Ya días tenía pendiente subir este excelente artículo de Juan Gabriel Vásquez sobre Philip Roth. Como ya deben saber, Roth anunció hace algunos meses que dejaría de escribir. Lo que pocos sabíamos es que ya estaba en imprenta su última novela, Exit Ghost, que representará el adiós de su personaje Nathan Zuckerman, un personaje "que ha sacudido las conciencias de hombres y mujeres a través de su sexualidad", según se lee en nota, importada de la Revista Arcadia:
En pocos días terminará una de las relaciones más intensas de la literatura del siglo XX: la que los lectores de Philip Roth han tenido, a lo largo de treinta y tres años, con un hombre llamado Nathan Zuckerman. Me refiero, por supuesto, al narrador y a veces protagonista de ocho (pronto serán nueve) de los veintiocho (pronto serán veintinueve) libros de Roth. Es con la voz de Zuckerman que Roth narra su maravillosa trilogía: Pastoral americana, Me casé con un comunista y La mancha humana. Es con la voz de Zuckerman que narra otra pequeña saga, la serie de cuatro novelas que acabaron publicadas, en 1985, en un solo volumen: Zuckerman encadenado. Pero, sobre todo, es la voz de Zuckerman y su relación ambigua con las mujeres y con el sexo la que tienen en mente los críticos y lectores cuando hablan del álter ego de Philip Roth. Para muchos despistados, Zuckerman es Roth, y el novelista se ha visto obligado innumerables veces a aclarar que no, que no es así, que por favor. Es cierto que narrador y autor son judíos de Newark, es cierto que tienen la misma edad, es cierto que son novelistas, es cierto que publicaron un libro escandaloso en los años sesenta. Todo eso es cierto. Pero Zuckerman no es Roth, y Roth no es Zuckerman. Pues bien, en pocas semanas la confusión llegará a su fin, porque Roth continuará viviendo, y en cambio Zuckerman habrá desaparecido para siempre.
Así es. Según sabemos los fanáticos desde hace ya un tiempo, Exit Ghost, la novela que se publicará en octubre, cerrará para siempre el ciclo Zuckerman. No más problemas literarios mezclados con sexo, no más problemas políticos mezclados con sexo, no más problemas sexuales mezclados con política y literatura. Por medio de Zuckerman, Roth se ha convertido últimamente en el gran cronista de la realidad norteamericana, de sus infinitas ambigüedades, de sus idiosincrasias más inconfesables; pero quizás la seña de identidad que lo ha separado de otros grandes exploradores del alma de su país –Mailer, Pynchon, a veces Bellow– es la presencia, terca y ubicua, del sexo. “Yo sé –dice Coleman Silk, protagonista de La mancha humana– que todo error que pueda cometer un hombre suele tener un acelerador sexual”. En la novela, Silk se enreda con una mujer analfabeta y mucho más joven; al mismo tiempo, en el resto del país la gente se obsesiona con el affaire entre Bill Clinton y Monica Lewinsky, reviviendo lo que Zuckerman llama “la más antigua pasión comunal de los Estados Unidos, e históricamente el placer más peligroso y subversivo: el éxtasis de la mojigatería”. Es una buena descripción de la labor de Zuckerman a lo largo de estos años: hacer un inventario de esos errores y de esos aceleradores; enfrentarse al mencionado éxtasis, y siempre salir perdiendo. Pero ¿cómo comenzó el asunto?
El debut de Nathan Zuckerman sobre el escenario tiene lugar en 1974, cuando Roth publica una extraña novela que todavía no ha sido traducida al español: My Life as a Man. En ella conocemos a Peter Tarnopol, quintaesencia del hombre rothiano: un novelista que intenta resolver sus problemas con el sexo opuesto escribiendo sobre ellos. Para ser más precisos: intenta resolver sus problemas con la masculinidad, y la novela entera cuenta su esfuerzo por asumir su condición masculina, tanto la social como la erótica, de manera responsable. Así es que Tarnopol se embarca en un matrimonio destructivo con Maureen, una mujer paranoica y patológicamente mentirosa; en el terrible clímax de la relación, descubrimos que la mujer ha fingido un embarazo para mantener a su pareja a su lado. Pero no de cualquier manera: ha ido a comprarle una muestra de orina a una negra realmente embarazada que ha encontrado en la calle. En resumen: una verdadera joya.
Tarnopol, finalmente, descubre las mentiras y las manipulaciones, y se divorcia. Muchos libros después, los lectores de Roth nos enteraremos de que esos hechos ocurrieron realmente, de que esa relación caníbal estuvo a punto de destruir al Roth real, y de que My Life as a Man es el momento en que Roth echa mano de la literatura como exorcismo y tal vez como terapia: se inventa un narrador, Tarnopol, y le adjudica sus pesares. Lo cual es, exactamente, lo que hace Tarnopol, y lo que constituye la trama de My Life as a Man. Bajo el trauma de la relación, Tarnopol echa mano de la literatura como exorcismo y tal vez como terapia: se inventa un narrador y le adjudica sus pesares. Este narrador, álter ego de Peter Tarnopol que a su vez es álter ego de Philip Roth, no es otro que Nathan Zuckerman.
Tal como Roth, tal como Tarnopol, Zuckerman fracasa a la hora de asumir una masculinidad adulta y responsable. El divorcio lo deja en la quiebra; pero, lo cual es más grave, destruye su capacidad para la vida en pareja. Y durante las siguientes cinco de sus novelas –las cuatro deZuckerman encadenado más La contravida, una obra maestra de audacia narrativa que ha tardado veinte años en ser traducida al español–, Zuckerman lleva a cabo uno de los informes más completos que hay en la literatura sobre la sexualidad masculina en el fin de siglo. Cada una de estas novelas se pregunta: ¿qué significa ser hombre después de la revolución sexual? Y las respuestas siempre son imprevisibles. En The Ghostwriter, novela de 1979, Zuckerman, joven escritor que apenas ha publicado algunos cuentos, visita a su maestro, el gran novelista judío E.I Lonoff; lo que al principio parece ser un simple roman-à-clef sobre la educación sentimental del aprendiz (donde Zuckerman es Roth y Lonoff es Bernard Malamud o Saul Bellow o Henry Roth, o una mezcla de los tres grandes judíos), pronto se convierte en una atrevida fantasía. Zuckerman llega a convencerse de que una joven de nombre Amy Bellette es en realidad Ana Frank, que ha escapado de la Alemania nazi y se ha refugiado en Estados Unidos. Y como Roth es Roth, la reacción de Zuckerman es imaginarse a Amy insinuándose al viejo Lonoff, y luego masturbarse pensando en ella.
Esta, más que ninguna otra, es la clave del universo Roth: la transgresión. Cuando se publicóThe Ghostwriter, la escena de la masturbación hizo que los lectores retrocedieran hasta 1969, año de publicación de una de las novelas más famosamente transgresoras del siglo XX norteamericano: El lamento de Portnoy. Se trata de un monólogo de trescientas páginas en el cual Alexander Portnoy, un treintañero judío nacido en una familia dulce pero asfixiante al mejor estilo Woody Allen, se confiesa en el diván de su psicólogo (al mejor estilo Woody Allen), y trata de analizar las razones por las que no ha logrado encontrar placer alguno en su frenética actividad sexual. Nadie ha contado cuántas masturbaciones hay en la novela, pero déjenme decirles que la frecuencia es alta; de hecho, es célebre el comentario de Jacqueline Susann, una mediocre novelista que, tras el éxito sin precedentes de El lamento de Portnoy, dijo de Roth: “Sí, me gustaría conocerlo. Pero no me gustaría darle la mano”. ?
El lamento de Portnoy había sido una especie de himno a la década de los sesenta, una especie de oda a la liberación sexual. Pues bien, el éxito del libro (y sobre todo sus imprevisibles consecuencias) es la base de Zuckerman desencadenado, novela en la que también Zuckerman ha publicado un libro escandaloso: Carnovsky. Se sabe que Roth vivió en carne propia lo que vive Zuckerman en la novela: el malentendido de la fama, la confusión entre autor y personaje, la cantidad de incautos que se le acercaban para preguntarle: “¿De verdad se acostó con todas esas mujeres?”. La diferencia más importante entre la vida real de Roth y la vida inventada de Zuckerman es que en la novela el padre de Zuckerman muere. No solo eso: muere de alguna manera por culpa del libro de su hijo y del escándalo que el libro ha provocado, muere por la impresión que le ha causado verse y ver a su mujer caricaturizados en el libro de su hijo. Y muere con una palabra en la boca, un muy locuaz y nada paternal insulto anglosajón: Bastard.
De manera que a esto lo ha llevado su intento por llegar a buenos términos con su masculinidad: ha matado a su padre y se ha granjeado para siempre el desprecio de su hermano, los dos hombres más importantes de su vida. A nadie sorprenderá entonces que en la novela siguiente,La lección de anatomía, Zuckerman haya decidido dejar de ser escritor. Viaja a Chicago para estudiar Medicina. Pero la crisis de la masculinidad no da respiro al pobre: antes incluso de llegar a Chicago, mientras habla con un desconocido en el avión, Zuckerman ya ha comenzado a hacerse pasar por un pornógrafo. Es una de las escenas más cómicas de la literatura norteamericana. Pero la comedia, tan graciosa como cualquier cosa de los hermanos Marx, es además tan existencialista como el mejor Beckett, tan rotunda como cualquier Kafka.
Con el paso de los años, y a medida que Roth se ha hecho mayor, también se ha hecho mayor Zuckerman: en sus siguientes aventuras, desde La contravida hasta La mancha humana, se ha dedicado a explorar la vida de los otros más que la suya propia. Pero nunca ha olvidado que en el centro de todo está el sexo. Entre otras cosas, eso es lo que podemos esperar de Exit Ghost: un regreso de los tormentos sexuales, esta vez a la vida de un hombre maduro. Sabemos que Zuckerman ha quedado impotente después de una operación de próstata; sabemos que en Exit Ghost se encuentra de nuevo con Amy Bellette /Ana Frank, y sabemos que sufre por su impotencia. ¿Qué más podemos esperar de la nueva novela? Lo sugiere el título: Exit Ghost no solo se refiere al título de The Ghostwriter, sino que evoca uno de los más célebres momentos de la literatura: el fin de la escena de Hamlet donde el fantasma abandona el escenario. En cierto momento de La orgía de Praga, novela que sirve de epílogo a Zuckerman encadenado, leemos esta indicación irónica: “Entra Zuckerman, persona seria”. Desde ya comenzamos a leer: “Sale el fantasma”. Sale Zuckerman. Zuckerman se va. Y es una lástima.