Un texto breve de Hernán Antonio Bermúdez como homenaje a dos ases de nuestra literatura hondureña:
Duro, ingrato, es el oficio de escritor en un
país como Honduras, con una débil tradición cultural y un público lector
marginal, rodeado de una masa más bien hostil de indiferentes y de analfabetos.
Si opta por mantener su autonomía, el escritor tendrá que sobreponerse al
desconocimiento y desinterés, además de las prosaicas dificultades del trajín
diario. Así, resulta casi inconcebible que pueda evitar entregarse al
acartonado mundo académico, al engranaje burocrático, a la sabrosa
superficialidad del periodismo local o a la bohemia derrotista, entendida en
sus acepciones de penuria económica, de deliberados excesos y, lo que tal vez
es más grave, de improvisación y facilismo en el terreno literario.
No parece haber otra alternativa, porque la
labor específicamente literaria que puede hacerse para los medios es
esporádica, pero sobre todo pésimamente remunerada en comparación con oficios
más pedestres.
Por eso sobresale el ejemplo de Marcos Carías
y de Eduardo Bahr, quienes tienen hoy, por un lado, la altiva independencia y,
por otro, la formación y sensibilidad cultural, fruto de la insaciable
curiosidad de lectores omnívoros y de su capacidad para transmitir a los demás
lo que van sacando en limpio de un escrutinio cuidadoso y prolijo de su
entorno. Materiales que luego su imaginación y su pluma galana han destilado en
cuentos y novelas.
Vaya ejemplos difíciles de seguir en un país
donde lo usual son las concesiones y el resentimiento. Se me antoja que Marcos
Carías y Eduardo Bahr son mis maestros, pero a renglón seguido me digo que soy
un pésimo discípulo…
Tegucigalpa, febrero del 2014