miércoles, 31 de marzo de 2010

Volver a Julian Barnes

Julian Barnes.
Sucede que, una vez que leemos un libro de determinado autor y éste nos gusta mucho, no dudamos en buscar otro libro de ese autor, porque suponemos que será igual de bueno y que nos procurará el mismo placer que el primero. Esto me ocurrió con Julian Barnes, de quien sólo leí, hace cuatro años, El loro de Flaubert, una novela que me mostró una nueva manera de acercarse al proceso creativo, que me sacudió la pereza y me empujó a buscar un libro más de su autor. Pero entonces yo vivía en H, hasta donde, de milagro, había llegado Barnes, y por más que busqué, no logré encontrar otra novela suya. Así que cuando llegué a España el 2007 y me encontré Inglaterra, Inglaterra en la primera biblioteca que visitaba, no dudé en llevármela a casa. Y ahí estaba otra vez Julian Barnes regalándome una novela deliciosa. Han pasado los años y muchos otros libros desde la última vez que leí a este escritor inglés, pero creo que ya va siendo hora de que vuelva a él. Y se me ocurre, no sé si porque el género autobiográfico me atrae muchísimo, que puedo hacerlo con su nuevo libro: Nada que temer, que reseña Sergi Sánchez hoy en El Periódico:
Si Jules Renard decía que criticar lo burgués es burgués, podríamos afirmar que quien dice no escribir una autobiografía está siendo autobiográfico. Julian Barnes (Leicester, 1946) insiste en que Nada que temer no lo es, a pesar de que sus padres y su hermano filósofo, sus lecturas favoritas y sus dudas como escritor aparecen a cada vuelta de página. Tal vez Barnes quiera redefinir el género a la luz de las Memorias de su admirado Chateaubriand, o tal vez piense que, en realidad, la conciencia de finitud y los usos de la fe religiosa y sus antónimos monopolicen demasiado esta meditación a vuelapluma para calificarla de «autobiográfica». El caso es que se agradece infinito que Barnes se deje llevar por un torrente de ideas sin someterse a una estructura cronológica o temática, permitiendo que Renard le haga pensar en Jacques Brel, que los recuerdos de infancia le conduzcan a la divagación neurológica, que Stravinsky comparta cama con Flaubert, y que florezcan los aforismos brillantes («Quizá el sentido de la muerte sea como el sentido del humor. Todos creemos que el que tenemos –o no tenemos– es perfecto y adecuado para la correcta comprensión de la vida. Son los demás los que no llevan el paso»). Porque a través de todo ello, sabemos que piensa en la muerte agarrado a su almohada y diariamente, que de su ateísmo en la juventud ha pasado al agnosticismo en su madurez y que, por mucho que crea en la religión del arte, sigue teniendo tanto miedo a desaparecer como el más común de los mortales.

No debería asustar el listado de nombres ilustres que Barnes maneja con la habilidad de un tahúr repartiendo ases. Lejos de ser elitista, el autor de Metroland acerca al lector sus modelos literarios casi con afán didáctico. La distancia, entre tragicómica y analítica, que acostumbra a tener su prosa, se acorta: la propia vida hace que el estilo de Barnes, que parece condenado a racionalizarlo todo, lime el filo de su navaja: al final, queda la decepción de un hijo escritor cuando sus padres saludan con indiferencia su primera novela. Jugando al escondite con el formato autobiográfico, travistiéndolo de ensayo digresivo, Barnes ha logrado uno de sus libros más cálidos, más cercano a sus debilidades y a las del lector.

martes, 30 de marzo de 2010

Nociones para sobrevivir

Sun and moon, de Escher.
Hace un par de años escribí un texto corto para prologar un libro. Se trataba (el libro) de Nociones para habitar un país difícil, de Julio Cesar Antúnez (La Lima 1982), que apareció, creo, en agosto de 2008. Como no he vuelto a H desde principios de ese año, no he estado muy al corriente de las noticias de este buen poeta y lector limeño, pero hoy, por casualidad, dí, en mi cuenta de correo electrónico, con el texto que escribí para su libro, y decidí ponerlo aquí, más unos cuantos poemas:
A menudo los textos que pretenden hablar sobre la poesía de alguien son más crípticos que la poesía misma. Siempre me ha parecido que sobre poesía no hay que intentar hablar demasiado pues existe el riesgo de decir sólo estupideces. La poesía misma que lo diga todo.

Nociones para habitar un país difícil es el título que Julio César Antúnez escogió para su primer libro de poemas. Y no fue en vano que así lo decidiera: es el nuestro un país difícil, no sólo para quien pretende llevar una vida normal entre familia, trabajo, amigos y noticias diarias, sino para quien, quizá cargado de excesivo valor, se dedica al oficio de escribir. El nuestro es un país profundo y ningún poeta sale ileso del fondo de esta certeza.

Hay en la poesía de Julio César Antúnez una voluntad temática y estética que nace de esta certeza y también de la imposibilidad de aferrarse absolutamente a ninguna causa. Aquí están los ecos de la memoria, el color de la sangre, los viejos latidos del amor, la pulsión existencial, el rastro de las lecturas, pero nada de eso determina el impulso definitivo de su voz, que apunta más bien a esa poética del desencanto tan característica de las nuevas generaciones. Porque después de la muerte de Dios, de las guerras de aquí y de allá, después del "amor y paz", de la música de los setentas y ochentas, de la fundación del terrorismo casi como política de Estado, ¿qué otra cosa podría ser más auténtica para un poeta que la pérdida de la esperanza? Nuevamente la poesía surge no como posibilidad de salvar algo, como arma de redención, sino como testimonio de la individualidad del poeta y de su compromiso con esa individualidad.

Antúnez sabe que "las palabras que no dijimos/ crecen en el vientre de las piedras", y que por eso es urgente decirlas ahora; sabe que "de vez en cuando/ uno sufre o muere/ por llevar una piedra debajo de la lengua", que el silencio no es buena opción en los países difíciles; y quizá sea esa la razón por la que escribe.

"Con las palabras vueltas un filo", Antúnez asume en este libro su condición de ser en el mundo, su condición de poeta, testigo único de su propia circunstancia. Otros libros vendrán con los años, y con ellos nuevas certezas, nuevos compromisos, nuevos encuentros y desencuentros consigo mismo. Por ahora, estas Nociones representan su primera mirada concluyente a un país difícil y a un mundo difícil.

Jaculatoria por Ernest Heminway
Uno no puede merecer una muerte tan así,
muerte accidental,
muerte color cañón
muerte blanca,
teñida de rojo.
Pulir un verso y reventarse la cabeza,
cortarse la muñecas
y preservarlas en alcohol.
Ofender al que ofende
y quedarse de pie sin saber la palabra fuga
para verle los ojos al miedo
y decir este cuerpo es mío.
También las palabras,
las que se sufren,
las tímidas,
las que se dicen sólo en días de lluvia,
las que son capaces de fusionar el día y la noche
para inventar un tiempo diferente.
O amenazarse de muerte uno mismo
para evitar la tentación de escalarle siete muros
a la vida que hoy amaneció.

La sed
De vez en cuando
uno sufre o muere
por llevar una piedra debajo de la lengua.

Nociones para habitar un país difícil
Aquí los lobos se hastiaron
de las niñas prematuras.
Tendrás que arrastrarte entre ciegos con navajas,
no desparramar ni una gota de ruido
para preservarte ileso.
Pedirás el vino sellado
por aquello de vino nuevo en odres viejos
y viceversa.
Comprarás un cuchillito
por si toca cortar una cadena,
gafas negras para no volverte estatua de sal.
Esperarás a que el reloj se haga pedazos
en el dorso del día
y verás cómo nos gusta desentrañar perros
y secarlos al sol
o atormentar a las muchachas con las viboritas
que guardamos en el centro de los ojos.
Más tarde
cuando el crepúsculo hiere la piel
verás que los últimos pájaros se apagan
en ese abrevadero de pesares que llaman parque
y a contraluz se viene ese follaje de neón
con sus mil malditas obscenidades negadoras de poesía.
Te guardarás de palabras un tanto peligrosas
como libro, idea, libertad, porqué;
acuérdate de los poetas inmolados.
Evitarás las esquinas
porque ahí los profetas sin horario
fundaron el recuento de las manos extendidas
y del amor que sucumbió
por no seguir las reglas del manual.
Sabrás que la muerte ronda,
se traga las lámparas públicas
para alimentarse de sombra-sangre.
Olvidarás desde ya el trago amargo
para sanar la estocada de amor;
aquí todo es a cierta altura sobre el nivel del mar,
todo va de mal en silencio;
tendrás que comprarte una conciencia.

Descifrando el Finnegans Wake

Portada de la edición original de 1939.
correrrío, pasada [la iglesia de] Eve and Adam, desde el viraje de la ribera hasta el recodo de la bahía, nos trae por un vicio comodicio de recirculación de vuelta al Howth Castle y Enrededores.
Sir [Almeric] Tristram [Tristán], violamores, de sobr’el mar angosto, había no todavía [pasadotravez] vueltoarrivar desde North Armorica a este lado del raquítico istmo de Europa Menor par’empuñapelear su penisaislada guerra: ni [había] habido piedras de [jonathan] altósawyer por el riachuelo Oconee exageradas ellasmismás hasta [ser] gorgios del condado de Laurens mientras fueron dubliando su númer todo el tiempo: ni unavoz de unfuego [había] bramadicho mishe mishe [yo(soy)yo] para babautizar túerespetricio no todavía, aunque muipronto después, habí’un chicadete culacabado [a] un soso viejo isaac [butt]: no todavía, aunque todo se vale en vanaldad, fueron envueltas [seducidas] hermanas sosias iracundas con dosún nathanyjoe [jonathan (swift)]. [Al] Pudrir una pizca de la malta de pá' había Jhem o Shen hecho cerveza por luzarco y al final del [puente] rory el arcoiris [cimarreina] estaba para ser vistos algunosanillos sobre la caragua.
La caída de una vez viejo salmonzuelo [par] de wallstreet es recontada temprano en cama y más tarde en vida par’abajo a través de toda la juglaría cristiana. La gran caída de la pared’e lejos [ha] implicado con tan poco plazo la pafcaída de Finnegan, sólido hombre irlandés, que la cabezadehumpty[enla]colina délmismo prontamente envía una buena indagación hacia el oeste en busca de sus dedosdelpiedetumpty[enel]pueblo: y su picarribapuntoysitio [obelisco] está en [el lugar de] el noqueo en el parque donde naranjas han sido puestas par’oxidarse [descansar] sobre el verde desde’l diaublínprimer amado [entre lo] vivo [livia / liffey].
Los tres párrafos que nos preceden corresponden a un intento de traducción del Finnegans Wake, la novela intraducible que James Joyce publicó en 1939 y de la que dijo que la crítica tardaría al menos 300 años en descifrarla. No ha pasado ni siquiera un siglo, pero acaba de salir, según leo en esta nota de El País, una edición revisada que, al parecer, corrige al menos 9,000 errores de la edición original. El mito continúa. Yo, como fetichista de libros que soy, me conformaría con tener un ejemplar sólo para sopesarlo, olerlo, tantearlo... y probablemente desanimarme a leerlo. Va la nota:
Gustave Flaubert calculaba que para que el público general pudiera apreciar adecuadamente una innovación artística excesivamente revolucionara era preciso que transcurrieran 80 años. En tanto se cumplía el plazo, el autor estaba condenado a vivir un continuo rechazo. Y eso es exactamente lo que ha ocurrido con Finnegans Wake, obra del escritor irlandés James Joyce, considerada la novela más ininteligible de todos los tiempos y de la que hoy se publica la primera versión revisada. Conforme a los cálculos del autor de Bouvard y Pecuchet, todavía faltarían 10 años para que el lector de a pie esté en condiciones de enfrentarse al formidable reto que plantea la novela final de Joyce. Cuando se publicó originariamente, el 4 de mayo de 1939, el veredicto general fue que su autor había perdido la cabeza. Incluso los más fieles partidarios de Joyce tiraron la toalla. Encogiéndose de hombros, el escritor afirmó que calculaba que los críticos tardarían 300 años en descifrarla.

No está muy claro qué suerte de artefacto literario es Finnegans Wake. Ni siquiera está muy claro en qué idioma está escrito. La base es un inglés desnaturalizado por la desaforada inventiva lingüística del autor, que en distintos momentos de la obra incorpora oraciones e incluso párrafos enteros en 70 idiomas. Algunos la han definido como una frase de 700 páginas, otros como una palabra de medio millón de caracteres. Sólo que todas estas opiniones se referían al texto de la primera edición, que nadie se había atrevido a tocar jamás. Hasta ahora. Hace unas semanas, se anunció solemnemente la publicación del texto revisado de Finnegans Wake, noticia que ha causado una verdadera conmoción en círculos literarios anglosajones. La editorial que ha tomado la iniciativa responde al nombre de Houyhnhm (como la raza de caballos inteligentes que figuran en Los viajes de Gulliver).

Lo cierto es que la edición original no era muy fiable. Durante los 17 años que duró el proceso de composición, entre copias y revisiones llegó a haber 20 versiones diferentes. El texto que entregó Joyce a los editores estaba bastante corrupto. Él mismo señaló la existencia de errores, pero estaba ciego, lo cual no lo convertía en el corrector idóneo. La ingente tarea de revisión la iniciaron hace 30 años dos expertos, Danis Rose y John O'Hanlon, que forman un tándem formidable, ya que entre los dos cubren los campos de la filología y la física teórica. Juntos han llevado a cabo una exhaustiva revisión de un corpus textual que comprende más de 20.000 páginas de notas manuscritas repartidas en 60 cuadernos. En total se ha detectado 9.000 errores.

Tras una ceremonia casi ritual celebrada hace unas semanas en el castillo de Dublín, como deferencia a la ciudad natal del autor, la editorial Houyhnhm lanzará oficialmente la versión expurgada de Finnegans Wake hoy en su sede de Londres. Quienes tengan curiosidad por ver el resultado deben prepararse para pagar un precio bastante elevado: 300 euros por la edición básica y 900 por la especial, ambas encuadernadas en piel de becerro negro. A diferencia de lo que ocurre con el precio, la nueva versión de la obra es mucho más accesible que la original. Se ha llegado incluso a hablar de coherencia, lo cual ha causado cierta consternación entre algunos adeptos. La posibilidad de que el libro se pueda comprender podría arrebatarle el aura de misterio que lo rodea. No todo el mundo comparte esa preocupación. El secretario de la Sociedad Finnegans Wake de Nueva York, Murray Gross, conduce los encuentros mensuales de aficionados que se citan desde hace dos décadas para leer el libro. Y siempre ha sostenido el carácter democrático de la obra. Ve a esta edición una ventaja incontestable: "El nuevo texto tiene 120 páginas menos, lo que quiere decir que al ritmo que llevamos, tardaremos cinco años menos en leerla".

Para quienes quieran probar, pueden ver o leer el libro en este enlace.

domingo, 28 de marzo de 2010

La historia según Rodrigo Fresán

Portada de Historia argentina, de Fresán, con esos comentarios de la crítica.
A algunos les molesta mi insistencia con algunos escritores en este blog, pero debo comunicarles que son libres de no visitarnos. Para los que sí tengan ganas de venir a tocar la puerta, les abren hoy, de nuevo, Juan Gabriel Vásquez y Rodrigo Fresán, con un artículo que el primero publica en El Espectador sobre el segundo. Pasen y lean:
"Únicamente son mías las cosas cuya historia conozco", escribe Ricardo Piglia en Respiración artificial. Para Rodrigo Fresán, que nació un par de décadas después, la cosa es muy distinta: la historia es algo que se deja quieto, un animal peligroso que es mejor no molestar, no sea que nos haga daño.
 
Pero eso no se ve a simple vista. Las novelas de Fresán se inscriben en esa arraigada tradición argentina que consiste en no ser reconociblemente argentino y por lo tanto ser convencidamente argentino. En otras palabras: nada hay tan argentino como una novela cuyo narrador es inglés, cuyo personaje principal es James Matthew Barrie, el autor de Peter Pan, y cuyo escenario es la ciudad de Londres en el cambio de siglo y también en los años sesenta. ¿No han leído Jardines de Kensington, la penúltima novela de Fresán? Háganlo ahora. Y enseguida busquen sus demás libros, y comiencen si pueden por el principio: por esa maravilla de debut que es Historia argentina. El libro tiene dos epígrafes (bueno, tiene varios, pero sobre todo dos). Uno es de Alfred Andersch: “La Historia cuenta cómo fue que ocurrió. Una historia cuenta cómo pudo haber ocurrido”. El otro es de Adolfo Bioy Casares: “Para sobrellevar la historia contemporánea, lo mejor es escribirla”.

Y a eso se dedican los cuentos del libro: a sobrellevar la historia contemporánea. No es una tarea fácil, todo hay que decirlo, precisamente porque en la historia reciente de Latinoamérica no hay nada fácil. Y además porque la historia de su país entró en franca enemistad con Rodrigo Fresán desde que Fresán era niño: a los diez años el Niño que quería ser escritor fue brevemente secuestrado por la “Triple A”, un grupo paramilitar de extrema derecha. Esto es ampliamente sabido: no cometo imprudencias ni impertinencias al contarlo, porque Rodrigo lo cuenta en uno de los mejores cuentos del libro. He vuelto a leerlo en estos días; me ha deslumbrado como la primera vez que lo leí. “La vocación literaria” arranca preguntándose cómo se forma un escritor, y pronto entendemos la relación entre el breve secuestro de un niño —el miedo, la soledad, la angustia— y el nacimiento de la vocación. El resto es una ficción donde los orígenes “reales” (ojo a las comillas) de la anécdota son lo menos importante o interesante de todo.

“Uno a menudo descubre”, dice el narrador del cuento, “que los escritores son aquellas personas que durante su infancia aprenden, en tiempos terribles, a refugiarse en sus propias fantasías o en la acción; en la voz de algún piadoso narrador, en lugar de las voces de los seres reales que lo rodean”. Pero luego es mucho más crudo y, también, mucho más preciso: “Un escritor es un mecanismo de defensa con nombre y apellido”. ¿Y de qué se defiende? Está claro, por lo menos en este cuento, que se defiende de la historia argentina, encarnada en esos dos matones que un día se aparecen en la casa del Niño que quería ser escritor con la visible intención de secuestrar a sus padres izquierdistas y, al no encontrarlos, se lo llevan a él. Más tarde, escondiéndose de los secuestradores, en el clímax del miedo, el Niño que quería ser escritor dice: “Descubrí cuál iba a ser el tema de mi primera novela: la historia de un hombre que puede cambiar la historia a voluntad”.

¿No es eso lo que quisiéramos todos?

sábado, 27 de marzo de 2010

Ficción de la realidad

 Héctor Abad Faciolince, durante su visita a Lisboa este mes. Foto: JORDI SOCÍAS
Héctor Abad Faciolince publica dos nuevos libros en España, uno con Alfaguara y otro con Seix Barral. Después de leer Angosta, puedo decir que este escritor colombiano es uno de los que no hay que dejar pasar de largo. Leamos la entrevista de WMSabogal en Babelia:
Esa tarde de Lisboa estaba escrita. Y no hubo manera de reescribirla. Terminó pasadas las cinco de la tarde con el mismo cielo pálido y el mismo tema que había empezado, aunque con una ligera variación en la despedida de Héctor Abad Faciolince, autorretratado y resumido en las 17 palabras de su adiós: "Soy un exiliado español. La próxima vez nos veremos en la frontera o allí donde murió Machado, en Collioure".

Lo dice saliendo de una inmensa nube de humo de castañas asadas que envuelve la esquina de las rúas de Garrett con António Maria Cardoso. El periodista y escritor colombiano está vestido de negro y gris, potenciando su aspecto de profesor de física con gafas y pelo blanco acaracolado, aunque en este instante parece un científico loco con el cabello revuelto. Desde que publicó hace cuatro años El olvido que seremos (Seix Barral), su nombre asciende lento en una espiral. Una novela-crónica en la cual reconstruye la impunidad sobre el asesinato de su padre a manos de los paramilitares en 1987, que deriva en una de las más hermosas manifestaciones de amor de un hijo por su papá; al tiempo que desanda los caminos que recorrió su familia hasta ese momento, que los llevó a toparse con el cadáver del doctor Héctor Abad Gómez 99 días antes de que cumpliera 66 años, en la calle de Argentina, de Medellín, donde el hijo encontró en un bolsillo un poema premonitorio y desconocido de Jorge Luis Borges.

Ahora, el nombre de Héctor Abad Faciolince (Medellín, 1958) estará más en boca de todos por sus dos nuevos libros: Traiciones de la memoria (Alfaguara) y El amanecer de un marido (Seix Barral). El primero reúne tres relatos, del cual destaca el primero, donde la realidad parece predestinada a la ficción al rastrear policiaca y literariamente el origen y la autoría del poema que llevaba su padre el día de su asesinato y que termina revelando la noticia de que cinco poemas de Borges considerados apócrifos son auténticos. "Una prueba de que si se investiga se puede llegar a la verdad". Mientras que en El amanecer de un marido sus cuentos se asoman en los vericuetos del desamor y el desencuentro. El penúltimo en elogiar al autor colombiano ha sido Mario Vargas Llosa en su artículo del 7 de febrero pasado publicado en EL PAÍS y reproducido en medios de medio mundo.

La de Héctor Abad es una vida personal, periodística y literaria de apurados trazos dramáticos y borgeanos donde la realidad parece ficción y la ficción suplanta a la realidad. Un territorio fronterizo cuyas claves revelará más tarde: "Cada vez me interesa más la realidad y menos la ficción, pero cada vez me parece más que todo, todo, es ficción". Una idea de la que no escapa la identidad, "es una ficción, no es una realidad, es una cosa que uno se inventa y se pone, como un sombrero". Lo dice un hombre que considera que "el escritor tiene que tener una personalidad disociada, ser capaz de salirse de sí mismo". Y así transcurrirá una tarde sobre búsquedas de la verdad, de falsificaciones, de azares, de determinismos, de ex futuros, de bifurcaciones y con, como si estuviera escrito, un fotógrafo de apellido Socías, que lo retratará.

Tres horas antes de aquella despedida entre la nube de humo olorosa a castañas asadas, Abad Faciolince empieza a recapitular su vida en el suave y coqueto, e incluso embaucador, acento paisa, propio de su montañoso departamento de Antioquia. La cita es en Lisboa aprovechando que él participa en unas jornadas literarias, pero, sobre todo, porque cumple su palabra de no volver a España. Una promesa que hizo en 2001 cuando firmó una carta muy sonada de escritores y artistas colombianos en protesta por la exigencia de visado a sus compatriotas para entrar en este país. De ahí su despedida de: "Soy un exiliado español".

Dos semanas antes de aquel martes 2 de marzo pasado, él ya había dicho que quería tener la entrevista en alguno de los cafés que frecuentaba Fernando Pessoa. Pero ahora, de repente, está sentado al lado de un ventanal del restaurante Tapas Bar & Esplanada donde ve cómo se descuelga Lisboa hasta la mansa y ancha desembocadura del río Tajo en el Atlántico. El fotógrafo le propone alterar los planes y cruzar en ferry el río e ir hasta la otra orilla para tomarle fotos con la ciudad al fondo. El escritor duda un pestañeo, pero accede cordial. Al final caerá un aguacero y la entrevista continuará en A Brasileira, uno de los cafés preferidos del poeta portugués.

Una vez dentro, el rumor de la lluvia es reemplazado por el del rugido de la máquina de café y el barullo de la gente. Es una especie de zaguán muy ancho y largo con la barra a la derecha y las mesas a la izquierda junto a una pared cubierta de espejos. Al fondo, en el rincón, hay una mesa disponible. Héctor Abad se sienta y todo el bar queda delante de él y a su espalda, también, gracias a los espejos. En la línea entre la realidad y su reflejo. Pide un oporto. Saca del bolsillo de la chaqueta un cuaderno de cubiertas negras y hojas amarillas y un bolígrafo. La grabadora se enciende. La mira, y confiesa entre risas y casi disculpándose: "No soy capaz de pensar hablando. Por eso tengo este cuaderno para contestarte por escrito. Porque con otras entrevistas cuando las leía me veía muy mal, me parecía que yo no había dicho lo que me ponían a decir, aunque no podía demostrarlo. Entonces opté por nunca más leerlas para no enfadarme".

Tras este prólogo improvisado sobre su experimento, piensa un segundo una pregunta sobre si acaso lo que acaba de decir no es más que su alto grado de autoconciencia sobre lo que quiere proyectar. Levanta la mirada que parece irse hasta la entrada del café, agacha la cabeza y empieza a escribir muy juicioso en su cuaderno con su bolígrafo azul. El silencio del rincón lo rellena el rumor de las siete mesas del café y la larga barra, esparcido por el tintineo de las cucharillas que remueven los vasos. Unos minutos después empieza a leer como en el colegio: "Cuando yo hablo me distraigo mucho. Me distrae la cara de la otra persona, la mirada. Hay demasiadas variables que tengo que controlar: mi voz, lo que pasa a mi alrededor, mientras que cuando escribo por encanto el mundo desaparece y lo único que hay es tres dedos apretando un bolígrafo que escribe sobre un papel, o una pantalla del computador. Porque en los cuadernos tomo nota, pero siempre he pensado, y las personas que me conocen lo saben, que tengo una personalidad por escrito y una personalidad hablada; y hablado tiendo a ser muy condescendiente, a darle la razón a la otra persona".

Al terminar la frase bromea sorprendido al descubrir que es la primera vez que ve a dos personas hablando a la vez que escriben. Luego aclara que la costumbre de dar la razón al otro está enraizada en su educación. "Fuimos educados en el Manual de urbanidad y buenas costumbres de Carreño. Y ahí dice que contradecir es parte de mala educación. Aunque eso hace que uno se vuelva un interlocutor idiota porque siempre le da la razón al otro". Entonces improvisa: "¿Que por qué no lo remedio? Me viene lo más ancestral, que es ser una persona cordial. Nosotros los latinoamericanos estamos llenos de cortesía, siempre envolvemos el pensamiento en buenas maneras".

Afuera la gente sigue guareciéndose de la lluvia en los marcos de las dos puertas del A Brasileira. Ante las teorías antropológicas y sociológicas de que buena parte de esa cortesía hispanoamericana se debe a los rezagos del servilismo de la Conquista, la Colonia y la Independencia, Héctor Abad está de acuerdo. Aprovecha para recordar que él creció en el voseo, en el "vos" como tratamiento entre iguales. Una característica de su tierra y de otras regiones como el Río de la Plata, Chile o Costa Rica. "No sabemos dónde está el límite entre la cortesía y el servilismo. Pero yo no soy servil. No me gusta ni mandar ni obedecer, pero sí tenemos muy inculcadas normas de cortesía demasiado rígidas que son probablemente las que hacen que para mí sea difícil comunicarme verbalmente. Y eso tiene que ver también con un problema audiopersonal, y es que viví rodeado de mujeres que hablaban mucho mejor. Ellas siempre hablan mejor que los hombres. Más rápido, con más gracia, son más ocurrentes".

Parece escucharse, entonces, el barullo de diez mujeres de todas las edades que van y vienen por esa casa de la infancia de Antioquia donde un niño se siente arrullado y apabullado por sus voces. Pero gracias a eso el niño habrá de refugiarse en la lectura y la escritura. Por eso le encanta cuando su padre lo lleva a la universidad. El doctor se va a dar clases y el niño, que aún no va a la escuela, se queda en su despacho, sentado en una silla enorme frente a una máquina de escribir enorme, colocando hojas en blanco en el rodillo que aprende a girar rápido, ¡Rrrrrrrrm! Luego empieza a jugar con las teclas, sacando con sus pequeños dedos índices sonidos como en un piano de letras. Tac, tic, toc, tac, tac, toc... Una hoja llena de letras. ¡Rrrrrrrrm! La saca y pone otra. Cuando el padre vuelve de clase el niño se las enseña y recibe una gran felicitación.

De allí procederá este experimento de contestar esta entrevista con su puño y letra y luego leer la respuesta. "Cuando escribo pienso mejor, no oigo mi voz, no vigilo mi voz, es la voz de otro, una voz no interior sino exterior que me dicta aunque no sea el Espíritu Santo, pero sí creo que mi mano se comunica mucho mejor con mi cerebro que mi lengua. La escritura también tiene su ritmo y se parece más a mi pensamiento. Sabes, siempre he fingido que sé hablar", y su burla bordea la carcajada. Hasta que confiesa: "Yo pienso muy despacio". Así es que se llega al acuerdo de que algunas preguntas tendrán una respuesta más amplia o matizada a través del correo electrónico para poder avanzar en la conversación.

Vuelve a escribir. En silencio y sin tachaduras. Con la mano derecha, mientras la izquierda la pone extendida cuidadosamente sobre el pupitre, sobre la mesa. Acaba. Inclina un poco el cuaderno y lee: "El escritor tiene que tener una personalidad disociada, algo esquizofrénica. Tiene que ser capaz de salirse de sí mismo, de ponerse en el lugar de la otra persona. Siempre, cuando un periodista me pregunta algo, yo soy el periodista, no estoy pensando en su pregunta sino en lo que hay detrás de esa pregunta. Los escritores podemos definirnos así: somos detectores de mentiras, detectores biológicos de mentiras. Cuando tú me preguntas esto, yo pienso ¿qué es lo que me está preguntando realmente? Entonces me desconcentro y no sé qué contestar y digo: usted tiene razón, es una manera de ganar tiempo".

Tiempo. En mayúscula. Ésa es una de las presencias latentes en sus libros. Sobre todo en las tres crónicas o relatos de Traiciones de la memoria. Recuerdo, olvido, memoria, vida, vidas disociadas, sueños, futuro, pasado, reinvención; todo bajo el amparo del Tiempo. Como si apareciera el río de Heráclito citado a su vez por Borges. El último de los textos es una pieza sobre los ex futuros. "Es una idea muy bonita de don Miguel de Unamuno. Los ex futuros son esos yoes que se quedaron en la vera del camino de la vida, lo que nunca llegaron a ser, lo que pudieron haber llegado a ser. Todo el mundo tiene despojos de yoes que se van quedando ante una encrucijada...".

Rrriiinnnggg... rrriiinnnggg... Ante la sorpresa del móvil, él coge la grabadora con la mano derecha para acercársela a la cara mientras dice: "Tranquilo, yo le voy contestando a la máquina. Cuando uno llega a una encrucijada, a una disyuntiva y toma por un lado de la ye (Y), pues en Colombia decimos una ye, sea la parte izquierda o derecha eso hace que la vida se aleje del tronco; tome por un camino muy distinto. Todos tenemos de alguna manera una cierta nostalgia por el camino que no tomamos, una cierta curiosidad por saber qué hubiéramos llegado a ser si nos hubiéramos ido por otro lado. Eso es de lo que trata el tercer relato de ese libro. Indago en eso que Unamuno dejó esbozado. Como te das cuenta, a mí me gusta más hablar solo o con una máquina o con un papel que con alguien", y sus palabras terminan entre risas que eclipsan el rugido de la máquina de A Brasileira. Un tema perfecto en un café de Pessoa, porque él creó yoes absolutos con sus heterónimos, a los que hizo incluso horóscopos y dotó de una personalidad definida. "Una vez leí esto: 'Los cuatro poetas portugueses del siglo XX son Fernando Pessoa'. Es verdad, y se llaman Ricardo Reis, Álvaro de Campos, Alberto Caeiro y Fernando Pessoa".

Es el paso a la procesión de ex futuros de Héctor Abad Faciolince. "Pienso en ellos permanentemente. La vida de cada uno está colgada de un hilito. La mayoría de mis ex futuros son muertos. Yo vivo en un mundo de pesadilla donde mis hijos se viven muriendo. Y yo sé que el hecho de que un hijo mío sufra una catástrofe transformaría mi cerebro en una mente loca y desesperada y destrozada". Echa un vistazo atrás en su vida y ve que varios de sus ex futuros quedaron en la Italia de comienzos de los noventa. Lo esboza ahora, pero dos semanas después lo precisará por Internet fundiendo este tiempo presente con el futuro: "Hubo un momento en que yo quise dejar de ser colombiano y volverme italiano. Dejé incluso de hablar en español. La nacionalidad también es una ficción, un disfraz: algo que uno se pone, como la ropa. Tal vez la única nacionalidad auténtica es la lengua, como pensaba Canetti: uno es lo que habla. Y yo hablo una variedad del castellano que es el antioqueño: una especie de español antiguo que se habla en las montañas centrales y aisladas de Colombia. Pero no soy un nacionalista; en realidad no soy nada, o no sé qué soy. Uno tiene que inventarse cada año lo que quiere ser. La identidad -esa palabra tan antipática- también es una ficción, no es una realidad, es una cosa que uno se inventa y se pone, como un sombrero".

Pide otro oporto en medio de tintineos y el ruido de la máquina registradora por alguien que ha pedido la cuenta. Le llama la atención que la entrevista haya derivado en el tema del relato de los ex futuros, "el que a menos personas le ha interesado". Pero cuya idea del tiempo y el espacio, y concepciones de realidad y ficción, se entrecruzan en las tres piezas de Traiciones de la memoria. Incluso la última frase del tercer relato conecta y complementa al segundo al desmontar de un plumazo la realidad contada hasta ese instante difuminando lo real con lo ficticio y lo imaginado. Mientras el primero es una gran crónica periodística y literaria que se convierte en sí misma en un cuento policiaco donde el hijo quiere saber por qué su padre llevaba el día de su asesinato un poema de Borges que empieza diciendo: "Ya somos el olvido que seremos", y que todos creían apócrifo, pero que tras un largo periplo geográfico y filológico encuentra su paternidad y lo confirma como auténtico junto a otros cuatro en una historia sembrada de pistas, azares y persistencia y que al final parece más un farol del determinismo. El libro alterna muchas imágenes de las pruebas y pistas que Abad Faciolince va encontrando y que invitan a diversificar la lectura, sobre todo porque en Colombia hubo un gran debate sobre la autoría del poema de Borges, puesto como epitafio en la tumba del doctor Héctor Abad Gómez. La pesquisa sirve para que el hijo plante cara a la justicia colombiana ante la impunidad del asesinato, al encontrar una verdad literaria.

El fotógrafo se acerca a la mesa. Es señal de que fuera ha escampado. El escritor se levanta de la silla y a medida que avanza hacia la puerta su imagen se aleja en el espejo a su espalda. Sale con Jordi Socías a la calle y hace todo lo que él le dice para las fotos. Pasan delante de la estatua de Pessoa, suben por la rúa de Garrett y cruzan la António Maria Cardoso, en cuya esquina acaba de instalarse un puesto de castañas delante de un edificio donde el fotógrafo quiere hacerle unas pruebas. A los pocos minutos vuelven a bajar por la rúa de Garrett y el pelo acaracolado del escritor está más alborotado que nunca al haberle cabestreado a Socías sus peticiones, cuyas imágenes al final han ilustrado esta entrevista.

Su aspecto de científico loco es el de un buen momento. Ya era hora. Tras una adolescencia donde el dolor y la muerte se hizo presente con una hermana y empezó sin terminar varias carreras como medicina, filosofía y periodismo. Luego, en la universidad, un artículo contra el Papa hizo que lo expulsaran, y que al final terminara, precisamente, en Italia, donde se graduó en Literaturas Modernas. Al regresar a Colombia en 1987, en agosto los paramilitares asesinaron a su padre, y el día de Navidad estaba volando de nuevo a Italia por amenazas. Después llegarían su esposa e hijos, y un periodo de incertidumbre y penurias (narrado en parte en el segundo relato). A comienzos de los noventa empezó a escribir una columna dominical el diario bogotano El Espectador, y publicó algunos libros hasta que en 2000 ganó en España, con Basura, el I Premio Casa América de Narrativa Innovadora. Un año después firmaría aquella carta de protesta por la exigencia de visado a los colombianos con la promesa de no volver hasta que eso cambie. En 2006, casi 20 años después del asesinato de su padre, se sintió con fuerzas para escribir sobre aquello, lo que le ha valido el reconocimiento de público y crítica. Ahora es miembro del consejo editorial de El Espectador, con una columna de opinión muy leída.

De vuelta en A Brasileira, la conversación va hacia su vida entre la realidad real del periodismo y la ficción literaria. Es la penúltima pregunta. Se entusiasma e improvisa, pero luego la matizará en un correo electrónico: "Yo creo que vivo siempre en la realidad; y al mismo tiempo, como lo que percibe y filtra la realidad es mi cerebro, creo que vivo siempre en la ficción. Nunca sé muy bien si algo que viví lo viví realmente o si mi cerebro se está inventando un recuerdo. Cuando uno se da cuenta de las deformaciones que hace permanentemente la memoria, cuando uno ve los sesgos con que la ideología nos hace percibir la realidad, a veces me da la impresión de que todos vivimos en un mundo ficticio. La ideología es como una lente de color rosa o de color negro y todo depende del cristal con que se mire. Dos periodistas asisten a una misma batalla y parece que nos hablaran de dos batallas distintas cuando la cuentan: un periodista cubano y un periodista español nos hablan de una huelga de hambre en La Habana, y parece que hablaran de dos cosas distintas. Yo como escritor trato de ponerme dentro de la cabeza del hombre que hace la huelga de hambre, y aparece otra historia más, diferente. ¿Cuál de las tres es la historia real? Y si la historia es contada por el mismo protagonista, y él se ve a sí mismo como un mártir o un héroe, también hace de su misma huelga una leyenda. Cada vez me interesa más la realidad y menos la ficción, pero cada vez me parece más que todo, todo, es ficción".
...
La máquina registradora suena ahora por la mesa del rincón. Un par de minutos después, el barullo y el olor a café de A Brasileira quedan atrás y son reemplazados por el ruido de la calle y el olor a castañas asadas. Ya en la esquina de la humareda, antes del adiós, el escritor colombiano le pregunta al fotógrafo si su apellido es con ese o con ce: "Con ce", responde. "Ya, pero viene de sosias, es decir, de algo doble o que se parece mucho, está en el Anfitrión, de Plauto, cuando Mercurio se hace pasar por Sosias el criado del general Anfitrión". Son casi las cinco y media, y la tarde va a terminar como empezó, el mismo cielo pálido y el mismo tema de tres horas antes cuando Héctor Abad Faciolince se despida, saliendo del humo oloroso a recuerdos, contestando la última pregunta: ¿Cuándo vuelve a España? Y se autorretratará y resumirá en 17 palabras: "Soy un exiliado español. La próxima vez nos veremos en la frontera o allí donde murió Machado, en Collioure...", para perderse andando por la rúa de Garrett arriba en busca de una de sus pasiones, librerías de viejo.

viernes, 26 de marzo de 2010

Chuck Palahniuk vuelve a la pelea

Chuck Palahniuk pertenece a una provocativa generación de escritores que cultiva maneras de rockstar.
Cualquiera ha visto, o al menos ha oído hablar de una película llamada El club de la pelea (en Latinoamérica) o El club de la lucha (en España). Pues esta magnífica película está basada en la novela Fight Club, que Chuck Palahniuk publicó en 1996. Ahora, después de unas cuantas ficciones más, el escritor norteamericano vuelve con Snuff, una novela que trata de una pornostar que quiere batir un récord: el de tener relaciones sexuales con 600 hombres uno tras otro. ¿Lo habrá logrado la protagonista de la novela? ¿Lo habrá logrado su autor? Respuestas, en esta nota de El País:
¿Que si me dolió? Bueno, sí. Es como correr una maratón: el dolor es parte del subidón de adrenalina". Con estas palabras, Annabel Chong, actriz de cine para adultos, resumía la experiencia de hacérselo con 251 hombres en 10 horas para una cinta porno. Su récord quedó plasmado en el documental Sex: The Annabel Chong story (1999). Cuando Chuck Palahniuk lo vio supo que había encontrado un filón. "Me resultó fascinante pensar en la cantidad de gente que practica deportes de riesgo que pueden llegar a causar la muerte, pero que jamás se juzgan moralmente. Con una maratón sexual, sin embargo, siempre hay una condena moral", recuerda por teléfono.

Para Snuff, el escritor se inventó a una reina del porno en decadencia, Cassie Wright, que perpetra su golpe final: batir la marca histórica de polvos consecutivos ante una cámara con 600 hombres. El autor de El club de la lucha convierte esta gesta en una experiencia nada erotizante recurriendo a sus consignas temáticas básicas. "En cada uno de mis libros trato de incluir aspectos muy físicos del comportamiento humano: a veces es la violencia, otras, la enfermedad, el sexo o las drogas. Son cuatro cosas que crean una sensación física en el lector; una fórmula básica para involucrarle". ¿Piensa que queda alguna línea por cruzar en la literatura? "No lo creo", dice de inmediato. "Al menos, yo, si la veo, la cruzo de manera automática".

Palahniuk nunca ha ocultado su naturaleza vampírica. Tras más de una década como mecánico de tractores, iluminó su vida ejerciendo de voluntario en una residencia para enfermos terminales. "En los grupos de apoyo, en los hospitales, en los sitios donde a la gente no le queda nada que perder es donde se cuentan las verdades más grandes". Como resultado parió El club de la lucha, la novela que le hizo famoso tras el culto generado por la adaptación al cine dirigida por David Fincher. Para Monstruos invisibles, se dedicó a llamar a líneas eróticas y a pedir a la gente que le contara sus historias más obscenas. Con Asfixia (la otra novela que ya hemos visto en cine), asistió a sesiones de terapia oral para adictos al sexo. Y Snuff se alimenta de incontables anécdotas sobre estrellas del cine o trucos para convertirse en atleta sexual provistos por una inacabable red de amigos. Es lo que Palahniuk llama el juego de caza y captura: "Les planteo el tema en el que estoy trabajando y enseguida me van llegando historias interesantes".

No todo en su carrera parte de la observación lúdica. En 1999, su padre y la novia de su padre fueron asesinados por el ex marido de ésta, recién salido de la cárcel. Para superarlo, Palahniuk escribió Nana, una novela sobre un poema infantil que causa la muerte a quien lo escucha. "Uno de mis mayores temores es la muerte, en particular la de los seres queridos. Y los accidentes de coche. Hay cosas que escapan a nuestro control, por eso tenemos que estar preparados". El suicidio, en 2008, de David Foster Wallace, con quien compartía día y año de nacimiento, además de editor, también le marcó. "Jamás nos llegamos a conocer, pero me inquieta tanta conexión".

Fue Foster Wallace quien dijo hace diez años: "Los escritores americanos no escriben sobre la sociedad actual, sino sobre la manera en la que la vemos en la tele". Palahniuk no tiene tele desde 1991, pero seguro que es capaz de decirnos qué huella está dejando Internet en la literatura de hoy. "La clave es que ha derribado la seguridad de una verdad única. Wikipedia, por ejemplo, hace veraces muchas mentiras. Su presentación, tan bonita, da una apariencia fiable. Internet se ha convertido en un monstruo de mil cabezas, en una enorme corrosión de la verdad. Ofrece millones de realidades entre las que elegir. Y eso te obliga a tomar elecciones: en qué crees y en qué no". ¿Y cuáles son las mayores mentiras que se ha encontrado sobre sí mismo en la Red? "Jamás googleo mi nombre, me parece insensato; pero mis amigos me han dicho que vivo en Canadá, en un castillo, y que estoy casado con una ex Miss América". En realidad, Palahniuk sigue escribiendo en lugares públicos en su Portland natal y es gay, algo que, según se ha escrito, le avergüenza reconocer. Se ríe. "Lo único que me da vergüenza en esta vida es no saber nadar y cuando no sé deletrear una palabra. No creas a la Wiki".

Le cuesta reconocerse como representante de la Next generation, el movimiento que renovó los códigos literarios en EE UU, generando auténticas rockstars de las letras, como Michael Chabon, Jonathan Franzen o Foster Wallace. Aunque admite que "hay una idea rescatable de todo eso. La música era superpopular en los ochenta. Los videoclips la convirtieron en algo más relevante culturalmente. La generación de los noventa necesitamos definirnos de otra manera, y ya no podía ser con la música, de ahí que proliferaran tantos nuevos escritores, tantas pequeñas editoriales, tantos productos dirigidos a lectores jóvenes. Es algo que leí en el Wall Street Journal, y en cierto modo estoy de acuerdo". En el caso de Palahniuk, su condición de estrella se cimenta en extravagantes tours por su país donde lee historias que provocan desmayos o lanza prótesis, muñecas hinchables o pingüinos firmados al público. "Ahora me pillas embalando miles de réplicas hinchables del Oscar. La novela que presento [Tell all], trata sobre un escritor que engancha a una vieja actriz con el propósito de matarla tras escribir su biografía y que ella no pueda demandarle por todas las mentiras que cuenta. También he alquilado un almacén para perfumar los primeros diez mil libros con Chanel Nº 5".

Y ahora, ¿qué nos depara la generación poscrisis del milenio? ¿Un crisol de voces bien jodidas? Se ríe. "Se nos vienen encima nuevas formas de religión. Incluso en tiempos egoístas, la gente necesita dar un sentido a las cosas, escuchar y ser escuchada. Los demás ayudan a soportar la experiencia de nuestras vidas, es imposible que las digiramos por nosotros mismos".

Snuff está editado por Mondadori.

martes, 23 de marzo de 2010

100 años de Kurosawa

Kurosawa junto a Francis Ford Coppola y George Lucas, dos de sus más entusiastas jaleadores, en 1980. - AFP.
Me doy una vuelta por algunos diarios españoles para traer de cada uno algo de lo escrito sobre los 100 años del nacimiento de Akira Kurosawa, que se cumplen hoy. ¡Larga vida a Kurosawa!
De Público:
El origen del genio podría partir de un recuerdo que él mismo relató en su autobiografía. En 1923, un pequeño Akira paseaba junto a su hermano mayor que terminaría por suicidarse entre las ruinas que había dejado en Tokio el terremoto de Kanto. Ante la visión dantesca, su hermano le advirtió: "Si miras las cosas de frente, no hay de qué asustarse". Aquello marcó la identidad del director: por un lado su humanismo, nunca cristalino, siempre sombrío. Y su forma de convertir a las fuerzas de la naturaleza en un personaje esencial. Ningún director ha usado la lluvia y el viento como recursos narrativos a la manera de Kurosawa. Él mismo reconoció el peso de aquella ronda entre los muertos: "Allí aprendí no sólo los extraordinarios poderes de la naturaleza, sino cosas extraordinarias que se esconden en los seres humanos". Mucho le debe el cine a aquel paseo.

La historia del cine japonés no se entiende sin Akira Kurosawa (1910-1998). Hoy se conmemora el centenario de su nacimiento y empiezan las actividades programadas en 12 ciudades españolas (Barcelona, Madrid, Bilbao, Valencia, Sitges, Las Palmas y Valladolid, entre otras), dentro del Año Kurosawa.
El director debutó en 1943, por lo que pertenece a una especie de generación perdida posterior a los grandes clásicos (Mizoguchi, Ozu, Naruse) y anterior a la nueva ola liderada por Nagisa Oshima. Pero Kurosawa es el director de Rashomon, filme que triunfó en la Mostra de Venecia de 1950 y sirvió para dar a conocer el cine japonés en todo el mundo. Cada película de Kurosawa a partir de entonces fue un acontecimiento y Hollywood se sirvió varias veces de sus argumentos. Los siete samuráis, filme emblemático de 1954, generó un western, Los siete magníficos, y una película de ciencia-ficción, Los siete magníficos del espacio. Rashomon fue versionada en Cuatro verdades, con Paul Newman. George Lucas se basó en algunos personajes de La fortaleza escondida para la divertida pareja de androides de su saga galáctica. También Sergio Leone realizó Por un puñado de dólares a partir de su filme de samuráis Yojimbo.
Los cineastas norteamericanos más inquietos le devolvieron el favor: Lucas y Coppola ayudaron en la producción de Kagemusha, Steven Spielberg coprodujo Los sueños de Akira Kurosawa, Martin Scorsese intervino como actor en este filme y el ruso Andrei Konchalowski realizó en EEUU El tren del infierno, según un guión inédito del director.
La influencia de Kurosawa es considerable. No hay filme de samuráis posterior a 1954 que no le deba algo a este cineasta que combinó la épica con la tragedia de raíz shakesperiana, aunque trató también otros géneros. No es de extrañar que en Japón se le respete y que en el resto del mundo se le venere: logró el Oscar al mejor filme extranjero dos veces, por Rashomon y Dersu Uzala, y el Oscar a su carrera en 1990. 

En 2010 también se cumplen 60 años desde el estreno de Rashomon, que ganó el León de Oro en Venecia y descubrió al mundo entero el inmenso talento de Akira Kurosawa. Basado en dos relatos del célebre escritor Ryonosuke Akutagawa, Rashomon concentra buena parte de los métodos que hicieron famoso al director, como el uso de la multicámara, el empleo de la luz natural o su peculiar forma de trabajar con los actores, a los que solía sumergir en el universo narrativo de cada filme de una manera que rayaba en lo obsesivo. Hizo disparar flechas de verdad sobre el actor Toshiro Mifune en la secuencia final de Trono de sangre. De hecho, su fama de director perfeccionista, caprichoso y autoritario le hizo ganarse el apodo de El Emperador.
Antes de Rashomon, la historia de Kurosawa es la de un niño nacido en el antepenúltimo año de la era Meiji (1868-1912), en el seno de una acomodada familia tokiota de estirpe samurái. Entre las figuras que marcaron su infancia está su despótico padre Isamu (al que siempre recordaba enojado y puliendo su katana con polvos abrasivos, según narra el maravilloso documental A. K. de Chris Marker), que le inculcó su amor por las películas. Y sobre todo le influyó su hermano mayor, Heigo, personaje brillante y oscuro que trabajó como benshi (narrador de cine mudo en las salas) antes de suicidarse. Tuvo tiempo para dejarle una perla imborrable: cuando ambos hermanos caminaban por las desoladas calles de Tokio tras el terremoto de 1923 que acabó con la vida de unas 100.000 personas, Heigo obligó a Akira, que tenía 13 años, a mirar directamente a los cadáveres para "superar sus miedos".
El inicio de su carrera como director estuvo marcada por la falta de libertad creativa, pero las presiones se fueron rebajando a finales de los cuarenta y en 1950 llegó Rashomon. A partir de aquí, y fruto de su estrecha colaboración con los actores Takashi Shimizu y Toshiro Mifune, se sucederían algunos de los títulos que más han influido a directores de todo el planeta. Son la enternecedora Vivir (1952), la épica Los siete samuráis (1954), Trono de sangre (1957), calificada por Harold Bloom como la mejor adaptación de Macbeth, La fortaleza escondida (1958) -que inspiró a George Lucas los personajes de C3PO y R2D2- o Yojimbo (1961), maravillosamente plagiada por otro grande, Sergio Leone, en Por un puñado de dólares.
Ya entonces, Kurosawa se enfrentaba a los críticos japoneses que le acusaban de ser demasiado occidental, empeñado en llevar a la pantalla la literatura de Dostoievski, Shakespeare, Gorki o Simenon, en cuyas novelas se inspiró para rodar El perro rabioso (1949). Las acusaciones le pasaron factura dentro de la industria nipona, que a finales de los sesenta lo consideró ya manido y lo empujó a una lucha constante para lograr financiar sus trabajos.
Después del estreno en 1970 de Dodeskaden, Kurosawa intentó suicidarse. Logró reponerse y filmar la que fue su única película producida en el extranjero, Dersu Uzala (1975), un alegato contra la desnaturalización del hombre moderno. Ya casi ciego, y con el apoyo financiero de George Lucas, Francis Ford Coppola o el francés Serge Silberman, rodó en la siguiente década la monumental Kagemusha (1980) y la poderosa fábula Ran (1985), su obra cumbre para muchos y por la que fue candidato al Oscar. Perdió, aunque en 1989 obtuvo la estatuilla honorífica. Salió a recogerla pertrechado tras sus famosas gafas ahumadas, que eran su homenaje a su admirado John Ford.

lunes, 22 de marzo de 2010

El escritor que limpiaba sus huellas

Una de las imágenes que aparece en la biografía de Robert Walser.
Al hablar de Robert Walser (Biel, Suiza, 1878-1956), ya es costumbre empezar por el final. Decir que murió olvidado mientras daba un paseo por la nieve cerca del manicomio de Herisau, donde pasó los últimos 20 años de su vida. Un destino acorde con su frase "el escritor que tiene más posibilidades de cosechar éxito es aquel que se empequeñece al máximo, tanto ante los contemporáneos como ante la posteridad". Hoy, su estética de la desaparición es uno de los mitos de la literatura del siglo XX, y ha merecido el trabajo detectivesco de escritores de la talla de Sebald, Magris o Vila-Matas. De todas estas búsquedas de sus huellas, la más afín al retratado es Robert Walser. Una biografía literaria, del suizo Jürg Amann (Siruela).

El libro es un curioso experimento narrativo que se ajusta a la prosa esquiva de Walser. Amann recrea su vida con un estilo distanciado para mostrar la complejidad del personaje y le intercala una coherente selección de fragmentos de sus obras, además de material inédito para el lector español. El resultado es una verdadera biografía del escritor, sin chismes ni falsedades: una historia de las múltiples voces que lo acosaron mientras escribía. En la biografía de Amann, como en su obra, Walser aparece consciente del esfuerzo que supone amar una vida miserable nomadismo urbano, trabajos precarios, cambios de domicilio y la ironía de amar esas miserias: "Siempre he amado lo más cercano y usted es la más cercana para mí". 

De las múltiples fotos de esta edición, sobresalen las de las mujeres de su vida. Es decir, sus dos hermanas, Lisa y Fanny, y su madre, que murió tras pasar una larga depresión cuando Walser era adolescente, enfermedad que él heredó. 

Las mujeres son importantes para entender su obra porque Walser las coloca en el centro de su creación. Y porque el escritor que dedicó demoledoras páginas a sus enamoramientos de las camareras de tabernas permaneció célibe hasta la muerte: "En cuestiones de amor, cualquier ausencia de éxito entraña una cierta felicidad". Páginas amargas como aquella en la que recoge una cucharilla que una camarera obesa ha usado para metérsela en la boca.

Un dandi en Berlín
Walser no fue un completo desconocido en vida. Entre otros, Kafka admiró su obra. Y tampoco sería correcto pensar en él como en un masoquista: su corrosiva ironía tiene más lecturas y posibilidades. Por ejemplo, durante siete años Walser fue un dandi a imagen de su hermano Karl, pintor y escenógrafo. Robert siguió a su hermano al Berlín anterior a la I Guerra Mundial y allí escribe sus tres novelas más conocidas: Los hermanos Tanner (1907), Jakob von Gunten (1908) y El ayudante (1909).

También cambia de domicilio y de trabajo, adicto a la cola de la oficina de empleo, y en estas tres obras maestras autobiográficas refleja la espiral de nomadismo urbano en la que estaba envuelto, escribiendo en oficinas donde parecía trabajar... Malos trabajos que ocuparán su cuerpo, pero no su espíritu, aunque se dejara empapar de anécdotas que luego pasaban al papel. Por ejemplo, en El ayudante, reflejo de su estancia en la casa del inventor Dubler (en la novela es Tobler), una de las más lúcidas indagaciones en la relación entre trabajador y amo, escrita medio siglo antes de El sirviente de Losey.

La vida sin ataduras empezará, como las frases del propio Walser, a ser como la pescadilla que se muerde la cola. Frases sin centro de gravedad, sin relaciones duraderas. Como la pequeña letra casi jeroglífica con la que escribió casi toda su obra posterior (recuperada en los tres volúmenes de Microgramas, que publicó Siruela) o su última gran novela, El bandido (1925), cuyas enroscadas frases desmienten lo que prometía al comenzar: hoy se lee como un claro antecedente de la prosa obsesiva de Thomas Bernhard.

El resto lo sabemos por su último amigo y principal valedor, Carl Seelig. Iba a visitarlo al manicomio de Herisau, donde Walser quería ser olvidado. Paseaban, hablaban de comida, política y literatura. Seelig fue quien le hizo sus últimas fotos y quien lo encontró muerto en la nieve. 

Pero volvamos a la incógnita principal del libro de Amann. ¿Por qué el escritor que quiso desaparecer es hoy el más buscado? Jürg Amann acierta al comenzar su biografía por el primer texto literario de Walser, escrito a los 14 años. Una versión personal del hijo pródigo: el joven Fritz finge que se ahoga en el lago para que su familia, que parece haberse olvidado de él, le eche de menos. Luego vuelve y todos le muestran su cariño. Pero digamos que el Robert Walser real se acostumbró a desaparecer: "El que se niega a perderse, tampoco conseguirá encontrarse jamás. Así que quiero perderme". 

Tomado de Público.

domingo, 21 de marzo de 2010

La mamá de Fogwill hundió un barco

El escritor Rodolfo Fogwill, esta semana en Madrid. Foto: CLAUDIO ÁLVAREZ
Basta teclear en YouTube su nombre y el de ese famoso refresco que nos garantiza la chispa de la vida para dejarse mecer por su acento porteño. Rodolfo Fogwill (Buenos Aires, 1941), o Fogwill, a secas, presta su inmensa voz para vender bebidas en un anuncio que reclama a "los malos poetas". ¿Y qué? A nadie que conozca a este narrador fuera de toda serie le sorprenderá. Le importa el dinero (y le han pagado mucho por venderse), como le importan el sexo, las drogas, la política, los hijos y los amigos.

Todo forma parte de los laberínticos surcos de ese rostro que es imposible de olvidar. A sus 68 años, guapo y enérgico, Fogwill ha viajado a España para presentar la edición por Alfaguara de sus cuentos completos y, por Periférica, de varias novelas cortas, entre ellas la esencial Los Pichiciegos.

La leyenda rodea a Los Pichiciegos, una novela sobre la guerra de las Malvinas que Fogwill escribió casi en estado de trance en tres días y cuya gestación el escritor accede hoy a recordar. "Pasaba por la casa de mi madre cuando la escuché gritar: '¡Hundimos un barco!'. Yo volví entonces a mi estudio y escribí una frase: 'Mamá hundió hoy un barco'. A las ocho horas del hundimiento del barco de mi madre yo ya estaba escribiendo aquel libro". Tres días sin noches con el ansioso desvelo de la cocaína y ya había nacido una obra cumbre de la literatura argentina. "La leyenda no le da más valor, pero a mí me da orgullo. El valor literario se puede malversar, es cuestionable. Pero hay un valor ético, que es el de haberla hecho y haberla hecho como la hice. Aunque la ética no hace un buen relato".

Fogwill se agarra a la ética de una vida cuyo recuento produce una mezcla de incredulidad y vértigo. Ha sido publicitario, profesor universitario, investigador de mercados, editor, empresario, especulador de bolsa, terrorista, estuvo en la cárcel por estafador y durante 17 años vivió enganchado a la cocaína. Padre de cinco hijos ("el mayor tiene 41 y la pequeña, 12"), Fogwill asegura que no puede pasar más de cinco días sin ellos. Cuando habla, ellos y sus madres parecen la única medida real del tiempo. "Mi valor literario es una lápida para mis hijos, pero, en cambio, mi valor ético es un impulso. Ninguno de ellos se arrepiente de la moral de un padre como yo", afirma. "Yo nunca fui un padre exhibicionista, pero a un hijo no se le engaña. Ellos saben todo. La ética de una vida no es hacer o no hacer, sino decidir".

En el volumen de cuentos completos editado ahora Fogwill ha evitado la cronología para ordenar una serie de relatos que arrancan en los años setenta. "El orden cronológico es siempre atroz, se va dando uno cuenta de cómo ha ido decayendo. Es mejor el orden temático, por tono, o por ritmo de lectura. La mayoría son de 1977 y 1978. Durante esa época producía a un ritmo más rápido. Es una curva paralela a la producción de semen o igual a la de la memoria del tiempo. Para mí, hace un año fue como ayer y, sin embargo, cuando tenía 10 años, un año duraba un año. Entonces la distancia en tiempo era igual a la distancia al tiempo vivido. De joven producía mucho porque también vivía mucho". Con los años, explica, llega el factor de "concentración". "Como con el sexo, se aprovecha la economía de medios. Trucos para estimular y estimularse la imaginación".

Tomado de El País.

sábado, 20 de marzo de 2010

Vila-Matas desde Dublín

Siguiendo este enlace, podrán ver un vídeo de cuatro minutos y medio en el que Enrique Vila-Matas, desde Dublín, nos habla de Dublinesca, su más reciente novela.

jueves, 18 de marzo de 2010

La secreta voz de las aguas


Portada del libro, diseñada por Bayron Benitez.
Como ya deben saber, La secreta voz de las aguas, segundo libro de poesía de Marco Antonio Madrid y tercero de la colección Poesía de mimalapalabra editores, ya circula por las principales librerías nacionales. En el blog Arlequín aparece posteado el excelente prólogo que escribió Felipe Rivera Burgos para esta edición y aquí les dejo el comentario de la contraportada:
En La secreta voz de las aguas, su segundo libro de poesía, vuelve a indagar Marco Antonio Madrid en los temas relativos a la existencia que encontramos en su primer libro, La blanca hierba de la noche (2000), que tan buena crítica generó en su momento y que aún hoy continúa citándose como una obra de referencia obligada entre las nuevas generaciones de la poesía hondureña. Nuevamente el hombre buscará aquí el río, pero no para preguntarse aquello relativo al paso irremediable del tiempo –que ya lo sabe- “sino para abrevar su vida, sino para abrevar su muerte”. Pero este libro no es sólo un hombre ante las aguas del tiempo. Como un Rulfo en clave poética –y hondureña, aunque por esto último no menos universal-, Madrid evoca también en este libro el paisaje rural anclado en su pasado y vívido aún en su presente, el paisaje de la infancia en las tierras altas de Santa Bárbara, y de esta manera nos dibuja un mapa sensorial en el que caben el sabor de la caña, el café y la miel; los recuerdos del cometa y el trompo, de los insectos y los pájaros; el sonido de la música y el viento; y el homenaje a los antepasados, que vuelve a recordarnos la muerte, pero también la vida que se mantiene intacta en la memoria. Un libro escrito con la maestría y la intensidad que sólo los grandes poetas logran alcanzar.

martes, 16 de marzo de 2010

Entrega del I Premio mimalapalabra


Este miércoles 17 de marzo a las 12:30 horas, Gustavo Campos y Carlos Rodríguez, en representación de mimalapalabra y del jurado calificador entregarán el I Premio de Relato Corto mimalapalabra 2009 a Raúl López Lemus, quien resultó ganador con su cuento ¡Vae victis! La cita es en el restaurante La Ecológica (20-21 calles, Prolongación Ave. Junior o 2 1/2 cuadra al Sur de Expocentro, contiguo a las bodegas de Inferra o contiguo a DIRECOM, San Pedro Sula). 

Toda la información relacionada con el premio (nombres del ganador y los finalistas, además de sus relatos), en esta web.

Los esperamos.

sábado, 13 de marzo de 2010

V-Matas: "Ahora soy más consciente de lo que huía: la realidad"

El escritor Enrique Vila-Matas (Barcelona, 1948). Foto: JOAN SÁNCHEZ
Entrevista de Juan Cruz a Enrique Vila-Matas en Babelia con motivo de la publicación de Dublinesca:
Qué rápido pasa el tiempo -piensa-. Miércoles, amor, enfermedad, vejez, clima, aburrimiento, lluvia...". Esas palabras, que están en Dublinesca (Seix Barral), su última novela, son de Enrique Vila-Matas, y aunque esta obra es ficción, y él quiere que sea ficción absoluta, parecen un retrato interior de su propio avatar. Aunque prefiere que no se dramatice la circunstancia, por este barcelonés de 61 años transcurrió una enfermedad seria, y de algún modo ese malestar añadió al miércoles, al amor, a la vida, en definitiva, los sentimientos que aparecen cuando a la vuelta de la esquina se ve el bulto oscuro de un porvenir incierto.
 
Él salió bien del acontecimiento, y antes y después estuvo escribiendo esta novela, que es sobre un viaje, y no sólo metafórico. El protagonista, Samuel Riba, es un editor que decide jubilarse -a la misma edad que el novelista-; desde esa distancia que le da la decisión de decir adiós a todo eso, junta a unos amigos y se va a Dublín, a celebrar el entierro de la era Gutenberg, en torno a las casualidades que concita el extraordinario Ulises de James Joyce, una novela fundamental en el siglo XX, emparentada además con el nacimiento del padre del editor de ficción (que nació, como el padre de Vila-Matas, al tiempo que llegaba a París el primer ejemplar de la madre de todas las novelas modernas). Lo cierto es que aquí Vila-Matas muestra de nuevo, y con un vigor que se parece al de los sueños, lo que en la propia novela se llama "fanatismo desmesurado por la literatura".

Hablamos con él en la Librería Central, en Barcelona, recluidos en la parte más recóndita del café. Enrique Vila-Matas vive ahora, después de aquel contratiempo que ya es tan sólo memoria, mucho más adentro, como si se hubiera cambiado de habitación y hubiera pasado del cuarto de Bartleby al territorio del que Dublín, como en el libro, es una metáfora de silencio, misterio y (buena) literatura.
"Qué rápido pasa el tiempo...". Esa frase parece dominar el libro, es su atmósfera...
Ahora que lo dices, el clima que estas palabras reflejan es el de tantas novelas irlandesas. La literatura irlandesa es genial. Me pregunto cómo lo hacen para que salgan tantos escritores extraordinarios de ese pequeño país. Hace poco, en un coloquio en Dublín, un joven quiso saber si estaba ya enterado de que la literatura irlandesa era muy superior a la inglesa. Sabía que tarde o temprano me lo preguntarían. "Sí, pero recuerde que los ingleses tienen de entrada a Shakespeare", le dije...
Ha elegido para protagonizar su novela a un editor jubilado de su edad. Ha decidido cerrar su editorial, y se va a hacer un funeral por la letra impresa y declara: "¿Para qué sirve la novela si ya tenemos la teoría?". Un editor que considera terminado su catálogo y, en cierto modo, su vida...
Si te fijas, hay muy pocos escritores que hayan ficcionado a los editores... En principio trabajé -como tantas otras veces he hecho- con un personaje que era escritor. Un día, cuando llevaba ya cincuenta páginas escritas, decidí transformarlo en un editor, y todo de pronto se me volvió diabólicamente diferente. Las situaciones que tenía ya escritas pasaron a poder ser interpretadas de un modo no sólo distinto sino a veces incluso perverso. Y, de golpe, pasé a divertirme mucho.
Cuando lo situó como escritor, ¿era usted?
Era un personaje de ficción, con algún punto en común conmigo. Cuando lo convertí en editor ya era una mezcla de muchos editores que he conocido. En París, por ejemplo, algunos lectores han creído ver que hablo de Christian Bourgois, mi editor francés. No he negado que Riba tenga cosas de él. Es un conjunto de personas que he conocido.
Es la novela de un viaje, y en cierto modo el viaje es una huida, un viaje interior...
Existe un sueño premonitorio que sí pertenece a mi realidad. Lo tuve hace tres años en el hospital, cuando estuve gravemente enfermo. Fue de una impresionante intensidad. Soñé que me encontraba en Dublín, ciudad en la que no había estado nunca, y que había vuelto a beber y que estaba en el suelo, en la puerta de un pub, llorando de una forma muy emocionante. Lloraba abrazado a mi mujer, lamentando haber regresado al alcohol. La intensidad venía de que en el sueño, en el abrazo con mi mujer, estaba concentrada, con gran densidad, una idea de renacimiento. Me estaba recuperando en el hospital y fue como si tocara la verdadera vida por primera vez. Pero no he logrado transmitir toda la intensidad. Una prueba más, si quieres, de eso que se conoce como la imposibilidad de la escritura... A los pocos meses viajé a Dublín y no di con el lugar exacto del sueño. Pero lo recordaba con una precisión asombrosa. No estaba allí, o no supe verlo.
Aparece incluso, algo deformado, el nombre del pub del sueño... Y del sueño es el Jabato el que salva al editor. ¿Le costó mucho abordar esos elementos autobiográficos que se perciben en la novela?
El libro avanzaba a medida que yo, como lector del propio libro que escribía, me sorprendía con el misterio de lo que le iba ocurriendo a Riba... No sabía muy bien yo qué estaba ocurriendo y eso me llevaba a escribir el libro como si lo leyera, a perseguir como un lector lo que le ocurría a ese editor en su vida cotidiana. Y levemente, poco a poco, fue apareciendo esa tensión entre el editor y esa especie de sombra o de personaje que él trata de descifrar quién es y que, en un primer momento, le parece que puede ser el Genius, esa expresión latina (el ángel custodio de los cristianos), el genio perdido que se difuminó ya en la infancia, o bien el autor genial que él siempre persiguió como editor y que no ha encontrado...
Entre esos rasgos autobiográficos hay abundantes referencias al alcohol, a la enfermedad, al abismo en el que uno se puede meter si no sale a tiempo. Y está el viaje, que es una metáfora muy poderosa de la novela... ¿Qué rasgos hay del Vila-Matas ser humano en esta ficción?
De entrada, detalles de una primera incursión que hice en Dublín meses después del sueño premonitorio... Fue al Bloomsday con los Caballeros de la Orden del Finnegans...
Reconozco a su amigo Eduardo Lago. ¿Quiénes más están?
A la Orden pertenecen también Jordi Soler, Malcolm Otero, Antonio Soler y este último año se ha incorporado Garriga Vela. Hace dos años les pedí que fuéramos a Glasnevin, el cementerio católico de Dublín, donde transcurre parte del sexto capítulo del Ulises de Joyce. Es la secuencia del entierro del borrachín Paddy Dignam. Ahí sucedió algo que contribuyó a poner en marcha la novela. En el crepúsculo, bajo la niebla, al salir del cementerio, a la altura del pub Los Enterrados -algo bien curioso, por cierto, es que haya un pub con ese nombre en la puerta misma del camposanto y que desde hace dos siglos vayan las familias allí a beber a la salida de los funerales-, se unió por unos segundos a nuestro grupo un desconocido, alguien parecido a Beckett de joven, y luego se lo tragó la niebla. Pensé en Mackintosh, ese misterioso personaje que recorre el Ulises -aparece en 11 ocasiones-, ese hombre al que llaman así porque lleva una gabardina Mackintosh. Se ha discutido mucho quién es. Nabokov sugiere que es el autor. Si fuera así, ese momento en el que Leopold Bloom, a la salida de Glasnevin, ve al desconocido, está viendo en realidad al propio Joyce...
En la novela se percibe esa voluntad suya de fundirse con la literatura, como en otros libros suyos... Ahí está el Vila-Matas que vive la literatura, igual que Samuel Riba, como si fuera su principal alimento... Incluso en un momento determinado el editor sueña con un tiempo en el que, después de un enorme diluvio en Londres, sólo queden libros de Philip K. Dick, Robert Walser, Stanislas Lem, James Joyce, Fleur Jaeggy, Jean Echenoz, Georges Perec, Marguerite Duras, W. G. Sebald...
Vas por el lado de que el libro es autobiográfico...
Quiero decir que pueden verse rasgos autobiográficos...
Los hay, aunque transformados hasta hacerlos irreconocibles. Pero sí, los hay. Participé, por ejemplo, hace dos años, en una instalación de mi amiga Dominique González Foerster en la Tate Modern de Londres. En esa instalación, que era una puesta en escena de un diluvio universal y del fin del mundo, había libros para refugiados de la lluvia delirante, y todos esos autores que has citado se hallaban representados en la Sala de Turbinas de la Tate. Era una lectura para huidos del Diluvio Universal. Me interesó esta instalación como representación del fin del mundo... Me parece que toda mi novela es una parodia de la gran crisis final. Me parece que es característico de la imaginación humana encontrarse siempre al final de una época. Desde que tengo uso de razón oigo decir que nos hallamos en un periodo de máxima crisis, en una transición catastrófica hacia una nueva cultura. Pero lo apocalíptico ha estado siempre, en todas las épocas. Lo encontramos, sin ir más lejos, en la Biblia, en la Eneida. Está en todas las civilizaciones. En mi novela, Riba entiende que en nuestro tiempo lo apocalíptico sólo puede ser ya tratado de forma paródica, sin excesiva seriedad. Riba celebra en Dublín un funeral por el fin de la imprenta, pero no lo celebra con mucha desolación. De hecho, para Riba este funeral, que despide una época, le sirve a él para tener algo que hacer en el futuro, y de paso tener algo que contar a su madre a la vuelta a Barcelona.
El libro sugiere también una reflexión sobre la cultura. Es como el funeral de la cultura personificado en el que se hace a sí mismo el editor, quien forma parte, escribe usted, de "la cada vez más rara estirpe de los editores cultos literarios".
Es un hecho que el editor literario está en vías de desaparición. Se celebra también el funeral por este tipo de editor y por la era de la imprenta, cuya cumbre es Joyce y su sucesor es Beckett. Ulises sería la epifanía de la era de la imprenta y Beckett la afonía...
¿Y qué representaría su generación en ese decurso, si Beckett es la afonía?
La misma novela propone el renacimiento, la reaparición del autor. Claro que, dicho a palo seco, la gente se preguntará: ¿y de qué está hablando éste? ¿Y qué es eso de la reaparición del autor? Pero es que mi generación fue testigo de la muerte del autor. Nietzsche mató a Dios. Y luego vino Barthes en los años sesenta y, justo cuando los jóvenes nos empezábamos a animar a escribir, nos anunció que había muerto el autor. De algún modo, Dublinesca tiene un punto francamente optimista, porque lo que propone en el fondo es la reaparición del autor.
Que el narrador acoge con mucho alborozo, describiendo el júbilo del editor: "Nada le habría podido parecer más glorioso que poder anunciar al mundo que en literatura no era cierto que habían muerto todos los grandes".
Así también elimino esa idea que tienen algunos y que surge de Doctor Pasavento de que mi tema es la desaparición. En Dublinesca hay precisamente muchas apariciones.
Lo cierto es que ahora surge la polémica sobre si los autores son dueños de lo que escriben o la dueña es una red que elimina también al editor...
Mi opinión es que resulta enloquecido decir que va a desaparecer el editor. Va a haber otra forma de edición, pero no creo que tenga que desaparecer esta figura del editor, al contrario. Es necesaria e importante.
Hay un rasgo que usted comparte con Riba. Ese fanatismo desmesurado que ambos padecen por la literatura...
He conocido editores muy apasionados por la literatura. No es un caso raro el de Riba. En realidad, lo raro son tantos editores de ahora que no saben de qué hablamos cuando hablamos de literatura. Por otra parte, cuando nadie me ve la literatura me interesa menos de lo que parece.
¿Qué ha pasado para que "la lectura no sea como la escritura", como dice Riba? ¿Qué ha pasado para que la cultura ya no se asocie a la escritura?
Oigo decir que la responsabilidad es también de los escritores, por dejación de sus obligaciones morales. Y creo que hay mucho de verdad en ello. Pero también es cierto que su responsabilidad no va más allá del 10% del desastre. El restante 90% hay que adjudicárselo al gran negocio de la industria del libro y su desarrollo tan ferozmente capitalista en los últimos años.
Habla de autores literarios, de autores de best sellers... ¿Qué sería hoy un autor literario?
Veamos. Una editora contestaba recientemente así a la pregunta de qué andaban preparando para los próximos meses. Apostaremos fuerte, decía. Y nombraba dos best sellers de la casa. Para luego añadir: "Y en una línea más literaria, contamos con...". Nombraba ahí a reconocidos escritores norteamericanos. Pensé que en el fondo era casi un milagro que tuvieran aún en cuenta a los autores ligados a la literatura. Quiero decir que cualquier día la cosa puede ir aún peor y dejarán de tener hasta el detalle de nombrar la producción específicamente "literaria" que acompaña ahora a los best sellers.
Esa enfermedad grave que padeció, ¿le ha hecho de otra manera, le ha hecho ver abismos o longitudes que no conocía?
Sí. Ha habido un antes y un después. En el después, cuando volví a la vida, recuerdo que empecé a comentar que sentía que había heredado la obra de Vila-Matas, lo que éste había escrito. Como si fuera yo mi propio padre que, después de grandes esfuerzos y de jugarse la vida, me hubiera dejado a mí mismo una buena herencia literaria que yo tendría que administrar. Desde entonces me hallo sumido en una investigación nueva dentro de la escritura y miro con distanciamiento al otro, al que fui. También ha habido como una reflexión de tipo vital. Me cambio ahora de casa, también de barrio, cambié de editorial... He cambiado de vida, en definitiva. También he cambiado bastante en todas las relaciones sociales, en mi forma de relacionarme con el mundo. Si no es así es que me engaño a mí mismo. Igual no he cambiado y sigo siendo el mismo. Pero lo dudo mucho. Además, toda mi obra, lo dijo en cierta ocasión Alan Pauls, se rige por la voluntad constante de vivir una vida diferente.
Desde esa distancia, ¿cómo ve a aquel Vila-Matas?
Aparece siempre, me acompaña. Es como una voz interior que está ahí y cuya experiencia en muchas ocasiones me sirve para mi trabajo, mis relaciones, para todo. Pero mi carácter es otro.
¿Cómo es?
Más reflexivo, más consciente de algo de lo que huía antes: la realidad. Me he vuelto un escritor realista. A mi manera, claro. Hay muchos tipos de realismo.
Pero en esta novela se encuentran muchos sueños...
Es que realismo no es sólo Pérez Galdós o Balzac... Hay muchos realismos y el mío es un realismo interior, muy personal. Son sueños que se integran totalmente en la vida cotidiana, sueños que forman parte de mi realidad... Ahora soy más implacable con lo que hago, más autocrítico, y trabajo con más detenimiento. Hay quien opina que están el mismo ADN y la misma escritura porque grandes saltos en la escritura no ha habido. De todos modos, me asombro del impulso que hizo posible libros como Bartleby y compañía, El mal de Montano y Doctor Pasavento, que formaban parte, lo supe más tarde, de un discurso único, una trilogía. Y me asombro del cambio que se ha producido ahora, necesario por otra parte.
Imagine que va en un tren, ha leído este libro y siente la necesidad de explicárselo al pasajero que le acompaña. ¿De qué le diría que va?
Le diría que trata de alguien muy acabado que quiere celebrar un funeral por el mundo y descubre que eso, paradójicamente, es lo que le permite tener un futuro en la vida.