Como había llegado algo tarde a la videoconferencia de Alejandro Rossi en el auditorio de Caixa Forum, no pude conectarme del todo con el curso de sus palabras enviadas desde México, y entonces, asumiendo el papel de detective que desde una vez hace cuatro meses en el aeropuerto de Barajas me propuse representar, empecé a observar con precisión microscópica al público asistente, para ver si de entre la masa de nucas anónimas que yo veía desde atrás, lograba atisbar en algún momento las de Vila-Matas y Mario Bellatin. Al fin y al cabo, a eso había llegado: a escucharlos a ambos hablar sobre la ficción. Pero antes que pudiera ver a alguno e ellos, vi entrar a Jorge Herralde, que, como yo, también llegaba tarde a la videoconferencia. Lo vi caminar por uno de los dos pasillos en medio de las quinientas sillas del auditorio y escoger un asiento vacío. Lo vi sentarse, y casi sin pensarlo, seguí sus pasos y me senté una fila atrás de la suya. Entonces vi a Vila-Matas, dos filas delante de la de Herralde, y en esa misma fila, una calva brillante que de inmediato asocié con la calva que Mario Bellatin decide siempre cortar en las fotografías de las solapas de sus novelas. Saqué mi cámara y en un primer intento, me salió una foto movida con un escenario, una pantalla gigante con Alejandro Rossi dentro y como parte del público a Vila-Matas y Mario Bellatin aplaudiendo las últimas palabras del escritor mexicano. Me dispuse a tomar la segunda fotografía, pero entonces Alejandro Rossi dijo adiós, el periodista de diario El País que moderaba la conferencia dijo adiós y unas cien personas que conformaban el público (incluyéndome) también dijeron adiós para sí mismos. Todos se levantaron de sus asientos. Vila-Matas, Bellatin, Herralde y otras dos personas se escabulleron por una puerta lateral. Me quedé en mi asiento y aproveché para perfeccionar, con algunos trastoques a la cámara, mis próximas fotografías. Pero se me ocurrió también que era un buen momento para fotografiar las esculturas instaladas en la entrada de Caixa Forum, y fui a hacerlo. Luego volví y me instalé en la tercera fila con el objetivo de disminuir con mi cercanía al escenario el grado de dificultad que representaba ser un fotógrafo eficiente con la luz opaca del auditorio. Transcurridos unos quince minutos, el público empezó a ingresar de nuevo. Me sorprendió ver que los huecos existentes durante la videoconferencia de Alejandro Rossi rápidamente se fueran llenando para el diálogo que sostendrían Vila-Matas y Bellatin. Finalmente los invitados llegaron al escenario y tomaron asiento frente a una mesa. Eran tres, y el del centro, el pelón que yo había identificado como a Mario Bellatin, saludó al público y excusó a Mario Bellatin, que no podría participar en el diálogo por motivos que no me quedaron claros. Pensé: “esto en un juego de Bellatin para presentarse ante el público”, aunque me pareció en ese momento que un juego así sería más propio de Vila-Matas que de Bellatin, al tiempo que examinaba el rostro del calvo y trataba de convencerme de que las personas cambian mucho de verlas en una fotografía a conocerlas personalmente. Pero no, definitivamente el pelado no era Bellatin sino Emilio Manzano, presentador de un programa sobre la lectura en Televisión Española, quien sería el moderador en el diálogo entre Vila-Matas y Álvaro Enrigue, narrador y crítico literario mexicano que llegaba para sustituir a Bellatin.
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Sobre la poesía...
Esto lo opinaba Perinola desde su posición de poeta. Haciendo versos desde la infancia, había descubierto que no querían decir nada; y viviendo había descubierto que el lenguaje servía para decir cosas. Había una incompatibilidad, que era lo que lo había comprometido con la poesía. Porque la poesía, al no querer decir nada con el instrumento que servía para decir cosas, decía algo, que era a la vez algo y nada. Amaba ese enigma, pero estaba convencido de que no podía durar. Era demasiado extravagante. Eso se la hacía más preciosa. Efímera, la poesía era una flor rara que se había abierto por casualidad, y el milagro había querido que se abriera justo cuando él vivía. En el futuro, una humanidad más razonable haría buen uso de la prosa.
Parménides. César Aira.
Parménides. César Aira.
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