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- Ficticios, sincronizados y extraterrestres
- Andrés Neuman recibe el Alfaguara
- El estúpido índice acusador
- De eso se trata (el arte del ensayo)
- Benedetti después de Benedetti
- Los libros y la vida
- Boyero resume Cannes
- Mi siglo, de GGrass
- Los temibles 30
- La Fiesta del Chivo
- París no se acaba nunca
- Los misterios del pasado
- Las obsesiones de Modiano
- La poesía depende de la libertad intelectual
- XXIII
- Diario para una novela (I)
- Top Ten de nuestra biblioteca
- HCMoya por él mismo
- Kundera defiende la novela
- 30 años del apocalipsis
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jueves, 28 de mayo de 2009
Entrevista con el vampiro
miércoles, 27 de mayo de 2009
Ficticios, sincronizados y extraterrestres
Lo que sigue es un extracto del discurso "Ficticios, sincronizados y extraterrestres", pronunciado por el premio Alfaguara Andrés Neuman:
Andrés Neuman recibe el Alfaguara
¿Y de qué hablan Neuman y esos "hermanos de sangre" llamados a comerse el futuro? El autor de El viajero del siglo trató de responder a esa pregunta: "Durante buena parte del siglo pasado, la mejor literatura latinoamericana se sintió obligada a retratarse a sí misma. Como si se mirase a través de lo que otros esperaban ver en ella". Y otra pregunta: ¿Qué ha cambiado hoy? "Quizás el abandono del propósito de encarnar determinadas esencias nacionales y políticas. Las primeras tienen que ver con la idea de patria y exilio en su sentido ortodoxo. Las segundas, con cierta forma de entender el compromiso político. Que no se está perdiendo, sino reformulando".Neuman cerró su discurso con una carta a unos extraterrestres hipotéticamente interesados en estudiar a una generación de escritores de ida y vuelta. Emigrantes americanos en Europa descendientes de emigrantes europeos en América. Autores que, como él, escriben en "un castellano de todas partes y ninguna, que es la lengua natural de muchos emigrantes y de su mundo movedizo". Antes de la carta, el escritor señaló la "desterritorialización" como rasgo determinante de los nuevos autores latinoamericanos: "La literatura en español puede aspirar, al igual que otras grandes literaturas (como la norteamericana) u otras lenguas (como el francés o el alemán), a simbolizar cualquier espacio, a ser una metonimia del mundo. Puede que, desde los años noventa, la sensación de muchos nuevos autores sea ésa: el desprejuicio territorial. Esto lo han reflejado situando sus historias en lugares remotos, o bien proyectando una mirada extranjera sobre lugares teóricamente propios".
El estúpido índice acusador
Por Giovanni Rodríguez
De eso se trata (el arte del ensayo)
Leo por estos días De eso se trata, el último libro de ensayos literarios de Juan Villoro, y me pregunto cómo lo hace.Tan eruditos como pedagógicos, tan corteses con el experto como con el recién llegado, los ensayos de Villoro son un modelo de lo que puede dar este género tercamente meditabundo en este tiempo en que la meditación (y su compañera de viaje, la incertidumbre) es sospechosa. “El ensayo literario —nos dice en un prólogo que no tiene desperdicio— sirve por igual a los lectores con pie plano que a caminantes consumados, al que ignora casi todo de los temas tratados y al que conoce más que el autor”. Y eso es en buena parte porque el ensayo, como lo practica Villoro, es un género juguetón: el ensayista se aleja de toda percepción de la literatura como ciencia, y no quiere exponernos —o imponernos— sus certezas, sino compartir —nunca impartir— sus dudas. “Ensayar: leer en compañía”. Pues eso.El libro es un recorrido por obsesiones que sus lectores ya le conocíamos a Villoro y por otras que nos resultan nuevas y acaso sorprendentes. Dos textos sobre Shakespeare y Cervantes abren la serie; la cierra una extensa reflexión sobre Onetti, cuyos libros, ahora que se cumple un siglo de su nacimiento, van generando no ríos de tinta, pero sí un goteo firme y constante. En el medio hay ensayos sobre los viejos amigos germánicos del germanófilo Villoro: Lichtenberg, Goethe, Klaus Mann. Hay ensayos sobre Hemingway (tres, para más señas) y sobre ese tío político de Hemingway que fue Chéjov. Hay un ensayo sobre Bajo el volcán, de Lowry, y otro sobre El entenado, de Saer. Y todos me han remitido por caminos misteriosos a aquella idea de Ricardo Piglia: la crítica es una de las formas modernas de la autobiografía.Es cierto que la crítica y el ensayo son cosas muy distintas, pues el crítico intenta iluminar un texto, hacer un juicio de valor, dar a cada cual lo que se merece; mientras tanto, el ensayista quiere relativizar los valores, subvertir las jerarquías, leer un clásico como nunca se había leído antes o leer algo que nunca se había leído como si fuera un clásico. Pero el fondo de la frase de Piglia no cambia: los ensayos de un autor de ficciones suelen ser con frecuencia los lugares más reveladores, no sólo sobre las ficciones del autor, sino sobre el autor mismo. Martin Amis dice que todo novelista que practica la crítica es un proselitista secreto de su propia obra. Mientras comenta o explora los textos ajenos, el novelista quiere dar pistas a sus lectores sobre cómo le gustaría que se leyeran los propios. Un libro de ensayos es una sutil y abstracta confesión sentimental. “Un strip-tease al revés”, dice Villoro, aplicándole al ensayo la metáfora que Vargas Llosa usaba para la ficción.“Profesionales del yo, los escritores están obligados a explicarse a sí mismos no a partir de sus libros, sino de las recónditas intenciones que los llevaron a escribirlos”, escribe Villoro en "El diario como forma narrativa". Y se me ocurre que el ensayo literario es testimonio de la rebeldía del escritor ante esa situación: en vez de aceptar la obligación de confesarse en público, el escritor hace esa confesión lateral e indirecta que es un ensayo: explica sus libros al explorar los de los otros. Y al hacerlo, además, se explica a sí mismo.
martes, 26 de mayo de 2009
Benedetti después de Benedetti
Benedetti –sería injusto negarlo– es casi una mala palabra para la actual poesía, a tal punto que pocos, muy pocos osarían tomarlo en cuenta. Y eso puede deberse a varias razones: tal vez su inventario poético terminó devorándose al resto de su obra, tal vez su poesía envejeció mal, tal vez no se pueda ser tan popular y de culto al mismo tiempo. Lo indudable es que en el mayor porcentaje del Benedetti poeta hay un Benedetti letrista. Lo curioso es cómo todos los otros Benedettis fueron muriendo a manos del Benedetti de Poemas de la oficina o Sólo mientras tanto, a manos de poemas que le gustaban a nuestros malos maestros de literatura, a manos de poemas que inundan las orillas de la red: el Benedetti periodista, el Benedetti militante de izquierda, el Benedetti crítico de cine, el Benedetti humorista, el Benedetti exiliado y desexiliado, el Benedetti narrador que despabiló al cuento uruguayo con las luces de neón de la ciudad, el kafkiano Benedetti de La tregua, el Benedetti maldito de ese conmovedor relato que es “Sábado de gloria”, donde Benedetti reza a Dios “una oración aplastante, llena de escrúpulos, brutal, una oración a mano armada” para que no se la lleve a su compañera. Todos esos Benedettis que, ahora, paradójicamente, quizás renazcan.
domingo, 24 de mayo de 2009
Los libros y la vida
Por Héctor Abad Faciolince
sábado, 23 de mayo de 2009
Boyero resume Cannes
Si el festival de Cannes conociera la piedad intuiría que después de 10 días protagonizados abusivamente por el cine de autor, de temáticas enrevesadas y con vocación de trascendencia, una parte considerable de los extenuados espectadores agradeceríamos mucho que en las últimas jornadas declinara la espesura argumental y la estética vanguardista, que nos ofrecieran películas entendibles y digeribles, cositas fluidas, alguna comedia, cierto relajamiento. Pero no hay manera. Han reservado para los estertores de la sección oficial a los más psicodélicos del mercado, directores de culto (¿se dice así?) entre la modernidad y que a los cavernícolas nos pueden provocar un ataque de nervios.El argentino Gaspar Noé nos castigó hace siete años en la inenarrable Irreversible con una violación de 20 minutos, una venganza minuciosa con sesos desparramados y una imaginería visual que te obligaba a quitar los ojos de la pantalla ya que utilizaba la cámara para dejarnos miopes de por vida.En Enter the void se mantiene fiel a sus principios, la historia se desarrolla en Tokio y va de drogas, de reencarnaciones, de continuas referencias a El libro tibetano de los muertos, de viajes astrales, del cordón umbilical entre la vida y la muerte. Y admito que la diarrea mental es algo legítimo. El problema es que el permanente tripi en el que flotan los protagonistas, un camello y su hermana stripper, también pretende Noé que nos lo comamos los receptores y para mostrarnos los efectos de las sustancias químicas distorsiona las imágenes, las inunda de colores, se recrea con la certidumbre de que está haciendo arte en todas las tonterías que se le ocurren, exhibe el fatigoso muestrario lírico del colgado profesional sobre las personas y las cosas, repite varias veces las mismas secuencias por si no habíamos captado su misterio, provoca infinito mareo en la vista y en el cerebro.Terry Gilliam anda por los 70 años pero su cine sigue manteniendo juvenil fidelidad al delirio, al caos argumental adornado con estética barroca, a las historias fantásticas habitadas por monstruos. Todo en él lleva la huella de los efectos alucinógenos, de la imaginación desbocada, del gusto por el pasote. A mí me resulta insoportable. En El imaginario del doctor Parnassus Gilliam describe el pacto con el diablo que ha establecido el propietario de una carreta de feria y su miedo al constatar que el del azufre y los cuernos se quiere apoderar del espíritu de su joven hija. A través de un espejo mágico seremos testigos de infinitos milagros maléficos. La primera vez que aparece Heath Ledger tiene el aire de una premonición. Lo hace colgado de una soga, pero luego resucita. Y esa imagen te produce un escalofrío ya que el actor que dio vida al memorable Joker de El caballero oscuro falleció de sobredosis accidental sin acabar el rodaje de El imaginario del doctor Parnassus. Es lo único que me impresiona en una película que pretende inútilmente fascinarte en cada plano.Teniendo claro que Hollywood jamás va a filmar la bochornosa tragedia palestina, ese intolerable apartheid que sólo parece preocupar a los que lo sufren, el director palestino Elia Suleiman intenta con medios rudimentarios y un tono entre naïf y tragicómico hablar de esa impune barbarie en The time that remains, retratando en varios capítulos los padecimientos de una familia palestina desde 1947 hasta la actualidad. Funciona algún gag, hay mala leche con toque surrealista, pero también monotonía narrativa y el resultado final es desvaído. Y lamentas que los eternos perdedores no hayan encontrado todavía su poeta cinematográfico.
miércoles, 20 de mayo de 2009
Mi siglo, de GGrass
Por Dennis Arita
Los temibles 30
Por Giovanni Rodríguez
martes, 19 de mayo de 2009
La Fiesta del Chivo
Por Dennis Arita
lunes, 18 de mayo de 2009
París no se acaba nunca
Después de una pausa que ha durado varios meses, tiempo durante el cual Dennis Arita ha estado escribiendo una novela cuyas primeras páginas han pasado ya por mis ojos, el compa vuelve con algunas reseñas originalmente publicadas en la recién estrenada revista Nosotros. Copy-paste entonces a partir de hoy a sus breves reseñas. Para empezar, ésta de un libro de Vila-Matas en donde habla, entre otras cosas, del juego de hibridación de géneros y de si "es lícito hablar de realidad en un texto de ficción":
Los misterios del pasado
Continuando con Patrick Modiano, y para conocerlo mejor, copio y pego de Babelia este perfil escrito por Claude Castéran, periodista y novelista también francés:
Las obsesiones de Modiano
Un día de hace casi 20 años, Patrick Modiano encontró en un viejo periódico parisino de principios de los cuarenta un pequeño anuncio que le impresionó. Decía así: "Se busca a una joven, Dora Bruder, de 15 años, 1,55 metros, rostro ovalado, ojos gris marrón, abrigo sport gris, pullover burdeos, falda y sombrero azul marino, zapatos sport marrón. Ponerse en contacto con el señor y la señora Bruder, bulevar Ornano, 41, París". Modiano se obsesionó con el anuncio, con la chica y con la historia que ahí latía, en parte porque él había visitado mucho esa calle de adolescente. Se convirtió en una especie de detective privado contratado por sí mismo. Pronto descubrió que Dora Bruder era judía, que tras escaparse de casa fue detenida por la policía colaboracionista y deportada a Auschwitz, donde murió. Modiano buscó más. Revisó los archivos policiales, espulgó las viejas guías de teléfonos de París que nunca faltan en su casa, consultó fichas municipales, entrevistó a varios testigos de la época y del barrio que pudieran aún recordar que la conocieron. Anduvo como un lunático errando por las calles que Dora recorrió y que él conocía bien por haberlas andado de adolescente; entraba en los portales de los edificios que ella habitó y se quedaba ahí, quieto, esperando no se sabe qué... Ya no encontró nada más. Tenía el fin de la historia de Dora Bruder pero muy poca cosa de ella. Su rastro se había perdido casi definitivamente, como tantos otros. Sin embargo, con ese casi, con esas minúsculas certidumbres y utilizando también como material narrativo su propia obsesión y su búsqueda, Modiano escribió una joya estremecedora titulada Dora Bruder que habla de la memoria, de la dignidad y de la vida, contenida en apenas un centenar largo de páginas que ahora se vuelve a publicar en España. "Luego, con los años, y con el libro ya publicado, me llegó algo más de documentación sobre Dora. Y me planteé la cuestión de si merecía la pena reescribir la novela o no. Decidí que no. No soy historiador. Soy novelista. No importa tanto el resultado de la búsqueda como la búsqueda en sí. Así que la novela se quedó como está".¿Y por qué esa obsesión por alguien que no conoce de nada?Yo también me he hecho muchas veces esa pregunta: ¿por qué estás obsesionado con las huellas de otras personas? Y creo que es porque vivo en el siglo XX o XXI. Si yo hubiera vivido en el siglo XIX habría escrito novelas rurales: largas novelas redondas y completas. Pero en esta época todo es fragmentario, y las grandes ciudades favorecen eso, el anonimato, que el rastro de las personas se pierda. No sé si me explico... También es verdad que yo siempre he estado impresionado por las desapariciones, por las ausencias. Por eso me fascinan las viejas guías de teléfonos en las que aparecen los nombres de los abonados, porque de un año al otro hay gente que desaparece, que se va..., en especial de algunos barrios, como el XVI.Patrick Modiano es muy alto, muy amable, algo torpe y muy tímido. Duda al hablar, le cuesta acabar las frases y su muletilla favorita es "no sé si me explico". Vive en una vieja casa a la espalda del Jardín de Luxemburgo, no muy lejos del barrio donde pasó parte de su infancia: todo un síntoma de su relación con el tiempo y la memoria. El cuarto desde el que escribe es una habitación semicircular, tapizada de libros con una ventana también muy alta que da a un jardincito interior. Hay un diván arrugado en el que se sienta a leer cuando no trabaja. Escribe dos o tres horas al día sentado a una mesa colocada frente a la ventana y al jardín. Nunca más. Asegura que si hiciera caso a su carácter, terminaría sus novelas de un tirón, sin detenerse, pero que se obliga a refrenarse y a parar cuando han pasado esas dos horas a fin de mantener una tensión que sólo él percibe pero que, según él, es esencial para que la obra culmine. Este hombre acogedor y atento nacido en 1945 es simplemente uno de los más importantes escritores vivos en Francia, dueño de un mundo propio, autor de más de 30 obras, ganador del Goncourt o del premio de novela de la Academia Francesa, entre otros. En España se han publicado recientemente, además de la citada Dora Bruder, En el café de la juventud perdida, Reducción de condena y Calle de las tiendas oscuras. Confiesa con naturalidad que escribe desde que tenía 20 años porque no sabe hacer otra cosa. No ha trabajado jamás en nada que no sea sentarse dos horas enfrente de esa ventana y pasarse las 22 restantes del día pensando en las páginas que quedan. Sus novelas siempre son cortas y exactas, transcurren siempre en los años cuarenta o sesenta, en un París particular y vagamente irreal, dilatado, enorme, donde siempre hay garajes, adolescentes abandonados a su suerte que se agotan en brutales caminatas errabundas y adultos que se buscan unos a otros como dentro de un laberinto: un verdadero territorio mítico que comparte con el París real los nombres de las calles y la ubicación precisa de los números. Él mismo es un maniático de la topografía parisina y si uno le menciona una calle cualquiera no es raro que Modiano no sólo la conozca, sino que la haya recorrido o la hayan recorrido sus personajes.En Calle de las tiendas oscuras hay un detective sin memoria que busca su propio pasado; en En el café de la juventud perdida todos los personajes se preguntan lo que fue de una chica que les impresionó; en Dora Bruder usted mismo se convierte en un investigador... ¿No le da la impresión de escribir continuamente la misma novela?Sí, sí. Yo ya me he dado cuenta de que me repito: siempre es alguien que busca a alguien, o alguien que intenta recuperar las huellas de alguien. Siempre es así. Y siempre es inconsciente. Luego me digo: mira, esto ya lo has hecho. Las cosas vuelven. Es por un sentimiento íntimo de ausencia, de abandono. Por eso intento buscar las huellas de las personas.Se ha dicho que en su infancia está la clave de toda su obra.Puede ser. Pero no es por una especie de nostalgia de la infancia. Es más por las cosas que yo he observado y que me impresionaron durante aquel tiempo. Hay una clase de atención especial, que hace que las cosas te impresionen fuertemente cuando eres un niño. Además, ese periodo para mí es triste. Sé que hay niños felices, pero mi infancia fue triste. Además, hay conversaciones que no entiendes bien y que te dan miedo. Cuando yo era niño me paseaba solo por París. Eso era impactante a esa edad porque normalmente a los niños no les dejan pasearse solos. Yo podía. Experimentaba al mismo tiempo miedo y curiosidad. Por eso la infancia: por esas primeras imágenes que te impresionan para siempre.En casi todas sus novelas los personajes sienten un deseo imperioso de escaparse, de dejar atrás la vida que llevan y que cargan como un fardo que no les pertenece.Esas escenas también provienen de cosas que yo he vivido cuando era niño o adolescente. Provienen del sentimiento de estar encerrado (yo estuve muchos años en internados un poco carcelarios). Además, les suceden por lo general a personajes adolescentes, que tienen entre 17 y 20 años, un periodo en el que por entonces, al menos en Francia, no eras un adulto porque no tenías la mayoría de edad legal pero tampoco eras un adolescente. Tenías la sensación de que todo lo que podías hacer en el mundo era algo clandestino, de que todo estaba prohibido. Yo mismo me he fugado, me he escapado, he hecho esas largas caminatas de adolescente sin parar por París, con una sensación de vértigo.
jueves, 14 de mayo de 2009
La poesía depende de la libertad intelectual
Puede que me reprochéis el haber insistido demasiado sobre la importancia de lo material (aquí se refiere a la pensión y su habitación propia). Aun concediendo al simbolismo un amplio margen y suponiendo que quinientas libras signifiquen el poder de contemplar y un pestillo en la puerta el poder de pensar por sí mismo, quizás me digáis que la mente debería elevarse por encima de estas cosas; y que los grandes poetas a menudo han sido pobres. Dejadme entonces citaros las palabras de vuestro propio profesor de Literatura, que sabe mejor que yo qué entra en la fabricación de un poeta. Sir Arthur Quiller-Couch escribe:
¿Cuáles son los grandes nombres de la poesía de estos últimos cien años aproximadamente?
Coleridge, Wordsworth, Byron, Shelley, Landor, Keats, Tennyson, Browning, Arnold, Morris, Rossetti, Swinburne. Parémonos aquí. De estos, todos menos Keats, Browning y Rossetti tenían una formación universitaria; y de estos tres, Keats, que murió joven, segado en la flor de la edad, era el único que no disfrutaba de una posición bastante acomodada. Quizá parezca brutal decir esto, y desde luego es triste tener que decirlo, pero lo rigurosamente cierto es que la teoría de que el genio poético sopla donde le place y tanto entre los pobres como entre los ricos, contiene poca verdad. Lo rigurosamente cierto es que nueve de esos doce poetas tenían una formación universitaria: que significa que, de algún modo, consiguieron los medios para obtener la mejor educación que Inglaterra puede dar. Lo rigurosamente cierto es que de los tres restantes, Browning, como sabéis, era rico, y me apuesto cualquier cosa a que, si no lo hubiera sido, no hubiera logrado escribir Saúl o El anillo y el libro, de igual modo que Ruskin no hubiera logrado escribir Pintores modernos si su padre hubiera logrado ser un próspero hombre de negocios. Rossetti tenía una pequeña renta personal; además pintaba. Solo queda Keats, al que Atropos mató joven, como mató a Jonh Clare en un manicomio y a James Thomson por medio del láudano que tomaba para drogar su decepción. Es una terrible verdad, pero debemos enfrentarnos con ella. Lo cierto –por poco que nos honre como nación- es que, debido a alguna falta de nuestra sistema social y económico, el poeta pobre no tiene hoy día, ni ha tenido durante los pasados doscientos años, la menor oportunidad. Creedme –y he pasado gran parte de diez años estudiando unas trescientas veinte escuelas elementales-, hablamos mucho de democracia, pero de hecho en Inglaterra un niño pobre no tiene más esperanzas que un esclavo ateniense de lograr esta libertad intelectual de la que nacen las grandes obras literarias.
Exactamente. La libertad intelectual depende de cosas materiales. La poesía depende de la libertad intelectual.
Una habitación propia, Virginia Woolf
Foto tomada de:
XXIII
XXIII
La máscara fue lo que atrajo tu mente
y luego puso tu pecho a palpitar,
no lo que hay tras ella.
W. B. Yeats
Amé una máscara, y tal vez debí amarla hasta el final.
Tal como era, me quiso ¿Podía acaso tolerar otra forma?
Era fiel esta máscara.
Los huecos de sus ojos a veces se llenaban de ternura.
José Luis Quesada, Sombra del blanco día (1987)
Diario para una novela (I)
Por Giovanni Rodríguez
miércoles, 13 de mayo de 2009
Top Ten de nuestra biblioteca
1. 2666, de Roberto Bolaño: 36,4402. La literatura nazi en América, de Roberto Bolaño: 11,2053. El gaucho insufrible, de Roberto Bolaño: 8,2814. Mitologías, de Roland Barthes: 7,6755. Putas Asesinas, de Roberto Bolaño: 5,4266. Una novela china, de César Aira: 4,6587. Estrella distante, de Roberto Bolaño: 4,0488. Nocturno de Chile, de Roberto Bolaño: 3,0449. Edición #11 de la revista mimalapalabra: 2,90610. Llamadas telefónicas, de Roberto Bolaño: 2,392
martes, 12 de mayo de 2009
HCMoya por él mismo
Kundera defiende la novela
Enemigo de buena parte de lo que hoy se hace pasar por literatura, textos idiotizados por la obsesión de contar una idea con sentimientos políticamente correctos, Kundera defiende la radicalidad de la novela como arte que siempre está por reinventarse. Algo que viene ya de los tiempos de Rabelais, cuando la novela (libre y alérgica a lo serio) no había encontrado la forma cerrada que alcanzó en el siglo XIX. Milan Kundera incide en el valor de la libertad creativa: el escritor no debe ser esclavo de sus prejuicios ideológicos ni formales, porque su camino (o los muchos caminos que aun le son posibles a la novela) está por recorrer.
El libro Un encuentro retoma otro tema muy kunderiano (La insoportable levedad del ser, una vez más): cómo los rumores moralizantes arruinan nuestra vida. Ya no hace falta vivir en un estado totalitario para que el vecino te delate. Ha empezado "la época de los fiscales". El propio Kundera ha vivido recientemente un estrambótico proceso una acusación de colaboracionismo con los comunistas que no ha podido probarse, parecido al que sufren los artistas en las numerosas biografías fiscales que proliferan a lo largo y ancho de las librerías. Se apartan de la obra para ajustar cuentas con los biografiados: el pornógrafo Philip Larkin, el fétido Bertolt Brecht. Para Kundera, son otros tantos ejemplos del odio al arte y a las obras por su radical independencia. "El escritor es ante todo un hombre libre y la obligación de preservar su independencia contra toda coacción pasa por delante de cualquier otra consideración", escribe tajante.
30 años del apocalipsis
Mateo Sancho Cardiel (EFE)-Madrid
El arte en mitad del caos
Wagner y The Doors
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Argentina 3- Croacia 0Hace 1 año
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Sobre la poesía...
Parménides. César Aira.