domingo, 31 de enero de 2010

Vila-Matas y su pistola mexicana


Vila-Matas visto por Mikel Casal.
En octubre de 2007 conocí personalmente a Enrique Vila-Matas (aunque quizá en esa ocasión lo que hiciera fuera re-conocerle, pues me parecía haberlo visto meses antes en un aeropuerto). De lo que Vila-Matas habló esa vez (era una charla en Caixa Forum con motivo de un festival de literatura mexicana) es de unos extraños días en México que incluyó un viaje en tren algo movidito. Escribí, tal como lo escuché del escritor, el relato de ese viaje en tren en una nota que titulé Donde toda ficción era posible. Resulta que ayer leí en el ABCD un artículo de J.J. Armas Marcelo con motivo de la entrega de un premio al escritor catalán que alude precisamente a ese viaje. Así que si a lo que contó Vila-Matas en aquella ocasión de 2007 le sumamos los detalles que ofrece Armas Marcelo en este artículo, podríamos tener una idea más completa (y sumamente divertida) de esa historia mexicana:
El tren llegó a Guadalajara, México, y Enrique Vila-Matas se bajó con la pistola en alto, pegando tiros al aire y gritando: «¡Jalisco, no te rajes!». Un escándalo. Gonzalo Celorio pudo calmarlo. Le obligó a que guardara la pistola, que le cabía en la palma de la mano y era plateada, como las navajas gitanas. Yo llegué en avión, con Rodrigo Fresán, que me confesó que iba a quedarse en Jalisco por una temporada. «¡Voy a casarme!», me dijo. Vila-Matas, otros escritores y yo mismo acabamos alojados por el Ministerio de Cultura español en un cuchitril que se llamaba Mendoza. «Para que conozcan bien el centro de la ciudad», me dijo un alto funcionario (y se fue al Hilton). Vila-Matas pidió tequila en el bar del Mendoza y puso la pequeña pistola sobre la mesa. Subí a mi cuartucho, hice una pequeña descubierta por el hotel y, a las dos de la mañana, llegaron Celorio, Hernán Lara Zavala, el Pollo Ruy Sánchez y Rafael Ramírez-Heredia. A estas alturas, Vila-Matas gritaba a cada rato: «¡El horror, el horror!» (y acariciaba la pistola con ganas de usarla). «¿Qué haces en esta cueva inmunda?», me preguntó Rayo McCoy. Yo estaba cansado y le dije, rendido, que me quedaba allí. Pero en la madrugada, mientras dormía en mi cuartucho, aterrizaban en mi presunta habitación el ruido y la furia de un avión en la pista de un aeropuerto: un bajante general en mi supuesto baño hacía el resto. A la mañana siguiente, me fui al Hotel Guadalajara, salvado por mis amigos de la UNAM. Vila-Matas, invitado a ese periplo, contestó como uno de sus clásicos: «Preferiría no hacerlo».

En el cocido con el que premiamos su talento literario el otro día, en Buenaventura, Madrid, se contó esta batalla antes de que alguien preguntara quiénes son los escritores españoles «que se creen que van a ganar el Nobel más temprano que tarde». Descartado por suecos Justo Jorge Padrón, descubrimos un número desusado de «candidatos interiores»: quince para ser exactos. En México, dije por molestar, conozco a otros, empezando por Homero Aridjis. Entonces recordé que en aquella FIL de Guadalajara corrió la leyenda urbana de que Vila-Matas había disparado a Aridjis un par de tiros. Aridjis hablaba de Salvador Novo, el poeta de los Contemporáneos, pero Vila-Matas se empeñaba en llamarlo, con razón, «Nalgador Sobo». La pelea terminó en un duelo al amanecer, como los de Conrad, junto a la Barranca. Yo no fui porque después del yuyu no me gusta madrugar. Ramón Pernas contó que la mejor leyenda de Vila-Matas decía que había perseguido por Coyoacán, una noche de luna azul, nada menos que a Frida, y que el pintor Rivera estuvo a punto de caparlo en una esquina negra como gato negro en noche oscura.

La fiesta del cocido, la fiesta de ABCD, ha quedado ya institucionalizada, como si estuviéramos en México. Conté además que un día, en el Distrito Federal, Ignacio Solares dio en su casa un almuerzo en mi honor. Mi sorpresa fue que, a lo largo de toda la comida y la sobremesa, no hubo más que grandes elogios hacia Vila-Matas. ¿Vila-Matas?, decía yo extrañado, por ver si alguno se atrevía a hacer una crítica decente del autor de París no se acaba nunca. Pero el silencio era de pavor. Le tenían más respeto a Vila-Matas que a Carlos Fuentes y Octavio Paz juntos. Entonces decidí leerlo, aunque hubiera preferido no hacerlo, y ahora discuto a gritos con aquellos que me dicen que la literatura de Vila-Matas es light. Siempre les pregunto: ¿en comparación con la de quién? Porque aquí, y en la otra orilla, hay muchos escritores que quieren el Nobel, están ya traducidos al francés, al inglés, al sueco y, además, pugnan por entrar en la Academia y ganar el Nacional de Literatura, asuntos que ayudan mucho al currículum de los futuros Nobel.

De modo que fue una velada espléndida la de Vila-Matas y ABCD. Sólo hablamos mal de Lady Boccacio, Juanito Ventolera y ese viajante que copia a Leguineche volando por la geografía de la malaria, el mismo que quería, en 1982, ser portavoz del Gobierno de González («Me lo quitó Sotillos», me dijo una vez con cara de Polifemo odiador). Del resto, hablamos maravillas, aunque ustedes no se lo crean.

Vargas Llosa responde en Cartagena


Mario Vargas Llosa conversa con el escritor colombiano Héctor Abad Faciolince en Cartagena de Indias- REUTERS.

En estos días se realiza en Cartagenda de Indias, Colombia, el Festival Hay, que El País sigue con mucha atención, con la participación de reconocidos escritores. Uno de estos escritores es Mario Vargas Llosa, que el mediodía de ayer llenó un teatro. Su compañero de charla sería Héctor Abad Faciolince, el escritor colombiano que estos días publica Traiciones de la memoria (Alfaguara), una suerte de coda de El olvido que seremos, el estremecedor libro en el que narró el asesinato de su padre. Abad no dejó que la admiración inutilizara su papel de mínimo inquisidor y el resultado fue una vibrante visita guiada al universo de Mario Vargas Llosa. Éstas son algunas de las estaciones del recorrido:
Un escritor sin inspiración. "Mi disciplina a la hora de escribir nació de la comprobación deprimente de que no tenía inspiración. Por eso me sirvió tanto descubrir, cuando llegué a París en 1959, a Flaubert y, sobre todo, su correspondencia. Flaubert empezó siendo un mal escritor, un mero imitador, y para llegar a ser el genio que fue se impuso una disciplina de galeote. Yo llegué a la conclusión de que si uno no tenía talento podía provocárselo a base de trabajo".

Crisis social, salud artística. "Las sociedades inestables en las que se percibe una cierta inseguridad tienden a generar literaturas más ambiciosas que aquellas sociedades más estables en las que se percibe como algo pueril el deseo de llevar a cabo un gran proyecto novelesco. Por eso la literatura latinoamericana dio grandes frutos en los años 60, en un momento convulso en el que nadie apostaba por América Latina. Pero todo esto no es más que una tendencia y no una ley histórica, yo no creo en las leyes históricas. Además, en el arte siempre prima el elemento individual".

Políticos y rufianes. "¿Por qué me presenté a la presidencia de Perú si le había hecho decir a uno de mis personajes que la política es un mundo de rufianes? Tal vez por la atracción del abismo, pero sobre todo porque no debemos sacar conclusiones de desdén aristocrático de esa frase. Eso sería hacer el avestruz. Cuanta más gente decente haya en la política más se adecentará ésta".

Elogio de la imperfección. "Si fui muy crítico como opositor a Alan García en Perú y ahora no lo soy tanto es porque él piensa ahora cosas que yo pensaba entonces. En materia estética podemos ser intransigentes porque la imperfección es intolerable, pero en política eso es imposible. Hay que optar por el consenso y hacer concesiones, eso es la democracia, el menos malo de los sistemas. Los únicos que creen que la perfección es posible en política son los fanáticos".

Diez años huérfano. "A mí me vacunó contra el fanatismo la mala relación que tuve con mi padre, un hombre muy autoritario al que conocí cuando tenía 10 años. Hasta entonces me habían ocultado que mi padre estaba vivo por la vergüenza familiar de decir que mi madre se había divorciado. Yo me había criado como un niño muy mimado y seguro que era engreído e insoportable, pero la aparición de mi padre fue brutal. Eso sí, reconozco que en mi propio trabajo hay una dosis de fanatismo, el de sacrificarlo casi todo en busca de la gran obra".

Caudillo a la vista. Uno de los momentos cumbre de la charla fue la pregunta de Héctor Abad por las posibilidades de progreso en América Latina cuando proliferan tantos "caudillos que se hacen reelegir ,empiece su nombre por Ch, M o U", dijo el escritor colombiano en alusión a Hugo Chávez, Evo Morales y Álvaro Uribe. La respuesta de Vargas Llosa fue igual de contundente: "Hay que acabar con los caudillos, que no son más que máquinas destructoras, y hay que aceptar esa cosa que a veces parece mediocre que es la democracia. Un escritor sabe lo importante que es la forma. Si se rompen las formas de la democracia lo que sufre es su contenido".

Los riesgos del compromiso. "Ya sé que con mis opiniones políticas corro el riesgo de que me caricaturicen como imperialista y capitalista manchesteriano, pero asumo el riesgo. Por eso escribo en los periódicos, para matizar, y para que se entienda por qué hago lo que hago. Por ejemplo, apoyar a Piñera en Chile, el candidato conservador, porque me parece que la alternancia es importante. Lo conozco personalmente y sé que es un demócrata convencido que nunca apoyó a Pinochet. Por lo demás, él es católico y yo no, yo estoy a favor de los matrimonios homosexuales, el aborto y la eutanasia y él, no. Pero no puedo apoyar a alguien idéntico a mí porque no lo encontraría. La única manera de que no te caricaturicen es callarse y convertirse en un mirlo blanco. Prefiero que me ataquen y aportar mi grano de arena. Optar por una posición es optar por el riesgo. Por eso no entiendo a los intelectuales que prefieren los eslóganes a las ideas".

Nueva novela. "En una biografía de Joseph Conrad me topé con un amigo suyo diplomático que le hizo ver la brutalidad que los colonizadores aplicaban en países productores de caucho como el Congo, un país del tamaño casi de Europa occidental que las potencias mundiales decidieron regalar a Leopoldo de Bélgica. Sin él El corazón de las tinieblas no sería como es porque hasta entonces la idea que Conrad tenía del Congo estaba manipulada por la propaganda del rey de los belgas. Me fascinó el personaje y ya tengo una primera versión del manuscrito de una novela en torno a él. Siempre me vienen así las ideas: la curiosidad dispara la ficción. ¿De dónde saco la energía para viajar, estudiar y entrevistar gente preparando los libros? De que en el fondo quiero ser un buen escritor. Pero no juguemos al niño digno: es un esfuerzo, pero, sobre todo, un enorme placer".

viernes, 29 de enero de 2010

La cabaña de Holden Caufield

En esta foto de la década de los 80, una de las últimas que se conoce de Salinger, se le ve agrediendo al fotógrafo.

En un pasaje de El guardián entre el centeno, el mítico personaje Holden Caufield afirma: "me gustaría encontrar una cabaña en algún sitio y con el dinero que gane instalarme allí el resto de mi vida, lejos de cualquier conversación estúpida con la gente". Fue lo que hizo Salinger, su creador: se instaló, luego del enorme éxito de esta novela en 1951, en la casa en la que murió ayer a los 91 años. Tan sólo concedió una entrevista en toda su vida, en 1974 a The New York Times, y ahí reivindicaba su decisión de desaparecer: "Hay una paz maravillosa en no publicar. Es pacífico. Tranquilo. Publicar es una terrible invasión de mi vida privada. Me gusta escribir. Amo escribrir. Pero escribo sólo para mí mismo y para mi propio placer".

jueves, 28 de enero de 2010

J.D. Salinger (1919-2010)



Nos vemos más tarde, a la vuelta de la esquina.

¿Usted también escribe? Analfabetismo incipiente



Un Señor Escritor Cualquiera.
Sigo con el saqueo de elmalpensante, que cada día me tiene reservado un texto nuevo y divertido, como el de Jorge Ibargüengoitia que posteo a continuación, que evalúa irónicamente la desventajosa situación del escritor frente al mundo (de los demás):
Según parece, en Estados Unidos el número de personas que han escrito una novela es monstruoso. Muchas veces mayor, por supuesto, al número de personas que han publicado una novela. En nuestro medio, inclusive, a pesar del elevado índice de analfabetismo que tenemos, el número de personas que creen que podrían escribir una novela con las experiencias que han tenido en su vida, es tremendo. Un soneto es algo mucho más difícil, porque hay que aprender a rimar y a contar las sílabas. Pero una novela, ¡en prosa!, es la cosa más fácil del mundo. Basta con sentarse frente a una hoja de papel y contar todo lo que nos ha pasado en nuestra vida, que es tan interesante. Lo malo es que no tiene uno tiempo, porque hay que trabajar para sostener a la familia, llevar a los niños a la escuela, ir a fiestas, lambisconear al jefe, etcétera. En realidad, escribir novelas es un trabajo de ociosos. Pero eso no quita que la mayoría de la gente tenga un talento novelístico innato o, mejor dicho, literario. La prueba está en las composiciones que hacíamos en la escuela y las dedicatorias que poníamos el día de las madres. Eran geniales.

Esta situación, la de vivir en un medio de novelistas potenciales, no frustrados, porque nunca han intentado ejercitar sus talentos, ni fracasado en el intento, hace que las personas como yo, que no hacemos más que lo que todos podrían hacer, seamos considerados como una raza parasitaria, superflua y, francamente, de muy poco talento, porque nos cuesta un trabajo horrible hacer lo que todos harían en sus ratos de ocio.

Por otra parte, esto de usar para expresarse un medio que todos conocen a la perfección desde primero de primaria, hace que los escritores tengamos una cantidad de críticos exactamente igual al número de personas que saben leer y escribir. El de lectores, en cambio, es mucho más reducido, porque la mayoría de los críticos son apriorísticos.

–¡Novelas, las mías! –dicen, y no compran las nuestras.

Criticar a un pintor o a un músico es más difícil. Al primero, porque sus cuadros no los ven más que los culteranos que van a las exposiciones, y porque, además, ése sabe mezclar los colores, que requiere cierta ciencia; al segundo, porque nadie sabe leer música. Ésos son desechados por locos, que, en nuestro medio, es lo mismo a ser desechado por genio. Pero nosotros, los escritores, estamos en la línea de fuego.

–Oye, ¿cómo no me habías dicho que eras escritor? –me preguntó una mujer con quien he tenido la desgracia de trabajar varias veces en congresos–. A ver qué día me regalas tus libros.

Ha de creer que uno tiene que andar anunciándose, y que los libros los escribe uno para regalarlos. Yo nunca le pregunté si era casada, y si me enteré de que tenía una tortillería automática, fue por boca de terceros. Además, nunca se me hubiera ocurrido pedirle una tortilla.

–Oiga, patrón, ¿cuándo escribe un libro de veras bueno? –me preguntó un mimeografista a quien cometí la torpeza de regalarle un libro–. Digo, porque ése es de relajo.

Pasa uno muchas vergüenzas.

–Tus libros me parecen muy superficiales –me dijo una culta y, por supuesto, mal educada–, pero mi yerno dice que tienen mucho porvenir, y él es argentino.

Fue un consuelo.

Pero veamos cómo se comportan las demás profesiones. Un ingeniero se pone Ing. antes del nombre, y cuando su mujer llega a la casa, le pregunta a la criada:

–¿Ya llegó el Ingeniero?

Ninguna esposa de escritor le ha preguntado nunca a ninguna criada si ya legó el Escritor. Entre otras cosas, porque lo más probable es que no tenga criada, y porque sabe que su marido no ha salido; está en su cuarto, frente a la máquina, devanándose los sesos.

Un Lic., un Arq., un Dr., un Ing. antes del nombre, o un CTP después, son signo de que alguien se ha pasado años leyendo libros que nadie leería de motu proprio. ¿Pero nosotros? Para escribir novelas no se necesita más que leer novelas, que, después de todo, se supone que la gente lee por gusto. Así que además de parásitos superfluos somos hedonistas.

Pero como para adquirir prestigio no podemos recurrir a la aridez, porque sería contradecir los principios mismos de nuestro arte, podemos acudir a otras profesiones, que además de lo difícil del estudio tengan otras características que provoquen respeto en parte del público.

Un psicólogo, por ejemplo, es, en sociedad, mucho más aplastante que un ingeniero, aunque sea más difícil calcular un edificio que sentarse media hora a escuchar lo que dice un paciente. Todos le tienen miedo, porque creen que les va a descubrir un defectazo. La mecánica de este proceso es que el ignorante no sabe qué signos pondrán en evidencia qué cosa. La magia del psicólogo está en que él descubre lo que nadie ve y llega a conclusiones que nadie entiende. La base del prestigio es la incomprensión.

Esto puede ser la salvación del escritor. Si, por ejemplo, en vez de contar la novela de principio a fin la cuenta del fin al principio, si repite la misma escena desde tres puntos de vista diferentes, si quita del diálogo los nombres de los interlocutores, si describe una mesa como si fuera un paisaje y un paisaje como una mesa, logrará confundir completamente al lector. Es posible que éste nunca termine de leer la novela, pero respetará al que la escribió.

De ahora en adelante escribiremos así y dejaremos de ser parias.

miércoles, 27 de enero de 2010

Los maestros de Camus



Albert Camus.
Seguimos recordando a Camus, otorgándole nueva vida. Juan Villoro nos entrega, vía elperiodico.com, este artículo que habla de las personas que lo apoyaron y le enseñaron desde su infancia:
Se han cumplido 50 años de la muerte de Albert Camus (1913-1960). El rebelde al que no le faltaron enemigos es visto como un heroico defensor de la ética individual en un mundo de simulacros y engaños colectivos. Alguna vez confesó que le hubiera gustado ser escultor. Su obra perdura como las piedras del Mediterráneo, el mar esencial que le reveló el hechizo del mundo. Nada de esto hubiera sido posible sin la presencia de dos maestros. Huérfano de padre (caído durante la primera guerra mundial), Camus nació en un pobrísimo barrio de Argelia. Creció con una madre analfabeta y una abuela tiránica. Apasionado del fútbol, jugaba de portero porque es la posición en la que menos se gastan los zapatos. En El primer hombre, la novela inconclusa que llevaba en el coche donde murió a los 46 años en accidente de tráfico, escribe: «la infancia... ese secreto de luz, de cálida pobreza». La precariedad fue su ámbito absoluto. Solo al ingresar en el liceo supo que otros eran ricos.

Fiebre por conocer
A los 9 años estuvo a punto de abandonar la escuela. Su madre fue a ver al maestro Louis Germain y le habló de sus dificultades: Albert debía trabajar. Germain se ofreció a darle clases gratuitas dos horas diarias para conseguir una beca. Sin padre ni hermanos mayores, Camus fue el «primer hombre» en su travesía. Pero no estuvo solo. A los 17 años enfermó de tuberculosis y otro profesor lo ayudó. Jean Grenier fue a verlo al hospital. Como Germain, se sorprendió de las carencias de ese alumno al que había colocado en la primera fila. No era el mejor de sus discípulos pero tenía fiebre por conocer y un amor a los placeres del que carecía el propio Grenier. En su biografía del autor de El extranjero (Albert Camus. Una vida. publicada por Tusquets), Olivier Todd compara el temperamento de maestro y alumno: «A Camus le gusta admirar a muertos y vivos mientras que Grenier acumula crueldades y reticencias... El estudiante, a pesar de sus quejas, anhela la felicidad; en cambio, el profesor no... Lleno de salud, el adulto disfruta menos que el joven, presa de gripes y fiebres».

Quince años mayor que su discípulo, Grenier le presta libros, discute la situación política de Argelia, lo acerca al comunismo, lee sus textos, mostrando que ninguna generosidad supera a la de la crítica (no vacila en escribir al margen: «superfluo», «una bobada»), le consigue trabajo como meteorólogo (oficio transitorio que también desempeñaron Jean-Paul Sartre y Martin Heidegger), y al hablar de su pasión común por los gatos explica que nada hace tan feliz a un macho como tener collar, pues eso enloquece a las gatas. Se tratan de usted («con una confianza sin familiaridad», apunta Todd). Con el tiempo, el alumno se transforma en protagonista de la relación. Cuando Grenier se entera de que su amigo se ha casado sin avisarle, no se ofende. Le basta saber que la novia es guapa.

Sartre le dice a Camus que su maestro es Hegel. El autor de La peste responde: «el mío es Grenier». Fiel a su origen, valora las opiniones del profesor que conoció a los 17 años. Grenier lee el manuscrito de El extranjero y lo califica con un 12 sobre 20: «la impresión con frecuencia es intensa», agrega sin entusiasmo. Albert le pregunta si en verdad piensa eso. El maestro detecta la inseguridad que ha provocado y responde: «El extranjero es excelente». En 1956 Grenier comenta que El espíritu confuso es en verdad digno de su título y Camus lo rescribe.

Grenier reseña de modo elogioso novelas y obras de teatro de su alumno, sin delatar su afecto. Su generosidad intelectual contrasta con su dificultad para pagar rondas de cerveza y el menú que privilegia en Lipp: arenque, pierna de cordero, ensalada y fruta. En 1947 Camus viaja en el Citroën recién estrenado de Grenier a la tumba de su padre. Ahí concibe El primer hombre, donde su maestro aparece como Victor Malvan: «En tiempos en que los hombres superiores son tan adocenados, era el único que tenía un pensamiento personal... y una libertad de juicio que coincidía con la originalidad más irreductible... Cada vez que Malvan empezaba diciendo ‘conocí a un hombre que... o un amigo... o un inglés que viajaba conmigo’, uno podía estar seguro de que hablaba de sí mismo». Ciertos artistas tratan de borrar sus deudas. De esta manera exaltan la inaudita novedad de su talento. Camus fue el caso opuesto: vivió para honrar a los maestros que lo sacaron de la pobreza. La profundidad de su obra no se entiende sin esta ética de la gratitud.

Un cruasán
A propósito de Grenier, su mentor intelectual, anotó en 1933: «¿Sabré alguna vez todo lo que le debo?». Y al recibir el Premio Nobel escribió a Germain, su primer maestro: «Sin usted, sin la mano afectuosa que le tendió al niño pobre que era yo, sin su enseñanza y su ejemplo, no hubiese sucedido nada de todo esto». En 1924, Louis Germain juzgó que el niño al que daba clases gratuitas estaba listo para presentarse a examen y recibir una beca. Se calzó las polainas de las grandes ocasiones y lo llevó al liceo de Argel. Antes de la prueba, le regaló un cruasán. Fue el primero en enterarse de los resultados. Cuando vio a su alumno, soltó una frase que cifraría un destino: «Bravo, mosquito». Albert Camus había aprobado.

martes, 26 de enero de 2010

Periodismo cultural



Ilustración de Fabricio Vanden Broeck. Fuente: elmalpensante.
Fuente inagotable de buenos textos, elmalpensante nos presta hoy uno de Gabriel Zaid sobre el periodismo cultural (en crisis en todas partes pero en H tiene el ejemplo más obvio), que empieza recordando el momento en el que el ex presidente mexicano Vicente Fox quiso citar a Borges pero en lugar de Borges pronunció Borgues. Escandaloso tener esa ignorancia, dice Zaid, después de haber pasado por la educación pomposamente llamada superior (como la de nuestros periodejos en H, que se creen hasta escritores sólo porque pasan por 4 cursos de español en la universidad). Pero sigue:
Lo mismo hay que decir del periodismo cultural. Lo escandaloso no es que se escriban reportajes, comentarios, titulares o pies de fotos con tropezones parecidos, sino que lleguen hasta el público avalados por sus editores. O no ven la diferencia o no les importa. Así como los títulos profesionales avalan la supuesta educación de personas que ni siquiera saben que no saben (aunque ejercen y hasta dan clases), los editores avalan la incultura como si fuera cultura, y la difunden, multiplicando el daño. El daño empieza por la orientación del medio (qué cubre y qué no cubre, qué destaca, bajo qué ángulo) y continúa en el descuido de los textos, los errores, falsedades, erratas y faltas de ortografía.
Luego repasa un poco Zaid la historia del nacimiento de la prensa, que está vinculado al mundo letrado. Los periódicos, dice, fueron fundados por hombres letrados:
Nació, naturalmente, elitista, porque pocos leían. Sus redactores y lectores eran gente de libros. Por lo mismo, era más literaria y reflexiva que noticiosa, de pocas páginas, baja circulación y escasos anuncios. Pasaron siglos, antes de que apareciera el gran público lector y se produjera una combinación notable: grandes escritores y críticos (como Dickens o Sainte-Beuve) publicando en los diarios y leídos como nunca.
Después vino el amarillismo, la publicidad, el color, que acabaron convirtiendo el periodismo en un producto como los anunciados en sus páginas. Y el lector exigente se volvió prescindible. Y empieza Zaid a retratar el periodismo cultural de la actualidad:
En el mejor de los casos, la cultura se incluye como redondeo del paquete de soft news, frente a las verdaderas noticias: desastres, guerra, política, deportes, crimen, economía. Se añade como una salsa un tanto exótica, porque de todo hay que tener en las grandes tiendas. Así, la cultura, que dio origen al periodismo, vuelve al periodismo por la puerta de atrás: como fuente de noticias de interés secundario, del mismo tipo que los espectáculos, bodas, viajes, salud, gastronomía. Lo cual resulta una negación de la cultura; una perspectiva que distorsiona la realidad, ignora lo esencial, prefiere las tonterías y convierte en noticia lo que poco o nada tiene que ver con la cultura, como los actos sociales que organizan los departamentos de relaciones públicas (precisamente para que los cubra la prensa), los chismes sobre las estrellas del Olimpo, las declaraciones amarillistas.

¿Qué es un acontecimiento cultural? ¿Dé qué debería informar el periodismo cultural? Lo dijo Ezra Pound: la noticia está en el poema, en lo que sucede en el poema. Poetry is news that stays news. Pero informar sobre este acontecer requiere un reportero capaz de entender lo que sucede en un poema, en un cuadro, en una sonata; de igual manera que informar sobre un acto político requiere un reportero capaz de entender el juego político: qué está pasando, qué sentido tiene, a qué juegan Fulano y Mengano, por qué hacen esto y no aquello. Los mejores periódicos tienen reporteros y analistas capaces de relatar y analizar estos acontecimientos, situándolos en su contexto político, legal, histórico. Pero sus periodistas culturales no informan sobre lo que dijo el piano maravillosamente (o no): el acontecimiento central de un recital, que hay que saber escuchar, situar en su contexto, analizar. Informan sobre los calcetines del pianista.
Al final de su artículo, Zaid saca sus conclusiones y se permite unos consejos:
No es tan difícil encontrar lectores con buena información y buen juicio que se ríen (o se enojan) por lo que publica la prensa cultural. Aunque no se dediquen a la crítica, ni pretendan competir con quienes la hacen, tienen los pelos en la mano para señalar erratas, equivocaciones, omisiones, falsedades, incongruencias, injusticias, ridiculeces y demás gracias que pasan impunemente por las manos de los editores. Y ¿por qué pasan? Porque no leen lo que publican, sino después de que lo publican, y a veces ni después. Porque, en muchos casos, ni leyendo se dan cuenta de los goles que les meten la ignorancia, el descuido, el maquinazo, el plagio, la mala leche, los intereses creados. Y porque, muchas veces, aunque se den cuenta, no están dispuestos a dar la pelea por la cultura y el lector.

Nunca es tarde para volver a respetar a los lectores y subir el nivel de la vida pública, por el simple recurso a la buena información, el buen juicio y el buen gusto. Habría que empezar por lo mínimo: un departamento de verificación de afirmaciones, para no publicar tantas cosas infundadas, vacuas o francamente cómicas. Parece insignificante, pero es algo cargado de significación. El mensaje implícito daría un giro de 180 grados: no publicamos basura.

Los grandes editores son lectores exigentes que respetan al lector como a sí mismos.

domingo, 24 de enero de 2010

Fantasmas al amanecer



Simon Schama. Fuente: wikipedia
Bioy Casares dijo una vez que "para sobrellevar la historia contemporánea, lo mejor es escribirla". Lo que sucede es que a los historiadores tradicionales les parece que no debería escribirse la Historia con otros datos que no sean datos exactos, comprobables. Y sin embargo sabemos que a algunos de ellos les gusta, secretamente, hacer pasar por ciertos algunos pasajes de la Historia que quizá no lo son. Entonces aparece alguien como este Simon Michael Schama, del que nos habla Juan Gabriel Vásquez en este artículo de elespectador.com:
Presentación rápida: Schama es uno de los grandes historiadores vivos, aunque para buena parte de la crítica sea poco más que un peligro público; Schama es presentador de un exitoso programa de televisión sobre historia de Gran Bretaña, pero buena parte de los historiadores borraría de mi frase la palabra “exitoso” y la cambiaría (arrugando un poco las narices) por “popular”; Schama es también crítico de arte, y también en ese campo ha sido atacado, a veces por conservador, a veces por sensacionalista. A veces la misma persona lo ha atacado por conservador y por sensacionalista. Todo un logro, me parece.

¿La razón de los ataques? Schama ha montado toda su carrera como historiógrafo y crítico de arte sobre un principio básico: hay que contar historias. La Historia como disciplina, esa curiosa actividad humana que consiste en estudiar el pasado, se encuentra, según Schama, enferma de gravedad. Atrapada entre la corrección política y la pretensión de objetividad, la Historia ha dejado de interesar a todos los que no son especialistas. Transformada en remedio para compensar a los oprimidos o vengarse de los opresores, disfrazada de catálogo de enseñanzas morales o embalsamada como estudio analítico, frío, desapasionado, la pobre Historia se ha vuelto una actividad endogámica y cerrada. La Historia escrita por historiadores para que la lean los historiadores que escriben Historia y los estudiantes de Historia que quieren escribir Historia para refutar a los historiadores que han leído. En cualquier momento empezaremos a ver colas de cerdo.

Pues bien, Schama camina por otro lado. Schama se ha alejado de la objetividad y de la corrección política como de la peste. Así va su tesis: sólo si la Historia recupera su carácter narrativo, sólo si asume sin tapujos todo el drama y el desorden —en resumen: la humanidad del pasado—, será capaz nuevamente de capturar la imaginación del público. Y claro, a Schama le han caído encima los historiadores que consideran, como dice él mismo en una entrevista, que si un historiador escribe bien es porque tiene algo que ocultar; que si un historiador es vívido, si su relato nos captura, es porque está descendiendo a los mundos del periodismo.

En un maravilloso artículo que publicó El Malpensante hace cuatro años, Schama cita a GM Trevelyan, uno de los historiadores por los que siente nostalgia: “La poesía de la historia”, dice Trevelyan, “reside en el hecho casi milagroso de que alguna vez, sobre este planeta, sobre este pedazo de tierra que nos es familiar, caminaron otros hombres y mujeres tan reales como nosotros, que pensaron sus propios pensamientos, que fueron dominados por sus propias pasiones, y que ya no están; se desvanecieron uno tras otro, se fueron de la misma manera definitiva en que desapareceremos nosotros como fantasmas al amanecer”.

Recordamos el pasado para luchar contra esa condición fantasmagórica. Leemos sobre el pasado porque creemos que, al mantener viva la memoria de los que han muerto, sobrevivimos de alguna manera en la memoria de los que vendrán. Confiamos a nuestros historiadores la tarea de que la memoria siga viva, no en las facultades de Historia, sino allá fuera, en el mundo. Supongo que no es mucho pedir.

viernes, 22 de enero de 2010

I'm walking with Terry Reid



Portada de River, 1973. Terry Reid.

Jimmy Page invita a Terry Reid a unirse a los New Yardbirds, la futura banda Led Zeppelin. Page había terminado su ciclo en Yardbirds. Terry no acepta la propuesta. Pero conoce a Robert Plant y de plano sabe que es el tipo que debe unirse a Page y entonces lo recomienda. Tiempo después Terry responde también con una negativa a Deep Purple, lo invitaban a tomar el lugar del vocalista Rod Evans.

¿Qué tenía el compa Reid para recibir esas ofertas? Muchos dicen que despreció la fama y la fortuna o que perdió dos oportunidades valiosas para convertirse en una superestrella del rock. Lo cierto es que ahora nada de eso importa. Y si no le importó a Reid, menos a un habitante de estas Honduras que recién lo descubre.

En estos días, gracias a D, tuve el placer de conocer parte de la música de este inglés. D escuchó la rola Seed of memory en la película The devil's rejects. D me dijo que estaba buscando Seed of memory porque le llamó la atención que la cinta, "sucia y violenta", terminara con esa canción. Yo estaba leyendo (en PDF, claro) los diarios de Kurt Cobain y escuchando unas rolas de G.G. Allin (When I die), por referencia de Cobain.

Pero cuando D habla de una película o de una rola vale la pena tomarle la palabra e investigar de qué se trata. Entonces voy a Google y empiezo la búsqueda de Terry Reid. Nada fácil. Reid es uno de esos tipos geniales opacados por las grandes estrellas del rock de los sesenta y setenta. Al fin encuentro Seed of memory. Buena rola. Pero escarbo más en la red y saco otras joyitas de esa época de oro de Reid. Por cierto, está vivo.

En estos momentos prefiero escucharlo con el placer de quien descubre, por ejemplo, un manuscrito de un escritor olvidado. Me pregunté -como un recién llegado al mundo Reid- si en algún momento se arrepintió de rechazar un puesto en Led Zeppelin y en Deep Purple.

Peter Doggett de la revista Record Collector lo entrevistó en 1992 y allí encontré la respuesta:
RC: You've gone down in the history books as the man who was asked to join Led Zeppelin, but had to turn them down, because Mickie Most had you under exclusive contract.
TR: That's a load of bullshit! I was the one who put the group together. Jimmy Page offered me the job, but I had two tours of America booked up, so I had to say no. In the meantime, we were doing a gig-in Buxton, I think it was - with the Band Of Joy as support. I'd seen them before, and I knew Robert Plant and John Bonham . And when I watched them on stage, I thought, that's it I could hear the whole thing in my head. So I phoned up Jimmy the next day and said, "I've found him, the singer". And Jimmy said, "What does he look like '?" "Whaddya mean what does he look like'?", I said. "He looks like a Greek God. I'm talking about how he sings! And the drummer is phenomenal Check it out!" So people keep saying "Terry found Robert", but he weren't lost. He took a bit of finding, but he weren't lost!

RC: So there was no bitterness about missing out on joining Zeppelin ?
TR: No,. I'm the guy who put the greatest rock and roll band in the world together, and I'm proud of it. When you do something good, there's always people gonna try and make something bad out of it. But it don't bother me, mate I never got a penny out of it, but I should be bitter about that? No, I'm just proud.
Bueno, si desean escuchar algo de Reid, les dejo unas rolas. Por ahora recorro, de la mano de Terry Reid, esos caminos que otros disfrutaron cuando yo aún no era parte de la humanidad.



HCMoya: el rabioso alegre



Horacio Castellanos Moya
Acaba de aparecer la traducción al japonés de su novela Desmoronamiento. La presentó en diciembre en Tokio (donde actualmente reside). Horacio Castellanos Moya sigue conquistando lectores por todos lados. Y esto ocurre especialmente en Sudamérica, en donde parece que lo están descubriendo hasta ahora, desde que el año pasado (creo) empezara a circular por ahí su novela El asco. En Argentina, particularmente, le hacen entrevistas a cada rato, como ésta de Roka Valbuena que encuentro en criticadigital.com y que comentamos ahora.
Le preguntan a Horacio por la rabia, y él contesta:
Soy muy poco consciente de la rabia. Pero me sucede, claro.
Y más adelante agrega:
–No pienso mucho en la rabia. Y, de hecho, quizá se sorprenda, pero escribo con alegría. Sí, sí, yo escribo con humor. Se imaginará que si escribiera con rabia estaría rasgando las paredes. El humor impide que me meta en un pozo. Yo pienso que la rabia sin humor puede ser una rabia impostada.
Le preguntan por el lenguaje en sus libros, y dice:
–Creo que la literatura es esencialmente el lenguaje. Y eso implica escribir con las palabras precisas. Es que no es necesario pasar por 250 páginas de una escena en que el personaje se rasca, se mira, se rasca otra vez un cojón, ese tipo de tonterías. Si una historia da para 35 folios, ya está. Es eso.
Luego el periodista hace una pregunta tonta (¿estamos hablando de literatura, no?): –¿Cree que es importante que el lenguaje tenga una intención artística? Y él, salvando por un instante la rabia que tal pregunta seguramente le provoca, contesta:
–Si escribo una frase, tiene que tener un sentido artístico. Pero en el último tiempo pienso que ha habido una involución del concepto de la escritura. En mi caso, cuando comencé a escribir, para mí la literatura era un arte y uno debía luchar por tener un conocimiento de los materiales. Y el material es el lenguaje. Hoy los jóvenes no se preocupan del lenguaje mismo. Hoy, muchas veces, se escribe literatura sin saber escribir.
A mitad de la plática, el periodista quiere jalar un poco para su corral: –¿Qué opina del fenómeno de la crónica, la no ficción?, y Horacio dice que "excelente", que "le gusta leer esos trabajos". Pero no cede el periodista: –¿Piensa que la no ficción superará en importancia a la ficción? Entonces el escritor lo pone en su lugar (y de paso pone en su lugar a todos esos periodejos que piensan cosas parecidas):
–Ey, amigo, cada cosa es cada cosa. La crónica no puede combatir con la ficción. La crónica envejece muy rápido. Un reportaje, por ejemplo, a Menem, de hace ocho años, ya no lo puedes leer con la misma pasión. Una novela es distinto. La virtud de una obra de arte es que pelea con el tiempo, se cree y se desea que perdure por los años. El que diga que la crónica vencerá a la ficción es porque no tiene ideas para escribir.
Y para terminar, hablemos de los bares y las mujeres: –¿Los bares no son tan buenos como antes, Horacio?
–Conozco los bares porque me pasé parte de mi vida allí. Son buenos paisajes para la literatura. Pero sí, ya no voy tanto.
–Perdone le pregunte… ¿le va bien con las mujeres?
–¿Por qué me pregunta?
–Los personajes de sus cuentos, al menos los hombres, fornican como conejos, Horacio.
–Es ficción, hombre, es ficción. Uno escribe justamente de cómo no es. Esos personajes duros, tipo Philip Marlowe, son justo lo que no puedo ser. A la literatura no hay que creerle tanto.
–¿No representará usted a uno de sus cuentos titulado “El gran masturbador”, no?
–En todo ser humano hay un gran masturbador. El ego sin masturbación no es ego, porque el ego es la capacidad de la fantasía.
–¿Es usted un gran masturbador?
–No con las manos, amigo. Soy un pajero de alma.

La piel de la ternera, de ONatarén



Portada de La piel de la ternera, de Otoniel Natarén Álvarez.

Largo tiempo habíamos esperado este libro de Otoniel Natarén Álvarez, uno de los poetas jóvenes más prometedores de la Costa Norte catracha. Nació en El Progreso en 1975, vive actualmente en La Lima, pero trabaja en San Pedro Sula, donde también estudia la carrera de Letras en la UNAH-VS. La piel de la ternera es el título de este libro, segundo de la colección Poesía de mimalapalabra editores, que venía gestándose desde hacía muchos años pero que logra ver la luz hasta este 2010. Desde aquí felicitamos a Oto, alzamos nuestras copas y decimos ¡Salud! deseándole lo mejor para todo lo que viene.

Breve paréntesis: Antes de dejarlos con tres poemas de La piel de la ternera, les comunicamos que el libro está a la venta en las librerías Caminante (4ta. Calle, 10 Ave., NO, esquina opuesta a los antiguos cines Plaza de Sula) y Metromedia (City Mall) de San Pedro Sula, y que en los próximos días confirmaremos la agenda de presentaciones.


DONDE SE SIENTAN LAS VARONAS
Nadie te observa,
nadie te recorre,
como si probaran de ti el color salado,
como si el viento ocultara secretos duraderos
mientras se disipa el aire que alivió nuestros fuegos.

Éste es el presente dado a la escarcha:
el descanso de la olvidada.

Aquí está la semilla que rechazaron las aves;
el muérdago, para quienes observan
los troncos y las ramas.

¿Cómo se llega a lo inevitable, varona?
¿Cómo se llega con esa pupila de rostro desencajado
quien te visita desde sus uñas, rara;
desconocida, porque no la conoce nadie,
incrédula, porque no cree en las edades y en las
desgracias;
viene con la mano de las dudas a tocar su cuerpo en
tus plumas.
¡Y pasó esto!, y, ¿cómo pudo pasar? ¡Qué hiciste!
Entró su cigarro nervioso;
entró a preparar café.

También fue harapienta y también fue perfumada
con la noche,
vino a palparlo todo.

Todos los riesgos los traía el hambre,
y todas las hambres se pudieran calmar.

¿Dónde queda el abismo,
la monotonía, y conserva un rumor parecido?

Por aquí se padece; se tirita en ese seno duro, el
ocaso:
sobre todo la obscuridad, hija de toda la nieve.

Allí aparecen las torres,
las refinerías, las luces,
el olor aceitoso de alguna rememoración,
y por algún resquicio, la silenciosa Eva, sonríe:
para ninguno fue creado el descontento.

Cruza la hoja palmeada,
el estuario,
reinas de vidrio en las ventanas;
ese sabor a pan de la humareda golpeando
en la alfombra de los autos.

Nada hay, abreviado, que no pueda influir en el
instante.

Hay quien murió engañado, y subió la pendiente;
y quien compró a este Señor los lagartos,
y quien se llevó uno de tus vestidos,
y otro, tu brazalete,
pero nadie sabe recordar la copla solitaria de tu
boca.

Debió ser tanta profundidad, tanta rueda,
tanta multitud dispersa por estas temperaturas,
y estos restos y estos caminos donde todo se olvida.

Por allí las cáscaras,
la visión cansada,
la adhesión excedida;
por herrumbre, por los viajes rutinarios.

Allí se vive enroscado a los rieles,
se habla a la hojarasca, se transcurre,
como si retrocedieran aquellos días a su escondrijo,
en cada vagón oxidado, con la misma penumbra.

En ella había una caricia que nos hacía falta.
Ella era de todos, y también era de nadie.
Abrazamos sus pasiones y sus besos desdichados.
¡Basta, entonces, de hablar con culpa en los
comedores!
¡Basta de señalar con culpa desde la estación de
espera!

¡Vayamos a ver lo nefasto,
vayamos a ver y tocar!

Por allí, en los bordes, se encuentra el osario.
 

ELLA
¡Cuántas veces la mozuela besa
y se reparte en el mundo su sonido!

La mujer se repite; la misma intensidad;
se acuesta, y el reposo la desgarra.

Está allí y observa, dormida, los astros,
se funde a las paredes o se sostiene de los muros.

Su boca espera,
responde a cierta sintonía,
responde blanda, y todos la toman,
y no se quisiera concluir la noche,
y no se quisiera despedir ninguno,
pero, viene la hora.

¡Despierta, despierta!, y también despierta la
serpiente.

Sale a la luz esa mujer, con la piel nueva,
extiende todas sus manos y consulta los relojes;
allí vienen todos los relojes con la hora imprecisa.

Se aleja y vuelve; y vuelve a desprenderse.

Ya no se fundirá al granito;
y pudiera esperar y pudiera besar infinitamente.

Es el rompimiento.

Ven a ver cómo se marcha.
Ven a ver una bandera tragada por las olas.

Los diluvios vinieron a destruirla,
a impedir el sueño;
y, ¡debiera retirarse!, dicen todos,
y se despedaza llorando.
 

LA PIEL DE LA TERNERA
Aquí comienza el libro,

los llamados de la piel;
de aquel encierro,
de aquella mujer;
el mismo deseo, el mismo encadenamiento,
cual si la bestia fuera,
cual si la bestia es,
donde desbocan los caballos.

Dios nos ampare a todos.

Dios se apiade cuando se frunza nuestra madera
y sólo el libro sobreviva.

Vayamos todos los demolidos,
los crápulas,
a reconocernos en nuestros cerrojos,
con las ventanas abiertas de nuestras almas
libertinas.

Vayamos a ser verdaderamente hipócritas
puesto que nada nos conmueve,
y trotamos el mundo, fementidos y rufianes.

Pero, algo guardamos del abandono;
porque algo nos conmovía;
algo nos llenaba de las ternuras,
y aunque, arrojados del seno,
alguna verdad se nos presentó amable,
para cumplir los días,
para tocar sus trompetas,
con nuestras supremas pieles en los supremos
pabellones,
cuando la voz le cante,
a ella carnal, sufriente, corruptible;
blanca y verdadera.

jueves, 21 de enero de 2010

Cosas así no pasan todos los días



MVLlosa.
Ya conté en este blog mi fortuito encuentro con Vila-Matas en Barajas el 28 de mayo de 2007, y lo he contado también en muchas otras ocasiones y en muchos otros lugares, y sigo pensando que pocos se lo habrán creído. Pero no importa. Al descubrir hoy este relato de Juan Gabriel Vásquez en elmalpensante lo he recordado de nuevo, porque a este escritor colombiano le ocurrió algo parecido con Mario Vargas Llosa. Las coincidencias, el azar, las coincidencias, el azar...
I
No sé por qué he tardado tanto en contar esto. Ahora, cinco años después de los hechos, Mario Jursich me ha pedido que lo haga, y lo haré de la manera más directa de que soy capaz. No pediré a los lectores que me crean, porque mendigar la credulidad de un lector es invocar su escepticismo.

En octubre de 1999, después de pasar casi tres años en París y casi uno en cierto pueblo impronunciable de las Ardenas belgas, llegué a Barcelona de manera no del todo voluntaria. Digamos, para efectos de lo que voy a contar, que los factores que me fueron acercando a la ciudad no siempre resultaron conscientes; y que uno de los inconscientes fue la obra de los escritores latinoamericanos que habían escrito antes en la ciudad, y en particular, por una cuestión de afinidades, la de Mario Vargas Llosa. No voy a entrar en detalles sobre lo que Vargas Llosa escribió en Barcelona, o sobre lo que Barcelona hizo por Vargas Llosa, pero lo cierto es que la relación entre el novelista y la industria editorial de la ciudad podía y puede ser tomada como muestra de uno de los grandes momentos de la novela latinoamericana. Yo era latinoamericano y quería escribir novelas: como lector furibundo de Vargas Llosa, Barcelona era una especie de destino natural. Todo lo cual es un rodeo para decir que mi llegada a Barcelona tuvo alguna relación —no sé cuál, pero eso, para efectos de lo que voy a contar, no me interesa demasiado— con la obra de Vargas Llosa.

II
Para julio del año 2000, la revista Lateral me había invitado a formar parte de su consejo de redacción, y al final de una de las primeras reuniones el escritor barcelonés Juan Trejo, que en ese momento apenas me conocía, se me acercó para contarme una anécdota que me pareció curiosa, por decir lo menos. La tarde anterior había salido de su casa para tirar una bolsa de basura en los contenedores de la esquina, y des-pués de hacerlo decidió fijarse, él que nunca había hecho nada semejante, en las cosas viejas o dañadas —muebles, libros, electrodomésticos— que la gente solía dejar junto a los contenedores por si alguien les encontraba algún provecho. Entre las cosas abandonadas le llamó la atención un casete de video en formato vhs que, aunque no tenía caja, conservaba la etiqueta muy legible. Entrevista con Mario Vargas Llosa, se leía en la etiqueta. Juan Trejo cogió el casete, y después de la reunión en la revista me lo dio como regalo.

Esa noche, mientras comía con mi esposa y mi cuñada, les hablé del casete, y los tres estuvimos de acuerdo en que había algo inusual en la anécdota. Trejo era escritor; al día siguiente de salir a tirar la basura asistiría a una reunión con otros escritores; uno de ellos, el colombiano nuevo, le había hablado de su interés por Vargas Llosa; y el casete que se había encontrado en la basura no era simplemente algo relacionado con la literatura, lo cual ya hubiera sido un pequeño golpe de azar, sino que era una entrevista con ese escritor del cual le había hablado el colombiano. Trejo hubiera podido no recoger el casete, porque era evidente que no le interesaba tanto, o recogerlo y olvidar la conversación con el colombiano acerca de Vargas Llosa, o recordar la conversación pero, por timidez o apatía, no decidirse a llevar el casete a la reunión de la revista. Mi esposa y mi cuñada admiraron la amabilidad de Juan Trejo. Las invité a que viéramos la entrevista, y les pareció buena idea.

Aquí empiezan a complicarse las cosas. Aparte del nombre del entrevistado, la etiqueta del casete no contenía ninguna información reconocible. En esas circunstancias, nos pareció una coincidencia inmensa el hecho de que el programa en el cual aparecía Vargas Llosa fuera colombiano: Cara a cara. ¿Qué probabilidades había —comentamos— de que el casete encontrado entre la basura de Barcelona contuviera un programa colombiano? No se hicieron más comentarios al respecto, porque la entrevista avanzaba, y Vargas Llosa hablaba de su candidatura presidencial en el Perú y su derrota ante Alberto Fujimori —y aquí la entrevista presentaba tomas de apoyo relacionadas con los días de campaña política—, y hablaba, por supuesto, de sus novelas, y en particular de la más reciente: Los cuadernos de don Rigoberto. Vargas Llosa había viajado a Colombia en abril de 1998 para presentar la novela en el marco de la Feria del Libro de Bogotá; fue sin duda durante esos días, dos años atrás, que se grabó esa entrevista. Yo había estado en Bogotá durante aquella feria, había comprado el libro, y había pensado, fiel a mi carácter fetichista, que estaría bien tenerlo firmado; pero no soy bueno para perseguir a la gente, y mi copia del libro se quedó sin firmar. Mi suegra, de alguna manera, había conseguido un ejemplar firmado, y antes de que yo regresara a Bélgica, donde vivía en esa época, me lo cambió por mi copia sin firmar. Yo había tardado mucho en comenzar a leerlo, y allí estaba el libro en ese mismo instante, en el suelo de mi cuarto, junto con los otros cuatro o cinco libros que me interesaban en ese momento. Era casi increíble: en la entrevista que un conocido había encontrado en la basura de Barcelona, un escritor hablaba en 1998 del libro que yo tenía a mi lado en ese instante del año 2000. No sólo eso: el escritor que aparecía en la pantalla de mi televisor había firmado en algún momento la copia que estaba al alcance de mi mano. Mi esposa, mi cuñada y yo empezamos a especular sobre las inverosímiles cadenas de sucesos que debieron tener lugar para que esa coincidencia ocurriera. Pero nada podía prepararnos para lo que sucedió enseguida.
 
Ya he dicho que mientras Vargas Llosa hablaba de su campaña política en el Perú, la entrevista intercalaba tomas de apoyo relacionadas con esos momentos. Pues bien, para el momento en que Vargas Llosa hablara de Los cuadernos de don Rigoberto, los diligentes editores del programa habían conseguido las imágenes de apoyo correspondientes. Eran imágenes de la Feria del Libro de Bogotá: Vargas Llosa rodeado de multitudes, Vargas Llosa hablando con otros escritores, Vargas Llosa caminando por los corredores de un pabellón, rodeado de gente y de cámaras, en compañía, entre otros, de R. H. Moreno-Durán y de Jorge Valencia Jaramillo. Durante esta última toma, sucedió lo extraordinario.

Después de un close-up, la cámara bajó para tomar los pies (los zapatos) del grupo que caminaba por el corredor. En cierto momento, a la izquierda del cuadro aparecieron dos zapatos nuevos, dos zapatos que no pertenecían a los escritores ni a los periodistas. La cámara volvió a subir, y en el cuadro apareció entonces la persona que acababa de acercarse al grupo: una mujer que abordaba a Vargas Llosa con una copia de la novela y, sonriendo, le pedía firmarla.

La mujer era mi suegra.

Y así sucedió que el libro que Vargas Llosa firmaba en ese momento, en la pantalla de mi televisor en Barcelona, era el mismo que mi suegra me había regalado. Sólo tuve que girar un poco la cabeza para verlo, pero, por supuesto, no me limité a eso: lo cogí, lo abrí, vi la dedicatoria. Retrocedí la cinta y leí la dedicatoria en Barcelona (en el año 2000) al mismo tiempo que la imagen de Vargas Llosa (en el año 1998) la escribía en Bogotá.

III
Ahora sí que fueron pertinentes todas las preguntas. ¿Qué circunstancias habían debido suceder para que esa entrevista, grabada en Colombia mientras yo vivía en Bélgica, llegara a mis manos en Barcelona? ¿Qué cadena de hechos tuvo que darse para que los editores utilizaran como toma de apoyo precisamente aquella en la que aparecía mi suegra? ¿Qué cantidad de azares banales tuvieron que confluir para que mi suegra me regalara el libro firmado, para que yo hubiera comenzado a leer el libro dos años después de recibirlo, para que alguien hubiera tirado el casete a la basura en el barrio de Juan Trejo, para que Juan Trejo se hubiera encontrado el casete y me lo hubiera regalado exactamente en esos días? Si en 1999 yo no hubiera decidido instalarme en Barcelona sino quedarme en Bélgica, o volver a París o a Bogotá, eso no habría ocurrido; si no me hubiera involucrado con la revista Lateral, y no hubiera conocido a Juan Trejo, eso no habría ocurrido; si Juan Trejo hubiera ido a tirar la basura al día anterior o al día siguiente, eso no habría ocurrido; si mi suegra no hubiera conseguido el libro firmado, si la entrevista no hubiera llegado a realizarse, si, realizándose la entrevista, mi suegra hubiera escogido otro momento para hacer lo que hizo, si yo hubiera decidido comenzar el libro en otro momento cualquiera de la larga vida que tiene uno para leer cualquier libro…

El asunto, sin grandilocuencias de ningún tipo, es éste: lo que me sucedió esa noche en mi apartamento de Barcelona fue (repito, sin grandilocuencias) incomprensible. Lo he contado ya mil veces, se lo he contado a mis amigos y a simples conocidos, y estoy consciente de que al hacerlo he esperado explicaciones racionales. En el fondo, he esperado que la persona que escucha mi relato no se sorprenda, y me demuestre así que mi anécdota no es gran cosa, que cosas así pasan todos los días.

Pero la persona que escucha mi relato siempre se sorprende.

Cosas así no pasan todos los días.

miércoles, 20 de enero de 2010

Quiero y (no) leo



Yo siempre lo he dicho: la vida de pareja reduce los índices de lectura. Y para quienes no me han creído, aquí les va este artículo de Manuel Rodríguez Rivero (qué curioso, casi los mismos apellidos de mi papá) en El País:
El amor perjudica seriamente la lectura. Una reciente encuesta acerca de los hábitos de ocio de los jóvenes franceses entre los 18 y los 30 años publicada por el semanario LivresHebdo arroja datos no muy distintos de los que podrían extraerse de un estudio semejante realizado en España. El fuerte descenso en el tiempo dedicado a los libros que se registra al final de los estudios se agrava en el caso de quienes emprenden una vida en pareja: de hecho, la "verdadera ruptura en las prácticas de lectura" tiene lugar precisamente en el paso de la vida "soltera" a la vida en pareja, aunque "se recupera muy ligeramente" con la llegada de los hijos.

En realidad, la encuesta no revela nada ajeno a la experiencia común. Tras el primer aprendizaje, realizado en el contexto hiperprotegido de la familia, el mundo de la escuela y los estudios constituye un ámbito de socialización particularmente proclive a esa peculiar instancia de conocimiento que es la lectura. La amistad, en la que se comparten descubrimientos y sensibilidades, implica también la lectura de los mismos libros y el debate acerca de lo que significan y aportan. No he conocido nunca a un lector que no sea deudor del consejo de los amigos de la juventud.

¿Qué pasa luego? Bueno, ya lo saben. El amor, cuando irrumpe, implica compromisos mayores y, sobre todo, tiempo. Lo que cada cual conoce del amor puede haberlo leído en los libros que ha frecuentado (y de los que, quizás, le ha quedado memoria imborrable), pero vivirlo es la prueba definitiva. Y eso requiere plena dedicación. Uno puede tener amigos y llegar a casa (aunque sea tarde) y ponerse a otra cosa (a leer, por ejemplo). Pero el amor resulta más absorbente, sobre todo cuando los amantes logran autonomía suficiente como para formar su pareja y ponerle techo al conjunto: el primer hogar propio. Sus exigencias -mientras dura, que ésa es otra- suelen ser vertiginosas y exigen un tiempo que hay que robarle a otras actividades, incluida la lectura. La ventaja es que después, cuando uno ha conocido el amor, también se lee de otro modo (sobre todo novelas). De modo que para leer mejor no sólo hay que "haber leído", como quería el filólogo Leo Spitzer, sino también haber amado.

En cuanto a la amistad, aquel segundo (cronológicamente) ámbito de la sociabilidad y los afectos, la encuesta no revela contraindicaciones para la lectura. Claro que tendríamos que ponernos de acuerdo acerca de qué hablamos cuando hablamos de ella. ¿De la misma que se profesaban Gilgamesh y Enkidu, los primeros amigos de la literatura? ¿De la que ensalzan Cicerón y Séneca? ¿De la que añora la señora Woolf cuando se queja en Una habitación propia de que jamás ha encontrado en los libros la descripción de una verdadera amistad entre mujeres? ¿O de la que proponen Facebook y demás redes sociales? Mientras diversas encuestas dan cuenta del significativo descenso de los "amigos íntimos" en los países industrializados, especialmente entre los varones (¿miedo a la homosexualidad?), Facebook parece proponer un amplio concepto de la amistad sin fronteras (la hija adolescente de mi vecino presume de sus 123 amigos) ni mayores exigencias que el tiempo que se les dedica. Desaparecen o disminuyen los amigos/as íntimos/as, pero aumentan como hongos los "amigos". En su libro How many friends does one person need? (Faber) Robin Dunbar, un biólogo evolucionista de Oxford, afirma que el tamaño de nuestro neurocórtex nos impone un límite máximo de 150 amigos, más allá de los cuales no podemos manejarnos con eficacia. A la hija de mi vecino le faltan muy pocos, pero Facebook hace milagros. Y, aunque, al parecer, la joven todavía no conoce los éxtasis y suplicios del amor, supongo que sus amigos virtuales tampoco le dejan mucho tiempo para libros.

martes, 19 de enero de 2010

OPamuk: "Hay que ser libre para recordar"



Orhan Pamuk, en Barcelona. Foto: Tejederas/El País
Orhan Pamuk abrió ayer en Barcelona el ciclo de conferencias Pensar el futuro en el Centro de Cultura Contemporánea (CCCB). Pero no habló solamente del futuro sino también del pasado, que tiene que ver con la memoria y con la libertad de expresión, "porque no se trata sólo de recordar sino de hablar de cómo recordar; la memoria no debe ser manipulada, hay que ser libre para recordar". (Veremos si en el futuro de H esto resulta posible, pienso yo, porque ahora por lo menos, no, ya sea porque algunos manipulan la información o porque una gran cantidad de cobardes o ilusos son incapaces de reaccionar). Pero sigamos con lo de Pamuk en esta nota de El País:

Su conferencia Museos, novelas y su futuro fue un eco inevitable de su último libro, El Museo de la Inocencia (Mondadori), en el que revisita de tal modo su ciudad natal -a la que ya dedicó Estambul (Mondadori)- que ha desembocado en la creación de un museo con los objetos que le sirvieron para construir una inquietante historia de amor.

Barcelona "abraza este pasado con fuerza", señala. En Turquía, sin embargo, hurgar en el pasado, pensar en la memoria, puede traer problemas, como él mismo pudo comprobar cuando, víctima de las iras de los elementos más nacionalistas, se vio forzado a un exilio temporal. "Abrazar el pasado es una cuestión de libertad de expresión", asegura, "porque no se trata sólo de recordar sino de hablar de cómo recordar; la memoria no debe ser manipulada, hay que ser libre para recordar".

Rechaza, sin embargo, asumir el papel de víctima e insiste en matizar la situación en Turquía respecto a la libertad de expresión. "Mi situación es, desafortunadamente, peor que la situación general en el país", apunta. "Mi caso es mucho más complicado, en parte porque soy famoso y también porque cuando se produce un incidente luego tarda más en desaparecer. Pero no quiero aparecer como una víctima; disfruto de la vida, escribo mis novelas y vivo donde quiero". Turquía ha cambiado mucho desde la década de 1970 y 1980 en las que transcurre El Museo de la Inocencia, asegura. "Es mucho más rica, la burguesía es mucho más potente, las clases medias han crecido y es una sociedad más abierta y libre. El país es cada vez más diverso, lo que hace que sea más difícil de controlar por el Ejército o la burocracia. Sin embargo, en lo que se refiere a la distribución de la riqueza es una de las sociedades más injustas del mundo".

Pamuk defiende el papel de la novela en el mundo globalizado frente al peso de la imagen. "Las películas", reconoce, "son la forma más popular de contar historias en la actualidad, pero esto no significa que la novela haya muerto. Estuve en China y mi editor me dijo que recibía cientos de miles de manuscritos. La novela es la forma global de contar historias en estos momentos. No es que toda la humanidad me lea; mis últimos dos libros han tenido dos millones de lectores, pero la humanidad supera los 8.000 millones. Soy consciente de que me dirijo a lectores de novelas literarias y esto es lo que tengo. Pero lo que existe actualmente es una mayor comunicación entre las comunidades literarias: un lector coreano sabe lo que yo estoy haciendo o lo que un autor catalán está escribiendo y un canadiense tiene acceso al trabajo de un escritor chino mucho más rápidamente que hace 10 años. El arte de la novela es más fuerte de lo que nunca".

El escritor, piensa Pamuk, tiene que ser neutral respecto a sus personajes. "Las novelas no están para hacer juicios éticos, sino para comprender a la gente, para ver el mundo a través de sus ojos. Escribí Nieve, una novela política, para entender lo que piensa un fundamentalista islámico, no para decir qué tipo más malo".

domingo, 17 de enero de 2010

Por qué es tan malo Paulo Coelho



La mina de oro llamada Paulo Coelho.
Hay que admirar a Héctor Abad Faciolince por darse a la tarea de leer a Coelho sólo para tratar de averiguar el por qué de su éxito editorial. ¿Por qué Coelho -se pregunta, en este artículo de elmalpensante-, siendo un escritor tan rudimentario en el uso del lenguaje, tan pobre en el pensamiento y tan elemental en sus recursos estilísticos, consigue tocar la sensibilidad de tanta gente? Pegaré a continuación algunos fragmentos del artículo que responden a esta pregunta. Para empezar, HAF compara su éxito editorial con un pasaje en uno de sus libros:
Traducido a 56 idiomas, publicado en 150 países, con más de 54 millones de libros vendidos, a Paulo Coelho hay que reconocerle al menos una virtud: es una mina de oro para sí mismo y para las editoriales. En su libro de mayor éxito, El alquimista (1988), un pastor de ovejas andaluz viaja hasta las pirámides de Egipto en busca de un tesoro. Antes de llegar a su destino se encuentra con el gran mago que posee los dos pilares de la sabiduría alquímica, es decir, sabe destilar el elíxir de la larga vida y ha fabricado un huevo amarillo, la piedra filosofal, con cuya ralladura se puede convertir en oro cualquier otro metal. En su viaje hacia las tumbas de los faraones el alquimista le ha revelado al muchacho otro secreto: “Cada hombre sobre la faz de la tierra tiene un tesoro que lo está esperando”. Luego le explica que si no todos encontramos este tesoro personal, es porque “los hombres ya no tienen interés en encontrarlo”. Sospecho que muchos desgraciados se consuelan creyendo semejante ingenuidad. Vista descarnadamente, es sólo una simpleza o una pía ilusión. Sin embargo hay algo que tenemos que conceder, y es que sin duda Paulo Coelho encontró su propio tesoro, en cierto sentido su piedra filosofal: la ralladura sosa y rosa y empalagosa de su prosa se convierte —como por arte de magia— en oro editorial, en millones de copias de consumo masivo de mediocridad. Pero ¿cómo lo hace? ¿Y por qué, siendo un escritor tan rudimentario en el uso del lenguaje, tan pobre en el pensamiento y tan elemental en sus recursos estilísticos, consigue tocar la sensibilidad de tanta gente?
Y, después de dejar a un lado las respuestas obvias, empieza con las respuestas que él encontró luego de sus lecturas:
La primera respuesta que me di, apenas empezando la lectura de algunos de sus libros, fue que quizá Coelho disfrazaba de misterio y asombro las puras tonterías. Oigan esta, por ejemplo: “Era un día caluroso y el vino, por uno de estos misterios insondables, conseguía refrescar un poco su cuerpo”. De verdad, qué misterio insondable que un líquido quite la sed. Después me di cuenta de que sus técnicas narrativas no se agotan en la simple estupidez; son algo más hábiles y algo menos burdas. Para empezar, los libros de Coelho explotan hábilmente un universal humano: nuestra fascinación por los poderes de adivinación y conocimiento sobrenaturales.

...“con donaire y destreza”, Paulo Coelho le saca partido a nuestra credulidad, a nuestras debilidades y a nuestra ignorancia. Me limitaré inicialmente a El alquimista, su obra más leída, pero el mismo procedimiento se puede rastrear en otros libros suyos. El pastor de ovejas andaluz, al principio del cuento, tiene un sueño y va donde una adivina para hacérselo interpretar. Qué deleite; la gitana no sólo le interpreta el sueño (“los sueños son el lenguaje de Dios”) sino que también le lee la mano. Los sueños del protagonista son el leitmotiv del libro, y es a través de ellos como poco a poco se acerca a su tesoro en el periplo Andalucía-Pirámides-Andalucía. Para que un mago cobre prestigio como persona capaz de predecir el futuro, mucho le conviene obrar el prodigio de adivinar el pasado. Éste es el paso siguiente en el libro de Coelho: un adivino escribe sobre la arena los episidios más significativos del pasado del joven protagonista, incluyendo la primera vez que se hizo la paja. Cabe aclarar que esta íntima revelación se expresa con palabras mucho más recatadas: “Leyó cosas que jamás había contado a nadie, como (...) su primera y solitaria experiencia sexual”.
 
El tono sapiente (de una sapiencia falsa, pero en fin) y el ambiguo lenguaje oracular se van soltando en pequeñas dosis a lo largo del libro. Les copio algunos ejemplos: “Cuando deseas alguna cosa, todo el Universo conspira para que puedas realizarla”; “La vida quiere que tú vivas tu Leyenda Personal”; “Todo es una sola cosa”; “Existe un lenguaje que va más allá de las palabras”; “Dios escribió en el mundo el camino que cada hombre debe seguir: sólo hay que leer lo que Él escribió para ti”; “Cualquier cosa en la faz de la tierra puede contar la historia de todas las cosas”. Pero además de este tipo de enseñanzas baratas, de seducción infalible a pesar de su pésimo gusto intelectual, el uso de la magia tradicional también va apareciendo capítulo tras capítulo.
 
Hay un ingrediente adicional que hace más eficaz el recurso al pensamiento esotérico. Para volverlo doctrinalmente inofensivo, para despojarlo de todo peligro satánico, Coelho lo combina con dosis adecuadas de cristianimo tradicional: citas de la Biblia, cuadros del Sagrado Corazón de Jesús, rezos del Padrenuestro... El público mayoritario no se siente en pecado porque lee herejías, y el narrador, al tiempo que se hace pasar por alguien dotado de poderes paranormales (capaz incluso de telepatía), deja saber que él es también un buen cristiano, a pesar de sus coqueteos con la magia.

Aquí se detiene HAF en el análisis temático de los libros de Coelho y empieza a señalar algunas estrategias narrativas del autor brasileño:
Sus técnicas para ir tejiendo la trama son tan elementales que me recordaron de inmediato el estudio clásico sobre las formas canónicas del cuento infantil. Vladimir Propp, uno de los padres de la narratología, publicó en Leningrado su monumental Morfología del cuento infantil (1928). El principal mérito de este gran trabajo consiste en haber hallado, por encima de los argumentos superficiales de cada cuento, una serie de elementos formales repetitivos. Mirados al microscopio, es posible descubrir que en todos los cuentos de hadas los personajes, por distintos que sean, acometen siempre las mismas acciones, se ven envueltos en situaciones o “motivos” análogos. Como señala Propp, “cambian los nombres de los personajes, pero no sus acciones, o funciones, por lo que se puede concluir que el cuento le atribuye operaciones idénticas a personajes distintos”.

No voy a decir que Coelho leyó a Propp, estudió cuáles son las “funciones” más elementales del relato tradicional descubiertas por el ruso, y con esta receta se dedicó a escribir el oro en polvo de sus novelas. Eso sería muy sofisticado. La cosa es más simple: Coelho usa, intuitivamente y con alguna destreza, las estructuras más primitivas del cuento infantil. Tomen ustedes cualquiera de los libros de Coelho y verán lo fácil que resulta identificar situaciones como las siguientes, señaladas por Propp en su Morfología: “El héroe abandona la casa”; “el héroe es puesto a prueba o interrogado”; “el héroe se pone en contacto con alguien que le dará un don”; “el héroe recibe un objeto mágico”; “el héroe cae en desgracia”; “el héroe se traslada o es llevado al lugar donde está el objeto de su búsqueda”; “el héroe lucha con un antagonista”; “el héroe regresa”; “el antagonista es castigado”; “el héroe se casa y sube al trono (u obtiene grandes riquezas)”.

Es inútil cansarlos con los ejemplos detallados en que las historias de Coelho parecen calcar literalmente estos esquemas elementales. Les puedo asegurar que, al menos en sus primeros libros, el brasileño repite paso a paso las estructuras narrativas reveladas por el gran formalista ruso hace casi un siglo (y éstos sí que son pronósticos: Propp no sólo describió la tradición popular, sino que anticipó las recetas de un gran éxito editorial).

Los libros más recientes de Coelho, por ejemplo el último, Once minutos (2003), son un poco menos rudimentarios que aquellos primeros títulos que lo lanzaron a la fama. En este caso la trama, nutrida por algunos elementos realistas (para esta novela Coelho usó el testimonio de prostitutas existentes), es menos infantil, menos predecible. En todo caso es posible que el inevitable desencanto que viene con los años haya hecho que este último libro de Coelho sea menos ingenuo. Pero el buen gusto estético e intelectual es muy difícil de adquirir, y por lo mismo Once minutos (el cálculo de Coelho de lo que dura un coito), aunque menos esquemático, es un libro incluso más cursi que los anteriores. No quiero afirmar nada que no pueda demostrar con citas textuales. ¿Cuántos ejemplos necesitan para convencerse de la irremediable cursilería de Once minutos? Podría usar un número mágico, de esos que les encantan a los autores de cuentos infantiles, siete, o tres. Para no exagerar, me voy a limitar a tres momentos:

1. La protagonista (prostituta brasileña que trabaja en Suiza, y la sola situación es ya de un sentimentalismo telenovelesco), se encuentra con un pintor joven que la invita a su casa. Ella observa que la casa es grande y está vacía. Entonces concluye: “Debía de tener dinero de verdad. Si estuviese casado no osaría hacer aquello porque siempre había gente mirando. Entonces era rico y soltero”.

2. En el final feliz de la novela este mismo pintor se le aparece a la muchacha con flores: “Ralf llevaba un ramo de rosas, y los ojos llenos de luz que ella había visto el primer día, cuando la pintaba”. El rico y soltero que en la última página se aparece con un ramo de rosas y se lleva a la muchacha a conocer París es una situación tan perfectamente cursi que, por kitsch, creo que ni Corín Tellado se atrevería a ponerla en una fotonovela. Pero al promediar el libro hay otro momento todavía peor:

3. La prostituta le hace un regalo al pintor del que se empieza a enamorar. Abre el bolso y busca su bolígrafo. Dice: “Tiene un poco de mi sudor, de mi concentración, de mi voluntad, y ahora te lo entrego. (...) Tú tienes mi tesoro: el bolígrafo con el que he escrito algunos de mis sueños”.

Fuera de la ridiculez de la frase, que es única, hay algo todavía más perturbador: al leerla uno se imagina que el autor está copiando aquí su propia vida. Me parece ver la escena; el multimillonario que ha vendido 54 millones de ejemplares con tantas revelaciones de su estro poético, le muestra a una muchacha el objeto mágico (y fálico) con que la va a conquistar. Le dice, pensando ya en el colchón de la suite que los espera: “Te entrego mi tesoro: el bolígrafo con el que he escrito algunos de mis sueños”. Debe tener un bolígrafo para cada día, cada hotel y cada viaje. Y algo más triste: seguramente algunas víctimas, igual que miles de lectores, se dejarán conquistar con semejante frase y semejante halago. Claro que esto último es lo único que no puedo demostrar de todo lo que he dicho sobre Coelho en este artículo. Esta última situación tan sólo la supongo y es sólo una hipótesis sin fundamento, producto de una mente malpensada; todo lo demás lo he tomado directamente de sus libros.