte.
¿Qué opinión le merece la más reciente generación de poetas y narradores hondureños? ¿Cree que se está diciendo algo verdaderamente nuevo o es sólo una fábrica de espuma condenada a la desaparición inmediata?
En mis diez años de estancia en Honduras he seguido de cerca a la generación de “poetas emergentes”, para usar los términos del animador cultural y poeta Salvador Madrid, y me hago la idea de que las obras publicadas en poesía apuntan a obras mayores, más serenas y profundas. No hay nada nuevo bajo el sol, reza el adagio, pero no cabe duda de que cada uno de los autores jóvenes trata de plasmar su propia visión del mundo y el arte literario, aunque sea de forma incipiente e inacabada. En este sentido, eso sí es nuevo.
Además de la poesía, usted ha incursionado en la crítica literaria. ¿Cuál es su diagnóstico acerca de la actual literatura hondureña con respecto a la literatura mundial contemporánea?
Para Pablo Neruda lo particular es una forma certera de universalización. En este sentido, no es menos narrativa la de Julio Escoto, Armando García, José Bográn, entre otros, que la de cualquier premio Planeta, Alfaguara o Casa de las Américas; ni es menos poesía la de Óscar Acosta, Roberto Sosa, Rolando Kattán o Giovanni Rodríguez, que la de uno de los poetas de la Poesía de la Experiencia de España o uno de los poetas del Movimiento Interiorista de República Dominicana. Cuanto más auténticos seamos, cuanto más valoremos lo hondureño, en consideración al pensamiento nerudiano, más universales seremos. El último libro de José Adán Castelar, Cauces de la última estación, 2007, por poner un ejemplo, es una obra maestra que se sostiene de pie y compite, en términos genuinamente poéticos, con cualquier obra de poesía contemporánea o clásica.
¿Qué aspectos considera indispensable abordar a la hora de criticar una obra literaria?
Conocer el texto y contexto a fondo, leer en distintas claves al autor en cuestión, comparar, si fuera posible, la obra con otras publicadas por el mismo. Si la obra se enmarca en una generación o corriente literaria, también hay que tomarlo en cuenta. El crítico debe ser sincero e imparcial, riguroso. La crítica literaria es una forma de recrear, de ahí el género ensayístico, la obra en cuestión.
Usted siempre ha dicho que “no hay que frustrar espíritus”. ¿Qué sería lo contrario a eso: aplaudir automáticamente las necesidades de expresarse de cualquier individuo, aunque carezca de recursos para hacerlo artísticamente, o aclararle el panorama para que en el futuro no meta las de andar?
Los jóvenes escritores y poetas -así empezamos todos- en sus primeros vuelos son proclives a movimientos erráticos, pero después, los que verdaderamente tienen el genio para cultivar el oficio en todo rigor, terminan planeando libremente con profesionalismo y estilo propio. Hay que dejar que vuelen, pero afinando bien el instrumento. A eso me refiero con “no frustrar espíritus”.
¿Cuál es la diferencia entre escribir bien y hacer literatura?
Un periodista, por ejemplo, puede escribir bien y no necesariamente tiene que ser un literato. Éste, en cambio, tiene que escribir como el periodista y, además, usar la imaginación y todos los recursos y técnicas para crear la obra de arte.
¿Qué opina de quienes publican libros, se hacen llamar escritores y ni siquiera han aprendido a redactar?
Tengo un hermano que canta karaoke, imita a cantautores, sigue la pista y el compás, y lo hace bastante bien, pero no es artista. Aunque pretenda ser Juan Luis Guerra o Juanes, siempre será un cantante de karaoke.
Usted es el abanderado del Movimiento Interiorista en Honduras. ¿Cree que su poética ha sido adecuadamente exteriorizada en este país?
En mi opinión sí, pero no del todo. Sí en lo divulgativo y expositivo. La Poética Interior ha sido divulgada oral y escrituralmente en periódicos, en la revista CriticArte, en conversatorios en el Centro Cultural Sampedrano, en colegios y universidades. No del todo por la poca producción poética en una década de tintinear la estética interiorista. Poca, pero ya suficiente para empezar con tentativas como Muestra Poética: Los Novísimos; Horizonte que me toca y Voz en el agua de María de los Ángeles López; La otra latitud, Ínsula Presentida de quien suscribe; más la Antología Mayor del Movimiento Interiorista puesta a circular en octubre, 2007, en San Pedro Sula. La obra poética Morir todavía de Giovanni Rodríguez también está, por los hilos que la tejen, bajo la égida del Movimiento Interiorista.
¿Existen dentro del Interiorismo escritores de esos denominados “malditos”, o en las filas de este movimiento sólo hay lugar para beatos y personas decentes?
El Movimiento Interiorista aglutina a artistas de cualquier condición, siempre que sus ideales, por antagónicos que sean, exploren la dimensión trascendente de la realidad en cualquier orden, esto es, el metafísico, el mítico y el místico. En el Movimiento Interiorista hay poetas de la angustia, inconformes, inencasillables, rebeldes, inadaptados, bonachones, etc.
En todos sus libros publicados la experiencia mística se percibe como un elemento importante. ¿Cree, como Platón, que a los poetas les es “revelada” la verdad? De ser afirmativa su respuesta, como creo que lo es, ¿asumiría de buena gana su expulsión de la república de las letras en favor de su incursión en la república de Dios?
¿Qué serían las letras sin el halo de lo divino, de la trascendencia? ¿Qué, el pensamiento platónico sin el mundo de las Ideas divinas? Si se van los poetas de ese territorio, ¿quién se encargará de revelar la verdad? ¿Qué sería la poesía sin San Juan de la Cruz, Reiner Maria Rilke o Rabindranah Tagore? Aceptaría ser expulsado si no me suscribiera, para decirlo con san Agustín, a la Ciudad de Dios.
¿Qué piensa de los libros de autoayuda y motivación?
Leí muchos cuando era joven de facultad.
¿Qué lee actualmente?
Acabo de leer el quinto tomo de las obras completas de Octavio Paz, dedicado todo él a Sor Juana Inés de la Cruz; y la antología poética Sor Juana Inés de la Cruz, como lectura complementaria, de la editorial Planeta; y las obras trágicas de Séneca, a saber: Medea, Fedra, Edipo, Agamenón y Tiestes. De postre estoy terminando el libro ensayístico Cuentos Chinos de Andrés Oppenheimer.
¿Ha leído al Marqués de Sade, a Henry Miller, a George Bataille? ¿Sabía que éste último consideraba los burdeles como sus auténticas iglesias, que quiso ser sacerdote en su juventud y que perdió su fe a los 25 años? ¿Qué opinión le merece todo eso?
No los he leído. Me he concentrado más en los últimos quince años en la lectura de literatura antigua greco-romana, con la manía de ir a las fuentes, al origen de nuestra cultura occidental; en la poesía española, hispanoamericana, centroamericana y caribeña. He ido terciando con novelas, pero confieso que tengo una deuda con muchos autores universales y, en particular, de mi país, República Dominicana.
¿Alguna vez ha sentido, por un instante al menos, perder su fe?
Perder la fe no, la motivación sí. He tenido muchos momentos de alegría indescriptible fruto de mi vivencia de fe que me han reafirmado en la vocación misionera. Pero también he tenido momentos de decepción y desánimo.
¿Qué opina de la verdad? ¿Cree que la verdad es única? ¿Cree, como Vargas Llosa, que la literatura es una mentira que dice la verdad?
En literatura y en las artes nada es absoluto, cada artista aporta un trozo de verdad. Baste pensar, por ejemplo, en el Impresionismo, el Cubismo o la pintura abstracta. La verdad absoluta sólo está en Dios, la verdad que nos acerca a Dios y “nos hace libres” “se hizo carne” y la verdad que nos deleita en una obra se hizo arte.
¿Hacia dónde dirige su mirada de ahora en adelante? ¿Qué le dice a todo esto que deja atrás?
A España, la cuna de nuestra lengua castellana. Vuelvo a la Madre Patria a servir pastoralmente y a cultivar el espíritu. Nada dejo atrás y todo lo llevo conmigo. En realidad me quedo todo yo en mi partida. Mi gratitud infinita a la gente hondureña que forjó mi carácter y me ayudó a descubrir hasta dónde es capaz el amor y la entrega.
  • Datos del entrevistado

Fausto Leonardo Henríquez (La Vega, Rep. Dominicana, 1966). Ha publicado los libros de poesía Claridades, 1994; Sucesiones, 1995; La seducción del aire, 1999; La otra latitud, 1999; Muestra poética, 2002; e Ínsula presentida, 2005. Es editor de la revista CriticArte, además de miembro titular y dirigente del Movimiento Interiorista. Ha aparecido en las siguientes antologías: Juego de Imágenes, de Frank Martínez; La Creación Interiorista y El Interiorismo, de Bruno Rosario Candelier.

jueves, 10 de enero de 2008

De la obra que nos queda

El 31 de julio del año recién finalizado recibí un correo electrónico de Roberto Castillo. Me decía que acababa de leer mi reseña sobre su novela La guerra mortal de los sentidos y que encontraba, con independencia de lo que tenía que ver con su trabajo de narrador, mis puntos de vista “lúcidos, poseídos de un genuino ímpetu renovador y unlenguaje limpio y preciso”. (Uf! Imaginen la burbujita de mi ego inflándose a la par de los latidos en el pecho). En las últimas líneas del mensaje me pedía que le proporcionara mi dirección postal para enviarme algo que podría ser de mi interés. Fue tan grande mi alegría que le respondí de inmediato con un correo emocionado y algo excesivo en su extensión, de lo que, luego de teclear “enviar”, me arrepentí. En mi correo yo le hablaba de mi admiración por su obra, le comentaba que justamente estaba leyendo una novela de Patrick Deville, titulada Pura vida, en donde él aparecía como personaje y amigo del narrador, y le informaba incluso que una amiga tenía intenciones de publicar su tesis de licenciatura sobre su obra.
Para entonces no había ocurrido nada todavía. Él se mantenía alejado del mundanal ruido escribiendo su tercera novela y nosotros ya le habíamos hecho un homenaje en nuestra sección en diario La Prensa: dos páginas con un fragmento de La guerra mortal de los sentidos, tratando de devolver a los lectores del periódico algo del enorme placer que había representado para nosotros la lectura de esa magnífica obra.
A partir de la semana siguiente, cada día al llegar a casa a las ocho de la noche, abría la puertecita de mi buzón esperando encontrar en su interior el paquete enviado por Roberto Castillo. Pero no llegaba. Recordé que un amigo me había mencionado algo acerca de ciertos problemas relacionados con el Correo Nacional en Honduras, y después de que el escritor me enviara otro email preguntándome si ya tenía en mis manos el envío, le respondí que no y que era probable que se debiera a esos problemas aludidos por mi amigo.
Pero un día, después de revisar sin demasiadas esperanzas el interior de mi buzón y comprobar que tampoco había nada, subí las gradas del edificio hasta el segundo piso, abrí la puerta del apartamento, me dirigí a mi cuarto y, sobre mi cama, estaba el paquete enviado desde Honduras por Roberto Castillo. Mi hermano lo había dejado ahí. Dentro estaba el último libro de ensayos de Castillo: Del siglo que se fue, con una postal en donde se ve a una alfarera lenca de Cofradía, Intibucá y se lee la siguiente dedicatoria: “Estimado G. R.: me da mucha satisfacción hacerle llegar este libro. Saludo cordial, Roberto Castillo”.
Recuerdo haber tenido ese libro en mis manos durante un breve momento del año 2005 en la librería Guaymuras de Tegucigalpa. Al descubrirlo ahí, con su discreta tapa color café, me sorprendí y pensé que era una lástima que para un libro de ensayos de un escritor tan importante no hubiera mayor esperanza de llegar a los lectores que a través de su simple colocación en la librería de un país en donde muchos, como yo entonces, no disponen de dinero suficiente para comprarlo y tienen que conformarse con sopesarlo, leer la contraportada, echarle un vistazo a sus primeras palabras y finalmente devolverlo al estante, en medio de otros libros que probablemente también pasarán mucho tiempo inadvertidos.
En los últimos días me llegaron algunos emails en donde mis amigos me anunciaban la noticia. Antes me habían hecho saber que Roberto Castillo estaba muy enfermo, y de alguna manera presentíamos lo que sucedería. No podemos evitar esa mala costumbre de dedicarle a los muertos nuestras mejores palabras, ni de dejar para el último momento (o para después del último momento) las dedicatorias, los aplausos y los homenajes. Yo sólo puedo decir que lo mejor sería leerlo, o releerlo, y para los que alguna vez tuvimos la oportunidad de conocerlo en persona, también recordarlo (no olvido su figura imponente, parado frente a una cátedra en el Museo de Antropología e Historia el 2002, hablando sobre La guerra mortal de los sentidos, no sé si antes o después de su publicación, con una voz fuerte, muy fuerte, y con un entusiasmo desbordante, hablando sobre los hombres lencas borrachos en la orilla de la carretera, hasta donde sus mujeres van a levantarlos, sobre los ángeles y don Juan Diego Eleudómino de la Luz Morales, sobre cipotes como Chorro de Humo, sobre el Buscador del Hablante Lenca, sobre la molonca…)