domingo, 26 de diciembre de 2010

Feliz Navidad

De John Cheever para los lectores de este blog en estos días de Navidad y Año Nuevo:
“Abrumado por la soledad, decidió sorprender a la familia volviendo antes de Navidad. Su esposa lo recibió en el aeropuerto con la noticia de que se había enamorado de otro y vivía con él desde hacía tres meses. Habló sin parar hasta que él le dijo que estaba bien, que lo comprendía, y sólo le pedía que lo llevara al hotel. Entonces ella dice: ‘¿Cómo puedes ser tan desconsiderado? Las luces del árbol están encendidas y hemos comprado regalos para ti; además, mamá, papá y los chicos te esperan’. Y él dice: ‘Acabas de decirme que mi vida contigo y los niños se ha terminado. Acabas de decirme que ya no puedo vivir contigo. Ahora quieres que vuelva disfrazado de Papá Noel. Y nunca me han gustado tus padres’. Entonces ella responde: ‘No sabía que fueras tan cruel. No ha sido culpa mía que me haya enamorado de Henry. Fue más fuerte que yo. Actúas como si lo hubiera hecho a propósito. ¿Qué quieres que les diga a papá y mamá? No saben nada. Nos hemos pasado toda la tarde decorando el árbol sólo por ti. Te esperan, se han puesto su mejor ropa’. Y él, que desea ver a sus hijos y las cuatro paredes de su casa, vuelve”.

domingo, 5 de diciembre de 2010

RMSelva: “Loubávagu es arte hecho por excluidos”


Escena de la obra Loubávagu o el otro lado lejano. Foto: Roberto Cerrato.
Rafael Murillo Selva dice hacer teatro “como animal”. No planea sino que va creando sobre la marcha con los actores. Afirma que “este potrero” llamado Honduras le hizo cambiar su perspectiva sobre el arte escénico. A sus 74 años, vuelve a recorrer los escenarios hondureños con su obra emblemática, Loubávagu, estrenada en 1980, “una asimétrica muestra de teatro, poesía, música, baile, historia, reclamos políticos, sátira de la sociedad ladina hondureña y entretenimiento cómico”, en palabras del escritor guatemalteco Arturo Arias. Lo que planeaba resolverse como una entrevista al mayor dramaturgo hondureño, por momentos parecía otra cosa: una conversación amena sobre arte, sobre la vida, sobre el sistema que lo deshumaniza todo; pero de ahí salieron las siguientes preguntas y las respuestas siempre precisas de Murillo Selva:
¿Hacia dónde apunta el teatro hondureño?
Actualmente se está en búsqueda, y no se le puede pedir más. El teatro es un arte que generalmente se ha desarrollado en sociedades urbanas y necesita centros urbanos para desarrollarse, de acuerdo a la tradición occidental. En este país en donde todo está por hacer, el teatro está también por hacer. Y son bienvenidos los esfuerzos que se hacen, aún el de Chico Saybe, porque es mejor que haya algo y no que no haya nada.
Con respecto a las otras artes en Honduras, ¿en qué situación está el teatro?
A mí me parece que muy por debajo de la búsqueda que se hace en otras formas artísticas como la pintura, el cine o la fotografía. No hablo de la novela y de la literatura en general porque andan más o menos iguales. El teatro anda como atrasado. Es muy difícil categorizar porque aquí estamos en pañales. Lo único que digo a los encargados del teatro en Honduras es que es ridículo que gente que no sabe ni hablar ni desplazarse pueda montar un Lope de Vega o un Chejov o un Shakespeare. Más bien sugiero que encontremos en nuestros pueblos formas de lo espectacular y tratar de hacer una alianza con lo que han gestado estos pueblos. ¿Por qué no volcarse a esos trabajos del pueblo? No con una mirada paternalista sino seria, investigativa y fraternal e ir a aprender, si fuese el caso, o intercalar conocimientos entre lo que uno sabe y lo que el pueblo ha conservado. A partir de ahí se podría generar teatro más nuevo, más fresco, porque el teatro culto generalmente se hace en Europa para la clase media o media alta pero aquí no hay clase media, y aquí la clase “culta” es prácticamente inexistente. Si uno le propone a Micheletti que vaya a ver una obra y él se pondría a roncar en medio del público. La clase media y la media alta demandan bienes culturales pero si no hay clase media o media alta en el país no se puede pretender hacer teatro culto. Por eso yo decidí insertarme en las comunidades y aprender de ellas.
¿Es entonces el teatro comunitario la mejor alternativa para países como el nuestro?
No, esa sería una alternativa, porque ya hay profesionales del teatro que asumen su actividad con seriedad, como Tito Ochoa, Mario Jaén o Tito Estrada. Yo no rechazo eso, lo que digo es que el enfoque tiene que cambiar.
¿Son el ritmo y el movimiento en “Loubávagu” los elementos que establecen esa empatía inmediata y permanente con el público?
Sí, pero eso es fríamente calculado, no es producto del azar, eso es una propuesta, pensada, buscada durante años, sobre todo en el dominio de la forma. Se logra reformulando esos códigos teatrales que el pueblo ha venido manteniendo casi sin saberlo durante siglos. En Loubávagu quien dirige la acción es el tambor, por eso es un actor más. La danza, incorporada a una obra que tiene un acento épico, insertada en el proceso histórico y no viéndola como elemento folclórico sino como elemento vivo de la cultura; el canto, integrado a la acción dramática… Todo ello implica una búsqueda de formas.
¿Fue esa búsqueda formal lo que propició que decidiera emprender el montaje de una obra tan grande y difícil como "Loubávagu"?
La búsqueda formal fue una de las razones, y la otra es que yo siempre tuve la tendencia desde niño a vivir en los sectores populares, y no porque yo sea militante de algo sino porque así me siento más feliz.
En la obra se presenta varias veces a la figura del personaje que llega al pueblo garífuna con una máscara y que tiende al engaño. ¿Se sintió usted así en el momento de su llegada a la aldea de Guadalupe? ¿Temió que los pobladores lo tomaran como otro tipo mentiroso de los que siempre llegaban ahí?
No había pensado en eso y tiene razón, ellos pudieron verme así en algún momento. Para adquirir esa confianza mutua, que fue total, nos demoramos como cinco años. Pero después de 30 años, desde el estreno de la obra en 1980, puedo decir que mi relación con el pueblo garífuna de Guadalupe es maravillosa. El sistema ha propiciado desconfianza del uno con el otro, y entre personas y sociedades excluidas con mucha más razón. El sistema ha propiciado esta individualización tan atroz. Pero una vez rotos esos bloques creados en las conciencias sí se puede apreciar cómo brota el arte y la creatividad.
¿Confía usted en que en la aldea de Guadalupe sus habitantes sigan representando esta obra en el futuro?
Sí, confío plenamente en eso. Y la prueba es que hoy ha resurgido la obra. La primera versión terminó en 1997, y ahora, trece años después, ellos mismos la han hecho resurgir. Tampoco es tan idílico el asunto, porque hay unos miembros del grupo que sólo están ahí por el interés de viajar y por los pocos centavos que puedan ganar, pero hay otros que están conscientes de que la obra es importante para su pueblo, para sus vidas, para el país. Guadalupe, con esta obra, adquirió un grado de pertenencia histórica, son algo, los creadores de Loubávagu, no de un equipo de fútbol sino de una obra de arte.
¿Cómo ha visto las reacciones del público ante esta nueva versión de "Loubávagu"?
En Tegucigalpa llegaron a decirme que ésta es la obra de la Resistencia.
Es curioso que aunque la obra solamente muestre una circunstancia específica de la historia de Honduras, pueda representar de igual manera a toda la nación. Tiene esa virtud de la universalidad…
Puede representar a todo el continente. Cuando la presentamos en México, en comunidades indígenas de Chiapas, al final fue un aplauso gigantesco. Es que es arte hecho por excluidos, y excluidos hay en todo el mundo.
¿Cómo ven los europeos o los asiáticos esta manifestación del arte hondureño?
Es España y en Estados Unidos vieron la forma. Eso que llaman contenido, sí, ha dado buenos resultados, pero el aporte en cuanto a nuevas formas escénicas ha sido bien recibido. Porque ésta es una obra que no se sabe si es musical, si es épica, si el lineal o si tiene rupturas de tiempo. El escritor guatemalteco Arturo Arias dice, entre otras cosas, que la obra gana porque en primer lugar hay placer y porque el público sale de ella como convertido en negro.
¿Cree que la obra también puede ser una muestra del sincretismo no sólo en la cultura garífuna sino también en la cultura nacional?
No sólo de la cultura nacional sino también de la cultura universal. Es que la escena de la entrada del barco es algo que cambia la vida de los personajes, ya los pone a exportar. También la llegada del ferrocarril es vital.
En estos tiempos en los que tanto se habla de unión nacional, ¿en qué medida cree que esta obra podría contribuir a hacer eso posible?
Creo que ayuda en la medida en que los personajes jamás dejan de ser hondureños una vez que entraron en la historia nuestra. Al final de la obra, el acto ese de sacar la bandera, que es un poco romanticón, yo lo pensé mucho, pero no hice caso a los intelectuales, así que permití que la sacaran, aunque no acostumbro a hacer ese tipo de concesiones, de mover los resortes afectivos, pero ellos mismos, los actores, la sacaron desde la primera vez que nos presentamos fuera de Honduras.
¿Considera usted que dirigiendo la mirada hacia la periferia, en este caso hacia la cultura garífuna, podríamos encontrar ese sentido de la identidad nacional que tanto se busca en Honduras?
Por supuesto, porque la comunidad garífuna es uno de los grupos más excluidos del país y paradójicamente los grupos excluidos son los que más luchan por la identidad nacional y los que más tienen sentido de pertenencia.

domingo, 7 de noviembre de 2010

Opiniones contundentes (de Mal-herido)


¿Aún no han curioseado por el blog Lector Mal-herido, que aparece enlazado aquí abajo, en la columna de la derecha de este blog? Échenle un ojo, probables eternos resentidos y ofendidos de H que repiten hasta el cansancio aquello de "crítica constructiva o crítica destructiva", para que aprendan un poquito. La cosa es que, según este artículo de Rafael Reig en ABCD..., una editorial española acaba de publicar una selección de las papadas cagadas de la risa que escribe Juan Mal-herido, el autor del blog mencionado:
La editorial Melusina acaba de publicar Vida y opiniones de Juan Mal-herido en una edición al cuidado de Alberto Olmos. En los mentideros corre el rumor de que Juan Mal-herido es el propio Olmos. Me niego a creerlo. Olmos es uno de los escritores jóvenes más consolidados, recién elegido por la revista Granta en español: ¿iba a echar a perder sus Grantas Esperanzas sólo por darse el gustazo de escribir lo que piensa?

El tal Juan Mal-herido mantiene un blog que visitan 150.000 usuarios únicos al año (¡ya quisiera Olmos!) y allí expone sus opiniones sobre literatura. Este libro (imprescindible) es una selección de los disparates del Mal-herido y admito que, leyéndolo en un vagón de metro, me reía a carcajadas. Como sugiere Olmos, lo más verosímil es que Mal-herido sea (por lo menos) francés: en España no hay gentuza de su calaña. Aquí nadie es machista, nadie es xenófobo, nadie quiere hacerse rico, nadie siente envidia y nadie, nunca, ha tenido un mal pensamiento. «Hay que entender», explica Olmos, «que en España no es de sentido común escribir sin ser una buena persona» y los libros que «incluyen sexo explícito y provocación gratuita están todos traducidos del francés.» El español y la española, cuando escriben, escriben de verdad, y a ninguno le interesa escribir por frivolidad: «Aquí hay que hacer películas protagonizadas por mujeres extraordinarias y escribir novelas sobre la Guerra Civil en las que los republicanos sean todos maestros amorosos: nada de borrones, nada de incursiones en oscuridades que nos retraten, nada de vida verdadera. Cosmética, ¡y premios!». Por tanto, Mal-herido y Olmos no pueden ser la misma persona, ya que Mal-herido, a la fuerza, ha de ser francés, ¡y me consta que Olmos es de Segovia!

Un francés como Mal-herido es indispensable en el panorama crítico español, porque, como dice Olmos, «a lo mejor el peligro no es opinar, sino estar todos de acuerdo».

Siempre he dicho que, para pensar, hay que arriesgarse a no tener razón. Nadie en España quiere correr tanto peligro y, por eso, no logramos sacar la cabeza del corralito de lo obvio, esa cochiquera en la que hozamos complacidos. Aquí nadie se atreve a decir algo con lo que se pueda no estar de acuerdo. Al contrario, sólo se permite hablar de aquello que no admita discusión: que la guerra es mala, que hay que proteger al planeta, que la lluvia moja o que los puñetazos duelen. Éste es un ademán totalitario, ya que, si nuestro interlocutor no tiene más remedio que estar de acuerdo, entonces hablamos sólo para evitar el pensamiento (esa funesta manía). En el fondo, lo que se pretende es borrar al otro, que no responda. ¿Qué se puede contestar, por ejemplo, a las simplezas babeantes que van empapando al Quijote? Nada. O sólo que sí, que vale, que lo que usted diga. ¿Quién en su sano juicio podría contradecir las lindezas que han ido soltando los ganadores del Premio Quijote (y lo que nos queda)? Nadie o, como mucho, algún maldito francés. Recuerdo, por ejemplo, haber leído que el Quijote es un libro sin sentido de la proporción, con una arquitectura narrativa débil (sobre todo el de 1605) o de una crueldad repelente. Pero, ¡faltaría más!, eso no se lo he oído decir a Vargas Llosa, ni a Carlos Fuentes, ni a Juan Goytisolo: ellos sólo han dicho cosas a las que nadie pueda oponerse. Gracias a Dios, las barbaridades las han dicho extranjeros, rusos inclusive (como Nabokov): aquí somos todos decentes y de Segovia, acostumbrados a mostrar adhesión inquebrantable.

El que saca los pies del plato, el que se arriesga a no tener razón, deja un espacio para el otro, admite un interlocutor. Aquí nos va más el pensamiento totalitario, es decir, la extinción del pensamiento (y del riesgo de no llevar razón) en favor del lugar seguro y protegido: ese lugar común con el que sólo se puede estar de acuerdo. ¿Se trata de Cervantes? Pues venga: libertad, tolerancia, diversidad, igualdad? Algo que elimine de un plumazo el derecho a réplica. ¿Quién podría no ser partidario de la libertad, la tolerancia, etc.? Sólo un francés, sin duda.

El Mal-herido dice barbaridades y nos hace reír, pero nos obliga a pensar, a replicar, a no estar de acuerdo. Es un tipo que cree que Hemingway es un palurdo pretencioso, que Carmen Laforet aburre a las ovejas o que Luis Martín-Santos es incapaz de escribir en español. Cita a Martín-Santos: «Andando sobre las piernas de su cuerpo», y comenta: «¡No va a ser sobre las piernas del cuerpo de Cristo!»; cita «ella delante, cogiendo con la mano el cuerpo de él» y comenta: «¡Qué manos tan grandes tiene tu novia! Y qué construcción gramatical. ¡No la entiendo! ¿Es que la novia ha empuñado al novio?». Es un tipo que detesta las novelas escritas por mujeres, que pone a Borges de vuelta y media, que dice que Kaf-

ka le dijo a Max Brod: ¡quema mis escritos, que los va a leer Vila-Matas!, o que afirma que la opinión de Vicente Verdú sobre las mujeres es idéntica a la de «Espartaco Santoni, Julio Iglesias y tantas otras mentes progresistas».

Seamos sinceros, ¿quién se cree que el Mal-herido sea Olmos? Olmos es de Segovia y, por consiguiente, más honrado que una lata de sardinas. El Mal-herido, oxígeno puro a carcajadas, tendrá que ser como mínimo francés.

Dos veces París


Puente Mirabeau.
El colombiano Santiago Gamboa nos trae, desde El Espectador, este recuerdo de sus dos veces en París: 
He vivido ya dos veces en París, sumando entre ambas diez años, y una de las cosas que comprendí es que jamás volveré a hacerlo, aunque siempre tenga que volver y, en ocasiones como la de esta semana, con mucha honra y junto a una docena de escritores colombianos para participar en Les Belles Etrangères, el más importante festival literario de Francia, que en 2010 tiene como invitado a Colombia.

La primera vez llegué con una mano delante y otra atrás, un maletín y un número de teléfono, y sobre todo el furioso deseo de convertirme en escritor. Era el inicio de los años noventa. Venía siguiendo la huella de grandes latinoamericanos como Cortázar, Vargas Llosa o García Márquez. Pero cuando llegué ya todos se habían ido. O casi todos. Sólo quedaban el peruano Julio Ramón Ribeyro y el cubano Severo Sarduy. La novela en la que narro algunas peripecias de esos años alocados comienza con la siguiente frase: “Por esa época la vida no me sonreía”. Y era verdad. Me sentía profundamente desdichado. Las dificultades de la vida parisina me llevaron al límite, pero ese límite, recordado hoy, fue una verdadera escuela. Tal vez una escuela militar, pero escuela al fin y al cabo. Yo venía de Madrid, que era un gigantesco bar. Un poco de disciplina no venía mal.

La segunda vez llegué como diplomático, a la Unesco, es decir, que tenía un sueldo y disfrutaba de ciertas canonjías. Creí que todo sería diferente y que, de algún modo, llegaba la revancha, pero no fue así. Si a principios de los noventa los propietarios de apartamentos me colgaban el teléfono por ser colombiano —peligrosa modalidad de “extranjero”—, en 2006 me colgaban por ser diplomático. ¿Se volvieron locos?, pregunté, y me respondieron: no, lo que pasa es que los diplomáticos tienen inmunidad y no se les puede hacer juicio de expulsión. Me quedé de piedra. Sólo una marca de carros les vendía a crédito a diplomáticos y casi era mejor no tener, pues por la calle les hacían rayones. ¿Y por qué?, pregunté de nuevo, aterrado. Porque odian que otros tengan privilegios. De nuevo tuve problemas, aunque fue menos novelesco. A pesar de las dificultades conseguí un apartamento cómodo frente al Sena, a la altura del puente Mirabeau. Cómodo para los niveles parisinos, se entiende, pues igual tenía unos baños tremebundos y ese color amarillento en las paredes que transmite al espíritu una helada sensación de dejadez y avaricia.

Ah, París. En mi primera visita recorrí a pie, a medianoche, desde Notre Dame hasta el Arco de Triunfo, dándome un empacho de urbanismo, cultura y arquitectura. Luego, siempre con los libros de Cortázar por delante, conocí la Place Furstenberg, que aparece en "El perseguidor", y la Place des Vosges, con la casa de Victor Hugo, y por supuesto la Place de la Contrescarpe, tan mencionada por Bryce Echenique, vecina de los lugares en los que vivieron Hemingway y James Joyce. Recuerdo que leía las placas de los edificios recordando a Verlaine, a Joseph Roth, y me llenaba de emoción, pues me decía: estos escritores se ganaron su reconocimiento a pulso, escribiendo y escribiendo, contra toda esperanza. Y esa fue para mí, junto a la dificultad y el frío y la nostalgia, la mejor de todas las escuelas literarias.

viernes, 5 de noviembre de 2010

Fracasa otra vez

En cuanto a la vida literaria, ésta en esencia es enredo de tedios, rencores, lucha de vanidades y trasvase de venganzas. Lo dice Enrique Vila-Matas, en Babelia, en un artículo que habla sobre el fracaso del escritor:
Hace tres años, recibí una invitación a participar en un congreso literario sobre el Fracaso. La gentil propuesta llegó desde la Universidad suiza de Saint-Gallen. No es desde luego la clase de invitaciones que los escritores reciben normalmente y, sin embargo, pocas cosas parecen tan íntimamente vinculadas como fracaso y literatura. Tal vez por eso, porque en realidad lo raro era que la invitación no me hubiera llegado antes, leí la carta de Saint-Gallen con la más absoluta flema, como si hubiera sabido desde siempre que un día la recibiría. No moví ni un músculo de la cara. Sólo una duda: ponerme la máscara de fracasado o continuar llevando mi vida normal de fracasado. Después descubrí que, por causas ineludibles, no podría acudir al congreso y así lo comuniqué a Yvette Sánchez, catedrática de Lenguas Romances en Saint-Gallen y organizadora del encuentro.

En Nueva York, por los mismos días, Sergio Chejfec recibía también la invitación para el congreso. Bromeó con los amigos, pero poco a poco fue quedándole "el gusto amargo de no sólo haber ofrecido, sino también blandido, un flanco débil. Como decía Borges, uno puede pensar que cuando se ríe o habla mal de sí mismo lo hace en broma y para acercarse a los otros, pero los demás lo toman a uno muy en serio".

El año pasado se publicó el libro Poéticas del fracaso, que contenía las ponencias del Congreso y así pude por fin enterarme de lo que acerca de ese tema dijeron allí escritores admirados, Vidal-Folch y Chejfec entre otros. "Un tema, cuya brutal y siempre humillante esencia, con espacio propio en la literatura de todos los tiempos, se neutraliza estéticamente en dicho arte", escribe Yvette Sánchez en el prólogo del libro. Como sea que últimamente el tema me atrae con fuerza, la semana pasada rescaté Poéticas del fracaso y acabé releyéndome el libro de cabo a rabo, al tiempo que me adentraba, en fascinante lectura paralela, en el número 4 de la revista mexicana Número 0, con su monográfico en clave literaria sobre la Fama, es decir, sobre el éxito, el aguerrido envés de la derrota.

En Poéticas del fracaso hay textos de Dorian Occhiuzzi, Ignacio Vidal-Folch (cuatro agudas piezas breves), Ottmar Ette, Ana Merino (una bella aproximación a cómo abordaron los dramas infantiles Buñuel, Julio Ramón Ribeyro y el pintor Berni; especialmente interesante el caso de Ribeyro, que buscó la esencia del ser humano desde la misma marginalidad frágil creando una poética dolorosa, portadora de una inevitable derrota), David Freudenthal, Roland Spiller (que habla del "fracaso con éxito" de Roberto Bolaño).

¿Se "neutraliza estéticamente" el fracaso en la literatura? Desde luego sobra gente que haya querido situarse en la vaga estela de los artistas románticos para que su previsible desengaño en la vida les resultara más suave. En el prólogo a Poéticas del fracaso Yvette Sánchez cita a Beckett, pero no al que dijera ciertas palabras memorables ("Da igual. Prueba otra vez. Fracasa otra vez. Fracasa mejor"), sino al que declaró que los artistas se hallan en una posición privilegiada para fracasar donde los demás no se atreverían a hacerlo y lograr así crear obras de arte "auténticas", que carecerían de sentido, si no contuvieran el fracaso en su propia esencia.

Sin embargo, todo indica que esa posición de la que hablaba Beckett ha dejado de ser tan privilegiada. Porque hasta no hace mucho las grandes derrotas literarias tenían prestigio, pero últimamente, en pleno apogeo del culto al éxito, el fracaso ha pasado a ser simplemente un puro y duro fracaso; es más, para cualquier escritor actual es una amenaza permanente, incluso ya desde su primer libro. Antes, al menos, al fracaso le dejaban ser, por ejemplo, una paranoia recurrente. Me acuerdo de Italo Calvino, que cada vez que sacaba un libro temía que los reseñistas lo fumigaran y escrutaba el horizonte con miedo de ver aparecer el escuadrón de salvajes que aullaría en su contra y pediría que le arrancaran el cuero cabelludo. Y también me acuerdo de escritores sin otras conexiones con el fracaso que la de vivir feliz y permanentemente en él. Onetti, por ejemplo, con su galería de personajes inmersos en el universo quieto de la derrota. Y el pobre Felisberto Hernández, gran fracasado que hacía que fracasaran hasta sus mejores cuentos, historias como Nadie encendía las lámparas, donde hundía las expectativas del lector escamoteándole el final, permitiendo que el abrupto desenlace quedara ahí flotando, en suspenso.

No hace nada descubrí, gracias al comentario de un amigo, que mi imposibilidad de encarnar la literatura me ha condenado a un exilio perpetuo. Me gustó mucho en un primer momento su frase, quizás porque juzgué elegante que me sucediera algo así. Pero pronto la condena a perpetuidad me fue dejando en un penoso estado de ánimo, del que sólo me recuperé cuando vi que mi desgracia era compartible. ¿O no ha dejado de ser el fracaso un tema narrativo para ser sinónimo de la literatura en general?

En su ponencia de Saint-Gallen dedicó Chejfec unas interesantes líneas a 'Escritor fracasado', de Roberto Arlt, cuento incluido en El jorobadito, seguramente un relato esencial (junto con El divino fracaso de Rafael Cansinos Assens) de toda poética de la derrota literaria. Narra la historia de alguien que advierte muy temprano, poco después de los 20 años y tras su primer libro, obviamente prometedor, que carece de talento. Desde entonces, el resto de su carrera se lo pasa conspirando contra las señales que ponen de manifiesto esa condición. Escritor fracasado puede ser leído como un manual de tácticas literarias para la supervivencia en el medio gremial. Y, según como se lea, ofrece pistas, además, para comprender mejor por qué el medio literario español tiene una plantilla tan completa de fumigadores.

"¿Para qué afanarse en estériles luchas, si al final del camino se encuentra como todo premio un sepulcro profundo y una nada infinita?", escribe Arlt. Muchos años después, en la misma Argentina, César Aira cerraba así un diálogo con Graciela Speranza: "Tal vez se trate de una resignación: resignarse a ser escritor y seguir escribiendo".

Veo horrible escribir para total acabar logrando, con suerte, algún feliz hallazgo literario, siempre negado por los demás, que para compensar su mezquindad esperarán al funeral para darte un estúpido aplauso cerrado. En cuanto a la vida literaria, ésta en esencia es enredo de tedios, rencores, lucha de vanidades y trasvase de venganzas. Entrar en esa vida equivale a caer en el derrotero mismo de la derrota. En cualquier caso, el auténtico verdadero gran fracaso del escritor, aquel que alcanza a tantos, llega siempre con puntualidad, generalmente muy temprana. Es un fiasco doloroso, íntimo. Llega cuando no podemos reproducir con fidelidad lo que acabamos de pensar y querríamos haber escrito. Llega cuando comprendemos que no hemos podido ser fieles a la ambiciosa idea que nos habíamos propuesto al comenzar un libro o un artículo. Son fracasos que a veces, por prudencia (surgen los enemigos como hongos), se silencian. Querríamos que nuestros libros y artículos contuvieran la verdad de nosotros, o por lo menos la parte de esta que puede ser transmitida mediante el lenguaje. Pero escribir sabe a traición. Ese fracaso lo conocen todos los escritores serios. Como conocen también otro, de matiz no menos trágico, una clase de desastre que podríamos habernos ahorrado de no ser porque existe la literatura. Llega cuando comenzamos a envidiar a los personajes de las grandes novelas, tan correctos ellos, tan sólidos, tan bien explicados, aunque no sean más corpóreos que el vuelo de un alma. En cambio nosotros, aun estando inscritos en los registros de nuestra parroquia, cuanto más nos ilusionamos con la idea de estar vivos, más vemos que tendemos a borrarnos. Este drama nos sitúa precisamente en la curva principal del derrotero de los fracasos sin fin. O con fin. De hecho, el fin es otro fracaso.

Poéticas del fracaso. Yvette Sánchez / Roland Spiller (editores). Narr (Frankfurter Studien zu Iberoromania und Frankophonie, 1). Tübingen, 2009. 2009. Revista Número 0. Número 4. Fama. Editorial Almadía. México, 2010. El jorobadito. Roberto Arlt. Losada, Buenos Aires, 2006. El divino fracaso. Rafael Cansinos Assens. Valdemar. Madrid, 2002.

jueves, 28 de octubre de 2010

Memoria y literatura

Escribir novelas es el arte de convertir los recuerdos reales en recuerdos inventados; de reemplazar nuestra memoria privada, individual y limitada, por la particular manera de recordar que tiene la literatura, cuyo rasgo más extraño es el de formar parte de eso que llamamos inconsciente colectivo mientras nos provoca la ilusión de estar hablando de nuestra vida más íntima. “La memoria”, dice Sebald, “es el espinazo moral de la literatura”.
Juan Gabriel Vásquez en el ensayo Memoria perfeccionada.

martes, 26 de octubre de 2010

El autor que se adelantó a su muerte


Édouard Levé.
Encuentro en Público esta casi necrológica:
La nota de suicidio de Édouard Levé (París, 1965-2007) es una novela. El escritor, fotógrafo y pintor le envió el manuscrito a su editor por internet el 5 de octubre de 2007, éste le dejó un SMS en su teléfono móvil el 8, luego un mail, una llamada telefónica y por fin quedaron: "Como yo me iba a la Feria de Fráncfort, nos citamos para la mañana de mi regreso, es decir, el 16. Se suicidó el 15 por la tarde", cuenta a este periódico Paul Otchakovsky-Laurens (París, 1944), fundador de la prestigiosa editorial francesa POL, que publicó el libro póstumo.

"No creo que Édouard Levé quisiera hacer de Suicidio un aviso. En fin, desgraciadamente, yo no lo tomé como tal. Pienso que estaba decidido. Me parece que para él era un libro que concluía su obra y que precisamente escogió el modo del recuerdo y de la ficción para descartar cualquier sospecha", cuenta el editor francés refiriéndose a cómo el autor, siempre en una descriptiva segunda persona, convierte el relato del suicidio de un personaje en su propio autorretrato, encarando los motivos que le llevan a tomar el paso.

Suicidio, que ahora se publica en España, de la mano de 451 Editores, es una novela que crea magisterio a partir de la crudeza de sus análisis y del desapego de sus imágenes. Como el propio Paul Otchakovsky-Laurens cuenta, lo que más llama la atención -más que los acontecimientos que rodean su publicación, si cabe- es la constancia del tono, el rigor descriptivo y la total ausencia de sentimiento: "Más allá de lo que se cuenta, el texto tiene un carácter absolutamente indispensable, a pesar de su aparente frialdad, conmovedor".

sábado, 9 de octubre de 2010

Vila-Matas sobre Coetzee

Volvamos, pues, a un Nobel que nadie discute: J.M.Coetzee, de quien nos habla E.V-Matas en este texto extraído de El País:
En pleno agosto inculto, una encuesta proclamó que Verano, de J. M. Coetzee, era el libro más recomendado por los escritores españoles para las vacaciones estivales. Toda una sorpresa, un extraño brote verde de nuestro panorama literario, porque Coetzee es un escritor de radical contemporaneidad y en el gremio hispánico, en cambio, predomina -tal vez no les encuestaron- un sector dinosáurico, que es recio aliado de nuestras apolilladas universidades y de las convenciones narrativas de antes de la guerra de Cuba.

Ya es raro que queramos tanto a Coetzee en un país en el que es minoritaria la tradición de complejidad en la narración de historias (tradición que usa la referencia, la construcción sobre otros elementos ya hechos y, en el contexto español, la meditación, en el sentido más benetiano del término) y mayoritario el sector entregado a una "narrativa normal" de fácil acceso "a todo el mundo", un sector que encajaría en lo que Ricardo Piglia ha calificado de neopopulismo antiintelectual de la cultura de masas, "con un elenco de escritores que quieren ser admitidos como seres sencillos, nunca intelectuales", que viven felices y castizos, reyes del folclore nacional.

Hay una hegemonía de la simplicidad. Predominan mundos llanos y comprensibles, con un orden palmario. Por eso sorprende ese podio para Verano, de Coetzee, un autor que acostumbra a mezclar narrativa y ensayo y crear personajes y tramas buscando combinarlos con el pensamiento filosófico y la discusión de ideas; un autor que en sus últimos libros ha abierto la invención novelesca a otros horizontes disciplinares, aunque sin abandonar el núcleo narrativo, es decir, sin prescindir del componente emocional propio de la creación.

No es una moda, sino una renovación que el propio género novelístico exigía para no quedarse palurdo o muerto. De hecho, sin esos procesos de los que dispone la literatura para reorganizar sus argumentos, el arte de la novela y del ensayo estarían condenados a repetirse de forma mortal. Cuando oigo que todavía se discute sobre si realidad y ficción pueden ser lo mismo, me quedo de piedra. ¿No sería más pertinente hablar de las relaciones entre novela y ensayo? Por poco que estos dos géneros colindantes se mezclen, surge potente a veces un arte literario (acaba de suceder con los cuentos de La bicicleta estática, el maravilloso libro de Sergi Pàmies) que cada día se interesa más por ocuparse de cosas que solo pueden decirse escribiendo, que no pueden expresarse bien a través de una película, una serie televisiva o un cuadro.

Ese arte estrictamente literario está en Verano, tercera entrega de la Autobiografía de Coetzee, donde uno descubre que persiste todavía "algo", fuera de la cultura del consumo, desde lo cual sería posible reiniciar las cosas. En ese "algo" -que podríamos llamar zona ártica, en honor de Deleuze: lugar desolado donde todas las brújulas giran enloquecidas sin saber dónde apuntar- se puede pensar de otro modo. Es el espacio de los relatos de Pàmies. En realidad, a esa zona se acercó ya Walter Benjamin en su momento cuando miró hacia los orígenes mismos del lenguaje: un lugar atávico, donde una palabra no es un signo, un sustituto de otra cosa, sino el nombre de una idea. De Coetzee y Pàmies admiro su misteriosa facilidad para conducirnos hacia ese lugar, y también los itinerarios que van abriendo cuando maniobran con la inteligencia, específicamente narrativa, del pensamiento.

jueves, 7 de octubre de 2010

El Nobel para Vargas Llosa


Mario Vargas Llosa.
El premio Nobel otorgado a Mario Vargas Llosa no es sorpresivo porque se lo den a él antes que a otro sino porque casi nadie esperaba ya que se lo dieran. Y es seguro que ya empiezan a saltar, por aquí y por allá, esos mismos ignorantes que suelen confundir literatura con otras cosas. Lo cierto es que este premio es un acto de justicia no sólo con Vargas Llosa sino con la literatura. La alegría es unánime entre quienes sí lo hemos leído. Dice la nota de El País:
Faltaban todavía unos segundos para la una de la tarde cuando Peter Englund, secretario de la Academia sueca, abrió la famosa puerta blanca de la sede académica y pronunció el nombre del escritor hispanoperuano Mario Vargas Llosa como nuevo galardonado con el premio más prestigioso de las letras universales. Lo dijo en varios idiomas y cerró "en castellano".

En declaraciones a EL PAÍS, el autor ha afirmado, tras conocer la noticia, que "es una gran alegría" que comparte "con tantos amigos". "Gracias a ustedes por felicitarme y por tenerme siempre cerca. Cuando nos llamaron, a Patricia [su esposa] le pareció que podía ser una broma", ha subrayado, según informa Juan Cruz. Para el autor, que se reconoció "muy conmovido y entusiasmado", el premio supone un "reconocimiento a la lengua española". El escritor también ha señalado, a W Radio Colombia, que es "un estímulo fantástico". "Creía que había sido completamente olvidado por la Academia, ni siquiera sabía que el premio se entregaba este mes", ha declarado Vargas Llosa en declaraciones a la agencia sueca TT.

El Premio Nobel de Literatura 2010 fue celebrado de forma unánime por escritores y editores españoles e hispanoamericanos que asisten a la Feria del Libro de Francfort. Entre las felicitaciones recibidas por el escritor procedentes de todos los rincones del mundo está la del presidente de Perú, Alan García, que se ha referido al galardón de su compatriota como "un acto de justicia". "El mundo reconoce la inteligencia y la voluntad libertaria y democrática de Vargas Llosa y es un acto de justicia enorme que en verdad esperábamos desde nuestra juventud", ha afirmado García en una entrevista con la radio local RPP, recogida por Efe.

Como siempre, las razones de la Academia caben en dos líneas: "Por su cartografía de las estructuras del poder y sus mordaces imágenes de la resistencia individual, la revuelta y la derrota". En el momento del fallo el escritor se encontraba en Nueva York, dictando un curso sobre Borges en la Universidad de Princeton. El próximo 10 de diciembre recibirá el premio (dotado con 10 millones de coronas suecas, 1,1 millones de euros) de manos del rey de Suecia en el auditorio de Estocolmo. Antes, la editorial Alfaguara publicará su nuevo libro, El sueño del celta (Alfaguara), un apasionante relato novelesco sobre un personaje histórico, Roger Casement (1864-1916), que indagó la brutalidad del Gobierno de Leopoldo II de Bélgica durante la colonización del Congo y la violencia contra los recolectores de caucho en el Amazonas.

"Pensar en ello [el Premio Nobel] es malo para el estilo, tardío o no". Esa fue la respuesta que Mario Vargas Llosa dio en agosto a EL PAÍS durante la entrevista en la que hablaba extensamente sobre su nueva novela. "Siempre me ha angustiado mucho la idea de esos escritores que pierden el fuego, se callan", dijo también respecto a la tendencia de algunos escritores consagrados a convertirse en monumentos de sí mismo. "Me sentiría muy desgraciado si no pudiera trabajar. Con el tiempo se pierden capacidades, me temo que sí, pero hay que mantener la lucidez y el espíritu crítico. Perder el espíritu es una enfermedad en la que caen muchos escritores. Es como volverse una estatua en vida".

Nacido en Arequipa (Perú) el 28 de marzo de 1936, Mario Vargas Llosa, miembro de la Real Academia Española, atesoraba ya todos los premios importantes de su idioma: del Cervantes al Príncipe de Asturias. Después de años de sonar como favorito en todas las quinielas del Nobel, el escritor peruano ha visto recompensada una trayectoria que incluye clásicos de la literatura contemporánea como La ciudad y los perros (1962), La casa verde (1965) o Conversación en La Catedral (1969).

miércoles, 6 de octubre de 2010

Cormac McCarthy suena fuerte para el Nobel


El novelista estadounidense Cormac McCarthy, en 2006. Foto: AP.
Si de escoger entre los favoritos se tratara, yo escogería a Cormac McCarthy, a quien considero superior a los otros favoritos. Y si se tratara de escoger entre todos los candidatos, me quedaría con Philip Roth. Pero de lo que se trata es de esperar a que los de la academia sueca se decidan. Y eso sucederá mañana, dice la nota de El País:
El nombre de Cormac McCarthy suena con fuerza como favorito para obtener el Premio Nobel de Literatura, que se fallará mañana en Estocolmo. El autor de La carretera encabeza las listas de apuestas de la casa británica Ladbrokes , por delante del keniano Ngugi wa Thiong'o, segundo, el japonés Haruki Murakami, tercero, y el húngaro Peter Nadas, cuarto. El primer autor hispanohablante es el argentino Juan Gelman, que se coloca en octavo lugar.

Las quinielas previas al Nobel de Literatura son una tradición pero no suelen acertar casi nunca. La Academia sueca cuenta con una solvente costumbre de refutar todos los pronósticos premiando a autores casi desconocidos como Herta Müller o Elfriede Jelinek o rescatando a otros prácticamente olvidados, como Doris Lessing y Harold Pinter.

Si finalmente McCarthy se lleva el galardón mañana, será el primer Nobel de Literatura para Estados Unidos desde hace 17 años, cuando lo obtuvo Toni Morrison. La representación estadounidense es nutrida y se completa con candidatos habituales como Thomas Pynchon, Joyce Carol Oates, Philip Roth y E. L. Doctorow.

Más tiempo aún hace que no lo obtiene ningún autor hispanohablante. El último fue el mexicano Octavio Paz, que lo recibió en 1990. En la nómina de aspirantes de habla hispana se sitúan, además de Gelman, el hispano-peruano Mario Vargas Llosa, el mexicano Carlos Fuentes, los españoles Javier Marías y Juan Marsé y el paraguayo Néstor Amarilla, entre otros.

Otros narradores como el alemán Ulrich Holbein, el sueco Tomas Tranströmer, la canadiense Alice Munro y el australiano Gerald Murnane aparecen bien situados en las quinielas, que hace años que apuntan también al triunfo de un poeta, algo que no se produce desde que la polaca Wislawa Szymborska ganó en 1996.

Tras los pasos de Müller y Le Clézio
Quizá la entrada más inesperada es la de Wa Thiong'o, que ha ascendido rápidamente durante los últimos días en las listas de Ladbrokes, algo similar a lo que ocurrió en 2009 con la rumano-alemana Herta Müller y en 2008 con el francés Jean Marie Le Clézio, que finalmente lograron el galardón. Algunos medios suecos atribuyen la subida del keniano a que participó en la reciente Feria del Libro de Gotemburgo, la más importante de Suecia, y que en esta edición estuvo dedicada a África.

Los italianos Antonio Tabbucchi y Claudio Magris, el austríaco Peter Handke, el albanés Ismail Kadaré, el holandés Cees Nooteboom, el checo Milan Kundera, la argelina Assia Djebar, el israelí Amos Oz y el polaco Adam Zagajewski forman también parte de la interminable lista de supuestos candidatos.

La Academia insiste siempre en que sólo premia a autores y no a literauras ni países, aunque sus elecciones parecen llevarse a veces más por cuestiones políticas o por el criterio de rotación geográfica que por la calidad literaria.

Las etapas del Nobel de Literatura
Electores: Miembros de la Academia sueca (18 integrantes) y de las correspondientes organismos literarios, ganadores anteriores y profesores de literatura pueden nominar candidatos hasta el 31 de enero.

Los candidatos: son elegidos en primavera en una lista de unos 15-20 nombres, que luego reducen a cinco nombres durante el verano. Se trata de un proceso de selección que se mantiene en secreto desde hace 50 años.

Votación: El comité del Nobel lee las obras de los candidatos durante el verano. El 6 de octubre elige al ganador del premio de la Academia. Más de la mitad debe votar al ganador.

Fallo: El ganador se da a conocer el 7 de octubre a las 13.00 (hora local), por el secretario de la entidad, Peter Englund, que asumió el cargo el año pasado, tras la salida de Horace Engdahl.

El ganador: recibe 10 millones de coronas suecas (un millón de euros). El galardón se entrega durante una ceremonia en la Sala de Conciertos de Estocolmo el 10 de diciembre.

lunes, 4 de octubre de 2010

Los Cuentos completos de Fogwill


Portada del libro, editado por Alfaguara.
Siempre preciso en sus reseñas, Rafael Lemus nos habla ahora de los cuentos de Fogwill en Letras Libres:
Téngase en cuenta este nombre, Fogwill, antes de apresurarse y decretar la defunción de las literaturas nacionales. Téngase en cuenta la obra de este escritor, novelas y cuentos y un puñado de ensayos, cuando se esté a punto de afirmar que ya no hay fronteras y que ya nada nos es ajeno. Porque resulta que Fogwill (Buenos Aires, 1941) es, como Marcelo Mellado en Chile, como David Toscana en México, como tantos otros autores en tantos otros países, un escritor esencialmente nacional –un argentino para argentinos.

No es que los escenarios y las referencias de sus ficciones sean locales –así se arma casi toda narrativa. No es tampoco que su escritura esté contaminada de habla –en este caso, de estilizada jerga porteña. Es sencillamente que este hombre escribe desde Argentina para debatir y afectar la –ya de por sí autorreferencial– literatura de Argentina. Basta con notar la manera en que cita o parodia el canon local, o la frecuencia con que participa en controversias tribales, o los escándalos que él mismo genera al interior del circuito literario bonaerense, para entender que no es a nosotros a quienes mira.

El Fogwill que alcanza a llegar hasta México es, previsiblemente, menos polémico y, desafortunadamente, bastante escaso. Sus libros circulan apenas y apenas si son discutidos y reseñados. Aun su novela más célebre, Los pichiciegos (1983), faltaba en los estantes de las librerías mexicanas hasta hace unas cuantas semanas, cuando Periférica, que reeditó la obra, mandó algunos ejemplares a esta orilla. Ahora también puede encontrarse –o tal vez no– este volumen: todos los cuentos que ha escrito Fogwill salvo los cinco o seis que él mismo descartó. En total: veintiún relatos –algunos de ellos casi nouvelles– publicados entre 1974 y 2007.

La pregunta es: ¿cómo leerlos?, ¿de qué manera enfrentarse a unos cuentos que evidentemente no fueron escritos para uno? Inútil buscar asistencia en el nimio prólogo de Elvio E. Gandolfo o en la esquiva nota preliminar del propio Fogwill: no ofrecen coordenadas, estamos a solas. Inútil, también, buscar asidero en la cronología: los cuentos se presentan sin orden temporal, obedecen la arbitraria secuencia que Fogwill quiso imponerles. Solo hay textos, veintiuno, y es difícil hallar un estilo, una estrategia, que los articule. Hay relatos con suspenso y sin suspenso, políticos o amorosos, metaliterarios o realistas. Hay lo mismo misterios marítimos (“El japonés”) que brutales alusiones a la guerra de las Malvinas (“Los pasajeros del tren de la noche”) y hasta una divertida parodia de El extranjero de Camus (“Sobre el arte de la novela”). Hay un puñado de cuentos maestros (los dos últimos más “Muchacha Punk”, “Help a él” y “Otra muerte del arte”) y hay, para ser sinceros, dos o tres narraciones bastante tortuosas.

Es tanta la oferta que uno podría llegar a pensar: este hombre es uno de esos narradores, más o menos convencionales, que sacrifican todo –estilo, poética, visión del mundo– en aras de la trama; otro cuentacuentos cuya única justificación es el tópico placer de narrar. Sin embargo, es cosa de mirar con detenimiento para notar que estos relatos, al revés de los de los narradores-artesanos, no funcionan como deberían. En vez de salir disparados hacia la meta, se demoran en el camino –su ritmo es lento e inestable, la prosa bulle y zigzaguea, el narrador arrastra ideas y manías a lo largo de las páginas. En lugar de optar por la elegancia y la ligereza, no temen ensuciarse, ni ser opacos, ni extenderse y engordar. De hecho, uno tiene la impresión de que los mejores de estos cuentos pesan y ocupan espacio –significan.

¿Que por qué pesan? Tal vez, en parte, por su densidad intelectual. Es cierto que uno nunca diría que Fogwill es un teórico o un filósofo. Es verdad, también, que dentro de la literatura argentina él pasa por ser uno de los narradores menos intelectuales –más cercano, por ejemplo, a Arlt y Puig que a Borges y Saer y Piglia. Pero ya se sabe que no se puede ser un narrador de veras argentino sin ser un narrador inteligente y Fogwill es de veras listo. Tan listo que su obra es una prueba –otra más– de que se puede narrar y pensar la narrativa al mismo tiempo. El mejor Fogwill es, en este sentido, dos Fogwills: un narrador nato, capaz de pasajes dramáticos muy potentes, y un curioso crítico que extiende y extiende el relato con el propósito de habitarlo e investigarlo durante el mayor tiempo posible. Este recurso, desplegar y estirar los textos hasta dejar a la vista su porosidad, es clave en Fogwill. Si no se cree, léase esa maravilla que es “Help a él”, una larga y paródica deconstrucción –ya desde el título– de “El Aleph”. ¿Deconstrucción? Más bien: ampliación, expansión de los elementos borgesianos para de ese modo volverlos más obvios y comprensibles.

Estos cuentos pesan, además, por toda la realidad que acarrean. Desde luego que no se trata de una realidad universal, ingrávida, tópica –de esa que, ay, hace crack. Se trata de una realidad concreta y local –experimentada. Si Fogwill tiene un compromiso, no es con lo Real ni con la cacareada Condición Humana. Por el contrario: trabaja con materiales claros y específicos –un rincón particular de Buenos Aires, un determinado taxista, una fecha puntual. En efecto: trabaja. Después de elegir su porción de realidad, no se limita a cuidarla ni a registrarla en detallados apuntes costumbristas. Procede del mismo modo que con el cuento de Borges: extiende el tejido –la trama– de esa realidad hasta botar sus costuras y abrir sus puntos. Donde se crea un espacio, clava una aguja. Que lastima en México y cómo ha de joder en Argentina.

El regreso de la dama de hierro

Confesiones de un borracho arrepentido

Tres padres nuestros, dos avemarías y un trago de guaro.

Huelgas de poetas

"¿Por qué será que nunca hay huelgas de poetas? Ya que no las hay, debería haber, con cierta frecuencia, vedas de versos. Así como hay veda de pesca del bagre o de la sabaleta, sería conveniente que las autoridades prohibieran versificar entre octubre y abril, por ejemplo. Mayo: se abre la temporada de versos".
Héctor Abad Faciolince

Los 22 de Granta


En primera fila, Elvira Navarro y Patricio Pron. Detrás, de izquierda a derecha, Andrés Neuman, Alberto Olmos, Federico Falco, Javier Montes y Andrés Barba, ayer en el Círculo de Bellas Artes de Madrid.- CRISTÓBAL MANUEL
Para que sigamos viendo hacia dónde apunta la literatura en español, Babelia nos trae a los elegidos de la revista Granta en español:
La literatura universal es una Babilonia que se expresa en todos los idiomas del mundo. Su difusión mundial, entretanto, es un selecto embudo que desde hace medio siglo habla inglés. La edición española de la revista británica Granta presentó ayer su apuesta de 22 escritores en español menores de 35 años elegidos para la gloria. Entre ellos hay autores con varios premios y años de carrera como Santiago Roncagliolo, Andrés Neuman y Andrés Barba y otros, como Carlos Yushimito, que han sido una sorpresa incluso para parte del jurado internacional encargado de la selección.

Como recordó Valerie Miles, codirectora junto a Aurelio Major de Granta en español, "es la primera vez que la revista propone una reunión de los mejores narradores jóvenes procedentes de una lengua distinta del inglés". Granta, refundada en 1979 a partir de una vieja cabecera de la Universidad de Cambridge, se convirtió pronto en un referente en las letras anglosajonas, pero alcanzó el estatus de mito cuando comenzó a lanzar sus listas de escritores para el futuro.

En 1983 la revista apostó a que ese futuro llevaría los nombres de un grupo de treintañeros llamados Ian McEwan, Martin Amis, Julian Barnes o Kazuo Ishiguro. Desde entonces ha habido listas granta cada 10 años. En la de 1993 aparecían, entre otros, Hanif Kureishi, Tibor Fisher y Ben Okri; y en la de 2003, Zadie Smith, Andrew O'Hagan y Monica Ali.

Basta pensar en esa nómina, y en el hecho, como recordó Major, de que "los editores anglosajones ya no leen en otros idiomas" para calibrar la importancia de la traducción al inglés del número dedicado a los escritores en español. El próximo jueves se presentará a editores, periodistas y agentes de todo el mundo en la Feria del Libro de Francfort -dedicada a Argentina- y en noviembre llegará a las librerías británicas y estadounidenses con una tirada, según la editorial, de 40.000 ejemplares. De la versión original, en la que cada elegido publica un texto inédito, se han impreso 10.000.

Uno de los seis miembros del jurado seleccionador -junto a los directores de la revista, el escritor argentino Edgardo Cozarinsky, la crítica española Mercedes Monmany e Isabel Hilton, corresponsal especializada en América Latina y China- fue el novelista Francisco Goldman, artífice de la publicación -y consagración- de la obra de Roberto Bolaño en Estados Unidos. El novelista chileno rompió la costumbre anglosajona de medir a cada nuevo escritor latinoamericano con Borges y García Márquez y, según Aurelio Major, la nueva generación ya no reacciona contra el boom de los años sesenta: "Forma parte del paisaje. Los jóvenes no tienen que matar al padre". Esa es una de las señas de identidad comunes a un grupo de autores que, en muchos casos, viven fuera de su país pero ya no por motivos políticos. "Son cosmopolitas, no siguen solo su propia tradición", apunta Miles. Por su parte, John Freeman, director de Granta en inglés, destaca -además de que "hablan mucho de sexo"- un experimentalismo y un riesgo formales que llamará la atención sobre todo en Estados Unidos: "Allí triunfa el realismo. Hay demasiados talleres de escritura, y eso termina por uniformar el estilo".

"No hemos pensado en cuotas, solo en el talento", repiten los autores de una selección en la que hay cinco mujeres -"el canon sigue siendo masculino", dice Elvira Navarro- y en la que son mayoría los narradores argentinos (ocho) y los españoles (seis). Sin negar el argumento de la calidad, el escritor hispanoargentino Andrés Neuman apunta también a la predisposición de los lectores: "Hay una tradición lectora que hace que a ciertas literaturas se les dispense una atención no necesariamente justa".


Los elegidos
-Argentina: Oliverio Coelho, Federico Falco, Matías Néspolo, Andrés Neuman, Paola Oloixarac, Patricio Pron, Lucía Puenzo, Samanta Schweblin.
-España: Andrés Barba, Pablo Gutiérrez, Javier Montes, Elvira Navarro, Alberto Olmos, Sònia Hernández.
-Perú: Santiago Roncagliolo, Carlos Yushimito del Valle.
-Chile: Carlos Labbé, Alejandro Zambra.
-Bolivia: Rodrigo Hasbún.
-Colombia: Andrés Felipe Solano.
-México: Antonio Ortuño.
-Uruguay: Andrés Ressia Colino.

sábado, 2 de octubre de 2010

Descubren plagio en aspirante a poeta de Olanchito

Armando García, vocero de la Real Sociedad de Escritores de Olanchito, Yoro, expresó su descontento con su colega Naín Serrano después de que trascendiera la información de que este aspirante a poeta y divertidísimo ex articulista de diario Tiempo armaba los textos para la columna de opinión que, vaya a saber cómo y por qué, estuvo publicando en ese rotativo durante algunos meses copiando párrafos enteros tomados de blogs y páginas web internacionales, por lo que aparentemente le fue cancelada la oportunidad de seguir, como él mismo cree, "haciendo ver las luces a los que no las tienen".
La noticia de los recurrentes actos de plagio en que incurría el joven olanchitense, también ex empleado de la DEI, eran notorios en sus "artículos", sobre todo cuando se comparaban estos párrafos tomados sin permiso de sus autores con los que él mismo redactaba. Entre el estilo de unos y el "no estilo" del otro habían enormes diferencias.
"Los escritores de Olanchito estamos decepcionados de que un paisano como este muchacho nos desprestigie de esta manera. No estamos dispuestos a dejar que nos manchen una tradición literaria tan fecunda como la de Olanchito sólo porque alguien, en lugar de escribir sus propias ideas, si es que las tiene, escriba las de otros y las haga pasar por suyas", dijo García.
Nosotros, en la obligación de denunciar este tipo de situaciones, hacemos pública a continuación la curiosa carta que Serrano dirigiera a diario Tiempo hace más de un mes reclamando la restitución de lo que él considera su derecho de seguir publicando sus cositas para beneficio de la humanidad sin luces:
Le deseo muchos éxitos y bendiciones diarias en sus labores y para con Dios. El motivo por el cual le escribo es para saber del porque ya no se publican en tan prestigioso periódico nacional los artículos de opinión que he enviado en las últimas tres ocasiones. Escribo en diario Tiempo, porque es objetivo, capaz, sorpresivo, análitico, inteligente, dinamico, veraz y porque tengo el deber sagrado, el compromiso con la sociedad y el país, de denunciar y hacer ver las cosas que ocurren en el acontecer nacional desde una visión más clara y amplia; pienso que las personas que escriben y piensan tienen la obligatoriedad de hacer ver las luces a quienes no las tienen. No escribo por figurar, sino porque lo considero un ejercicio fundamental del alma y a la vez porque tengo algo que decir.
Pido disculpas si he hecho algunos artículos que tiendan a afectar a alguien o si he cometido errores por omisión, desconocimiento o negligencia, soy un estudiante de Derecho no de Periodismo; pero igual tengo un compromiso fuerte por tratar de mejorar la sociedad en que vivimos, hacerla más justa, humana y heredarle un mejor futuro a nuestros hijos, hermanos, amigos, vecinos y padres. 
Sé muy bien que la labor de escribir me puede llevar al ocaso de mi vida, pero como dijo en su momento Ernesto Che Guevara "prefiero morir de pie que vivir siempre de rodillas".
Una vez más pido disculpas y si he cometido errores, me encantaría saberlos para no volverlos a cometer, soy un simple mortal y como tal puedo equivocarme. A la vez muy respetuosamente le pido que se me siga brindando la oportunidad de expresarme en tan prestigioso y digno medio de comunicación.
Naín Paz Serrano.
San Pedro Sula, Cortés.
31 de agosto de 2010.

jueves, 23 de septiembre de 2010

Los mejores cuentos del siglo


Anton Chéjov. Fuente: thevacaespacial.blogspot.com
Juan Gabriel Vásquez hace balance de una encuesta de Babelia a escritores contemporáneos sobre los cuentistas que ellos consideran imprescindibles:
Con un pretexto tan bueno como cualquier otro —los 150 años del nacimiento de Chéjov, cuya foto está, por lo menos virtualmente, en el escritorio de todo cuentista—, el suplemento Babelia le ha dedicado un número al género del cuento, y ha pedido a un puñado de lectores más o menos asiduos que escojan su cuento favorito.

Una tarea imposible, por supuesto, porque ningún lector dedicado de cuentos podría jamás escoger uno solo por encima de los demás: todos tenemos nuestro inventario privado, una suerte de santoral laico, esos cuentos a los que volvemos siempre y que podemos recitar de memoria, o al menos algunos párrafos bien escogidos. El primer párrafo de “La dama del perrito”, de Chéjov. El último de “Los muertos”, de Joyce. El último (que sólo tiene un par de líneas) de “El sur”, de Borges. O las primeras líneas (los párrafos son muy largos) de varias maravillas de Cortázar.

La lista de Babelia tiene su gracia: si bien casi todos los cuentistas son los sospechosos habituales, los cuentos escogidos sorprenderán a más de uno. De Cortázar, por ejemplo, Guadalupe Nettel ha escogido “Graffiti”, cosa que a mí —que siento verdadera devoción por “Cartas de mamá”, o por la elegancia insuperable de “La isla a mediodía”, ya no digamos por el metódico desorden de “El perseguidor”— me resulta incomprensible. Fernando Iwasaki, frente a la tarea cruel de escoger un cuento de Borges, ha optado por “El espejo y la máscara”. Entre los cuentos que más veces he releído hay varios de Borges (“El sur”, “La muerte y la brújula”, “Emma Zunz”), pero “El espejo y la máscara” no es uno de ellos. Y la verdad, esas preferencias idiosincrásicas me reconfortan: son la prueba de que en los grandes cuentistas hay vida más allá de los lugares comunes.

Hay una sola ausencia verdaderamente incómoda: no hay en la lista ningún cuento de Hemingway, y eso seguirá alimentando mi (peregrina) teoría de que hay un desencuentro fatal entre el gran Ernest y los lectores españoles. Hemingway no cae bien en España: los reaccionarios le echan en cara haber sido tan republicano durante la Guerra Civil, los progresistas le echan en cara haber sido tan aficionado a los toros, y todos le echan en cara haber dicho tantas verdades sobre los españoles o haber tomado tanto vino o haberse acostado con Ava Gardner: es decir, lo que todo español quería hacer en esa época y no pudo. No se me ocurre otra razón para que en una lista de los mejores cuentos del siglo no esté “Las nieves del Kilimanjaro”, o “Los asesinos”, o La corta vida feliz de Francis Macomber”.

Pero donde no hay Hemingway, bueno es Fitzgerald. El autor de El gran Gatsby llegó a publicar muchos, pero muchos, cuentos mediocres, pero algunos son formidables y entre éstos hay más de una verdadera obra maestra. Una de ellas es “Regreso a Babilonia”, que fue el que escogí yo para la lista. Me acordé de las notas de El último magnate, la novela inconclusa de Fitzgerald: “Las vidas americanas no tienen segundos actos”. Eso es lo que demuestra “Regreso a Babilonia”, un retrato en una veintena de páginas de una vida arruinada por el alcohol y el dinero (o el poco control sobre él). Un hombre muy parecido a Fitzgerald vuelve a París para tratar de rehacer su vida, y fracasa. Eso es todo lo que sucede en el cuento. Y es maravilloso.

El regreso de Bret Easton Ellis


Bret Easton Ellis. Fuente: Michael Nagle for The New York Times.
Bret Easton Ellis, el autor de Lunar Park, ha vuelto, informa El País:
Bret Easton Ellis (Los Ángeles, 1964) no había vuelto a releer Menos que cero en 18 años. Así que cuando decidió hacerlo tomó la decisión de retomar el personaje de Clay y contar en lo que se había convertido su antiguo personaje con el paso del tiempo. Suites imperiales (Mondadori) salió a la venta el 17 de septiembre y Babelia ofrece en su edición digital el primer capítulo.

En la novela no se describe a un personaje que haya madurado. El tiempo no ha ayudado demasiado al chico mimado que era Clay. Se ha hecho más débil y cobarde. Sigue vestido como un adolescente, conduce un BMW, se pasa con el tequila, le gusta la música de Warren Zevon y lleva el iPhone bien agarrado en el bolsillo, pendiente de los amenazadores e-mails que recibe. Convertido en guionista de éxito, a caballo entre Nueva York y Los Ángeles, se mantiene como un personaje a la deriva, capaz de cometer las mayores brutalidades con tal de conseguir algo de placer. Las drogas, el sexo, el alcohol y la vacuidad siguen siendo el eje de su vida y de los personajes con los que se relaciona.

Con su habitual estilo frío y descarnado, Easton convierte su novela en una sátira de la sociedad que le ha tocado vivir. El autor de Menos que cero describe con crudeza el ambiente que rodea el mundo del cine, plagado de personajes, guapos a rabiar, de dientes de un blanco antinatural, proclives a ponerse en manos de un cirujano estético antes de tiempo y dispuestos a lo que sea por participar en el casting de la próxima película de moda.

domingo, 29 de agosto de 2010

Los abismos de Coetzee


J.M.Coetzee. Fuente: chrysalis.com.au
Un blog me lleva a este artículo de Rafael Lemus en Letras Libres, en el que se pregunta por qué J.M. Coetzee, a quien considera "el más grande de los novelistas contemporáneos", opta por la novela antes que por el ensayo para tocar temas que aparentemente podrían ser mejor abordados con el segundo de estos dos géneros:
La pregunta obvia sería: ¿por qué la narrativa y no el ensayo? O de otra manera: ¿por qué Coetzee elige crear personajes y tramas aun cuando, en sus libros más recientes, no parece querer otra cosa que discutir ideas sobre –digamos– los animales, el erotismo, el mal? En vez de responder, habría que arrojar algunos apellidos: Kafka, Beckett, Borges, Michon, Jelinek –intelectuales que también han optado por pensar a través de la narrativa. O incluso: Benjamin, Blanchot, Barthes –autores que prefirieron filosofar no en el vacío sino mientras interpretaban textos ya existentes. Lo que impera al final, en unos, en otros y en Coetzee, es un mismo deseo: el afán de encarnar el pensamiento. Para hacer eso, entretejer pensamiento y ficción, los narradores suelen reblandecer los pasajes realistas y echar mano de la alegoría. No Coetzee, y ese es uno de sus rasgos distintivos: incluye, sí, elementos alegóricos en sus tramas –alguna casa alevosamente dispuesta en medio de ninguna parte, una enferma terminal que se consume al mismo tiempo que Sudáfrica– pero jamás atenúa su realismo. Cualquiera que lo haya leído conoce esa rara mezcla de literalidad y simbolismo, relato y especulación, materia y espíritu, que destaca y enciende a sus libros. Allí está, por ejemplo, Vida y época de Michael K: una novela que es a la vez descripción de un vagabundeo a través de Sudáfrica y meditación sobre la Sudáfrica que el vagabundo recorre. Allí está, también, la doble naturaleza de Foe: narrativa por un lado, reflexión sobre la narrativa por el otro. Allí está, por supuesto, la inusual combinación de Esperando a los bárbaros: naturalismo brutal, densa alegoría. Otro recurso a la mano de todo aquel que pretenda pensar por medio de la narrativa es, ya se sabe, la adopción del punto de mira de uno o varios personajes. A primera vista parecería que Coetzee se oculta detrás de protagonistas más bien cómodos: humanistas enfrentados, de una manera u otra, a la barbarie –un magistrado en Esperando a los bárbaros, un profesor en Desgracia, Dostoievski en El maestro de Petersburgo, un par de escritoras en Foe y Elizabeth Costello, todos sitiados por seres ásperos y violentos. Basta, sin embargo, que transcurran unas pocas páginas para que los muros entre los bárbaros y los civilizados se fracturen. Es entonces, ya perdidas las distinciones, cuando ocurre el momento clave –el punto crítico– de casi todas las novelas de Coetzee: ese instante en que los protagonistas, todavía más o menos al margen del caos, deciden lanzarse al abismo abierto bajo sus pies. En La edad de hierro: ese segundo en que la protagonista, una vieja enferma de cáncer, acepta al mendigo y al perro que han ocupado su jardín. En El maestro de Petersburgo: esa página en que Dostoievski opta por acompañar a un implacable joven nihilista, camarada de su hijo muerto. En Desgracia: cuando el profesor David Lurie se niega a defenderse de una acusación injusta y soporta estoicamente el castigo. En Elizabeth Costello: el apartado en que esa mujer, una escritora ya anciana, se resiste a confesar sus creencias, único requisito para que se le permita cruzar una puerta hacia el Otro Lado.

¿Qué pasa ahí? ¿Por qué personajes en apariencia tan racionales actúan, de pronto, tan inexplicablemente? Pasa, en principio, que esos personajes no son, en el fondo, tan racionales –las criaturas de Coetzee abandonan, en los momentos clave, la razón y confían en su instinto. Pasa, también, que en las obras del sudafricano no imperan las mecánicas leyes del conductismo –no toda acción tiene una causa identificable, y lo que creíamos haber entendido en, por ejemplo, la página 37 de Hombre lento no necesariamente determina lo que ocurre en las páginas 39 o 92. Pasa, además, que dentro de la moral de Coetzee (porque se delinea, sí, una moral a lo largo de la obra de Coetzee) nadie es verdaderamente inocente –y, por lo mismo, qué sentido tiene intentar esquivar los problemas cuando uno, nada más por el solo hecho de existir y ser blanco o burgués o civilizado, o, para el caso, negro o explotado o rústico, ya está en el centro del problema. Pasa, por último y por encima de todo, que el apetito de conocimiento, la necesidad de entender, arroja a los personajes de Coetzee hacia esos abismos –penetran la oscuridad porque ese, y no el frío raciocinio, es el único modo de comprender, de veras comprender, cualquier cosa.

sábado, 28 de agosto de 2010

¿Transgresión en la literatura contemporánea?


Foto: ALEX MAJOLI / MAGNUM.
En Babelia se preguntan dónde está la transgresión en la literatura contemporánea:
Allen Ginsberg arañando el alma de la sociedad biempensante, subido a la mesa de un café, recitando su poema Aullido. La violencia verbal de Louis-Ferdinand Céline viajando al fin de la noche entre las sórdidas trincheras de la Primera Guerra Mundial. Los personajes solitarios, desahuciados, perdedores o alcohólicos de Charles Bukowski, de Raymond Carver o de John Cheever, mostrando el lado más gris del ingenuo sueño americano. La lista de autores que fueron más allá de las leyes morales o literarias de su época está bien nutrida. ¿Qué queda de todo eso? ¿Es posible a estas alturas la transgresión en la literatura?

Se preguntan si la respuesta está en "los llamados offbeat, un grupo de jóvenes autores anglosajones que se dicen herederos de la generación beat, de los Kerouac, los Gingsberg y los Burroughs, que, como ellos, no tienen pelos en la lengua: sus historias tratan de la marginalidad, de modos de vida alternativos al sistema, de las drogas".

Buscando más respuestas, mencionan a los autores españoles Aixa de la Cruz y Guillermo Aguirre, "que incluyen en sus obras algunos de estos elementos: la música, las drogas, el punk o el techno, aunque en este caso sin ningún ánimo provocador, sin cargar las tintas en la casa okupa, y la raya de speed, simplemente como testigos de una vivencia que en estos tiempos es ya cotidiana, en una generación que ya ha integrado los excesos en la normalidad, tal vez a falta de ritos de paso hacia la madurez.

Después sugieren que "la libertad sexual es otro de los pilares de la subversión", y respaldan la idea citando a la francesa Catherine Millet, autora de la obra La vida sexual de Catherine M (Anagrama), donde relataba sin tapujos sus experiencias sexuales con nutridos grupos de personas en diferentes escenarios, una pasión desaforada por el sexo múltiple (o multitudinario), al inglés Daniel Davies, autor de la novela La isla de los perros (Anagrama), en la que cuenta, con muchos pelos y señales, la historia de un exitoso periodista que deja la dirección de una revista de tendencias en Londres y una agitada vida social para regresar a su pueblo natal, donde encuentra la felicidad en un trabajo gris y el dogging o cancaneo sexo en grupo en lugares públicos (parkings, bosques, descampados), en reuniones concertadas con desconocidos a través de foros de Internet, sms o e-mail.

También mencionan Temporada de caza para el león negro (Anagrama), del mexicano Tryno Maldonado, "una sucesión de pequeños fragmentos sobre la vida de Golo, una especie de héroe romántico, artista infantil y genial, autodestructivo y marginal, inmerso en una espiral de vicio y perversión. Vicio y perversión que también son centrales en la última novela del polémico Chuck Palahniuk, Snuff (Mondadori), que parte del rodaje de una película porno en el que una diva del género pretende lograr un récord mundial de los suyo montándoselo en serie con la friolera de seiscientos voluntarios".

Pero terminan también preguntándose si "tal vez la verdadera transgresión actual haya de asociarse a los cambios en la estructura de la novela, al fragmentarismo, a la mezcla de realidad y ficción... Nos referimos a obras como la trilogía Nocilla, de Agustín Fernández Mallo; Aire nuestro, de Manuel Vilas, o Providence, de Juan Francisco Ferré, entre otras. Como dice Manuel Vilas: "Hay que romper las expectativas del lector y las expectativas del discurso literario imperante, mostrando las nuevas realidades sociales, culturales y económicas del siglo XXI, explorando zonas tenidas por no literarias, rompiendo moldes morales. En pocas palabras: cuestionando cualquier autoridad, ya sea moral o literaria o política".

Y ustedes, ¿qué opinan?

jueves, 19 de agosto de 2010

Opiniones de Amy Bellette

"Si yo tuviera un poder como el de Stalin, no lo dilapidaría en silenciar a los escritores imaginativos. Silenciaría a quienes escriben acerca de los escritores imaginativos. Prohibiría todo debate público sobre literatura en periódicos, revistas y publicaciones académicas. Prohibiría la enseñanza de la literatura en las escuelas, los institutos, los colegios mayores y las universidades de todo el país. Declararía ilegales los grupos de lectura y los foros sobre libros en internet, y sometería a control policial las librerías para asegurarme de que ningún empleado hablara jamás con un cliente sobre un libro y de que los clientes no osaran hablar entre ellos. Dejaría a los lectores a solas con los libros, para abordarlos como les pareciese por sí mismos. Haría esto durante tantos siglos como fuese necesario para desintoxicar a la sociedad de sus venenosas majaderías".
Fragmento de la carta que Amy Bellette, personaje de la novela Sale el espectro, de Philip Roth, envía al Times

sábado, 14 de agosto de 2010

El placer de las digresiones


Javier Marías.
Juan Gabriel Vásquez es uno de los lectores más apasionados de la obra de Javier Marías. De él, dice cosas como ésta: "Durante varios años la literatura española después de Franco se redujo para mí a Marías y otros dos nombres", y no es difícil identificarse con la frase. Tan sólo de Tu rostro mañana, esa extraordinaria última novela de Marías, Vásquez ha escrito algunas cosas, y es precisamente esta obra la que motiva la entrevista que encuentro en El Malpensante y que, por su extensión, posteo tan sólo fragmentariamente. Como introducción, dice Vásquez acerca de esta novela:
La traición, ficcionalizada, es uno de los ejes de Tu rostro mañana, la singular meganovela de 1.300 páginas que Marías publicó en tres tomos entre 2001 y 2007. Su narrador, Jaime o Jacques o Jack o Jacobo Deza (su nombre cambia durante la narración, según su interlocutor y otras circunstancias), es un español que ha sido contratado por el Servicio Secreto británico para formar parte de un equipo singular: son personas cuyo talento es interpretar a los otros. Es decir, personas capaces de saber, mediante el estudio de los gestos y las palabras de otro, cómo reaccionará en el futuro, qué probabilidades lleva en su sangre: cómo será su rostro mañana.
Luego le pregunta sobre su manera proceso de escritura: ¿Llegas al final de la novela y entonces vuelves a la primera página para comenzar a corregir?
Y contesta Marías: No, nunca. Cuando hablo de borradores, me refiero a los de cada página. Yo nunca leo todo mi libro seguido, ni siquiera cuando lo he terminado. Cuando mando al editor el manuscrito, lo hago sin haber leído el libro completo. Ni siquiera fragmentos: “Voy a leer las primeras cien páginas, o voy a leer lo que llevo...”. Eso no lo hago. Solo en pruebas llego a leer el libro entero. Antes, voy haciendo página por página, y cada página es definitiva: una vez que la paso a la carpeta, la doy por buena. Así va a ir a la imprenta.
Continúa Vásquez con el asunto de las digresiones, las famosas digresiones de Marías, que dice éste haber aprendido de Sterne, pero antes de Cervantes: ¿Pero cuál es tu intención al manipular el tiempo de esta manera?
No es irritar al lector, desde luego. Habría dos intenciones: cuando abro una digresión, por larga que sea, mi desiderátum es que, aunque en un lector convencional pueda haber un momento de irritación (“pero dígame, ¿le corta o no la cabeza?”), la propia digresión tenga el suficiente valor y la suficiente fuerza como para que también sea interesante. Es lo que sucede en El padrino II, ¿no? Es una película extraordinaria: uno va viendo la parte del presente, con Al Pacino como Michael Corleone, y en determinado momento eso se corta y nos llevan a los comienzos de Vito Corleone, con De Niro. Y luego lo mismo, pero al revés. Cada vez que se hace uno de esos cambios, uno está tan interesado en lo que está viendo que detesta que lo saquen de allí. Yo quisiera que se produjera eso con mis digresiones: que al final resulten tan interesantes como la historia principal, y cueste salir de ellas.
Ésta sería tu primera intención.
Sí. Y la segunda es ésta: yo creo que la novela es el género literario –e incluso el arte– que mejor permite la existencia del tiempo que en la vida real no tiene tiempo de existir. Existe la dimensión objetiva del tiempo: un minuto siempre tiene sesenta segundos. Pero en otra dimensión, las cosas tienen diferente duración subjetiva aunque la duración objetiva sea la misma. Lo que realmente uno recuerda de una larga noche en que abandonó a su pareja, o fue abandonado por ella, puede ser un solo gesto, una frase, una mirada, y a uno le hubiera gustado que el tiempo se detuviera. Eso es lo que permanece en la memoria. Mi intención en las novelas es que las cosas tengan la duración que nunca tienen al suceder pero que siempre tienen después de haber sucedido. En la novela se puede conseguir eso. Hacia el final de la escena de la discoteca, el narrador cifra incluso la duración de la escena: dice que debió durar ocho a diez minutos. Sin embargo, ha ocupado un montón de páginas, porque para mí ésa es la duración real. Claro, Cervantes es más osado: en el capítulo del caballero vizcaíno, la acción se interrumpe con las espadas en alto. Y uno cree que va a volver a la escena, pero no. No vuelve. Esas espadas llevan 400 años en alto y no van a bajar nunca.
Otro de tus rasgos que aparecen llevados al extremo en Tu rostro mañana es ese sistema de resonancias que tienen tus novelas desde Corazón tan blanco, y que se ha vuelto uno de tus sellos característicos. ¿Puedes explicar cuál es el objetivo de esa estrategia?
Son frases que vuelven a aparecer, ligeramente cambiadas o en distinto contexto, varias veces en una novela. Para mí el efecto de las resonancias debe ser sobre todo emotivo: debe suceder lo que sucede cuando uno, escuchando música, se encuentra con la misma melodía... “Esto sonó al principio, pero lo tocaba solo el violín”, te dices, “y ahora lo toca la orquesta entera”. Y cuando funciona, produce una emoción muy intensa, por lo menos a mí me la produce.
Tratándose de una novela que publicaste en varios tomos, con tres años entre ellos, tú podías, igual que Cervantes tras la publicación de la primera parte, asistir a las reacciones que tu ficción provocaba. ¿Modificó eso tu escritura?
Yo he dicho que esta novela no es una trilogía, como se le ha llamado impropiamente. Es una novela publicada en tres volúmenes. Y sin embargo, lo cierto es que para mí, desde el punto de vista de la escritura, funcionaron como tres novelas distintas. Es decir que el esfuerzo que yo he debido hacer al comienzo de cada volumen ha sido equivalente al esfuerzo que uno hace cada vez que empieza una novela nueva. A mí el principio es lo que más me cuesta, y luego llega un momento en el cual uno nota que va cuesta abajo. Y esto no me ha ocurrido al pasar la mitad del total: ha sido como si cada vez tuviera que hacer el esfuerzo de empezar una nueva novela, aunque no fuera nueva. Una de las cosas que hice, sin embargo, fue prevenirme un poco: cuando publiqué el primero –y aún creía que iban a ser solo dos– me planteé si leer o no las críticas que salieran. Si las leo y son buenas, pensé, corro el peligro de pensar que esto está hecho. Y si son muy negativas, eso me puede desalentar, o hacerme cambiar el proyecto. Veía peligro en ambos casos. Y descubrí que se puede estar perfectamente sin leerlas, sin saber. En cuanto a las reacciones de los lectores, no, no creo que me hayan hecho cambiar el proyecto. En fin: si esta novela cuenta con algún mérito, es el de tener las dimensiones de una novela río, siendo todo menos una novela río. A mí me parece muy fácil hacer una novela muy larga cuando hay muchos acontecimientos, muchos personajes, cuando la acción transcurre a lo largo de varias generaciones. Si esta novela se puede leer hasta el final, es sin recurrir a ninguna de esas cosas. La novela transcurre en un plazo de tiempo que nunca se establece con claridad, pero que es de un par de años. Y en realidad esos años se ven reducidos a unas cuantas noches, a un período breve en Madrid, y ya está. Tampoco hay muchos personajes. Alguien me dijo que eran 26; las tres partes suman más de 1.600 páginas. No son muchos personajes por página, ¿verdad?
Muy interesante lo que viene a continuación. Vásquez interroga a Marías acerca de los dos personajes reales que inspiraron a los personajes ficticios Juan Deza y Peter Wheeler: Están ostensiblemente basados en tu propio padre y en uno de tus amigos de Oxford, sir Peter Russell. ¿Cómo fue el proceso de transformar a esos dos modelos originales en personajes de ficción? ¿Los utilizabas como fuentes deliberadamente, ibas a ver a tu padre con la conciencia de que usarías lo que te dijera para la novela?
No, en absoluto. Incluso las conversaciones que hay entre Jacobo y Juan Deza, su padre, no tienen una base real. Son conversaciones que yo habría podido tener con mi padre, y digamos que la tonalidad del padre de Deza es la de mi padre, pero no necesitaba renovarla estando con él. Ni tampoco iba a hablar con él con el propósito de nutrir la novela. No me gusta hacer eso. Pero sí, nunca en mi carrera literaria lo había hecho de manera tan clara y tan abierta. Y además les pedí permiso, lo hice con su consentimiento. En el caso de Russell, le pregunté inicialmente si podía usar para este personaje su biografía somera, solamente lo que uno puede encontrar en el Who’s Who o en una enciclopedia donde esté la entrada P. E. Russell. Lo que no hice fue sonsacarlo, ni intentar que me contara cosas. A partir de los datos que estaban al alcance de cualquiera, yo podía fabular. Él, como el personaje de la novela, sirvió en el Servicio Secreto durante los años de la guerra, el MI5 en su caso. Lo que no hice nunca fue preguntarle qué había hecho, qué pasó... En la novela se cuentan algunas cosas que coinciden con su experiencia, pero no las supe a través de él, sino de textos de terceras personas, cosas que ya eran públicas. No me gusta tratar a las personas con vistas a un aprovechamiento. Los novelistas nos nutrimos de cosas reales, claro. Pero no me gusta que mi trato con las personas sea utilitarista.
¿Crees que el novelista es la persona que se obliga a ver? ¿A abrir los ojos donde los demás los cierran?
Bastante, sí. Frente a esa idea que se ha esgrimido alguna vez de la novela como una forma particular e insustituible de conocimiento, yo la veo como una forma de reconocimiento. Con esos autores que ven, que se atreven a mirar las cosas como son –pienso en Shakespeare, en Conrad, en Proust–, uno a menudo tiene una fuerte sensación de verdad precisamente porque reconoce lo que dicen. Uno dice: “Sí, esto es así, es verdad”. Y no te están haciendo una revelación, no estás accediendo a un conocimiento nuevo. Estás viendo algo que sabías pero que no sabías que sabías. Lo reconoces porque lo has vivido, y a veces son cosas no muy gratas. Proust es quizás uno de los autores más crueles de la historia de la literatura. Cruel en el sentido de que rara vez se engaña: nos dice cosas muy duras, pero quien acepte meterse en esa verdad dirá: “Sí. Así es”. Faulkner comparó la literatura con la cerilla que uno enciende en medio de un campo oscuro, y esa cerilla no sirve para iluminar nada, sino simplemente para ver mejor la enorme cantidad de oscuridad que hay alrededor. Eso es lo que hace la literatura, ¿no? Y es suficiente. Uno trata de entender un poco mejor aquello que la gente rehúye, en lo que rehúye pensar. Esta idea de que la gente quiera saber, quiera entender... no es verdad. Nadie quiere saber nada, nadie quiere ver, y si ven, hacen como que no han visto. Nuestra capacidad de engaño es extraordinaria. El escritor se obliga a mirar un poco más, a no engañarse.
Al final de la entrevista, Marías adelanta algo de lo que habrá en su próxima novela:
Bueno, hay un cuento breve contado por una mujer que está haciendo pruebas para una película porno... En fin, yo he creído darme cuenta de que los hombres y las mujeres se diferencian en muchas cosas pero no tanto en la mente. Lo que sí veo en este nuevo libro es que será muy pesimista. Quizás el más pesimista que he hecho.
Pero no puede terminarse una conversación con Javier Marías si no se habla antes de fútbol: ...Eso me hace pensar en una pequeña tradición de futbolistas “letrados” que hay en España. Yo suelo contar la anécdota de Guardiola: minutos antes de saltar al campo y ganar la final de la Copa de Europa de 1992 terminó Belle du Seigneur, de Albert Cohen. Y decía que la emoción de la novela le ayudó a jugar esa noche.
Sí, no es muy extensa la lista, pero recuerdo a Marcial, del Español y del Barcelona luego, que era muy lector y un gran centrocampista; a Miguel Ángel, portero del Madrid; a Breitner, alemán izquierdista del Madrid, bastante leído. Más recientemente, claro, a Guardiola, a Valdano, a Pardeza (éste escribe, incluso). Y cuando Butragueño leyó Salvajes y sentimentales, se quedó tan encantado que quiso leer todo lo demás que sobre fútbol hubiera escrito (no había más, ay). Lo mismo le pasó al Lobo Carrasco, del Barcelona. Y tengo en mucho una llamada que me hizo Valdano para felicitarme por el artículo que escribí sobre el famoso gol de Zidane en la final de la Copa de Europa contra el Bayer Leverkusen. Me dijo: “Hay que saber mucho de fútbol para escribir lo que has escrito”. Quizás sea uno de los elogios de los que estoy más orgulloso. Y, ahora que caigo, todos los jugadores mencionados son del Madrid o del Barça...