El siguiente debía ser sólo un pie de página a la entrada anterior, el texto "Escribirlo todo" de Dennis Arita. Pero tomando en cuenta que su autor no abandona su tendencia kilométrica a la hora de hacer sus comentarios en este blog, decidí publicarlo como una nueva entrada. Disfrutemos entonces de estas "experiencias inconexas" y libres de cualquier "obligación seria" de otro lector de 2666.
Gustavo Campos
El artículo de Dennis es muy interesante y me ha incitado a aportar algunas experiencias -como lector- que siempre han regido mis gustos y mi escritura, esta última muy pobre, je je. Estas experiencias mías serán tratadas de manera inconexa, quizás para justificar el apresuramiento con el que escribiré y así desembarazarme de cualquier obligación “seria” en mis juicios o ideas, o sea, pueden tirar la piedra.
En su ensayo “Reflexiones sobre el estilo tardío”, Said dice: “Adorno habla de las obras tardías como un ‘proceso, pero no como un desarrollo’”. Cuando leí el “negocio editorial” 2666 (no sé si Ibargoyen estará al tanto –aunque quizás esté al tanto de no estarlo- de que la distracción es enemiga de la lectura) algo en ella me encadenaba a su escritura, a su “compulsión”, esa misma sensación de sentirse sujetado a cada una de las direcciones en las que solía arrebatarme en cada una de las cinco partes en que está escrita. Sensación similar la tuve con Amuleto. Cada parte provocó en mí distintas impresiones, una de ellas la repulsión, en "La parte de los crímenes", porque logró ahogarme y además meter mi cabeza en lo oscuro, como el mismo Bolaño dijo en una entrevista.
La recompensa fue el placer inusual de estar no al borde sino del otro lado, un lado al cual pocos escritores logran acceder. En 2666 no existe esa “síntesis armoniosa”, en ella ocurre lo contrario, es, quizás como dice Dennis, “la compulsión…el vínculo que une todas las historias narradas…”. Sin embargo, no quedo totalmente de acuerdo con Dennis. “La madurez de las obras últimas”, dice Adorno, “no se asemeja al tipo que encontramos en la fruta… no son redondeadas, sino que están llenas de surcos y hasta destrozadas. Carentes de dulzura, amargas y espinosas, no se entregan al simple deleite”. Son una “totalidad perdida”, y, por tanto, catastrófica (E. Said).
Pensó Archimboldi que la historia, que es una puta sencilla, no tiene momentos determinantes sino que es una proliferación de instantes, de brevedades que compiten entre sí en monstruosidad (2666, R. Bolaño) A mí siempre me han llamado la atención las “obras tardías”, quizás porque me ha dado la impresión de que se lucha contra algo más, que el artista goza del manejo de todas sus técnicas, que al manejar todas sus herramientas, éstas en algún momento lo hastían, lo hacen aborrecer hasta el hartazgo todo lo que ha sido. Su lenguaje es otro, resquebrajado. Me vienen a la mente Trigal con cuervos, de Van Gogh, El castillo, de Kafka, Hurt, de J. Cash, los poemas de Hölderlin y otras obras pictóricas, literarias y musicales.
Sucede que para un hombre moderno, posmoderno si se es fiel al tiempo que vivimos, lo discontinuo, el caos y el horror lo vivimos a diario, y no son nada extraño para nosotros como lectores obras como Doktor Faustus o la misma 2666, última que después de su lectura jamás se me pasó por la mente la idea de “novela total”, sino lo que el personaje Kretschmart (citado por Said) dice en Doktor Faustus: “Las obras tardías dan la impresión de estar inacabadas”. Esa es la prerrogativa del estilo tardío: tiene el poder de unir el desencanto y el placer sin resolver la contradicción entre ellos. Lo que los mantiene en tensión, como fuerzas iguales en direcciones diferentes, es la subjetividad madura del artista, desprovista de pomposidad, sin temor a fallar y sin la modesta seguridad que ha ganado como resultado de la edad y del exilio (E. Said).
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