jueves, 2 de abril de 2015

Contra los jams de escritura

En Honduras últimamente se han puesto de moda algunas prácticas seudoliterarias como las lecturas solidarias por Ayotzinapa, "las lecturas de post y de tuits", los performances poéticos con máscara antigás, las lecturas travestis, etc., de manera que no viene mal leer este texto de Daniel Espartaco Sánchez, de su blog en Letras Libres, sobre los famosos "jams de escritura": 
Era una agradable media tarde de primavera, yo estaba en el sofá leyendo Valis de Philip K. Dick. Un tordo cantaba en las ramas del árbol frente a mi ventana, el gato estaba a mi lado dormido en el cojín que mi madre me regaló la Navidad pasada. Todo parecía estar bien hasta que sonó el teléfono.
—Disculpe, ¿se encuentra el maestro Espartaco?
Era la voz de una mujer joven, de unos  veintitantos años, acento del norte. No importa cuántas veces haya tenido que tratar con funcionarios, nunca me he acostumbrado ni me acostumbraré a que me llamen “maestro” (y este tema tal vez merezca una entrada de este blog algún día).          
—Él habla.
—Buenos días, maestro, hablamos del Instituto de Cultura de San Juan de los Palotes.
—Ajá.
—El motivo de mi llamada es porque queremos invitarlo a la Feria Interplanetaria del Libro de San Juan de los Palotes…
—Ya —le dije—, mire, el problema es que no me gustan las ferias del libro…
—¿No?
La funcionaria que me llamó guardó silencio durante unos segundos, mismos que a mí me parecieron minutos y en los que pude ver cómo la luz de la ventana se desplazaba a través del mueble donde tengo el televisor, rumbo al fin del día. El paso del tiempo es un tema que me abruma. Con frecuencia la luz de la media tarde me produce toda clase de pensamientos lúgubres: la muerte, la aniquilación de todas las cosas, la locura, mi casero (un buen hombre), mi editor, mi agente, la hipernovela, el auge de la música banda y el reguetón, etcétera. Lo que menos necesitaba yo en ese momento era hablar con una funcionaria acerca de una feria interplanetaria del libro. Y aunque mi libido a esa hora del día es apenas un pálido reflejo de lo fue (maldita fluoxetina), no pude evitar preguntarme: ¿estará guapa?
—Mire, maestro, pero esta feria es diferente —dijo por fin ella, más resuelta—, lo estamos invitando a un jam de escritura.
—Un jam de escritura. ¿Qué es eso?
—Es la moda, maestro, el año pasado vino Juanito Popochas.
Me evité cualquier comentario sobre Popochas, todo mundo sabe que es el número uno en mi lista de enemigos. Cualquier cosa en la que ande Popochas no debe de ser buena.
—¿Y en qué consiste? —pregunté, intentando ser objetivo.
La palabra inglesa “jam” me sugería muchas cosas, pero la verdad es que un concepto llamado “jam de escritura” me daba muy mala espina. Una alarma apenas audible comenzó a sonar en lo más profundo de la memoria filogenética de mi especie: mujeres sabías y obesas, llenas de estrías, hechiceras, sacerdotisas, filósofos, enojados profetas del Antiguo Testamento, con ojos de fuego, me advirtieron desde un pasado remoto acerca de los peligros del jam de escritura.
—Bueno, se trata de improvisar en público. Tenemos un escenario con una computadora y un cañón proyector.
—¿Y qué voy a improvisar?
—Pues su escritura, maestro.
—Ah, ¿pero cómo?
—Alguien del público le dice una palabra, y usted tiene que escribir un cuento ahí mismo, mientras todos lo ven. Se trata de que el público pueda ver cómo escribe usted. Es algo así como acercar a los jóvenes a su proceso creativo.
—¿Mi proceso creativo? Changos, pero... ¿cómo?, ¿qué tipo de palabra?
—Cualquiera, maestro, por ejemplo… alguien del público dice la palabra “cordero” y usted escribe un cuento con ella.   
—¿Pero cómo voy a escribir un cuento con la palabra cordero?
—Es un ejemplo, maestro.
—Aaaaaaaaaaaaaah.
Y quise decirle, pero no lo hice: un cuento no se improvisa; un cuento se escribe poco a poco, día a día; es una construcción hecha de imágenes, anécdotas, personajes. Un cuento se escribe hasta cuando no lo escribes, mientras caminas por el parque de tu colonia y piensas en él, cuando estás en la cola de las tortillas o a punto de sufrir una endodoncia. 
La funcionaria me dijo que también iba a haber música a cargo de un tal Chispita DJ, muy famoso en San Juan de los Palotes, y que me iban a pagar no sé cuánto.Durante cuarenta minutos estaría escribiendo en vivo para solaz de los curiosos y los amantes de las bellas letras.
—Está bien —le dije—, déjeme pensarlo.
Y colgué. Al día siguiente volvió a sonar el teléfono a la misma hora pero decidí no contestar. ¿Por qué? Me resultaba difícil explicarle a la funcionaria que ese concepto del jam de escritura me parecía una aberración. Si el acto de pretender escribir y publicar un libro ya es exageradamente narcisista y ególatra, escribir a la vista del público raya en la megalomanía. Pero lo que me parece aún más difícil es aquello de improvisar a partir de una palabra escogida por alguien del público (pensemos en “cordero”). Se supone que uno debe de escribir desde las propias obsesiones: la escritura es un acto íntimo; no me interesan los corderos salvo los domingos por la mañana cuando voy a comer barbacoa a Los Tres Reyes. ¿A qué grado hemos llegado de la sociedad del espectáculo que ahora hasta los escritores deben de mostrarle al público la manera como escriben? Porque la verdad es que uno escribe con lagañas en los ojos, con una bata de baño sucia y pantuflas de Barney, el dinosaurio. Uno comienza   cada mañana tembloroso y sobrecogido con una taza de té o de café; cuando del primer sorbo intentamos sacar algo de valor o de confort, acosados por las grandes preguntas: ¿para qué hago esto?, ¿valdrá la pena?, si no me lee ni mi abuelita (tiene cosas más importantes que hacer). El escritor no es un rockstar, es un tipo ordinario al que las mujeres siempre dejan y los despachos de cobranza acosan. Para él una cita es invitar a una mujer a cenar pasta en casa porque es lo más barato, compra el mandado en Waldo´s y siempre anda detrás de las ofertas, de los tres por dos. El escritor es un paria y la verdad es que nadie sensato quiere verlo garrapatear ni la lista del mandado. ¿Y dónde está el misterio? Si ese hombrecillo es capaz de lograr una imagen bella, esta se esfuma cuando lo vemos mal afeitado y vestido con ropa comprada en García. ¿Por qué nos dio ahora por andar de rockstars? Componer ficción o poesía no es solo sumar, escribir palabras, sino darle vueltas y vueltas a una misma frase, una idea, recortar, reescribir. Si el objetivo es que los espectadores puedan ver el proceso creativo de un autor, entonces un jam de escritura auténtico sería muy aburrido, duraría horas y hay cosas más interesantes que ver.
A lo mejor estos espectáculos no son sino un reflejo de cómo se hace la literatura hoy en día en México: somos esclavos de lo inmediato, cuando un autor no necesita estar en contacto con el público. La literatura es soledad. No imagino a Raymond Carver en una de estas cosas. Pero nuestra necesidad de reconocimiento no nos deja estar encerrados uno o dos años trabajando en una novela: tenemos que estar diciendo todo el tiempo, y especialmente en las redes, “mírenme aquí estoy, tengo un nuevo peinado, voy a todas las marchas y le tomo fotos a mi comida”. Yo la verdad es que no tengo ganas de que cuarenta o cincuenta personas me vean escribir. Qué ociosidad. Tampoco quiero ver a nadie hacerlo: prefiero El precio de la historia o ver a las Kardashian ir de compras.

P.S.
Me entero gracias a un amigo de que estos espectáculos también se organizan en bares y cafeterías. Si es así, alguien debería de inventar una app para teléfono que nos mantenga al tanto de dónde van a realizarse estas cosas, para que no nos tomen por sorpresa. Pensemos en el peor escenario: uno está en una cantina tomándose una cerveza como si nada, pensando en algo bello, una mujer de un pasado remoto, un verso, cuando de pronto se apagan las luces y unos tipos con lentes de pasta detrás de una mesa con un proyector y una computadora te piden que les digas una palabra: sorpresa, estás en un jam de escritura. Sugiero que la aplicación también funcione para presentaciones de libros y lecturas de poesía en cantinas. Cada vez es más difícil mantenerse seguro en la ciudad.

Catálogo de disuasiones para la literatura


Participar como jurado en un concurso literario le dio pie a Daniel Ferreira, escritor colombiano, para redactar, en su blog de Letras Libres, este manual en el que invita a proscribir algunas cosas de la literatura:
Un taller de escritura creativa, o cualquiera que desee promover y cultivar la literatura como expresión o como vocación en grupos de iniciados, debería descartar de su pensum, método, festival, evento o tribuna, cuando no erradicar, o proscribir en sus estudiantes o aspirantes:
El crimen en la primera escena.
La literatura sobre sí misma, o las historias de gente que escribe, que quiere ser escritora, que asiste a un taller de escritura o que pasea.
Las memorias familiares.
La exposición de la subjetividad o la biografía en menores de 30 años.
La minificción, o el minicuento de dos líneas, intercalado dentro de narraciones más extensas.
Las enumeraciones de conquistas sentimentales o el catálogo de amantes del autor (generalmente platonismo de gente que está sola, para sernos sinceros).
La descripción del acto sexual, sobre todo si se narra como una suma de primeros planos, sin profundidad de campo, sin planos generales, es decir: como en el cine.
Los detectives.
Las heroínas despampanantes.
Los niños que hablan como filósofos.
Los patriarcas y dictadores.
Las novelas inspiradas en series de televisión.
Las novelas narradas con frases cortas separadas por puntos donde cada punto separa una sola acción dentro de una secuencia de acciones encadenadas.
Proscríbase los libros de 500 páginas.
Proscríbase los personajes alegóricos en la literatura infantil (Los perros que hablan, por ejemplo, los curas pederastas).
Proscríbase las novelas sobre monarquías, sobre piratas, sobre el extremo pasado o el extremo futuro (Internet y ladeep web dejó en la cuna a la ciencia ficción y a las depravaciones más degeneradas).
Proscríbase los hechos históricos verificables.
Proscríbase el español tomado como lengua neutra, porque es una lengua franca (Conformada por formas múltiples y múltiples usos).
Proscríbase los libros de cuentos con unidad temática.
Proscríbase los autores que escriben un libro al año.
Destiérrese la idea de la evolución de los formatos (Borges creía que Flaubert era inferior a Conrad y Faulkner inferior a Stevenson).
Proscríbase los festivales de escritores que conversan en público y la publicidad tramposa con que se atrapan incautos y se engaña a la audiencia, por ejemplo: “Los secretos mejor guardados de la literatura X”.
Prohíbase parafrasear a Borges. Solo admite el plagio flagrante.
Prohíbase las narraciones sobre la muerte del padre, del hijo, del conyugue, el gato o el perro y así hasta el 4 grado de consanguinidad.
Proscríbase los libros épicos y fantásticos donde un mundo de luz se vea amenazado por la oscuridad, o sus sucedáneos: un planeta por otro planeta, una galaxia por otra galaxia, un pequeño país por una potencia militar.
Proscríbase los libros sobre viejas naciones o culturas desaparecidas (Porque es un truco fácil).
Proscríbase las novelas inferiores a cien páginas.
Proscríbase los tiempos lineales de la narración.
Proscríbase el narrador único, o único testigo.
Proscríbase los melodramas cuyo conflicto esencial sea una herencia, o una fortuna, perdida.
Proscríbase el amor monógamo (porque atenta contra la realidad).
Proscríbase los profesores de universidad como protagonistas, incluso como personajes secundarios. Salvo si son violadores, sicóticos, o tienen una fantasía perversa por la virginidad o un miedo atroz por el plagio o el Alzheimer, o si resultan víctimas de un ataque brutal o ninguneo por parte de un colega antagonista.
Proscríbase la guerra civil española.
Proscríbase la guerra de las Malvinas y en general el contexto de las dictaduras del cono sur.
Proscríbase la persecución de los judíos.
Proscríbase el siglo XX.
Proscríbase toda crisis social de carácter económico, salvo en libros que lo aborden desde la comedia.
Proscríbase los talleres de escritura creativa cuya duración sea inferior a diez años.
Proscríbase los talleres de escritura dictados por escritores (Deben ser dictados por lectores calificados).
Proscríbase los festivales de novela negra donde los ponentes no sean ex convictos.
Proscríbase toda novela escrita por políticos, por cantantes o por actores de televisión.
Proscríbase ver las adaptaciones cinematográficas de cuentos de: Carver, Cortázar, Chejov.
Proscríbase la prosa libre de tropos.
Proscríbase el pretérito perfecto. Al menos por un año.
Proscríbase toda forma de celebridad y todo estrado dispuesto para que los escritores vayan a explicar libros y no a leerlos.
Proscríbase los derechos de autor superiores a 100.000 dólares por libros aun no escritos (esto para salvaguardar la salud mental del autor y blindar su creatividad).
Prohíbase los premios literarios inferiores a 10.000 dólares (dividir las bolsas mayores a 10.000 dólares en accésits iguales).
Proscríbase los libros de poemas de autores menores de edad.
Proscríbase las novelas góticas.
Proscríbase las novelas epidemiológicas.
Proscríbase las novelas que ocurren en París.
Proscríbase la ciencia ficción que se base en catacresis.
Proscríbase los festivales de escritores sufragados por editoriales.
Proscríbase el canon dictado por trasnacionales de la edición.
Prohíbase el copyright pasados diez años de la muerte del autor.
Proscríbase en todas sus formas la novela romántica (por salud pública y mental).
Prohíbase las sagas.
Proscríbase los escritores prolíficos que alteraron las fronteras de las formas y proponen ensayos que son obras de teatro que son cuentos que resultan al final ser novelas.
Proscríbase el adjetivo kafkiano (de la crítica literaria, ese subgénero).
Evítese la violencia ilegal en la literatura colombiana (Nota: foméntese la exploración de la desatendida violencia legal).
Proscríbase el desequilibrio mental confundido con desequilibrio sintáctico.
Proscríbase el exilio nostálgico con sociedades en diáspora como la cubana o la chilena.
Proscríbase la descripción de sueños.
Proscríbase a Carlos Fuentes, a García Márquez, a Borges, a Vargas Llosa, a Bolaño, a Fernando Vallejo, de las lecturas básicas, al menos durante el transcurso del taller (porque hacen repetir fórmulas, porque son invasivos, porque resultan caminos cerrados).
Pero para compensar, invita también a promover otras cosas:
En cambio, un buen taller literario o caldo de cultivo para las sanas letras, debe promover algunos de estas retóricas y eventos:
El apocalipsis.
La literatura de las naciones más recientes.
La distopía.
La escritura dialectal y las parodias de jergas especializadas.
La ruptura de arquetipos (niños perversos, heroínas feas, sacerdotes depravados o mercaderes de la moral, asesinos con arrebatos de bondad).
Lo extraño y lo anormal.
La divagación.
El crimen injustificado (porque no hay tal).
La familia ajena, la orfandad o la paternidad errática.
Los secretos culposos, en las familias, en las vidas privadas, en la historia de los países.
La metonimia.
La pesadilla.
Lo irracional.
La neurosis colectiva o las patologías sociales.
Los pequeños dioses domésticos.
Lo antisocial.
La barbarie legal.
La lucha por la vida.
El sexo desapasionado de los viejos amantes.
La mirada insólita del forastero.
Los cargos de conciencia.
Lo anormal, en el sexo.
Las obras infantiles sin fantasía y sin moraleja y sobre niños crueles.
Los mítines y las lecturas públicas.
La poesía culinaria.
Las críticas inferiores a 5000 palabras.
Los personajes bajo encierro o aislamiento forzoso.
El desarraigo indiferente (porque es crítico y distante, insobornable).
La infidencia.
La amnesia social.
La biografía ajena.
El efecto del paisaje o el escenario geográfico en el observador.
La extrema ancianidad.
La transgresión verbal y técnica.
La tergiversación del hecho histórico.
La lectura de diccionarios antiguos.
Las retóricas de los oficios.
Los arcaísmos y neologismos.
La arquitectura fractal o la rizomática.
El uso de creativo de hipermedia o de las herramientas digitales para las narraciones escritas.
El fluir de la conciencia (porque es inagotable).
La mujer como voz narrativa.
La asociación anárquica en los ensayos literarios.
Conspiraciones de todo tipo (solo imaginen que todas las conspiraciones fueran verdad).
La promiscuidad y la infidelidad y su efecto sobre la víctima (perseguir a un adúltero es tan inquietante como perseguir un asesino o una epidemia).
Los antivalores (son la escala de los valores actuales).
Escribir sobre lo no conocido por el aspirante a escritor.
Advertir que el que va a El Gobi o a Sonora, va a Marte (ver R. Bolaño). Que el Realismo mágico fue relevado por un realismo brutal (el actual). Que el pasado se narra con las palabras del presente (ver Laiseca). Que un universo literario es un universo léxico (ver Cendrars). Que un hecho es inferior a su relato (Gómez Dávila). Que la academia y el márketing son los actuales cementerios de los escritores (Forn).
Mostrar que un pequeño incidente o pelea callejera puede tener la potencia narrativa y la importancia de un magnicidio.
Demostrar que los demás no sienten como nosotros sentimos.
Huir del género, de las corrientes literarias (léase lo más vendido) y eludir todo intento de formar o ser encasillado en una generación.
El sabotaje de todas las formas de sacralización extraliteraria: eventos, premios editoriales, festivales de escritores, causas sociales abstractas o declaraciones públicas en favor de causas lejanas.
Observar las cosas más cotidianas y su mecanismo como si fueran grandes acontecimientos.
Cambiar ciudades imposibles por ciudades posibles en los escenarios dramáticos.
Retomar la elipsis faulkneriana cuyo espíritu perdura en Rulfo.
Reescribir los mitos.
Iniciar y cerrar las clases o talleres religiosamente con poesía.
Leer a Sergio de la Pava de Estados Unidos. Leer a Nellie Campobello de México. Leer a Clarise Lispector y a Dalton Trevisan de Brasil. Leer a Vila Matas, a Copi, a Lemebel, a Felix Romeo, a Agota Kristof, a Emmanuele Carrere, a Pavic. Leer a Leila Guerriero y a Caparrós. Volver a Monterroso. Leer el diario Borges de Bioy Casares. Leer a Tomas Eloy Martínez, a Sergio Pitol, a Álvaro Cunqueiro, a Raúl Gómez Jattin, a Jaime Jaramillo Escobar, a Mario Bellatin, a Guillermo Cabrera Infante. Las obras de estos autores son algunos de los caminos abiertos que le quedan a la literatura actual.

Manifiesto underdog

El escritor mexicano Daniel Espartaco Sánchez se ha despachado recientemente unas buenas entradas en su blog de Letras Libres. De la primera de ellas, que constituye un "manifiesto", y lo pongo entre comillas porque el autor, escritor underdog al fin y al cabo, no cree en manifiestos, dejo algunos puntos que me parecieron más interesantes y divertidos. Atención, coleguitas catrachos, tomad nota:
2. Para un escritor underdog escribir ficción no es mejor que el sexo. Porque el sexo es la vida, y como dijo el doctor Anton Chéjov, “antes que la literatura está la vida”.
3. Para un escritor underdog, como para un guerrero shaolin, cualquier objeto es un arma mortal (y un destapador de cervezas).
5. Un underdog no escribe palabras abstractas, lo que quiere decir lo demuestra (o no) por medio de la acción. No le interesa citar a Schopenhauer.       
6. No existe la inspiración, todo es una cuestión de química cerebral y de estar bien hidratado. Las musas no existen (y es una lástima). Y si creyéramos en las musas una de estas tendría que ser Olivia Newton-John en patines (aunque no a todos complacen florestas y humildes tamarindos).
8. Un underdog no sabe nada, por eso siempre está junto a un diccionario. Desconfía de todas las palabras, especialmente de las más comunes. Si tu cuento tiene tres mil palabras o tu novela sesenta mil, debes saber con exactitud qué significa cada una de ellas. Si esto te parece mucho trabajo, mejor pon un puesto de tamales o pídele  una beca a la Fundación para las Letras Mexicanas. O múdate a Canadá.
9. Corrige un manuscrito todas las veces que sean necesarias (cinco, diez), pero no creas en la perfección. En la imperfección está la belleza, es decir lo humano. La prueba de eso son las novelas de John Cheever.
10. Un underdog sabe cómo cambiar una llanta, no desprecia el trabajo manual, tiene nociones de plomería, albañilería y electrónica. El underdog tampoco le teme al trabajo doméstico y es diestro en la cocina (o eso dicen).
11. Cree en la economía del lenguaje ante todo. Una idea puede expresarse mejor con una oración que con dos o tres. Un underdog le teme a la paja como a la muerte o a una visita de su madre.
14. Un escritor underdog puede aceptar premios y becas, pero sabe que estos no significan nada, salvo la posibilidad de tener tiempo para escribir. Un underdog no se vanagloria. Es uno con el Tao.
15. Un escritor underdog no le hace la corte a nadie, camina entre iguales. No es un publirrelacionista. Mientras otros van a fiestas o frecuentan funcionarios para ver qué sacan, él se queda en casa a leer y a escribir y a jugar videojuegos.
16. Un escritor underdog no escribe de los temas de moda, el narco, vampiros, zombies, elfos y maguitos. Escribe sobre la lucha del hombre común, sus fracasos y fantasías. Como dijo Oblómov: “¡Dadme al hombre! ¡Amadlo!”
17. Por lo tanto sabe que tiene (y tendrá) pocos lectores, pero finalmente son los que importan.
22. Un escritor underdog no cree en los manifiestos.